Homilía en la Solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe

Viernes, 13 Diciembre 2019 01:41 Escrito por Redacción

“María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea” (Lc. 1,39).

¿Cuál era la prisa de María? Cuando traemos algo en el corazón y nos alegra, o también cuando es algo que nos angustia, tenemos prisa por encontrar a alguien con quien compartir lo que vivimos. Es más, necesitamos tener ese confidente para poder entender lo que se mueve en nuestro interior.

Por eso, la Sagrada Escritura dice: Ay de aquel que se mantiene solo, hay de aquél que no comparte. La vida divina es una constante comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así nos hizo Dios a nosotros, a imagen suya; somos creados para vivir la vida de la Trinidad.

María tiene prisa de ir con alguien que pueda compartirle lo que ha sucedido; tiene prisa por descubrir también lo que en Isabel ha pasado, porque ha recibido una señal de que está esperando un hijo.

“María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea” (Lc. 1,39).

¿Cuál era la prisa de María? Cuando traemos algo en el corazón y nos alegra, o también cuando es algo que nos angustia, tenemos prisa por encontrar a alguien con quien compartir lo que vivimos. Es más, necesitamos tener ese confidente para poder entender lo que se mueve en nuestro interior.

Por eso, la Sagrada Escritura dice: Ay de aquel que se mantiene solo, hay de aquél que no comparte. La vida divina es una constante comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así nos hizo Dios a nosotros, a imagen suya; somos creados para vivir la vida de la Trinidad.

María tiene prisa de ir con alguien que pueda compartirle lo que ha sucedido; tiene prisa por descubrir también lo que en Isabel ha pasado, porque ha recibido una señal de que está esperando un hijo.

El encuentro entre ambas mujeres es precisamente el camino de la Iglesia. Por eso, a María la llamamos Madre y también modelo de la Iglesia. Nosotros también necesitamos descubrir lo que el Espíritu de Dios expresa en nuestras inquietudes, en nuestros deseos, en nuestros anhelos, en nuestros proyectos de vida; y necesitamos expresarlos, no quedarnos con ellos en nuestro corazón, en una soledad que los apague o que los desvíe, o que no encuentren el camino para realizarlos.

Esa es la necesidad de la vida de la familia, primer escalón del aprendizaje para confiar en alguien: en la madre, en el padre, en los hermanos. La familia es la escuela del aprendizaje para descubrir al Espíritu de Dios entre nosotros, y aprender sobre la vida divina, que es amar. Pero solamente puede amar alguien cuando se descubre amado, entendido, comprendido.

De ahí la importancia de la familia estable; de ahí los riesgos que vivimos y las situaciones dramáticas que hoy acontecen en general en la sociedad, particularmente en occidente, en donde se estableció la cultura cristiana.

El desarraigo de la familia es una de las causas de fondo por las que vivimos inseguridad, violencia, atropellos a la dignidad humana. La mayor parte, muchos sectores de nuestra población, no han experimentado el ser amados, y necesitamos restaurar heridas; y esa es la segunda parte de lo que hoy celebramos aquí en este día.

Así quiso Dios enviar a María a este país que estaba destrozado, herido en sus ideas religiosas y en su concepción de cultura. María se acerca al indio Juan Diego, viene presurosa. La prisa de María se manifiesta en 1531, cuando empezaban los síntomas más fuertes de la descomposición de las distintas culturas indígenas de nuestro país. Presurosa viene al Tepeyac. ¿Cuál es la prisa de María? Decirle a este pueblo: Aquí estoy yo, yo soy tu Madre, confía, hijito mío muy querido.

Aquél que no ha entendido lo que sucede, en el cariño y en el amor encuentra la fuerza para afrontarlo y superarlo. Esa es la razón por la que estamos aquí. ¿Por qué nos hemos congregado este 12 de diciembre? Para agradecer, ojalá que todos vengamos aquí con el corazón lleno de alegría, como iba María con Isabel; ojalá que todos hayamos venido para decirle a María: ¡Gracias por lo que has hecho!

Estoy seguro que muchos de los que han pasado en estos días por este Santuario, han venido a decirle a María algo extraordinario que ha sucedido en su vida. Por eso está tan arraigada la devoción Guadalupana. Pero también María es modelo de la Iglesia para consolarnos. No solamente para compartir nuestras alegrías en lo extraordinario, sino también para ayudarnos a superar los dramas y tragedias que suceden.

Para tener esperanza, para tener la confianza al conocer la misión redentora de su Hijo. Afirma claramente hoy el Apóstol San Pablo, que Dios Padre quiso que su Hijo naciera de una mujer, y naciera bajo la ley (Gal. 4,4). Ya sabemos como le fue a Jesús, crucificado según la ley, castigado injustamente, y María al pie en el calvario.

Esa presencia de María en la cruz, es también la presencia que María de Guadalupe ha hecho a lo largo de estos casi cinco siglos al pie de la cruz de tantos que han vivido injusticias, dramas o tragedias (generaciones tras generaciones) y que gracias a Ella han descubierto una luz en el camino. Porque Jesús -expresa San Pablo-, ha venido para manifestarnos el proyecto de Dios Padre, ser hermanos de Cristo, y por tanto, hijos de Dios y coherederos del Reino.

Estamos llamados a compartir la vida divina eternamente. Para eso Jesús vino al mundo, para redimirnos de las situaciones más críticas, tristes o angustiosas que podamos vivir. Si atendemos con una mirada a María, encontraremos la paz del espíritu para superarlas. Ella es nuestra Madre, por eso el Libro de la Sabiduría en la primera lectura expresa: “Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí; los que me beban seguirán teniendo sed de mi” (Sir 24,21).

Quien ha descubierto el amor de nuestra Madre María, seguirá viniendo a buscarla, seguirá expresándole gratitud y cariño, aquí y en tantos Santuarios dedicados a Ella, extendidos por toda América Latina y Europa, y aún en Asia. María de Guadalupe está para acompañarnos, sea en la alegría de la Encarnación, del reconocimiento de nuestra filiación divina, de nuestras alegrías, sea al pie de nuestros calvarios.

Digámosle por eso al Señor Jesús, al Hijo de María, que estamos dispuestos a seguir siendo sus discípulos, que queremos aprender a vivir en comunidad, que nuestras familias sean escuelas del amor, y que la sociedad abra sus espacios de relación humana para superar ese terrible anonimato, que permite tanta violencia en nuestras sociedades.

Que María de Guadalupe nos siga acompañando a los pueblos de América, y en particular a nuestro querido México. ¡Así sea!

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