Los mexicas y sus ritos dieron origen a los actuales “altares de muertos”

El misterio de la muerte en todos los tiempos y lugares ha sido interpretado de distintas formas.  Las antiguas culturas daban gran importancia a la celebración y a la memoria de los muertos y la plasmaban en ritos, expresiones y múltiples  manifestaciones.

Los mexicas celebraban  el Mictlán o “camino al Inframundo”, y el primer ritual, entre nueve, era el  miccailhuitntli o fiesta de los muertitos, en el mes de julio, y en el décimo mes el ueymicailhuitl o fiesta de los muertos grandes.

En estas celebraciones la gente  colocaba ofrendas dedicadas a recordar a sus difuntos, y sus ritos funerarios prehispánicos fueron el origen de los actuales “altares de muertos”.

Según esas costumbres y tradiciones, el Mictlán, considerado también como  “región de los muertos”, era la última morada de quienes no perdían la vida en batalla, parto, sacrificados o ahogados, y era un lugar subterráneo y sombrío al que llegaban los difuntos después de nueve planos o dimensiones,  por un camino tortuoso y muy difícil, para finalmente ahí descansar, desaparecer o transformarse en colibrí.

Las ofrendas eran obligatorias a los ochenta días y cada año hasta cumplirse los cuatro que duraba el viaje.  Para estas culturas la vida era un momento, un sueño, y la muerte era el despertar, para ingresar a los diversos destinos de los muertos.

El lugar opuesto al Inframundo, para los mexicas, era el Supramundo, o “trece cielos”. Ambos representaban  el universo vertical, cuyas fuerzas superiores e inferiores convergen desde la tierra influenciándola.

Diariamente cuerpos celestes descendían al inframundo y ascendían de él, entrelazados por el universo horizontal, las direcciones hemisféricas o puntos cardinales que son regidos por los dioses creadores: al Norte Tezcatlipoca o Mictlampa; al Oeste, Quetzalcóatl  o Cihuatlampa; al Este, Xipetótec  o Tlahuiztlampa; y al  Sur, Huitzilopochtli o Huitztlampa; cuyas direcciones  hemisféricas se convergen y se sostienen por un eje central, el Calpulli, que era resguardado por  Xiuhtecuhtli, dios del fuego o señor del tiempo.

Al Mictlán, creían los mexicas, llegaban  los señores o macehuales, sin distinción de rango ni de riquezas o de enfermedades  que no tenían un carácter sagrado. El difunto debería atravesar  nueve regiones,  de las cuales se descenderían simbólicamente como lo hace el Dios Sol Tonatiuh todos las noches dentro de las fauces del señor y señora de la tierra, Tlaltecuhtli y Tlalcíhuatl.

Este inframundo, con sus nueve regiones forma la travesía con obstáculos específicos que expresan niveles de putrefacción y tormentos tanatomórficos que padecen los muertos en su regresión orgánica después de 4 años;  cuando alcanzaban  atravesarlos podrían liberar su alma, su tonalli, logrando así el descanso anhelado ante Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, el señor y la señora de la muerte.

Publicado en GOBIERNO

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