Miércoles, 20 Abril 2022 09:45

Hay que honrar a los ancianos: Papa Francisco

En la audiencia general, el Papa retoma el ciclo de catequesis observando que no siempre en las sociedades se presta atención a devolver a nuestros ancianos el amor recibido, con la ternura y el respeto debidos. Por eso, invitó a las familias a acercar a sus hijos a los abuelos y a no desatenderlos cuando sean huéspedes de una residencia de ancianos o de reposo.

Ciudad del Vaticano. - "Honrarás a tu padre y a tu madre": es a partir de este mandamiento que el Papa Francisco ofrece su reflexión en la audiencia general de este miércoles de nuevo en una abarrotada Plaza de San Pedro. Con un subtítulo: el amor por la vida vivida. Así continúa el ciclo de catequesis dedicado a los ancianos vista hoy en su experiencia de fragilidad, desconcierto, desilusión y a menudo abandono. Debemos hacer de todo para sostenerla, recomienda el Papa, en nuestras sociedades aún no hacemos lo suficiente.

Devolver el amor honrando a los ancianos

Los estados de fragilidad, observa el Papa Francisco, pueden darse en todas las etapas de la vida, pero cuando tocan la vejez provocan en los demás una especie de acostumbramiento, cuando no de fastidio, porque en cualquier caso se piensa que la vida "ya ha sido vivida". El amor que se derrama sobre nuestro futuro, hace notar el Papa, no se devuelve con la misma fuerza "sobre la vida que queda atrás" y esto ya habla de la gratuidad del amor que los padres conocen tan bien. Pero es posible una "restitución del amor", rendida en forma de honor a los que nos han precedido, un honor "sellado por el mandamiento de Dios". Francisco lo explica:

"Honrarás a tu padre y a tu madre" es un compromiso solemne, el primero de la "segunda tabla " de los Diez Mandamientos. No se trata sólo del propio padre y de la propia madre. Se trata de la generación y las generaciones precedentes, cuya despedida también puede ser lenta y prolongada, creando un tiempo y un espacio de convivencia a largo plazo con las otras edades de la vida. En otras palabras, se trata de la vejez de la vida.

El desprecio por la persona que nos precede en edad produce cosas horribles

El honor significa también ternura y respeto, conceptos que hoy, continúa el Papa, definimos con la palabra "dignidad".  "Honrar al padre y a la madre, añade, honrar a los ancianos es reconocer la dignidad que tienen". A continuación, afirma que el cuidado de los enfermos o de los que ya no son autosuficientes puede carecer de honor, y describe algunas actitudes o situaciones en las que "un exceso de confianza" hace perder de vista la delicadeza y se convierte en "aspereza y prevaricación":

Cuando la debilidad es reprendida, e incluso castigada, como si fuera una culpa. Cuando el desconcierto y la confusión se convierten en una apertura para la burla y la agresividad. Puede ocurrir incluso en el hogar, en residencias de ancianos, así como en oficinas o en los espacios abiertos de la ciudad. Fomentar en los jóvenes, aunque sea indirectamente, una actitud de condescendencia -e incluso de desprecio- hacia los ancianos, sus debilidades y sus precariedades, produce cosas horribles.

Y entre las horribles consecuencias, el Papa recuerda el caso de unos jóvenes que llegaron a prender fuego a un "vagabundo" considerándolo nada más que "un desecho humano".

El respeto reservado al viejo Noé

El desprecio a un anciano, afirma, deshonra a todos, y cita un pasaje de la historia de Noé que enseña mucho a este respecto:

El viejo Noé, héroe del diluvio y gran trabajador, yace descompuesto tras haber bebido demasiado. Ya es viejo, pero ha bebido demasiado. Sus hijos, para no despertarlo en la vergüenza, lo cubren con delicadeza, con los ojos bajos, con gran respeto. Este texto es muy hermoso y lo dice todo sobre el honor que se le debe al anciano. Cubrir las debilidades del anciano, para no avergonzarlo.

Educar a los niños para que estén cerca de sus abuelos

El Papa Francisco mira a las sociedades actuales para observar que, a pesar de los recursos materiales puestos a disposición de los ancianos, la lucha "por la restitución de esa forma especial de amor que es el honor" parece todavía frágil. De ahí su exhortación a sostener más a "los que son sensibles a esta forma decisiva de 'civilización del amor'". Luego añade:

Y sobre esto me permito aconsejar a los padres: por favor, acerquen a sus hijos, a los niños, a los hijos jóvenes a los ancianos, acérquenlos siempre. Y cuando el anciano esté enfermo, un poco fuera de sí, acérquenlos siempre a él: que sepan que esta es nuestra carne, que esto es lo que ha hecho posible que estemos aquí ahora. Por favor, no alejar a los ancianos. Y si no hay más remedio que enviarlos a una residencia de ancianos, por favor, visítenlos y lleven a los niños a verlos.

El honor por la vida vivida, concluye el Papa, "no es cosa de viejos", es un comportamiento que beneficiará a las nuevas generaciones que heredarán sus mayores cualidades. Es una "verdadera revolución cultural", dice el Papa, para la que pide la ayuda del Espíritu Santo.

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Artículo | Algo Más Que Palabras

“El retorno a la cuna de la vida y del amor, es lo que nos transfigura como especie continuista”.
  
    Emparejados los derechos de género, nos resta encontrarnos y querernos, puesto que la relación varón-mujer es la que nos hace crecer y reencontrarnos como linaje. Por tanto, celebro que se nos inste a repensar sobre el propio ser humano, como persona única, evitando tanto una guerra de intereses mundanos como una uniformidad de identidades. Cada uno es como es y todos nos merecemos el fundamento moral que  nos dignifica como persona. A partir de aquí, la genialidad es conjunta y nadie puede ser discriminado, pues la sociedad se construye armónicamente desde las diferencias naturales, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la aproximación y de la existencia. En consecuencia, el entendimiento de unos hacia otros es esencial. De ahí que todos nos merezcamos una actitud de apertura, de respeto, de acogida y de ternura.

    Ciertamente, es el momento de mirar el camino recorrido y de reconocer, más allá de la cuestión mundana de género, que gracias a esa complementariedad de lo “masculino” y de lo “femenino” lo “humano” se ha hecho más poesía, más unidad y más unión. Precisamente, es esta inspiración poética la que nos enriquece y embellece, la que nos hace ser responsables y sentir esta versatilidad de níveo amor, en el conjunto de la obra de la creación. Desde luego, la mujer y el hombre reencontrados en expresiva alianza, son el mejor patrimonio constitutivo de la humanidad, puesto que por sí mismos, se asombran y no se ensombrecen, hacen familia y fraternizan. Por ello, es fundamental eliminar todas las prácticas nocivas que nos deshumanizan y separan, así como de violencia que nos acorralan perennemente. No olvidemos, que el retorno a la cuna de la vida y del amor, es lo que nos transfigura como especie continuista.

    Sea como fuere, pienso que hemos sido convocados para ese camino de comunión literaria, en el que la estrofa es el pulso de cada cual y en la que su métrica ha de ser un lenguaje de paz. No  importa el género, lo que interesa es la reunión, los diversos gestos y las manos tendidas, para gestar una humanidad que conforme un gran grupo, con más corazón que coraza, dispuesto a vivir y a convivir en esa casa común que es la tierra, con el buen obrar de hacer propio un horizonte trascendente de valores. En este sentido, la Organización de las Naciones Unidas, hace años, forjaba de manera pública y solemne la Declaración universal de los derechos humanos. Con dicho documento, el tronco humano reaccionaba ante los horrores de la Segunda Guerra Mundial, reconociendo la propia unidad basada en la igual decencia, sean mujeres u hombres. Por aquel entonces, hemos de reconocer que fue un paso decisivo en el camino difícil y laborioso hacia la concordia.

    Con el paso del tiempo, hoy nos toca a nosotros, con nuestras acciones, ser más humanitarios, cuando menos para poder superar ciertos conflictos que nos devastan. Quizás tengamos que decir un “si” garante, como esa mujer y ese hombre, que deciden proyectar su energía en común. Sin duda, dicho lo cual, es cardinal que cada uno se esfuerce en vivir su propia historia con una actitud solidaria, reconociendo en este desprendimiento de uno mismo la fuente de la propia existencia y la de los demás. Sobre la base de este umbral significativo se puede percibir el valor incondicionado de todo ser humano (no importa para nada el género) y, así, poner las premisas para la construcción de una humanidad sosegada. Sin este fundamento vital, la sociedad es sólo una agrupación fría de ciudadanos, y no una corporación de moradores hermanados, llamados a formar un gran hogar. Tal vez, ubicado en el edén, donde gobierna el universo del verso como aire salvavidas.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 13 Febrero 2019 14:47

La utopía es el umbral de toda mejora

Artículo | Algo Más Que Palabras

“Hay que unirse para hacer mundo, pero también para trabajar juntos, y acometer grandes sueños sabiendo estar despierto”.

    En lo que anhelamos ser, está el futuro; algo que es nuestro, de uno mismo, más interior que exterior, que pende en gran parte de la familia, de nuestra capacidad de hacer linaje, lo que requiere un verdadero diálogo entre todos nosotros, porque sin el otro tampoco hay porvenir para mí, de ahí la responsabilidad que pesa sobre cada cual, en la cimentación de ese horizonte armónico que todos nos merecemos por dignidad humana. En consecuencia, personalmente también pienso, como ya en su tiempo lo hacía el inolvidable escritor colombiano Gabriel García Márquez, que jamás es demasiado tarde para elevar una utopía que nos permita compartir la tierra, y así poder hermanarnos. Hemos de obligarnos a ello. Hay que unirse para hacer mundo, pero también para trabajar juntos, y acometer grandes sueños sabiendo estar despierto.

Es cierto que, en ocasiones, la realidad no acompaña, pero la esperanza del cambio es posible, a pesar de que un estudio reciente sobre “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: Tendencias 2019”, nos indique que durante el año pasado “la mayoría” de los 3300 millones de personas ocupadas carecían de la suficiente “seguridad económica, bienestar material e igualdad de oportunidades”, y además añade, que los progresos en la disminución de desempleo a nivel mundial no evidencian “una mejora de la calidad del trabajo”. Sea como fuere, son estos actuales déficits sociales, como el de trabajo decente y digno, sobre el que hay que actuar de manera global, puesto que la velocidad de reproducción de las desigualdades es un mal que nos inunda. Por desgracia, de cumplirse los pronósticos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el incremento de la población activa hará que aumente el número de desempleados a un ritmo de un millón de personas por año, llegando a los 174 millones de desocupados el año 2020.

    Por eso, es importante ese espíritu utópico que reivindico de manera consciente, al ser principio de toda mejora, que nos sirve para caminar y cuando menos para diseñar un futuro mejor. No le cortemos las alas a nadie, y máxime la de aquellas gentes que luchan por el cumplimiento de los derechos humanos, que batallan contra el cambio climático, que apuestan por la igualdad de género, por defender a los migrantes y refugiados. Llegado a este punto, tengo que reconocer que me gustan las mareas humanas activas, son mi debilidad; esa ciudadanía que construye puentes, que derriba muros, que integra la diversidad, que promueve la cultura del encuentro, que instruye y educa desde su ejemplaridad de quehaceres en el perdón y la reconciliación, en el sentido de la justicia, en el rechazo a la violencia, en el valor de unidad y unión universal. A veces de estos sueños surgen grandes oportunidades, y la misión que parecía casi imposible, se torna viable y hasta real, pues es la apertura de esas puertas pequeñas las que nos engrandecen y nos dan satisfacciones. Se me ocurre pensar en esas batalladoras mujeres de todo el mundo, que  poco a poco están haciendo de la desigualdad de género en la música, un problema cada vez más evidente. Algo que se ha presenciado en grandes eventos como los Premios Grammy de 2019, donde hubo una alta representación femenina y algunas artistas hablaron públicamente sobre la problemática.

    La misma utopía de los derechos humanos, que tiene en Europa su verdadero hogar, también en este continente europeísta los hemos degradado, cuando no ignorado, hasta límites extremos. Sólo hay que ver el trato que reciben algunos migrantes o el mercadeo de vidas humanas que a diario se producen en un orbe tan conflictivo como el presente, en parte por no avivar ese espíritu racional y moral, como valor esencial y bien supremo. Quizás, hoy más que nunca, estamos invitados a repetir este pulso creativo y natural de San Francisco de Asís: “Señor, haznos artífices de paz; donde domina el odio, que nosotros proclamemos el amor; donde hay ofensas, que nosotros ofrezcamos el perdón; donde abunda la discordia, que nosotros construyamos la paz”. Precisamente, es esta quietud utópica, la que debe instarnos a desarmarnos, a ofrecer el corazón, pues si el pan de cada día es vital o el mismo aire es necesario para vivir, también hemos de poner voluntad en impulsar el entendimiento entre semejantes. No habrá acuerdo sin firmeza, ni rectitud sin compasión, pero tampoco habrá conciliación sin acción poética o sin reacción soñadora.
 
 Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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Domingo, 24 Junio 2018 21:13

No todo se solventa con la prisión

Artículo | Algo Más Que Palabras

(Hay penas que sólo pueden penarse en familia)
   
    Globalizado el mundo, algo propio de unos moradores sociables, se requieren reglas de convivencia, y esfuerzo por entendernos. La realidad, sin embargo, muestra la existencia de ciertos actores dispuestos siempre a la venganza y al esparcimiento del odio. Esto requiere, desde luego, una respuesta adecuada, que no tiene porque ser una pena pública. Personalmente, pienso, que no todo se solventa con la prisión. Estar entre rejas, hoy por hoy, no significa garantía a posteriori de cambio de actitudes. Por ello, es importante multiplicar los esfuerzos encaminados al encuentro de unos y otros; puesto que, a pesar de que la generación actual posee el nivel educativo más alto de la historia, todavía queda mucho por hacer. Los planes educativos no suelen fomentar ese espíritu conciliador y comprensivo, tampoco permiten acceder a un trabajo decente, salir de la pobreza y alcanzar un nivel de bienestar satisfactorio.

En consecuencia, habrá que revisar y mundializar esas políticas penitenciarias, observando en todo momento, si en verdad están enfocadas en la prevención, el cumplimiento de la ley, la rehabilitación y reinserción social. De igual modo, habrá que incidir mucho más en  esa tarea formativa para la vida en familia. Hay males sociales, por otra parte, que requerirán la implementación de otras políticas más humanitarias y de inclusión social.

De pronto, nos hemos convertido en jueces. Cuestión deplorable. Olvidamos que la falta de libertad es, sin duda, una de las carencias más fuertes. No podemos seguir marginando a nuestros análogos. De ahí, la importancia de que todos los gobiernos del planeta y sociedades en general, deban activar el propósito de abordar las desigualdades socioeconómicas sistemáticas, facilitando con la escucha, siempre la mano tendida, pues nos interesa a todos un futuro más equitativo, armónico, poniendo fin a la humillación y a esa bochornosa exclusión social, que tanto nos sacrifica en el momento presente.

Sea como fuere, ninguna sociedad cultivada en los verdaderos valores humanos, puede justificarlo todo con la reclusión, con enjaular a la gente. Nos hace falta otra apuesta más reconciliadora, o sí quieren, más esperanzadora. No es ninguna utopía. Se puede llevar a buen término, sólo hace falta rehabilitar a los culpables. No es fácil, lo sabemos, pero todos nos merecemos ser tratados con respeto y dignidad. Los argumentos contrarios a la pena de muerte son muchos y bien conocidos. Cualquier condena que perpetúe la privación de libertad es una pena destructiva oculta. O la misma prisión preventiva, utilizada de manera abusiva como anticipo a la pena, tampoco resuelve nada. Ya no hablemos de otras sanciones inhumanas y degradantes como puede ser la tortura, la imposibilidad de comunicarse. Todas estas penurias suelen provocar sufrimientos psíquicos y físicos de difícil reparación. Téngase en cuenta que todos tenemos el derecho de poder levantarnos de nuevo y de rectificar. Además, pensemos que no suele haber acción justa, que no lleve implícitamente también un acto de clemencia y humanidad.

En efecto, ninguno somos perfectos. Cuánta necesidad tiene el mundo de ser un poco más generoso hacia sus equivalentes, de ser menos enjuiciadores y más protectores. Precisamente, ya lo advertía en su época el inolvidable matemático y filósofo griego Tales de Mileto (624 AC-546 AC): “la cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás”. Así es, en lugar de dignificarnos y de ayudarnos a hacer la transición desde el horror a la curación,  rápidamente condenamos a cualquiera, sin analizar las causas y los motivos, para poder crear nuevas ocasiones de rescate, para que quien se haya equivocado comprenda el mal hecho y vuelva a ser más corazón que mercancía, más verso que barrotes.

En otro tiempo, en el que tuve la dicha, como voluntario de prisiones, de activar aquel anhelo humanista, que titulé: “De los sueños a la vida”; y que, no era otra cosa, que una invitación a renacer de las cenizas. Con el paso de los años, sigo pensando que nos urge hacer más humana la vida en la cárcel. Aquellos acompañamientos culturales fueron inolvidables. Como decía un preso, que llevaba toda su vida entre rejas, vamos a poner el talento al servicio del arte, del diálogo, con la fuerza liberadora del amor en definitiva. Por momentos, el ambiente carcelario abría ventanas con los poetas, dibujaba horizontes con los pintores, y con algunos cantaores, se profundizaba en la mística. Quizás debería volver algún día a llorar con vosotros. Cuántas lágrimas he visto caer por las mejillas de internos que nunca habían llorado en su vida, y por el mero hecho de sentirse acompañados y queridos, se derrumbaban entre sollozos. Por eso, lo estoy madurando, tal vez necesite gemir con vosotros la pena que llevo dentro, la de un mundo deshumanizado como jamás.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 13 Junio 2018 13:50

Todo está en nosotros

Artículo | Algo Más Que Palabras
 
    Toda esta vida es un caminar en tránsito haciendo familia, hacia un mundo global, hacia una patria celeste; y, por ello, es de justicia alzarse, ayudar a levantarse, y vivir favoreciendo los encuentros, para que nadie quede excluido, de ese bienestar que es buscado y anhelado por cualquier ser humano. En efecto, todo está en nosotros, somos la esencia del hacer, la luz que nos esclarece o las tinieblas que nos degradan. Sin duda, el momento actual puede ser desastroso o esperanzador, todo va a depender de nuestras actitudes de acogida y protección, de colaboración y hermanamiento. Ha de hermanarse la humanidad. Entiéndase bien el término.  Para empezar hay que decir ¡no! a cualquier tipo de rechazo. Los diversos gobiernos del mundo no pueden permanecer indiferentes ante ese mundo migrante que nos desborda, pero que es objeto de un tráfico ilícito como jamás se ha conocido. A propósito, un estudio reciente describe las principales rutas de contrabando y concluye que este tipo de trata es particularmente elevada entre los refugiados que, por falta de otros medios, necesitan recurrir a piratas para llegar a un destino seguro cuando huyen de sus países de origen. Bajo esta bochornosa realidad, es preciso ponerse en acción para un desarrollo humano más integrador, puesto que cualquiera de nosotros podemos ser mercancía de unos traficantes sin escrúpulos. Toca, pues, hacer piña en todo el orbe para poder dignificar cualquier existencia por ínfima que nos parezca.

    En nosotros radica todo, el derecho a movernos o a no movernos, a emigrar o a no emigrar, porque el mundo es para todo ser humano, no únicamente para los privilegiados. No pongamos tantas barreras. Precisamente, el Día Internacional de las Remesas Familiares, que se celebra cada 16 de junio, está orientado a reconocer la importante contribución financiera de los trabajadores migrantes al bienestar de sus familias en sus lugares de origen y al desarrollo sostenible de sus países. También tiene como propósito alentar a los sectores público y privado y a la sociedad civil a hacer más y a colaborar para que esos fondos tengan el mayor impacto en los países en desarrollo. Por ejemplo, hay que hacer justicia en un mundo de tantas desigualdades, y aunque nos duela, no se trata de incrementar el bienestar de unos pocos, sino la dicha de toda persona. Nos corresponde reparar no tanto los discursos como las acciones,  dejémonos de dar migajas, donémonos en alma y cuerpo hacia aquellos con los que nadie cuenta, hagamos valer los derechos fundamentales en todos, y pongamos en valía el vínculo que nos fraterniza como especie pensante. Querer es poder. Que nadie se confunda optando por un espíritu destructor. Únicamente cultivándonos corazón a corazón podemos construir moradas que nos concilien, nos unan y simpaticen. Esta es la cuestión. Sobre esto, en el fondo, se funda el trascendente valor de la hospitalidad, ofrecida a cualquier migrante necesitado de refugio.

    En un momento de tantas huidas y abandonos, por el impacto de mil conflictos y violencias, urge que los países trabajen unidos para brindar seguridad a quienes la reclaman. De nosotros, y exclusivamente de cada cual, va a depender que cese esta atmósfera de preocupaciones, reconstruyendo vidas, o lo que es lo mismo, activando otros cultos con el lenguaje del entusiasmo, sabiendo que las cosas que crecen desde el amor, jamás desfallecen, y que quien protege existencias, acrecienta la suya también. Hoy más que nunca, las palabras de san Juan Pablo II nos estimulan a ese cambio en nuestro modo de ser y de actuar: “Si son muchos los que comparten el sueño de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en casa común”.  Ojalá aprendamos a ser para los demás antes que para nosotros mismos. Por esta razón, es vital impulsar otras políticas más sociales, o si prefieren más poéticas, en el sentido de que todos somos necesarios e imprescindibles, también los migrantes y refugiados, los excluidos y marginados por este sistema injusto que se dice productivo, que nos endiosa hasta el punto de pensar que el mundo es nuestro o de unos pocos. La necedad no puede ser mayor. Organicémonos de otro modo más acorde con lo armónico, para que nadie se sienta un extraño, y todos nos podamos sentir útiles en la creación de ese cielo habitable, con más poesía que poder, con más horizontes que muros, con más autenticidad que falsedades. En cualquier caso, estamos en camino, para servir, no para servirnos del débil, algo tan aborrecible como comer su propia carne.   

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Domingo, 20 Mayo 2018 11:31

Todo se hace y se transmite en familia

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    Por amor todo se alcanza, y cuando se cultiva en familia, el avance hacia lo armónico es una realidad que va más allá de las palabras, puesto que es el mayor signo esperanzador, que una especie puede aglutinar. Ciertamente, los tiempos actuales no son fáciles para nadie, quizás nunca lo han sido, pero en nuestra misión está vivir con ilusión la propia responsabilidad que todos tenemos, en mayor o menor medida, ante el mundo. Con los conflictos creciendo por doquier, millones de niños corren el riesgo de crecer sin amor, sin referentes, ni educación alguna. Por si fueran pocos los trances, además cada día es más complicado comunicarse corazón a corazón, algo que se propiciaba desde la misma familia, haciendo linaje amando, pues amar es vivir desviviéndose por aquellos que nos quieren.

El querer lo es todo en el camino. Es la voluntad la que nos eleva y reconcilia. Por desgracia, hay mucho falso que quiere a su modo echar por tierra nuestros propios sueños. Saber conciliar es una experiencia poco activa en estos tiempos de aislamiento y de poca serenidad, donde lo que prolifera es el egoísmo y la venganza. Bajo estas maldades, evidentemente, resulta complicado interiorizar valores que nos insten a dejar estas atmósferas perversas y crueles, de inclinaciones compulsivas deshumanizantes y antisociales. Con razón, Naciones Unidas, estima que todas las partes en hostilidad mantengan, en todo momento, su obligación de proteger a los civiles de todo daño, reparándoles si fuera menester.

Justamente, todas las batallas son absurdas y hay que comenzar por la familia, que es donde realmente se emprenden y se desarrollan los primeros hábitos de convivencia y respeto, para poder trasladar ese espíritu de concordia a la sociedad, hambrienta como nunca de sociabilidad. Cuando falla ese lazo social, el derrumbe es un hecho y se impone la anestesia. El mismo sufrimiento de nuestros análogos apenas nos conmueve. En consecuencia, nuestra nueva política ha de ser más de acompañamiento e integración hacia esos espíritus frágiles, deseosos de otros itinerarios más pacíficos y hospitalarios. Hemos de reconocer que así brota la ternura, tan olvidada en el presente, capaz de suscitar a nuestro alrededor el gozo de sentirnos algo para alguien, que no es otra que la satisfacción de creernos amados en definitiva.

Por otra parte, en el auténtico hogar todo es de todos, hay un signo de pertenencia y de comprensión, y lo que ha de corregirse se hace desde el amor. Verdaderamente, así es como se avanza en humanidad, porque hasta el mismo espíritu digno no se concibe como tal, si antes no se ha vivido desde dentro y en grupo. Precisamente, esa incoherencia que prolifera en nuestras acciones muchas veces, se debe a una falta de convicción sólida que estuvo ausente en nuestros primeros lenguajes. De ahí, la trascendencia de esa formación de afecto en las moradas, que es lo que inspira en lo sucesivo un amoroso fervor. Ya lo decía en su época, el inolvidable filósofo y escritor francés, Voltaire (1694-1778): “No siempre depende de nosotros ser pobres; pero siempre depende de nosotros hacer respetar nuestra pobreza”. Desde luego, mientras más logremos considerarnos unos hacia otros, más crecerá ese ánimo solidario para el que hemos de estar en misión permanente.

Nunca es tarde para reconstruir una familia, por muchas generaciones que aglutine. Hay historias en el camino de la vida, como ese último deseo de una bisabuela de 111 años, Layla (refugiada siria), que ahora vive en Atenas (Grecia), pero que espera reunirse con sus nietas en Alemania, que nos hablan de ese amor profundo, de vivir unidos para siempre, que merecen nuestra sintonía. Es un querer más hondo, tal vez sea una fuerza sobrehumana, capaz de mover montañas, pues las decisiones del corazón involucran toda existencia. Por eso, aquellos que maldicen contra la familia, o la ignoran, no saben que viven por ellos, y a ellos han de volver, para vivir en ese níveo amor que todos buscamos.

En suma, que todo se hace (y renace) a través de ese espíritu de unidad y de todo en común. No tiene sentido, por tanto, ese afán disgregador, siempre destructor, en la medida que nos debilita como seres humanos por muy endiosados que estemos. Sea como fuere, no podemos prescindir de ese tronco que nos hermana y nos exige generosidad, poniendo en valor nuestra capacidad de entrega a los demás. Desmembrado de las raíces es como matarnos a nosotros mismos. Lo esencial es el amor y la adhesión al propio deseo de amar. Haciéndolo en familia, es escuela de vida; en cambio, la barbarie intrafamiliar es corriente de resentimiento y desprecio. Elijamos, sin hacer alarde ni agrandarse, aquello que nos sostiene y nos sustenta: ¡amarnos! Y empecemos, por nuestra propia familia. Veremos cómo cambia la sociedad y se humaniza. 

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Freeditorial presenta el libro: Un texto de 124 páginas escrito en la cercanía del líder cubano, quien gobernó la isla caribeña por 32 años

CDMX.- 7 de abril de 2018.- Justo en un momento de transición clave para Cuba como es un cambio de Gobierno, Freeditorial.com/es presenta, en exclusiva mundial, el libro “Yo fui guardaespaldas de Fidel Castro y su familia”, escrito y narrado en primera persona por e-Maro (seudónimo), quien fue uno de los escoltas personales del líder de la revolución cubana y su familia, entre 1980 y 1991.

La mayor biblioteca online en español del mundo, trae este relato que puede leerse de forma gratuita ingresando a freeditorial.com/es, tal y como los más de 50.000 libros de literatura y otros sobre temas de interés actual se encuentran en este site.

De forma sencilla, con fluidez y valentía, e-Maro, quien actualmente es perseguido políticamente en Cuba, cuenta en 124 páginas lo que fue su vida cotidiana, sus experiencias y anécdotas  durante los diez años que estuvo al servicio de la seguridad “del hombre más buscado del planeta, a quien medio mundo quería matar, y el otro medio proteger. Tan famoso como Hitler pero menos conocido, pues su vida privada era absolutamente secreta”, tal y como él lo define en su libro.

El documento historiográfico fue escrito justo cuando e-Maro estaba de guardia en la residencia de Fidel Castro. “Muchas veces con un papel doblado y apoyado sobre mi fusil AK 47 recortado (…) Me divertía mucho pensar que anotaba cosas a la misma vez que sucedían sin que nadie, absolutamente nadie, lo notase por casi diez años, incluso bajo la mirada directa de Fidel Castro (El Jefe, como nosotros lo llamábamos), lo cual, pensándolo ahora, me pudo haber costado muy caro”, refiere el autor.

El libro fue escrito en la década de 1980 en su totalidad y narra desde su experiencia personal cómo era la Cuba patrocinada por la antigua URSS, “la mejor época en calidad de vida para los cubanos”, y la transición hacia el “Período Especial de Tiempo de Guerra para Tiempo de Paz”, denominado así por Fidel, que el autor califica como “la peor historia de calamidades consecutivas para el pueblo cubano”.

“Siempre fui afortunado en mi carrera dentro de la Seguridad Personal y prosperé en ella, lo que me llevó a ser testigo –o mejor dicho, espectador-, de la familia Castro; de algunas de sus fortalezas y debilidades (…) El Viejo era un hombre inteligente en todos los sentidos. Muchos lo consideraban un superdotado, pero era una persona normal con un elevado nivel de información y un eficiente equipo de apoyo (…) El Jefe era terrible y no admitía la menor réplica a cuanto decía. Nadie se atrevía a contradecirle (…) so pena de caer en su disfavor y desaparecer de la palestra pública”.

Éstas y muchas otras confesiones usted las puede leer en “Yo fui guardaespaldas de Fidel Castro y su familia”, disponible en Freeditorial.com/es para descargas gratuitas.

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Domingo, 06 Agosto 2017 18:33

La perspectiva del yo junto a los otros

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
Somos un mundo de contradicciones. Quizás deberíamos observarnos más y ver nuestras propias incoherencias. A veces quemamos nuestra vida en inutilidades, no en auxiliar o en ser agentes fundamentales del cambio social, tampoco en repensar la manera de estimular otros horizontes más armónicos o en ver el modo de crecer como seres pensantes, dispuestos a cohabitar, ya no solo estableciendo prioridades que nos pacifiquen, también instaurando alianzas que nos encaminen a una vida plena, donde la justicia y la libertad aniden en todos los lenguajes del alma. Lo que resulta deplorable es la acción de muchos gobiernos, dispuestos a invertirlo todo en armas, aunque después la población sufra una gran inseguridad, tanto en alimentos como en sanidad. Ojalá, en un día no muy distante, aprendamos a priorizar los derechos humanos, y a no ser sanguinarios ni trepas del poder, pues la realidad muestra la existencia de abecedarios que son verdaderos caudales de incitación a la venganza. Desde luego, partiendo de que vivir en contrariedad con la mente es el estado moral más insoportable, deberíamos convenir con nosotros mismos, ser más comprensivos y bondadosos.

Quizás tengamos que curarnos de este espíritu verdaderamente inhumano. No olvidemos que el número de personas que huyen de las atrocidades de sus análogos se acrecienta cada amanecer, y esto ha de servirnos de recordatorio, al menos para cambiar de actitudes. En consecuencia, veo bien que coincidiendo con la celebración del Día Internacional de la Juventud (12 de agosto), este año 2107, se ponga especial énfasis en su capacidad para participar en la configuración de una paz verdadera, contribuyendo así a la prevención y transformación de los conflictos, mediante la inclusión y la reconciliación de unos y otros. Ya lo decía el insigne escritor Francisco de Quevedo (1580-1645): “Lo que en la juventud se aprende, toda la vida dura”. De igual manera, hay que tener respeto por nuestros mayores y considerar su cátedra de vida como algo verdaderamente enriquecedor para todos. Ellos son la reserva cultural, la memoria de un tiempo; y, también, como decía el inolvidable médico Santiago Ramón y Cajal (1852-1934): “Nada me inspira más veneración y asombro que un anciano que sabe cambiar de opinión”. Ciertamente, los discernimientos de ayer no son los de hoy, pero el futuro de una especie supone necesariamente este encuentro, entre los jóvenes que imprimen vigor y los ancianos que robustecen de sabiduría, esa fuerza, con sus vivencias.

Acontezca lo que acontezca, en ese mañana, hemos de aspirar a un mundo menos desigual que el presente, donde cada ser humano pueda llevar una vida saludable, verdaderamente enriquecedora, independientemente de quién sea o dónde viva. En este sentido, creo que los Objetivos del Desarrollo Sostenible son una oportunidad única, cuando menos para mejorar esa perspectiva del yo junto a los otros, ya que si es primordial situar la educación y la salud en el centro de la agenda global, también es esencial comprometer a los países a fortalecer las alianzas para obtener resultados esperanzadores, frente al diluvio de incertidumbres y las inseguridades de cada día. Precisamente, la falta de fondos es uno de los mayores desafíos que afrontan los 47 países menos desarrollados del mundo para implementar la Agenda; y, lo que es más significativo, no podemos lograr ese desarrollo sustentable ni sostenible, con el que tanto se nos llena la boca, si hay personas a las que se priva de oportunidades, de servicios y de la posibilidad de una vida mejor.

En todo caso, tenemos que dejar de ser excluyentes, pues resulta paradójico, que digamos una cosa y hagamos la contraria. Junto a esta atrocidad cultural que tanto nos margina y divide, necesitamos integrar sistemáticamente la migración y el cambio climático en los programas nacionales de desarrollo y reducción de la pobreza. Al presente, y tal vez más que nunca, es necesario invertir en los medios de vida rurales, en oportunidades de empleo digno para los jóvenes y en planes de protección social para riesgos de desastre, a la vez de trabajar por no descartar a nadie. No podemos considerar a las personas según respondan o no a un criterio útil de inversión. Hemos de concienciarnos de que toda la humanidad, en su acervo, es activamente fructífera. Todos tenemos un lugar en esta vida y, como tal, debemos propiciar nuestra visión y compartirla con otras, hasta llegar a confluir todas. Algo muy útil para no perderse. Por eso, más que estar dentro del mercado, hay que estar dentro de las situaciones y ver la manera de solventar las injusticias que puedan producirse.

Bajo esta configuración del yo intergeneracional, hay que hacer familia, o si quieren sociedad; y, por ello, es vital la formación de personas dotadas de altas cualidades morales, profundamente adheridas  a los nobles ideales de paz, libertad, dignidad e igualdad para todos, lo que nos exige respeto y amor para consigo mismo, los otros, y el mismo medio ambiente. Sea como fuere, hay que movilizar la responsabilidad colectiva mundial para poder hacer frente al conjunto de graves problemas y desafíos a los que se enfrenta la humanidad, apostando por ser más cooperadores y colaboradores con la defensa del interés general. Esta es la cuestión de fondo que, sin duda, requiere de un cambio interior del corazón, pues aparte de rechazar modelos insostenibles de consumo y de producción, hemos de impugnar también ese afán de los poderosos por aglutinar cosas de manera verdaderamente usurera. Es de justicia, por tanto, reclamar el derecho de todos los ciudadanos del mundo a conocer de primera mano la increíble diversidad de nuestro planeta y su belleza a través de los diversos rincones habitables. Objetivamente, resulta bochornoso que haya islas y parajes extensivos privados, que debieran tener accesibilidad universal y no la tienen. Así, no podemos avanzar en esa renovada construcción del género humano, pues frente a tantas discrepancias culturales, hay que retomar otras aspiraciones más globales, que nos lleven a dignificarnos y a ser más responsables con lo que podemos ofrecer a nuestros semejantes, dada la interdependencia cada vez más estrecha y su progresiva universalización.

Ha llegado el momento, si me lo permite el lector, de mirar hacia lo alto y de pensar en grande, cada cual consigo mismo, junto a los otros, con un corazón lleno de pasión y compasión. No podemos quedar parados o instalados en nuestra plegaria o comodidad. Si en verdad queremos activar ese bien colectivo, hemos de renunciar a todo privilegio para vivir una vida verdaderamente vinculada a los demás, de entrega y de obrar de acuerdo a un orden social más justo, lo que nos reclama a vivificarlo con nuestro amor. Estoy convencido que el grado de cumplimiento de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, va a depender de la propia exigencia de cada cual. Humanizarnos es prioritario, debe serlo. Hemos de sentirnos cercanos en la acción, pero de igual modo hay que consumar lo humanitario. Al fin y al cabo, no es como se crezca, sino como se redistribuya todo. Ya sabemos que las proyecciones indican que México y Centroamérica serán las economías con una mayor expansión, 2,5% en promedio, gracias al aumento de las remesas y a las mejores expectativas de crecimiento en Estados Unidos. Lo que no sabemos, o no queremos saber, si se va a poner freno para que no aumente el número de migrantes que muere cruzando la frontera entre EEUU y México, en busca del espejismo americano. Toca despertar. La vida es mucho más interesante que los sueños, sobre todo si se ha empezado a  vivir seriamente por dentro.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Miércoles, 02 Noviembre 2016 21:37

Hemos enfermado el alma (hay que reeducarse)

Artículo | Algo Más Que Palabras

     El mundo tiene que reeducarse, lo que conlleva una regeneración de modos y maneras de vivir. Las culturas han de abrirse a originales cultivos, las civilizaciones a nuevas convivencias, con el lenguaje de la comprensión y compasión como tarea a asimilar, como principio y norma de vida. Ciertamente, hemos progresado en muchas cosas, todavía nos falta propiciar un entendimiento, quizás tengamos que cambiar de mentalidad, volvernos más sensibles, más auténticos, más interiores que exteriores, más humanos en definitiva. Para ello, nos hace falta activar con urgencia una educación más trascendente, más de actitudes para con los demás y conmigo mismo, más de abrir la puerta a los valores humanos desde la entrega generosa. En efecto, hemos de actuar más con el espíritu. No cerremos horizontes. Tampoco nos encerremos en nuestras ideas, escuchemos otras, compartamos experiencias, proyectos y vivencias. La heterogeneidad de la especie humana, sin duda, nos ha de motivar a confluir en la búsqueda permanente, pues el enriquecimiento será mutuo, en la medida  en que nos dignifiquemos unos a otros.

    Con frecuencia, nos han reeducado para la competitividad, para el encontronazo de unos hacia otros, como si la vida necesitase de una lucha salvaje entre moradores de un mismo linaje. Maldita deshumanización. Esta frialdad de entrañas nos avergüenzan como seres pensantes. No es cuestión de volvernos selectivos, y menos máquinas productivas que cuando no sirven se les abandona, de discriminar y dividir. Por eso, hoy en día tenemos que empezar de nuevo, a reponer voluntades, a sentirnos libres de ideologías, a distanciarnos menos y a convivir mejor. Los resultados son verdaderamente desastrosos. Podemos tenerlo todo y no tener nada. Muchas personas han dejado de tener familia, malviven en la dictadura del endiosamiento, y se atiborran de cosas que tampoco les colman ni les calman, porque no sienten, ni padecen, al faltarles ese soplo humano que acciona el entusiasmo y el cariño. Todas las escuelas del mundo tienen que volver a empezar a enseñar a amarnos desinteresadamente, a servirnos raciones de luz que nos retornen a la verdadera vida, que no es otra que la que se vive en relación con las conciencias.

    Nos hemos destrozado; y, lo peor, es que andamos desorientados. Necesitamos tomar nuevos rumbos, restablecer pactos en los que la donación tome vínculo de acción. Los caminos pueden ser diversos, pero hay que impulsar el lenguaje del corazón por encima del idioma de la cabeza. No es más feliz el que más sabe, sino el que menos necesita y más sirve. Los planes educativas, sálvese el país que pueda, más que enseñar a pensar, adoctrinan a competir, y en lugar de ayudar a sentirse uno bien, no le dejan ni respirar. Quizás tengamos que pararnos para recuperar el nervio y poder decir ¡basta!. La educación no ha de ser para unos pocos privilegiados, necesitamos sentirnos humanos todos, pues somos hijos del amor, no del mercado, ni de las finanzas. Tantas veces olvidamos que los seres humanos valemos todos igual, es cierto que cada cual ha de cumplir una misión, pero la posibilidad de recibir el sustento en valor humano no puede excluir a nadie. Ahora que la Declaración Universal de los Derechos Humanos es el documento más traducido en el planeta, alcanzando ya las quinientas traducciones en diferentes lenguas, debiéramos tomar cognición, templando el pecho, de lo mucho que representan este compromiso como fundamento de nuestro futuro común.

    La mejor carrera que hemos de darnos como especie, es el retorno a la familia, a la comunión de familias humanas; y, las escuelas, en este sentido, han de propiciar con sus enseñanzas un futuro más armónico. El porvenir está en esos maestros y en los  niños que acuden. De ahí la importancia de avivar una docencia que nos enseñe a convivir libremente, donde no haya distinción de clases, y si algo hemos de predicar que sea con el ejemplo. La educación actual no ha servido para nada, si acaso para dormirnos en la autosatisfacción de pensar que con lo que sabemos ya es bastante, cuando en realidad hemos de estar siempre despiertos para poder avanzar y sentirnos útiles para los demás. Además, esta educación que se ofrece, dista mucho de obtener lo mejor de uno mismo, que es lo que en realidad más importa para poder cohabitar. No es algo naciente, ya lo decía en su tiempo el filósofo griego Platón: "el objetivo de la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano". Convendrán conmigo que la realidad es bien distinta, y que hoy el mundo, tiene una ciudadanía cada vez más inhumana y salvaje. Por desgracia, no hemos ascendido apenas nada. En ocasiones, tengo la sensación de retroceder a las tinieblas; y, en todo caso, lo que ha enfermado sí que es el alma, aunque hayamos ido a la escuela. ¡De pena!.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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