Este Jueves Santo, el Papa Francisco celebra la Misa Crismal en la Basílica de San Pedro. “Esto es lo que quiero compartir hoy con ustedes, queridos sacerdotes: que la hora del anuncio gozoso y la hora de la persecución y de la Cruz van juntas”.

Ciudad del vaticano. - Durante la homilía de la Misa Crismal el Papa enfatizó que “el anuncio de la Buena Noticia está ligado misteriosamente a la persecución y a la Cruz”. Seguidamente cita el texto de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, en la contemplación del Nacimiento y afirma: “nos hace mirar y considerar lo que hacen san José y nuestra Señora: «como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí. Después —agrega Ignacio—, reflexionando, sacar algún provecho espiritual» (Ejercicios Espirituales, 116).

A continuación, el Obispo de Roma plantea: ¿Qué reflexión podemos hacer para sacar provecho para nuestra vida sacerdotal al contemplar esta temprana presencia de la Cruz —de la incomprensión, del rechazo, de la persecución— en el inicio y en el centro mismo de la predicación evangélica? El Papa propone, entonces, dos reflexiones.

La cruz presente en la vida del Señor

Francisco afirma en primer lugar: “nos causa estupor comprobar que la Cruz está presente en la vida del Señor al inicio de su ministerio e incluso desde antes de su nacimiento”.

El Papa describe los diversos momentos en la vida de Jesús en los que está presente la cruz: “Está presente ya en la primera turbación de María ante el anuncio del Ángel; está presente en el insomnio de José, al sentirse obligado a abandonar a su prometida esposa; está presente en la persecución de Herodes y en las penurias que padece la Sagrada Familia, iguales a las de tantas familias que deben exiliarse de su patria”.

El Papa subraya que “la Cruz no es un suceso a posteriori, ocasional, producto de una coyuntura en la vida del Señor. Es verdad que todos los crucificadores de la historia hacen aparecer la Cruz como si fuera un daño colateral, pero no es así: la Cruz no depende de las circunstancias”.

Jesús no huye de la cruz, al contrario, “la abrazó en toda su integridad”. Y plantea el siguiente cuestionamiento: ¿Por qué Jesús abrazó la pasión entera, abrazó la traición y el abandono de sus amigos ya desde la última cena, aceptó la detención ilegal, el juicio sumario, la sentencia desmedida, la maldad innecesaria de las bofetadas y los escupitajos gratuitos…?” Y añade: “Pero cuando fue su hora, Él abrazó la Cruz entera. ¡Porque en la Cruz no hay ambigüedad! La Cruz no se negocia”.

El veneno del maligno insiste: sálvate a ti mismo

El Papa constata: “Es verdad que hay algo de la Cruz que es parte integral de nuestra condición humana, del límite y de la fragilidad. Pero también es verdad que hay algo, que sucede en la Cruz, que no es inherente a nuestra fragilidad, sino que es la mordedura de la serpiente, la cual, al ver al crucificado inerme, lo muerde, y pretende envenenar y desmentir toda su obra”.

Francisco continúa y dice: la mordedura de la serpiente “busca escandalizar, inmovilizar y volver estéril e insignificante todo servicio y sacrificio de amor por los demás. Es el veneno del maligno que sigue insistiendo: sálvate a ti mismo”.

Y en esta mordedura, insiste el Papa,  cruel y dolorosa, que pretende ser mortal, aparece finalmente el triunfo de Dios. San Máximo el Confesor nos hizo ver que con Jesús crucificado las cosas se invirtieron: al morder la Carne del Señor, el demonio no lo envenenó —sólo encontró en Él mansedumbre infinita y obediencia a la voluntad del Padre— sino que, por el contrario, junto con el anzuelo de la Cruz se tragó la Carne del Señor, que fue veneno para él y pasó a ser para nosotros el antídoto que neutraliza el poder del Maligno.[1]

Pidamos la gracia de sacar provecho de esta reflexión

El Papa se dirige a los sacerdotes y les invita a pedir la gracia de sacar provecho de esta enseñanza: “hay cruz en el anuncio del Evangelio, es verdad, pero es una Cruz que salva. Pacificada con la Sangre de Jesús, es una Cruz con la fuerza de la victoria de Cristo que vence el mal, que nos libra del Maligno. Abrazarla con Jesús y como Él, “desde antes” de salir a predicar, nos permite discernir y rechazar el veneno del escándalo con que el demonio nos querrá envenenar cuando inesperadamente sobrevenga una cruz en nuestra vida”.

“Pero nosotros no somos de los que retroceden (hypostoles)” (Hb 10,39)

«Pero nosotros no somos de los que retroceden (hypostoles)» (Hb 10,39) es el consejo que nos da el autor de la Carta a los Hebreos. Nosotros no nos escandalizamos, porque no se escandalizó Jesús al ver que su alegre anuncio de salvación a los pobres no resonaba puro, sino en medio de los gritos y amenazas de los que no querían oír su Palabra, afirma Francisco.

Seguidamente el Papa enumera algunos momentos de la vida de Cristo que podrían causar escándalo en la gente de su tiempo o en nosotros y concluye: “Y no nos escandalizamos porque el anuncio del Evangelio no recibe su eficacia de nuestras palabras elocuentes, sino de la fuerza de la Cruz (cf. 1 Co 1,17)”.

El Señor siempre responde a nuestras peticiones, pero a su modo divino

Quiero terminar con un recuerdo, dice el Papa Francisco:

Me gustaría concluir, dijo el Papa Francisco,  con un recuerdo. Una vez, en un momento muy oscuro de mi vida, le pedí al Señor una gracia, para que me librara de una situación dura y difícil. Un momento oscuro. Fui a predicar los Ejercicios Espirituales a unas monjas y el último día, como era costumbre entonces, se confesaron. Vino una monja muy mayor, con ojos claros, muy luminosos. Era una mujer de Dios. Entonces sentí el deseo de pedirle por mí y le dije: "Monja, como penitencia reza por mí, porque necesito una gracia. Pídelo al Señor. Y si se lo pides al Señor, seguro que me lo dará". Guardó silencio, esperó un buen rato, como si rezara, y luego me miró y dijo: "Ciertamente el Señor te dará la gracia, pero no te equivoques: te la dará a su manera divina". Esto me hizo mucho bien: sentir que el Señor siempre nos da lo que pedimos, pero lo hace a su manera divina. Este camino implica la cruz. No por masoquismo, sino por amor, por amor hasta el  final²

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“El Señor nos unge para ir a las diversas multitudes, siguiendo la dinámica de lo que podemos llamar una preferencialidad inclusiva”, lo recordó en su homilía el Santo Padre en la Misa Crismal celebrada en la Basílica de San Pedro este 18 de abril, con la bendición de los Santos óleos y la renovación de las promesas sacerdotales.

Ciudad del Vaticano.- “Al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción. Esto quiero decir: no somos repartidores de aceite en botella. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos re-ungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Misa Crismal celebrada en la Basílica de San Pedro, con la bendición de los Santos óleos y la renovación de las promesas sacerdotales, al inicio del Triduo Pascual.

“La Iglesia siempre tiene los ojos fijos en Jesucristo, el Ungido a quien el Espíritu envía para ungir al Pueblo de Dios”

La mira fija en el Señor

En su homilía, el Santo Padre comentando el Evangelio de Lucas que la liturgia presenta para este día, dijo que este relato nos hace revivir la emoción de aquel momento en el que el Señor hace suya la profecía de Isaías. “Los evangelios – señaló el Pontífice – nos presentan a menudo esta imagen del Señor en medio de la multitud, rodeado y apretujado por la gente que le acerca sus enfermos, le ruega que expulse los malos espíritus, escucha sus enseñanzas y camina con Él”.

“Mis ovejas oyen mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen”

La gracia de la cercanía con el pueblo

El Papa Francisco también afirmó que, el Señor nunca perdió este contacto directo con la gente, siempre mantuvo la gracia de la cercanía, con el pueblo en su conjunto y con cada persona en medio de esas multitudes. Lo vemos en su vida pública, y fue así desde el comienzo y también fue así en la Cruz; su Corazón atrae a todos hacia sí: Verónicas, cireneos, ladrones, centuriones. “No es despreciativo el término multitud. Quizás en el oído de alguno, multitud pueda sonar a masa anónima, indiferenciada. Pero en el Evangelio vemos que cuando interactúan con el Señor – que se mete en ellas como un pastor en su rebaño – las multitudes se transforman. En el interior de la gente se despierta el deseo de seguir a Jesús, brota la admiración, se cohesiona el discernimiento.

Misa Crismal presidida por el Papa Francisco

La gracia del seguimiento

El Santo Padre en la Misa Crismal invitó a reflexionar acerca de estas tres gracias que caracterizan la relación entre Jesús y la multitud. La primera es la gracia del seguimiento. Dice Lucas que las multitudes «lo buscaban» (Lc 4,42) y «lo seguían» (Lc 14,25), “lo apretujaban”, “lo rodeaban” (cf. Lc 8,42-45) y «se juntaban para escucharlo» (Lc 5,15). El seguimiento de la gente va más allá de todo cálculo, es un seguimiento incondicional, lleno de cariño. Contrasta con la mezquindad de los discípulos cuya actitud con la gente raya en crueldad cuando le sugieren al Señor que los despida, para que se busquen algo para comer. Aquí, creo yo, empezó el clericalismo: en este querer asegurarse la comida y la propia comodidad desentendiéndose de la gente. El Señor cortó en seco esta tentación. «¡Denles ustedes de comer!» (Mc 6,37), fue la respuesta de Jesús; «¡háganse cargo de la gente!».

La gracia de la admiración

La segunda gracia que recibe la multitud cuando sigue a Jesús – precisó el Papa – es la de una admiración llena de alegría. La gente se maravillaba con Jesús (cf. Lc 11,14), con sus milagros, pero sobre todo con su misma Persona. A la gente le encantaba saludarlo por el camino, hacerse bendecir y bendecirlo, como aquella mujer que en medio de la multitud le bendijo a su Madre.  Y el Señor, por su parte, se admiraba de la fe de la gente, se alegraba y no perdía oportunidad para hacerlo notar.

La gracia del discernimiento

La tercera gracia que recibe la gente – señaló el Pontífice – es la del discernimiento. «La multitud se daba cuenta (a dónde se había ido Jesús) y lo seguía» (Lc 9,11). «Se admiraban de su doctrina, porque enseñaba con autoridad» (Mt 7,28-29; cf. Lc 5,26). Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, suscita en la gente este carisma del discernimiento; no ciertamente un discernimiento de especialistas en cuestiones disputadas. Cuando los fariseos y los doctores de la ley discutían con Él, lo que discernía la gente era la autoridad de Jesús: la fuerza de su doctrina para entrar en los corazones y el hecho de que los malos espíritus le obedecieran; y que además, por un momento, dejara sin palabras a los que implementaban diálogos tramposos. La gente gozaba con esto.

“Preferencialidad inclusiva: la gracia y el carisma que se da a una persona o a un grupo en particular redunda, como toda acción del Espíritu, en beneficio de todos”

Visión evangélica de la multitud

El Santo Padre profundizando aún más en la visión evangélica de la multitud, dijo que el Evangelio de Lucas señala cuatro grandes grupos que son destinatarios preferenciales de la unción del Señor: los pobres, los prisioneros de guerra, los ciegos, los oprimidos. Los nombra en general, pero vemos después con alegría que, a lo largo de la vida del Señor, estos ungidos irán adquiriendo rostro y nombre propios. Así como la unción con el aceite se aplica en una parte y su acción benéfica se expande por todo el cuerpo, así el Señor, tomando la profecía de Isaías, nombra diversas “multitudes” a las que el Espíritu lo envía, siguiendo la dinámica de lo que podemos llamar una “preferencialidad inclusiva”.

Los sacerdotes, hemos sido ungidos para ungir

El Papa Francisco dirigiendo su mirada a los sacerdotes dijo que, no tenemos que olvidar que nuestros modelos evangélicos son esta “gente”, esta multitud con estos rostros concretos, a los que la unción del Señor realza y vivifica. Ellos son los que completan y vuelven real la unción del Espíritu en nosotros, que hemos sido ungidos para ungir. Hemos sido tomados de en medio de ellos y sin temor nos podemos identificar con esta gente sencilla. Ellos son imagen de nuestra alma e imagen de la Iglesia. Cada uno encarna el corazón único de nuestro pueblo. “Nosotros, sacerdotes, somos el pobre y quisiéramos tener el corazón de la viuda pobre cuando damos limosna y le tocamos la mano al mendigo y lo miramos a los ojos. Nosotros, sacerdotes, somos Bartimeo y cada mañana nos levantamos a rezar rogando: «Señor, que pueda ver» (Lc 18,41)”.

“Nosotros, sacerdotes somos, en algún punto de nuestro pecado, el herido molido a palos por los ladrones. Y queremos estar, los primeros, en las manos compasivas del Buen Samaritano, para poder luego compadecer con las nuestras a los demás”

Ungimos ensuciándonos las manos

Antes de concluir su homilía, el Santo Padre confesó que, cuando confirma y ordena le gusta esparcir bien el crisma en la frente y en las manos de los ungidos. “Al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción. Esto quiero decir: no somos repartidores de aceite en botella. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos re-ungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo. Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega”.

“El que aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso y de la crueldad”

Que, metiéndonos con Jesús en medio de nuestra gente, el Padre renueve en nosotros la efusión de su Espíritu de santidad y haga que nos unamos para implorar su misericordia para el pueblo que nos fue confiado y para el mundo entero. Así la multitud de las gentes, reunidas en Cristo, puedan llegar a ser el único Pueblo fiel de Dios, que tendrá su plenitud en el Reino.

El Papa regala a los sacerdotes el libro de sus homilías en las Misas Crismales

Los pobres

Los pobres (ptochoi), dijo el Papa, son los que están doblados, como los mendigos que se inclinan para pedir. Pero también es pobre (ptochè) la viuda, que unge con sus dedos las dos moneditas que eran todo lo que tenía ese día para vivir. La unción de esa viuda para dar limosna pasa desapercibida a los ojos de todos, salvo a los de Jesús, que mira con bondad su pequeñez. Con ella el Señor puede cumplir en plenitud su misión de anunciar el evangelio a los pobres. Paradójicamente, la buena noticia de que existe gente así, la escuchan los discípulos. Ella, la mujer generosa, ni se enteró de que “había salido en el Evangelio” —es decir, que su gesto sería publicado en el Evangelio—: el alegre anuncio de que sus acciones “pesan” en el Reino y valen más que todas las riquezas del mundo, ella lo vive desde adentro, como tantas santas y santos “de la puerta de al lado”.

Los ciegos

Los ciegos están representados por uno de los rostros más simpáticos del evangelio: el de Bartimeo (cf. Mc 10,46-52), el mendigo ciego que recuperó la vista y, a partir de ahí, solo tuvo ojos para seguir a Jesús por el camino.     ¡La unción de la mirada! Nuestra mirada, a la que los ojos de Jesús pueden devolver ese brillo que solo el amor gratuito puede dar, ese brillo que a diario nos lo roban las imágenes interesadas o banales con que nos atiborra el mundo.

Los oprimidos

Para nombrar a los oprimidos (tethrausmenous), señaló el Santo Padre, Lucas usa una expresión que contiene la palabra “trauma”. Ella basta para evocar la Parábola, quizás la preferida de Lucas, la del Buen Samaritano que unge con aceite y venda las heridas (traumata: Lc 10,34) del hombre que había sido molido a palos y estaba tirado al costado del camino. ¡La unción de la carne herida de Cristo! En esa unción está el remedio para todos los traumas que dejan a personas, a familias y a pueblos enteros fuera de juego, como excluidos y sobrantes, al costado de la historia.

Los cautivos son los prisioneros de guerra

Finalmente, están los cautivos son los prisioneros de guerra (aichmalotos), los que eran llevados a punta de lanza (aichmé). Jesús usará la expresión al referirse a la cautividad y deportación de Jerusalén, su ciudad amada (Lc 21,24). Hoy las ciudades se cautivan no tanto a punta de lanza sino con los medios más sutiles de colonización ideológica. Solo la unción de la propia cultura, amasada con el trabajo y el arte de nuestros mayores, puede liberar a nuestras ciudades de estas nuevas esclavitudes.

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