El amor de amar amor; un mandato glorioso

Domingo, 23 Febrero 2025 14:08 Escrito por Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor

Reflexión Poética | Compartiendo Diálogos Conmigo Mismo

AMAD A VUESTROS ENEMIGOS HASTA VOLVERLOS AMIGOS: Quien está persuadido de la pasión divina y de su celeste influencia, no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas de la evidencia y el apego a los níveos latidos. No olvidemos que hemos venido al mundo, como hijos del amor que somos, para querer a los que han dejado de querernos, a fin de conciliar pulsaciones y de reconciliarnos entre sí, fraternizando vínculos con el calor de hogar.

I.- LOAR AL CREADOR

Nada se resiste al amor divino,
es tan afectivo como efectivo,
tan bondadoso como próximo,
tan claro como el agua del río,
que pasa y al pasar nos renace.

El Señor no juzga y nos exime,
sólo hay que llamar y seguirle,
porque su estilo es compasivo,
tan colindante como clemente,
únicamente hemos de quererle.
 
Con el hoy del encuentro, vivo;
con el mañana vivido, lo deseo;
pues todas las sendas de Jesús,
nos elevan a la mística celeste,
del encuentro y del reencuentro.

II.- SANTIFICAR AL HOMBRE

Guiados por el amor, amemos;
regidos por el amar, démonos;
que, amando la renuncia de sí,
se sirve a todos los hermanos,
con la práctica de las virtudes.

Dejemos que el espíritu santo,
nos aliente y alimente de vida;
nos de la luz para vivir en paz,
brío para desertar de las caídas,
y fortaleza para poder cambiar.

No tengamos miedo de escalar,
de tender a lo alto como deber,
que nuestra perfección es vivir,
la secuencia vertida por Cristo,
ubicada en la pasión venerable.

III.- ENAMORAR AL MUNDO

Salgamos a degustar la Palabra,
entremos en la piedad del verbo,
activemos la caridad como aire;
que los desaíres nos abandonen,  
y la estima al semejante sea real.

La misión, pensada desde la fe,
requiere misioneros prendados;
embelesados por la gloria santa,
por el feliz hallazgo de la cruz,
que todo lo abraza y que salva.

Tan sólo la amorosa pulsación,
conoce y reconoce la vivacidad,
del vehemente fuego abrasador;
que todo lo perdona y justifica,
pues un clavo echa a otro clavo.

Víctor CORCOBA HERRERO
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