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Los deberes a realizar; en cualquier parte del planeta

Sábado, 23 Agosto 2025 21:13 Escrito por Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor

Artículo | Algo Más Que Palabras 

“La paz no es una utopía espiritual; es una senda humilde a la que todos tenemos que volcarnos, realizada con gestos cotidianos que enlazan sueños para hacerlos realidad, entrelazando paciencia y esfuerzo; sin obviar, que tras el vivir y el imaginar, está lo que nos hermana, el amor”. 

Nuestro propio camino, así como nuestro místico considerar, está desbordado; lleva consigo profundas cicatrices de enfrentamientos, tremendas desigualdades inhumanas que nos deshumanizan por completo y nos degradan anímicamente. Sin embargo, los lamentos tampoco sirven para nada, es el momento de la reacción a esta acción indiferente en muchos ámbitos. Desde luego, la desconexión social, dificulta un hacer reconciliador para poder pasar del conflicto a la comunión; y, así, poder enfrentar la desunión con valentía, la pasividad con compasión y llevar el acompañamiento allá donde hay angustia. En efecto, la primera obligación es estar ahí (hoy por ti, mañana por mí), prestando asistencia humanitaria a nuestros semejantes. 

Lógicamente, es un crimen de guerra utilizar el agotamiento y la debilidad como método de combate. Despertemos, pues,  y pongámonos a trabajar por la concordia, hasta que florezcan los horizontes como un jardín de esperanza. Jamás olvidemos que la vida es una batallar continuo, no un cruzarse de brazos. En consecuencia, otro de los compromisos es el de la escucha. Esto significa prestar oídos, dejarnos llevar al desierto y ver ahora lo que puede nacer de las ruinas, donde hay tanta congoja de inocentes. La paz no es una utopía espiritual; es una senda humilde a la que todos tenemos que volcarnos, realizada con gestos cotidianos que enlazan sueños para hacerlos realidad, entrelazando paciencia y esfuerzo; sin obviar, que tras el vivir y el imaginar, está lo que nos hermana, el amor. 

Amar es nuestro principal cometido, pero no puede hacerse, si antes uno no se ama asimismo. Además, únicamente aquella existencia ofrecida a los demás, merece la pena ser vivida. Activemos, por consiguiente, el tiempo del encuentro, sin encontronazos que nos distancien. Tampoco se pueden negar las voces de los análogos, porque sería renunciar a entendernos. Sin duda, los desafíos a los que se enfrenta la humanidad serán menos aterradores, si juntos trabajamos la comprensión y la hazaña conjunta, de modo fraterno y solidario, para que los avances diplomáticos se hagan realmente, tanto efectivos como afectivos. Un sistema que margina y es incapaz de ofrecer activamente sus talentos a la sociedad, falta a sus lazos para con esa ciudadanía.

La irresponsabilidad es manifiesta, a poco que nos adentremos en el acontecer diario y lleguemos al alma de nuestro planeta. El afán destructivo está ahí, en cualquier esquina, con multitud de operaciones encubiertas y tensiones sectarias. Nos falta corazón y nos sobra mundanidad operativa interesada. Por eso, es vital que los líderes se reafirmen en abecedarios auténticos de servicio, sintiendo la común exigencia por la creación, y todo lo que ello conlleva en la promoción de la defensa de la tierra, del agua y del aire. Si falla la relación natural, con su espíritu místico, todo queda reducido a una posesión egoísta y, nuestra propia vida, se reduce a una carrera afanosa por tener lo más posible, en lugar de compartir, para que todos podamos vivir dignamente. 

En este sentido, la decisión ética, con la estética inseparable del buen hacer y mejor obrar, no solamente debe tener en cuenta los resultados de una acción, también los valores en juego y los deberes que se derivan de esos principios. Por esta razón, y más en un contexto plural y global, tenemos que encontrar lenguajes de lucidez que nos muevan el corazón y nos remuevan los latidos. Esto nos demanda otro tipo de grandezas, comenzando por la política, que ha de mostrar voluntad poética en el ejercicio del poder, pues suele costarle mucho asumir esta servidumbre colectiva de un orbe renovado sin fronteras ni frentes. Al fin, todo se reduce, a ser dueños de nosotros mismos y aquello que exigimos a los demás, que también sea contribución nuestra. 

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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