México, el más perjudicado

Jueves, 10 Noviembre 2016 16:29 Escrito por Gabriel Sánchez Andraca

Columna | Pulso Politico

Todos coinciden, México  podría ser el país más perjudicado con la llegada de  Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, la mayor potencia económica  y  militar del mundo.

Somos el vecino  pobre de esa potencia, pero pese a ello, ellos  nos necesitan como nosotros los necesitamos a ellos. Históricamente hemos construido estrechas relaciones económicas y culturales que no hacen co-dependientes.

Escuchamos  un comentario  por  la televisión, que tiene lógica: “Trump no va a poder cumplir lo que prometió a sus conciudadanos en la campaña electoral en lo referente a acabar con el desempleo y de incrementar el bienestar de la clase media de su país.

Cuando empiecen las protestas de sus  conciudadanos por esa razón, él tendrá a su chivo expiatorio que es México”.

“Empezará a expulsar a los trabajadores  mexicanos acusándolos de robarles los empleos a sus compatriotas, y si las protestas siguen empezará a construir su muro”.

Eso pudiera ser, pero lo cierto es que nuestra correlación económica y cultural viene de mucho tiempo atrás y sus acciones nos perjudicarían indudablemente pero a su país también y  las protestas  surgirían en su propio territorio.

El gobierno de  México debe estar consciente de eso pues ha adoptado una postura mesurada y no histérica. Nosotros tenemos mucho que perder, pero ellos también. Tanto el Presidente Peña como sus secretarios de Relaciones, de Hacienda y el Gobernador del Banco de  México han hecho declaraciones tranquilas, no ha cundido la histeria, y ya  hay contactos con miembros del Presidente electo que seguramente son mucho más conscientes que él y conocen mejor la realidad.

Esperar que el nuevo gobierno estadounidense inicie sus actividades para poder actuar adecuadamente, parece ser el objetivo.

Estados Unidos ya es un país dividido, el pasado miércoles decenas de miles de sus ciudadanos, principalmente  jóvenes,  desfilaron en plan de protesta por  el triunfo de Trump, en decenas de las grandes ciudades de ese país, al grito de “ Trump no es mi Presidente”.

El mundo no sale de su asombro. Estados Unidos se había creado una imagen de país tolerante, liberal, respetuoso de los derechos  humanos al grado de exigir, sin ningún derecho, a que otros países acreditaran ese respeto. Se creía que había superado ya su etapa de racismo, pues es el país más multirracial y multicultural del planeta, y de repente lleva a la presidencia a un tipo que representa todo lo contrario de lo que los estadounidenses creían que eran.

Lo que pasa es que la primera potencia mundial tiene una grave deficiencia:  su población en general, carece de educación  política y  como los mexicanos lo hemos hecho casi siempre, anda en busca de un caudillo, de un mesías, que lo redima de la pobreza, de la desigualdad, del desempleo,  de la inseguridad, males que han crecido a raíz de la adopción del sistema neoliberal que ellos mismos impusieron a Europa y América Latina, en tiempos de Donald Reagan y de la primera ministra de  Inglaterra, Margaret Teacher.

La mejor actitud que debemos adoptar los mexicanos es la que  ya está siguiendo nuestro gobierno: mantenernos  unidos y serenos. No caer en la histeria y ponernos a trabajar para depender lo menos posible del país vecino, como ya lo hicimos en tiempos de Cárdenas y de los gobiernos que lo sucedieron.

La vida política de  México se regía por una ley no escrita, producto de la experiencia de viejos  líderes revolucionarios.

Esa  ley era  la de no adelantar  los tiempos políticos, porque se rompería el equilibrio de los grupos de poder y se provocarían problemas graves entre los aspirantes a puestos de elección  popular.

Todavía en los años  noventa el líder vitalicio de la CTM, Don Fidel Velázquez, hizo alusión a esa ley cuando dijo: “el que se mueve, no sale en la foto”, es decir, los aspirantes deben permanecer quietos hasta que llegue el momento de actuar.

Pero en el año 2000 llegó Vicente Fox, buen vendedor de cocacolas, pero ignorante de cuestiones  políticas, igual que Trump.

Inició su campaña más de un año antes de que los partidos tomaran una decisión al respecto, y tuvo éxito, pues además ofreció cosas al electorado que nunca pudo cumplir y tuvo que seguir los lineamientos ya establecidos por los gobiernos priístas que tanto criticó en campaña.

Ahora el PAN ha empezado dos años antes su lucha interna por la candidatura de ese partido a  la presidencia de la República y ya se ha provocado una seria división del en  otro tiempo tranquilo, decente y cristianísimo Partido Acción Nacional.

Su presidente nacional, Ricardo Anaya, ya no sabe qué  hacer para justificar el gasto que le provoca, el tener viviendo a su familia en Atlanta, Estados Unidos, y a sus  hijos estudiando en una escuela de élite de aquel país, a la que visita semanariamente.

Incluso, ya se  fue a dormir en el suelo en el palacio de gobierno de Xalapa, capital de Veracruz, con los alcaldes que tomaron dicho palacio para exigir la entrega de los millonarios recursos que les pertenecen y que el gobierno corrupto de Javier Duarte se gastó.

Pero no convence a nadie, pues además de  tener que  justificar de dónde saca el dinero para darse esa vida, tiene que explicar por qué sus hijos estudian en un país protestante siendo descendientes de una familia panista, de raigambre católica.

¿No sería mejor que sus hijos estudiaran y aprendieran inglés con los jesuitas,  los lasallistas, o con las madres ursulinas aquí en México?

Lo que hace el señor  Anaya, aspirante a la candidatura del PAN,   a la presidencia de la República, es imitar extralógicamente  a los políticos priistas que empezaron a enviar a sus hijos a estudiar al extranjero para que después regresaran a nuestro país a gobernarlo con ideas supuestamente modernizadoras, que han resultado desastrosas.

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