La escuela, la de aquellos años

Viernes, 07 Julio 2017 21:07 Escrito por Silvestre Hernando Alconedo*

Nos asemejamos a una semilla, aquella que el campesino con tanto amor y cariño cuida en el campo surcado; de pronto brota y  aparece en la superficie transformada en planta, se desarrolla, crece, con la alegría innata del sembrador. Seguramente cuando niño mis padres Victorino y Gabina  sintieron lo mismo, cuando sus hijos dieron los primeros pasos, para después, al igual como aquella semilla del campesino, iniciamos un pleno desarrollo y crecimiento. Ambos casos son acontecimientos importantes en la vida. Y de pronto, como parte de la vida llega el tiempo de asistir a la escuela, esa edad que en todo niño despierta curiosidad y alegría; una etapa donde a través de una serie de juegos nos adentramos  a un mundo nuevo: el conocimiento de las letras para poder expresarnos y, al ejercicio de la lectura para conocernos mejor. 

Casas grandes de adobe, cubiertas de teja roja, de una sola puerta de madera como entrada principal; con corredor y patio grande, con árboles de tamarindo y guamúchil, que obsequian su fruto y almacenan la historia de quienes ahí la  habitan; árboles con inmensas ramas que producen las mejores sombras para aminorar los calores de mayo y disfrutar la siesta. Vivienda pobre que anidó a niños en la segunda mitad del siglo veinte.

La travesía hacia la escuela cada mañana, con mochila a cuestas, de trapo y tirantes para soportar la carga compuesta de libros, libretas y demás utensilios de escuela. Así, todos los niños de la calle ocho poniente se van sumando. Caminamos esta calle, calle ancha de tierra suelta, impregnada de olores de sábila y una serie de troneras de una barda inconclusa; después de atravesar la barranca caminamos sobre calle pavimentada de tepetate rojo hasta llegar a una boca calle con el altar a la santa cruz y, dar vuelta donde habitaban familias dedicadas a la cría de ganado como los Torres y don Miguel León. Esta calle se componía de bardas muy prolongadas, que durante muchos años permanecieron escritas consignas de la lucha cristera y un mismo eslogan del partido político en el poder.

Los de mi generación fuimos afortunados. Mi padre me inscribió desde el kínder y luego me incorporé a la escuela primaria Filiberto Quiroz, todo el alumnado estaba formado por niños. Este inmueble, pudo haber sido el edificio de la primera Casa Consistorial en este rincón de la mixteca. Su entrada principal compuesta de una serie de arcadas sin techo; solo en la parte oriente, el último arco se encontraba sobre una base cuadrada. La entrada del edificio pasando el arco principal era un portón de madera alto y arqueado. Sus aulas, suficientes para cubrir los grados del primero al sexto; pupitres de madera para compartir con dos alumnos más. En el patio principal de la escuela se encontraba la cancha de basquetbol, donde el tablero de lado sur colgaba un trozo de riel el cual se golpeaba para anunciar la entrada, el recreo y la salida de cada jornada escolar.

El primer año, seguro nunca se olvida, como al maestro, nuestro primer guía. Fue la maestra Hermelinda Morales la que impartía el primer grado, ella vivía  muy cerca, en la casa donde nació nuestro prócer el cura Mariano Antonio Tapia, este lugar es muy conocido, más porque es una panadería muy antigua. Frente a la escuela uno de los mayores espacios que tuvo Chiautla fue la plazuela conocida como el Palacio Viejo. Con la maestra Hermelinda conocimos las primeras letras y a unir las también las primeras sílabas; todo ello era para nosotros toda una proeza como alumnos. Ello nos recordaba cuando de nuestra boca salieron nuestras primeras palabras: ¡mamá! ¡papá!. Ya en la escuela, fue precisamente una de las primeras palabras que escribimos; también aprendimos a contar y nos iniciamos en la lectura. Etapa de inocencia, pero recuerdo que en el año de 1962 en casa “Quinta Suriana” del matrimonio Tapia Gil, en la calle Reforma, que ya contaba con televisión  blanco y negro, el 22 de noviembre de ese año transmitía
n el atentado a John F. Kennedy, presidente de los Estados Unidos. Me acerque más por curiosidad, había gente en la calle y vi a los parroquianos incrédulos e impactados por la noticia. Mi papá en ese tiempo tenía la panadería a la vuelta, en la calle 9 norte.

Nuestros inicios como estudiantes culminarían con el sexto año, donde ya fuimos capaces de resolver problemas aplicando la aritmética. Nuestros libros de matemáticas, español, geografía, historia, civismo, todos sin duda nos habían transformado para tomar nuevos rumbos. Esos seis años nos cambió por completo. Basta recordar que nuestros padres no tuvieron la misma oportunidad para estudiar. Fuimos hijos de campesinos, panaderos, albañiles, comerciantes. Nosotros teníamos la posibilidad de continuar nuestros estudios en la escuela secundaria Mariano Antonio Tapia que ya se había consolidado y mantenía su prestigio en la mixteca.

Recuerdo estando en la primaria, un mes de mayo, en mi grupo hubo un concurso de dibujo alusivo al cercano día de las madres. El primer lugar le correspondería el premio de un peso en moneda nacional. Cerca del día del veredicto como en muchas tardes, jugábamos en la cancha de básquetbol ubicada en el Palacio Viejo, la cancha que formaba parte de la plazuela, estaba frente a la panadería, solo la dividía la calle. Fue ahí donde me enteré que mi dibujo era uno de los finalistas. Mi dibujo a lápiz, representaba a una madre cariñosa que mantenía en su regazo a su pequeño hijo, una madre con su mirada tierna, con brazos firmes  acariciando con mucha ternura al crío. Mi dibujo, recuerdo muy bien que le realcé sombras con tonos fuertes y claros; trate que mi dibujo tuviera vida y resaltara con dichos tonos.

En la terna final se encontraba mi compañero Luis Vázquez que siempre se distinguió por ser el primero del grupo y el otro era Leobardo Valle. Esperamos el día de la ceremonia para conocer el resultado. Fue para mí una sorpresa que mi dibujo ocupara el primer lugar. Emocionado y con el dinero de premio espere la hora del recreo para comprar una torta preparada que en la escuela las vendía mi tía Manuela – en la secundaria era su hija Engracia-, me compré además un refresco titán, su envase era grande, bueno, creo que no sabía qué hacer con tanto dinero. Desgraciadamente este logro sólo lo pude compartir con mi madre, mi padre tenía poco que había fallecido. El dibujo fue algo que descubrí con dicho concurso.

Mi madre siempre presumía al platero José Luis Rodríguez Alconedo, pintor e insurgente que acompaño al cura José María Morelos y Pavón en la gesta de la independencia  Leía una y otra vez un libro que su sobrino el pintor de la familia y de Chiautla, Ezequiel Alconedo le había obsequiado. Este libro siempre lo guardó celosamente. Seguramente dibujar y pintar corre por nuestra sangre. Eso me decía mi madre.

Pasamos a la escuela secundaria Mariano Antonio Tapia que era conducida por el profesor Manuel González Romero. Esta institución fue  reconstruida por los primeros alumnos y que a principios del siglo XX fue escuela primaria a cargo del profesor Martiniano Guerrero y  como uno de sus alumnos el niño Gilberto Bosques Saldívar. Ubicada frente a la escuela primaria Leona Vicario, donde estudiaban las niñas; ambas escuelas colindantes con la portada principal del ex convento agustino construido en la segunda mitad del siglo XVI. Maestros excelentes en esta institución los que me formaron en los finales de los 1960. Con nueva modalidad de enseñanza, horario para cada materia y, algo nuevo para nosotros, compartir el aula con el sexo femenino. 

*Miembro fundador de Alianza Ciudadana Mixteca de Chiautla de Tapia, A. C.


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