Los diciembres del pasado

Lunes, 08 Enero 2018 23:38 Escrito por Silvestre Hernando Alconedo*

Al abuelo Pío: hombre sabio, mi amigo

¡Claro que diciembre es un mes muy bonito! Un mes esperado por muchas razones. Y de recuerdos. Después de las cosechas, los campesinos, como los Lucero en mi calle de la ocho poniente, ya habían desgranado las mazorcas de maíz, despegado el cacahuate y se estaba en plena “pelada de la Jamaica”. Se había procedido a su venta, ya se contaba con recursos. Ahí normalmente se cerraba el ciclo de las siembras; y todos a la espera del día doce de diciembre para celebrar a la Virgen de Guadalupe: lo religioso, corrida de toros, juegos mecánicos y, el tradicional baile de feria. Un pueblo que departía y, su celebración de posadas con cacahuates, galletas de animalito y dulces. Había regocijo, los hogares permeaba la concordia y la felicidad. Chiautla era un pueblo dedicado mayormente a la agricultura.

En los años sesentas del siglo pasado, en las fiestas de diciembre esperábamos la llegada de nuestros familiares que trabajaban en la capital del país. Llegaban con enceres para la familia. No sólo era ropa o calzado, también traían cosas nuevas, como un radio portátil, por ejemplo. Ya en los ochentas, una nueva generación llegaba de la Unión Americana, se transportaban  en  camionetas con placas de California, Illinois, y otros estados de la Unión Americana. Aparte de venir en dichos vehículos, novedosos por cierto, su forma de vestir y de hablar los distinguía; paisanos que daban la impresión de haber dejado de ser aquellos, enamorados de la tierra de labrar, gente de campo: abandonaron todo, con el sueño de alcanzar un mejor nivel de vida. La realidad parecía reservarles otra diferente.

Llegaban con electrodomésticos, grabadoras imponentes, casete de música mexicana y americana. De pronto nuestras calles se transformaban: música  a alto volumen, otra forma de vestir, expresiones diferentes. El pueblo cobijaba a sus hijos que regresaban. En esta estadía se olvidaban ciertas costumbres, había que dar paso a nuevas formas de convivir. Había que aprender nuevas expresiones, vestir otro tipo de ropa y calzado; ser como ellos; hablar como ellos; aprender a vestir como ellos.

En la mixteca no es difícil encontrar que algún miembro de la familia o la familia completa, se hayan resistido irse de mojado a los Estados Unidos. Yo mismo lo viví. Sin embargo preferí estar con mi familia en México. Pero para muchos, no fue así, una vez logrado pasar “al otro lado”; una vez conseguido trabajo –el jale-  en su condición de indocumentado, su opción no fue otra, continuar lejos de su familia. Enviar mes con mes remesa de dólares; pagar deudas, adquirir un terreno e iniciar la construcción de una casa. Lo hicieron solo aquellos que entendieron que era la oportunidad de realizarlo. Y lograr esto, fue un aliciente que recompensaba estar lejos de su país, donde mejorar su condición, era imposible conseguirlo. 

Hoy ya no llegan esas camionetas con placas americanas, ya no nos regalan ropa americana, ya no traen calzado americano, ni electrodomésticos y aparatos electrónicos; todo lo gabacho ya lo consumimos en México. Nuestros familiares, aquellos que nos sorprendieron con todo americano ya no están con nosotros; muchos,  los años los ha atrapado. Otros se niegan a regresar y, a un buen número les hemos cumplido un deseo, el último deseo manifestado en vida, los hemos acompañado a su última morada en su lugar de origen. Nos hemos quedado con el recuerdo, aquel de aquellos años en los que nos contagiaron con su alegría, nos mostraron que había otra forma de vivir, que había una cultura ajena a la nuestra: conocerla era cuestión de atravesar una línea, un rio, obstáculos peligrosos que sepultaron sueños y ahogaron esperanzas.

Aquellos años, cada día primero de enero, el año nuevo, una vez permanecido con la familia disfrutando las fiestas de diciembre, en mi calle de la ocho poniente pasa cada año la procesión del Santísimo; calle adornada con pendones de colores, calles regadas y con olor a humedad, que ven pasar a los feligreses. Todavía los recuerdo como una fotografía: después de la procesión, atrás, una larga hilera de vehículos americanos que partían de regreso a un país que no era el suyo, pero que era su residencia. Atrás dejaban un pueblo, su pueblo, que como entonces, nunca ha dejado de rezar y de sentir su partida.

*Miembro fundador de Alianza Ciudadana Mixteca de Chiautla de Tapia, A.C.

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