Martes, 13 Junio 2017 23:09

Papás, una generación para recordar

Con mucho cariño desde la perla de la mixteca, hasta la perla del cantábrico.

La nostalgia es algo que me ha acompañado siempre. Mantengo muchos recuerdos de mi niñez y adolescencia vivida en mi lugar de origen. No existe día, ni momento que no deje de pensar en esos años. Sus olores, colores y sabores los mantengo presentes. Cuanta riqueza encuentro al recordar al otear aquellos años, los que disfruté y,  recuerdo muy bien a muchas personas, los que formaron el círculo de amigos de mi padre, Victorino Hernándo Méndez. Poder escribir el Chiautla de aquellos años, imaginar esa juventud, sus gustos y sueños de esa generación, de nuestros padres; aquellos que nacieron en los años 1920; hombres y mujeres que educaron después ya hombres, una camada de chamacos que se sumaban en cada hogar. Para estas nuevas generaciones, algo las iba a distinguir de aquellas de la primera mitad del siglo veinte.

La plenitud de nuestros padres, que radiaban juventud en aquellos años de 1930 al 1940, que fueron testigos de aquellos cambios que vivía el País; el periodo 1934-1940, la llegada del general Lázaro Cárdenas del Río a la presidencia de la República representó un gran momento para el país, en lo económico, político y social. Para la mixteca uno de sus hijos más distinguidos, el profesor Gilberto Bosques Saldívar,  tuvo participación importante en este periodo; como legislador en la Cámara de Diputados y su incursión en la diplomacia, cuando representó a México en el extranjero, a solicitud expresa del presidente de México.

Pero no solo el país estaba viviendo una de sus mejores épocas. También en Chiautla de Tapia surgía una pléyade de jóvenes que mostrarían sus aptitudes y cualidades, destacarían por ejemplo, en la música,  Álvaro Monroy y Cupertino Ruíz; en la guitarra, Moisés Macareno; en la escultura y tallado de madera Benigno Aragón; serigrafía el güero Oropeza; y el entusiasmo de Luis Cardoso Eumaña, organizando veladas y tertulias, acompañado de la juventud chiauteca. Época que la recuerdan, no sin mucha nostalgia, los nuevos papás y abuelos. Los principales actores se han marchado, dejándonos tan importante legado, guardado en un baúl de los recuerdos.

Jóvenes de esos años fueron muy asiduos a la monta de toros, en especial aquellos que se dedicaban a la agricultura. Y quiero ilustrarlo recordando a mi padre Victorino. Perteneció a una familia dedicada al campo, la siembra de temporal que parecía estar en consonancia con los designios de las cabañuelas. Fue el campo su entorno, donde se forjó, y aprendió a asumir responsabilidades;  asistir a la escuela no fue tan prioritario; en aquellos tiempos, con los temporales buenos, las cosechas eran buenas, y por lo normal la familia permanecía en el campo. Retornaban al pueblo un tiempo, mientras llegaba el nuevo ciclo de sembrar.

La generación de mi padre les encantó jugar béisbol; se formaban equipos por barrio y celebraban reñidos encuentros: equipos como de Los  Zapotes, La Conchita, Titilinchi, San Miguel, Tlanichiautla, del Centro, entre otros, reunían a los jóvenes al disfrute de este deporte. Mi padre, de carácter fuerte, no obstante a ello, supo hacer amistades de todo tipo y posición económica; fue su afición la monta de toros, de manera que en las fiestas en honor a San Miquel, Nuestra Señora de la Asunción y la dedicada a la Virgen de Guadalupe, las esperaba para hacerse presente, al igual que otros jóvenes con la misma afición, ansiosos para llevar a cabo tan arriesgada monta. Seguramente la monta de toros es la que aún perdura en nuestros días, los jóvenes de Chiautla la mantienen viva; aquellos que viven en las rancherías cercanas que cuidan y crían ganado - que en épocas pasadas dieron fama al municipio, junto con la elaboración del queso-.

Para dar realce a las fiestas del pueblo,  se instalaba un Coso en la plazuela  ubicada frente al Palacio viejo- inmueble que fue escuela primaria para niños y hoy alberga a la escuela Normal Luis Casarrubias Ibarra-. En este histórico espacio se daban cita los chiautecos, para disfrutar esa suerte de jinetear los mejores toros de los ganaderos de la región. Hombres y mujeres de cualquier edad; mujeres jóvenes dispuestas a ser halagadas por alguno de los montadores que osaban en dedicarle la monta, aun a sabiendas de exponerse a la rechifla del público.

Sirva pues una recreación de éste espectáculo de la monta de toros, que mantenía con mucha expectación a un público reunido en torno al Coso. Pero sobre todo, imaginarnos aquella adrenalina que envolvía al jinete, como al joven Victorino, montado en un animal que lo superaba en fuerza y tonelaje:

Los rancheros no pierden oportunidad para lucir sus mejores caballos y     excelentes monturas, espuelas y sombrero, todo había que presumir. Luego la entrada del toro al ruedo, que es recibido por esa cabalgata de jinetes que esperan ser los afortunados de que su reata atrape las patas del toro y que lo derriben para dar inicio a un rito que envuelve nerviosismo en los presentes. Mientras, el osado jinete, responsable de la monta, acompañado de amigos, se acomoda sombrero y en cuclillas, se deja sujetar las espuelas escuchando siempre atento las recomendaciones de sus compañeros montadores. El escenario está listo, se revisa el pretal, donde se sujetará el jinete; la música que anima la espera está a cargo de la banda del pueblo, que deleita a los asistentes con melodías muy mexicanas que interpretadas  con instrumentos de banda dan un toque de alegría, que excita y aflora las emociones de los asistentes. La expectación permanece y el montador se desplaza seguro y reflexivo; se ha encomendado al santo de su
devoción, ha rezado y lo sabe, se ha despojado de los temores y miedos; su reto, dominar los reparos del toro, haciendo gala de fuerza y fortaleza de sus piernas. Toro y jinete pertenecen a un mismo espacio, recorren los mismos caminos y los escabrosos senderos; el mismo sol los quema, y la misma luna los guía. En pleno centro del improvisado Coso, el toro se levanta brioso a despojarse de la carga; y el joven montador agazapado, se aferra al lomo del toro, sorteando cada reparo y esquivando el giro de los cuernos que buscan al jinete. Y de esta manera, se pone a prueba la fuerza de la bestia, enfrentada por el valor y la astucia del hombre. La banda de viento entona sus mejores piezas, esperando el momento del desenlace de la monta, preparados para entonar ya sea una “diana” para el jinete que domina al toro, o el “adolorido”, por si fracasa. Finalmente, hombre y bestia regresaran al mismo destino, al mismo lugar, ese espacio donde se han forjado, y no solo eso, también han encontrado lo más elemental, vivir con libertad.

La fiesta de los toros me quedó muy grabada, afición de los Hernando en aquellos tiempos. En el caso de mi padre, después de la agricultura, fue la panadería su oficio; lo mismo su hermano Guadalupe, con don Agustín Morales en la panadería “Las Chahuitas”, y sus primos José, Isauro y Aniceto Hernando, continuaron con la tradición. Estamos hablando de una generación de hombres que dejaron huella, que se les recuerda con mucho cariño por sus familias. Nuestros padres vivieron una niñez feliz y como jóvenes, tuvieron sueños. Para después, junto a su pareja, cobijados en casa de adobe, techo de vara  y teja roja; piso de tierra suelta; rodeados de la algarabía de los hijos. Familias que superaron la adversidad para convertirse en ejemplares padres. Enhorabuena en su día. Una fecha para recordarlos.

*Miembro fundador de Alianza Ciudadana Mixteca de Chiautla de Tapia, A.C 
 




 


Publicado en CULTURA

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos