A Valentina

En el año del Señor, 1954, la segunda mitad del siglo XX, terminaba el primer lustro, era una noche fresca del mes de diciembre; la gente que transitaba por la calle real, era escasa, se encontraban reunidas en casa ya la gran mayoría. Un día de fiesta que, durante el día y la tarde, habían acudido puntualmente al ex convento de San Agustín, el santo patrono del pueblo para llevar a cabo un ritual de todos los años en este día, hacer patente su agradecimiento, de acuerdo a su fe, el haber concluido un año más. La luz de la luna alumbraba las calles de tierra suelta, de tepetate y una que otra empedrada; y el silencio a esas horas las atrapaba; apenas se percibía la ansiada espera de escuchar las doce campanadas que marcarían el fin de una noche especial, y después, se dejaba venir el estruendo producido por una serie de cohetones que anunciaban el inició de un año.

En una casa de la calle céntrica, a escasos metros  de la barranca del Tecomaxuchil, ya se sentía un aire fresco que se filtraba por los espacios abiertos: casa grande, con paredes de adobe ancho y un techo compuesto de morillos y vigas de madera, donde descansa una cama compuesta de carrizos  y aclinas de la región, que son cubiertas  de capas de lodo y, encima un conjunto de teja roja rustica; construcción que aminora el candente clima  de la primavera. Ahí, en este lugar del centro del pueblo de villagrande , precisamente a pocos minutos  de que dieran la medianoche, en el hogar del matrimonio formado por Gabina y Victorino, ella acompañada de su cuñada Brígida  y de la matrona, realizando su trabajo de parto, en espera de la llegada del séptimo primogénito de la familia: ¡ Ya Gabinita,  ya mero sale tu bebe!., tranquila todo va a salir bien, ¡ ojala y nazca antes de que tiren los cohetones y den comienzo los balazos que avienta la gente y te asusten.¡ tranquilas mujeres, falta todavía media hora para las
doce! – dice Victorino.

Y antes de las doce, ¡ ya Gabi, haz fuerzas, otro poquito, así, así!. Y de pronto se deja venir un pequeño gemido. ¡Mira Gabi, es niño! ¡Dámelo, lo conoceré! ¡Se ve bien de peso, aunque está delgado!, pero está bien, no te preocupes – dijo Brígida-. ¡Ya Gabina, descansen, todo va estar bien! – Acertó a decir Victorino-, porque dicho esto toma su sombrero, se levanta y se asoma a la calle, respira profundamente, para después dirigirse a observar  a sus demás hijos que ya se encontraban cómodamente dormidos. Bueno las dejo voy a checar el horno, descanso un rato y luego, antes de que amanezca empiezo a hornear el pan, quiero iniciar  bien el año ¡descansen, hasta mañana!  

Ante el silencio que permeaba esa noche, bastaba solo asomarse  a la puerta que da a la calle para escuchar como el agua se deslizaba siguiendo su curso y que, con lo accidentado del tepetate, hacia que cada caída de agua produjera  un ruido sonoro, antes de que la corriente atravesara ese puente conocido como “ de las Flores”, construido a finales del siglo XIX, de estilo romano medieval. A esas horas el escurrimiento del agua era tal, que perturbaba cualquier pensamiento y abrazaba cada noche obsidiana traslucida de diciembre.

Y el tiempo también corría y el pueblo de Villagrande continuaba alejado, apartado rodeado de sus montañas y cerros;  lejos, muy lejos, sin olvidar la sentencia de “ ni agua, para Villagrande”, dictada por gobernantes, estaba vigente, seguía viva.

Cholula de Rivadavia, mayo de 2023

*Miembro Fundador de Alianza Ciudadana Mixteca de Chiautla de Tapia, A.C.

Publicado en CULTURA

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