Ciudad del Vaticano. - El Papa preside en la Plaza de San Pedro la celebración de este domingo, el últimos antes de Pascua. La conmemoración de la entrada festiva del Señor en Jerusalén precede a la misa cuyo pasaje evangélico narra la historia de su Pasión. Al final de la liturgia, permaneciendo en el parvis, Francisco recitó el Ángelus

En una abarrotada Plaza de San Pedro, unos 60.000 fieles, bajo un cielo en el que los rayos del sol se alternaban con las nubes, se abrió la celebración del Domingo de Ramos presidida por el Papa Francisco. Es la conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén, de la que se lee el relato del evangelista Marcos, y que precede a la celebración de la Misa. El Papa bendice y asperge con agua bendita los ramos de olivo, símbolo de hoy, que los presentes sostienen en sus manos.A continuación, más de 400 portadores de palmas se dirigen en procesión desde el centro de la plaza hasta el vestíbulo. Los cardenales, obispos y sacerdotes concelebrantes ocupan sus puestos junto al altar.

“¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas!”

El cambio de escena es radical: la liturgia de la Palabra de la celebración eucarística incluye la lectura cantada de la Pasión de Jesús tomada de nuevo del Evangelio según San Marcos. A través de las palabras del evangelista, los pasajes del sufrimiento de Cristo se reviven en toda su crudeza. La representación de la Pasión va seguida de un momento de silencio. Es un sufrimiento, el de Cristo, que contiene los dolores de todos los tiempos y de toda la humanidad, y la humanidad, con sus fragilidades, es presentada al Señor en la oración universal o de los fieles que concluye la Liturgia de la Palabra. Se reza por la Iglesia, para que "busque siempre la unidad, la reconciliación y la comunión"; por los gobernantes "llamados a cultivar la paz y el bien de los pueblos"; por todos los hombres y mujeres que sufren; por los cristianos perseguidos; por cada comunidad cristiana, para que "sea testigo de su propia fe, en la oración y en la caridad".

Al final de la celebración, directamente desde el parvis de la Basílica, Francisco pronunció el Ángelus, antes de impartir su bendición y hacer un amplio recorrido en su Papamóvil para saludar a los fieles y peregrinos que le aclamaban en la plaza.

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Lunes, 03 Abril 2023 10:42

Inicio el domingo de Ramos

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Al final de la santa misa del Domingo de Ramos, antes de rezar la oración mariana del Ángelus, el Sucesor de Pedro dirigió un pensamiento especial hacia la atormentada Ucrania, saludó a los participantes de la caravana por la paz e invitó a aumentar las plegarias durante la Semana Mayor.

Ciudad del Vaticano. - Con un saludo a los romanos y peregrinos, en especial a los que han venido de lejos, el Papa Francisco agradeció la participación en la santa misa del Domingo de Ramos, este domingo 2 de abril, en la Plaza de San Pedro. Así comenzó su alocución antes de orar el Ángelus. El Pontífice agradeció, a su vez, las oraciones, que se han intensificado en los últimos días, a raíz de su internación en el Hospital A. Gemelli, del miércoles 29 de marzo al sábado 1º de abril.

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El Pontífice dirigió una bendición especial a la Caravana de la paz que en estos días ha partido desde Italia hacia Ucrania, promovida por diversas Asociaciones: Papa Juan XXIII, FOCSIV, Pro Civitate Christiana, Pax Christi y otras. Junto con artículos de primera necesidad, recordó que “llevan la cercanía del pueblo italiano al atormentado pueblo ucraniano, y hoy ofrecen ramos de olivo, símbolo de la paz de Cristo”. “Nos unimos -dijo- a este gesto con la oración, que será más intensa en los días de Semana Santa”.

Francisco: "Para nosotros, discípulos del Abandonado, nadie puede ser abandonado"

En la santa misa del Domingo de Ramos el Pontífice reflexionó sobre la fe que Jesús puso en Dios, sin ceder a la desesperación, sino rezando y encomendándose al Padre. Asimismo, el ...

El Sucesor de Pedro invitó a vivir esta Semana Santa “como nos enseña la tradición del Santo Pueblo Fiel de Dios, es decir, acompañando al Señor Jesús con fe y amor”. Llamó a los fieles a aprender “de nuestra Madre, la Virgen María: ella siguió a su Hijo con la cercanía de su corazón, fue una sola alma con Él y, aun sin comprender, junto a Él se entregó plenamente a la voluntad de Dios Padre”. “Que la Virgen -fue su súplica- nos ayude a permanecer cerca de Jesús presente en las personas que sufren, descartadas, abandonadas”.

Por último, deseó a todos, un buen camino hacia la Pascua e impartió la bendición apostólica.

Terminada la alocución, el Obispo de Roma recorrió la Plaza de San Pedro y la Via della Conciliazione en el papamóvil, saludando y bendiciendo a la multitud de personas que se encontró a su paso.

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Viernes, 31 Marzo 2023 07:10

Celebraciones de Semana Santa

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Ciudad del Vaticano. - Volver a comenzar desde el asombro, mirando al Crucificado: es a lo que anima el Papa Francisco en su homilía de la Misa en el Domingo de Ramos, que conmemora la entrada del Señor Jesús a Jerusalén. Dejarse sorprender por Jesús, dice el Santo Padre, "para volver a vivir", porque la grandeza de la vida no está en el tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados por Dios.

En este día “pidamos la gracia del estupor”. Fue la exhortación del Papa Francisco en su homilía en la Misa de la Conmemoración del ingreso del Señor Jesús a Jerusalén, en el Domingo de Ramos. La liturgia de hoy, comenzó diciendo el Papa, “suscita cada año en nosotros un sentimiento de asombro”, pues “pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén, al dolor de verlo condenado a muerte”. Se trata de un sentimiento “que nos acompañará toda la Semana Santa”.

Es necesario pasar de la admiración al asombro

Recordando el ingreso de Jesús a Jerusalén, en un humilde burrito, mientras en cambio la gente esperaba con solemnidad para la Pascua “al libertador poderoso” y celebrar la victoria sobre los romanos “con la espada”, Francisco planteó un interrogante: “¿Qué le sucedió a aquella gente, que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar ‘crucifícalo’?” Y explicó:

En realidad, aquellas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él. El asombro es distinto de la simple admiración. La admiración puede ser mundana, porque busca los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro permanece abierto al otro, a su novedad.

El Papa señaló que también hoy hay muchos que admiran a Jesús, pero que, sin embargo “sus vidas no cambian”. Esto porque “admirar a Jesús no es suficiente”, sino que es necesario “seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro”. Lo que más sorprende del Señor y de su Pascua, afirma el Sumo Pontífice, es “el hecho de que Él llegue a la gloria por el camino de la humillación”.

Él triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos. […] Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. Verlo a Él, la Palabra que sabe todo, enseñarnos en silencio desde la cátedra de la cruz. Ver al rey de reyes que tiene por trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado.

Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento

El Señor se humilló por nosotros, “para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal”, explicó Francisco. Subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento, probando nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experimentando en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas las redimió y las transformó:

Su amor se acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas.

Levantemos nuestra mirada a la Cruz

La vida cristiana, aseguró el Papa, “sin asombro, es monótona”, pues, si la fe "pierde su capacidad de sorprenderse se queda sorda”: no siente la maravilla de la gracia, ni experimenta el gusto del Pan de vida y de la Palabra, y no percibe la belleza de los hermanos y el don de la creación, y no tiene otra vía que refugiarse en legalismos, clericalismos y todas esas cosas que Jesús condena en el capítulo 23 de Mateo. De ahí la invitación del Santo Padre a que, en esta Semana Santa, “levantemos nuestra mirada hacia la cruz para recibir la gracia del estupor”.

San Francisco de Asís, mirando al Crucificado, se asombraba de que sus frailes no llorasen. Y nosotros, ¿somos capaces todavía de dejarnos conmover por el amor de Dios? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante él? Tal vez porque nuestra fe ha sido corroída por la costumbre. Tal vez porque permanecemos encerrados en nuestros remordimientos y nos dejamos paralizar por nuestras frustraciones. Tal vez porque hemos perdido la confianza en todo y nos creemos incluso fracasados. Pero detrás de todos estos “tal vez” está el hecho de que no nos hemos abierto al don del Espíritu, que es Aquel que nos da la gracia del estupor.

Abrirse al don del Espíritu que nos da la gracia del estupor y “volver a comenzar desde el asombro", es, pues, la exhortación del Santo Padre: mirar al Crucificado y decirle “Señor, ¡cuánto me amas! ¡qué valioso soy para Ti!”. Dejarse sorprender por Jesús “para volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados". "La grandeza de la vida está precisamente en la belleza del amor".

En el Crucificado vemos a Dios humillado, al Omnipotente reducido a un despojo. Y con la gracia del estupor entendemos que, acogiendo a quien es descartado, acercándonos a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús. Porque Él está en los últimos, en los rechazados, en aquellos que nuestra cultura farisea condena.

Ante la cruz no hay lugar a malas interpretaciones

El Sumo Pontífice concluyó su homilía refiriéndose a la escena “más hermosa” del estupor que el Evangelio de hoy nos muestra: la del centurión que, al ver expirar a Jesús exclama: “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!”. El centurión, dijo el Papa, se dejó asombrar por el amor: vio morir a Jesús “amando” y eso lo asombró. Sufría, estaba agotado, pero seguía amando.

Esto es el estupor ante Dios, quien sabe llenar de amor incluso el momento de la muerte. En este amor gratuito y sin precedentes, el centurión, un pagano, encuentra a Dios. ¡Realmente este hombre era Hijo de Dios! Su frase ratifica la Pasión.

Muchos otros antes del centurión, habían reconocido a Jesús como Hijo de Dios. Pero, sin embargo, “Cristo mismo los había mandado callar, porque existía el riesgo de quedarse en la admiración mundana, en la idea de un Dios que había que adorar y temer en cuanto potente y terrible”. Ahora, ante la cruz “no hay lugar a malas interpretaciones”, pues “Dios se ha revelado y reina sólo con la fuerza desarmada y desarmante del amor”. De ahí la exhortación final del Sumo Pontífice que, haciendo presente que Dios “continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro corazón”, anima a que dejemos que "el estupor nos invada”:

“Miremos al Crucificado y digámosle también nosotros: “Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios”.”

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El Papa Francisco presidió la celebración Eucarística del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, este domingo 14 de abril, fecha en la que también se celebra la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud.

Ciudad del Vaticano. - “El Señor realmente compartió y se regocijó con el pueblo, con los jóvenes que gritaban su nombre aclamándolo como Rey y Mesías… Pero también “el corazón de Cristo está en otro camino, en el camino santo que solo él y el Padre conocen: el que va de la «condición de Dios» a la «condición de esclavo», el camino de la humillación en la obediencia «hasta la muerte, y una muerte de cruz»”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Santa Misa del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, este 14 de abril, día en el que también se celebra la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud.

Doble misterio: aclamación y ensañamiento

El Santo Padre en su homilía recordó el “doble misterio” que acompaña la entrada de Jesús en Jerusalén, misterio de aclamación y humillación, de fiesta y ensañamiento feroz que se da en los dos momentos característicos de esta celebración: “la procesión con las palmas y los ramos de olivo, al principio, y luego la lectura solemne de la narración de la Pasión”.

“Dejemos que la acción animada por el Espíritu Santo nos envuelva, para obtener lo que hemos pedido en la oración: acompañar con fe a nuestro Salvador en su camino y tener siempre presente la gran enseñanza de su Pasión como modelo de vida y de victoria contra el espíritu del mal”

Superar las dificultades con obediencia

En este misterio, señala el Santo Padre, Jesús nos muestra cómo hemos de afrontar los momentos difíciles y las tentaciones más insidiosas, cultivando en nuestros corazones una paz que no es distanciamiento, no es impasividad o creerse un superhombre, sino que es un abandono confiado en el Padre y en su voluntad de salvación, de vida, de misericordia; y, en toda su misión, pasó por la tentación de “hacer su trabajo” decidiendo él el modo y desligándose de la obediencia al Padre. Desde el comienzo, en la lucha de los cuarenta días en el desierto, hasta el final en la Pasión, Jesús rechaza esta tentación mediante la confianza obediente en el Padre.

No al triunfalismo, si a la humildad

También hoy, en su entrada en Jerusalén, puntualiza el Pontífice, nos muestra el camino. Porque en ese evento el maligno, el Príncipe de este mundo, tenía una carta por jugar: la carta del triunfalismo, y el Señor respondió permaneciendo fiel a su camino, el camino de la humildad. “El triunfalismo trata de llegar a la meta mediante atajos, compromisos falsos. Busca subirse al carro del ganador. El triunfalismo vive de gestos y palabras que, sin embargo, no han pasado por el crisol de la cruz; se alimenta de la comparación con los demás, juzgándolos siempre como peores, con defectos, fracasados... Una forma sutil de triunfalismo – afirma el Papa comentando a De Lubac – es la mundanidad espiritual, que es el mayor peligro, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia. Jesús destruyó el triunfalismo con su Pasión”.

“Con la cruz no se puede negociar, o se abraza o se rechaza. Y con su humillación, Jesús quiso abrirnos el camino de la fe y precedernos en él”

El camino de la Cruz no es negociable

El Papa Francisco explica que, el Señor realmente compartió y se regocijó con el pueblo, con los jóvenes que gritaban su nombre aclamándolo como Rey y Mesías. Su corazón gozaba viendo el entusiasmo y la fiesta de los pobres de Israel. Humildad no significa negar la realidad, y Jesús es realmente el Mesías, el Rey. “Pero al mismo tiempo, el corazón de Cristo está en otro camino, en el camino santo que solo él y el Padre conocen: el que va de la «condición de Dios» a la «condición de esclavo», el camino de la humillación en la obediencia «hasta la muerte, y una muerte de cruz» . Él sabe que para lograr el verdadero triunfo debe dejar espacio a Dios; y para dejar espacio a Dios solo hay un modo: el despojarse, el vaciarse de sí mismo. Callar, rezar, humillarse”.

Angelus. Papa a jóvenes: Crecer en fe y en servicio a hermanos

El silencio de María vence al triunfalismo

El Santo Padre afirma que después de Jesús, la primera que ha recorrido este camino fue su madre, María, la primera discípula. “Ante los duros y dolorosos acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta «una particular fatiga del corazón». Es la noche de la fe. Pero solo de esta noche despunta el alba de la resurrección. Al pie de la cruz, María volvió a pensar en las palabras con las que el Ángel le anunció a su Hijo: «Será grande [...]; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin»”.

“En el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa: su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el triunfalismo, destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente destruido en el corazón de la Madre; ambos supieron callar”

La obediencia de los Santos

Precedidos por María, innumerables santos y santas han seguido a Jesús por el camino de la humildad y la obediencia. Hoy, Jornada Mundial de la Juventud, quiero recordar a tantos santos y santas jóvenes, especialmente a aquellos “de la puerta de al lado”, que solo Dios conoce, y que a veces a él le gusta revelarnos por sorpresa. “Queridos jóvenes – alienta el Papa – no os avergoncéis de mostrar vuestro entusiasmo por Jesús, de gritar que él vive, que es vuestra vida. Pero al mismo tiempo, no tengáis miedo de seguirlo por el camino de la cruz. Y cuando sintáis que os pide que renunciéis a vosotros mismos, que os despojéis de vuestras seguridades, que os confiéis por completo al Padre que está en los cielos, entonces alegraos y regocijaos. Estáis en el camino del Reino de Dios”.

“Y mientras esperamos que el Señor venga y calme la tormenta, con nuestro silencioso testimonio en oración, nos damos a nosotros mismos y a los demás razón de nuestra esperanza. Esto nos ayudará a vivir en la santa tensión entre la memoria de las promesas, la realidad del ensañamiento presente en la cruz y la esperanza de la resurrección”

Silencioso testimonio en oración

Aclamaciones de fiesta y furia feroz; el silencio de Jesús en su Pasión es impresionante. Jesús, señala el Pontífice, vence también a la tentación de responder, de ser “mediático”. “En los momentos de oscuridad y de gran tribulación hay que callar, tener el valor de callar, siempre que sea un callar manso y no rencoroso. La mansedumbre del silencio hará que parezcamos aún más débiles, más humillados, y entonces el demonio, animándose, saldrá a la luz”. Será necesario resistirlo en silencio, “manteniendo la posición”, pero con la misma actitud que Jesús. Él sabe que la guerra es entre Dios y el Príncipe de este mundo, y que no se trata de poner la mano en la espada, sino de mantener la calma, firmes en la fe. Es la hora de Dios. Y en la hora en que Dios baja a la batalla, hay que dejarlo hacer. Nuestro puesto seguro estará bajo el manto de la Santa Madre de Dios.

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El Papa Francisco presidió la celebración eucarística del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, este domingo 25 de marzo, fecha en la que también se celebra la XXXIII Jornada Mundial de la Juventud.

“Cristo murió gritando su amor por cada uno de nosotros; por jóvenes y mayores, santos y pecadores, amor a los de su tiempo y a los de nuestro tiempo. En su cruz hemos sido salvados para que nadie apague la alegría del evangelio; para que nadie, en la situación que se encuentre, quede lejos de la mirada misericordiosa del Padre”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Misa del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, celebrada en la Plaza de San Pedro, este domingo 25 de marzo, fecha en la que también se celebra la XXXIII Jornada Mundial de la Juventud y el 23° Aniversario de la Encíclica “Evangelium Vitae” de San Juan Pablo II.

Nuestro vivir cotidiano como discípulos

En su homilía, el Santo Padre recuerda que, la liturgia de este domingo nos invita a hacernos partícipes de la alegría y la fiesta del pueblo que es capaz de alabar a su Señor; pero al mismo tiempo nos dice que esa alegría se empaña y deja un sabor amargo y doloroso al terminar de escuchar el relato de la Pasión. “Pareciera que en esta celebración – señala el Pontífice – se entrecruzan historias de alegría y sufrimiento, de errores y aciertos que forman parte de nuestro vivir cotidiano como discípulos, ya que logra desnudar los sentimientos contradictorios que también hoy, hombres y mujeres de este tiempo, solemos tener”.

Sentimientos, afirma el Papa, que son capaces de amar mucho y también de odiar mucho; capaces de entregas valerosas y también de saber «lavarnos las manos» en el momento oportuno; capaces de fidelidades pero también de grandes abandonos y traiciones.

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Ángelus del 25 de marzo de 2018

El canto y la alegría espontánea de tantos “postergados”

Este relato evangélico del ingreso de Jesús a Jerusalén, precisa el Papa Francisco, puede suscitar cantos y alegría, pero también, enojo e irritación en manos de algunos. “Podemos imaginar – afirma el Pontífice – que es la voz del hijo perdonado, del leproso sanado o el balar de la oveja perdida que resuena con fuerza en ese ingreso. Es el canto del publicano y del impuro; es el grito del que vivía en los márgenes de la ciudad. Es el grito de hombres y mujeres – subraya el Papa – que lo han seguido porque experimentaron su compasión ante su dolor y su miseria. Es el canto y la alegría espontánea de tantos postergados que tocados por Jesús pueden gritar: «Bendito el que llega en nombre del Señor»”.

Esta alegría y alabanza, de los postergados agrega el Obispo de Roma, resulta incómoda y se transforma en sinrazón escandalosa para aquellos que se consideran a sí mismos justos y «fieles» a la ley y a los preceptos rituales. “Alegría insoportable – señala el Papa – para quienes han bloqueado la sensibilidad ante el dolor, el sufrimiento y la miseria. Alegría intolerable para quienes perdieron la memoria y se olvidaron de tantas oportunidades recibidas”.

El grito del “malhechor” que sólo confía en sus propias fuerzas y se siente superior a los demás

Es difícil comprender la alegría y la fiesta de la misericordia de Dios para quien quiere justificarse a sí mismo y acomodarse, afirma el Papa Francisco, es difícil poder compartir esta alegría para quienes solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros y así nace el grito del que no le tiembla la voz para gritar: «¡Crucifícalo!». “No es un grito espontáneo – puntualiza el Pontífice – sino el grito armado, producido, que se forma con el desprestigio, la calumnia, cuando se levanta falso testimonio. Es la voz de quien manipula la realidad y crea un relato a su conveniencia y no tiene problema en «manchar» a otros para acomodarse”.

Es el grito, agrega el Santo Padre, del que no tiene problema en buscar los medios para hacerse más fuerte y silenciar las voces disonantes. Es el grito que nace de «trucar» la realidad y pintarla de manera tal que termina desfigurando el rostro de Jesús y lo convierte en un «malhechor». Es la voz del que quiere defender la propia posición desacreditando especialmente a quien no puede defenderse. Es el grito fabricado por la «tramoya» de la autosuficiencia, el orgullo y la soberbia que afirma sin problemas: «Crucifícalo, crucifícalo».

De este modo, concluye el Papa, se termina silenciando la fiesta del pueblo, derribando la esperanza, matando los sueños, suprimiendo la alegría; así se termina blindando el corazón, enfriando la caridad. Es el grito del «sálvate a ti mismo» que quiere adormecer la solidaridad, apagar los ideales, insensibilizar la mirada… el grito que quiere borrar la compasión.

La Cruz de Cristo el último grito

Frente a todas estas voces y gritos, afirma el Papa Francisco, el mejor antídoto es mirar la cruz de Cristo y dejarnos interpelar por su último grito. “Cristo murió gritando su amor por cada uno de nosotros; por jóvenes y mayores, santos y pecadores, amor a los de su tiempo y a los de nuestro tiempo. En su cruz – señala el Pontífice – hemos sido salvados para que nadie apague la alegría del evangelio; para que nadie, en la situación que se encuentre, quede lejos de la mirada misericordiosa del Padre. Mirar la cruz es dejarse interpelar en nuestras prioridades, opciones y acciones. Es dejar cuestionar nuestra sensibilidad ante el que está pasando o viviendo un momento de dificultad”.

“Jóvenes, está en ustedes no quedarse callados”

Antes de concluir su homilía, el Santo Padre dirigió su atención a los jóvenes, a quienes invitó a no quedarse callados, sino a manifestar la alegría de haber encontrado a Jesús. “Hacer callar a los jóvenes es una tentación que siempre ha existido… Hay muchas formas de silenciar y de volver invisibles a los jóvenes. Muchas formas de anestesiarlos y adormecerlos para que no hagan «ruido», para que no se pregunten y cuestionen. Hay muchas formas de tranquilizarlos para que no se involucren y sus sueños pierdan vuelo y se vuelvan ensoñaciones rastreras, pequeñas, tristes”.

Queridos jóvenes, dijo el Papa, está en ustedes la decisión de gritar, está en ustedes decidirse por el Hosanna del domingo para no caer en el «crucifícalo» del viernes. “Está en ustedes no quedarse callados. Si los demás callan, si nosotros los mayores y los dirigentes callamos, si el mundo calla y pierde alegría, les pregunto: ¿Ustedes gritarán?

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