Antílope de Seda

Lunes, 12 Septiembre 2022 07:52 Escrito por Atilio Alberto Peralta Merino

Legatario de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, Manuel Lozano Gombault  se erige en una pluma luminosa y deslumbrante, oriundo de Córdoba , vecino  Buenos Aires, viajero incansable por el mundo, se funde en el la remembranza por el terruño y el anhelo de horizontes a la manera del lento retorno a Ítaca cantado por en el poema de  Kavafis.

Más allá,  incluso,  lleva implícita en su pluma el reflejo de las  imágenes de la Ciudad de Buenos Aires, la  que, al decir de Carlos Fuentes,  “convoca a cada instante a  ser verbalizada” , no en balde, es la cuna de la novela urbana en el Continente al decir del autor de “La Región Más Transparente”, y, a no dudarse  en lo absoluto, de la canción popular urbana en habla española, al menos en estas latitudes si hemos de tener en cuenta tonadillas y cuplés madrileños como “La Gatita Blanca” o “ El Morrongo” , ello,   cuando en el años de 1917 el dueto conformado por Carlos Gardel y José Razzano, interpretaran en  el legendario “Café Tortoni” el primer tango-canción  : “Mi Noche Triste”.

En alguna conversación literaria me atreví a indagar sobre la enorme influencia del Kabalismo  que me parecía advertir, ya no digamos en Borges que es por demás manifiesta, sino en la esencia misma de la literatura austral, con enorme gentileza corroboró en la ocasión  mis intuiciones al respecto: Dios creó la unidad, lo múltiple lo inventó el hombre, después que aprendió  a contar.

José Hernández en  la sabiduría del “gaucho” Martí Fierra, reviste ecos propios de la “Ética” de Baruch Spinoza que, a fin de cuentas y, a riego de concitar la ira de todo maestro de filosofía que se respete, no es más que la intelectualización del saber sefardítico plasmado por Moisés León en el libro del Zohar.

Al exaltado rigor en la composición idiomático que caracteriza a la obra poética de Manuel Lozano Gombault ,  y que le ha llevado en dos ocasiones a ser nominado al “Nöbel” de literatura , se  aúna  el enorme caudal de símbolos de sus imágenes, que invariablemente nos hacen pensar en el “árbol sefirótico” y en “la doble corona”; así como en el “viaje interior” de Ibn Arabín que fuera modelo de la “Divina Comedia” de Dante, La Cueva de San Patricio” de Calderón de la Barca  e incluso, de los “ejercicios espirituales” de San Ignacio de Loyola.

En los albores de la vida social, los hombres tras  devorar al padre después del sacrificio que imponía la decrepitud, le encontraban encarnado en uno de los animales que al deambular por las más inhóspitas praderas, despertaban en su ánimo el terror ante el misterio  del universo y lo desconocido ; en los tiempos que siguieron, al parecer tan sólo el alucinado, el loco o el poeta tuvieron acceso a escudriñar en el misterio que el tótem, encarnación del ancestro devorado, representaba en la conciencia del hombre .

Genio aunado a generosidad en inusual armonía, Manuel Lozano escribiría un  poema capaz de escudriñar en los misterios, en el que me  atribuye  un noble ancestro totémico, asignado a esa progenie ser anuncio para doce siervas de Penélope  del retorno de Ulises,  certeza anhelada por el teólogo  de Antioquía,  que no es otro sino el Apóstol  de la gentilidad,  el que jamás conoció al “maestro” hasta que la luz le deslumbrara y callera de su cabalgadura en el “camino hacía Damasco”. Doce son las siervas como las tribus de Israel o los Apóstoles de Cristo, y Ulises en el hombre que ve cumplida la promisión del retorno.

Rescaté en días pasados el poema que pensaba definitivamente extraviado sin atreverme a confesar su imperdonable extravío al autor tanto de un poema formidable como de una deferencia honrosa, demás está decir que el referido hallazgo  me emocionó sobremanera, me estremeció incluso, el  que se me pueda considerar heredero de  tan noble ancestro, por lo que a riesgo de la ingratitud, e incluso del plagio, me permito reproducirlo a continuación :

ANTÍLOPE DE SEDA

para Alberto Peralta Merino

Está bajando el agua negra de los surtidores.

Trae miel y acíbar de las orillas del Eufrates.

La pelambre vaga en las praderas

aturdida de sol, de noche, de boca herida

por la sed.

No hay huellas entre los pastizales.

Las doce siervas de Penélope han visto uno

(o creen haber visto uno)

a través de las cruentas celosías de hierro.

Piensan que es presagio del regreso de Ulises.

Un teólogo de Antioquía está dibujándolo

(con la escrupulosa manía del descubridor)

en su cueva de eremita.

Desde la sombra roja, alcanza a divisar

la forma primordial de la especie.

¿Quién mira a quién, antílope de certidumbres?

¿Qué nos desune, tierra que amamantas,

madre terrestre, madre sangre?

¿Cuál es la llaga magnífica

que nos arroja

al áspero camino de las ciénagas?

Manuel Lozano Gombault

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