Columna | P U L S O P O L I T I C O
Después del primero de julio, día de las elecciones, y con el triunfo aplastante de Andrés Manuel López Obrador, hubo desbordante alegría en todo el país. La gente sentía suyo el triunfo del candidato de Morena y celebraba además que ese triunfo le fuera reconocido, algo que no ocurrió en ocasiones anteriores.
Empezaron a correr los días y el candidato electo, como nunca antes en la historia del país, empezó a actuar junto con la gente ya designada de su próximo gabinete, en sus proyectos de gobierno.
También como nunca antes, hubo reuniones entre el presidente electo y el presidente saliente, para preparar el cambio de gobierno; las reuniones fueron amigables, lo mismo que la de los funcionarios salientes con los entrantes. Todo iba sobre ruedas.
Se hicieron anuncios que alegraron al pueblo en general, como el de la austeridad, el de frenar la llamada reforma educativa y se anunció la reducción de sueldos a la burocracia dorada, a los senadores y diputados, que además de sus percepciones, recibían un sin número de prestaciones que los convertían en nuevos ricos en los tres o seis años que estuvieran en sus puestos.
La gente que concurría a la casa de transición, de la colonia Roma, en la ciudad de México, llegaba como peregrinaciones a la Villa de Guadalupe. Hasta enfermos en camilla llegaron en busca de ayuda para su curación.
Un fenómeno político nunca visto antes. Y la respuesta del candidato electo siempre ha sido positiva, es decir, no hay queja excepto que ha dicho y ofrecido cosas que no gustan a quienes se sienten afectados o que según los expertos, no podrá cumplir porque lo impedirá la realidad con la que se topara una vez que asuma el poder, el primero de diciembre próximo.
Ayer le comentamos que como dijo en un artículo publicado en un diario de circulación nacional, el politólogo Lorenzo Meyer, los cambios de modelo político no se harán de la noche a la mañana y es posible que no alcance el sexenio para llevarlos a cabo.
Ya le habíamos comentado en este espacio, que los cambios culturales (y más de cultura política) no son fáciles, ni pueden ser rápidos, pues implican la necesidad de un cambio de mentalidad de mucha gente que ejerce las funciones públicas, lo que a veces parece imposible.
También aquí le habíamos dicho que el periodista Arturo Rueda, director de este diario, en su columna Tiempos de Nigromante tenía la razón cuando afirmaba que en este cambio, no había que temer a López Obrador, sino a la gente que lo rodea y lo que está ocurriendo ahora, le da toda la razón.
El pueblo, el ciudadano común y corriente, que con tanto entusiasmo recibió el anuncio del triunfo de su candidato, ahora está preocupado. No le preocupa su ídolo, que hace seis años los panistas calificaron de un peligro para México, no, lo que le preocupa es que su gente, dirigentes locales, diputados locales y federales, senadores y dirigentes nacionales, parecen no entender a su jefe o hacerse tontos para no acatar sus disposiciones.
En Puebla están provocando una guerra interna (en Morena) por el cambio de dirigencia estatal. La actual dirigencia ya hasta cambió las chapas del edificio que ocupa, para evitar un “golpe de estado”.
Eso provocará una fuerte división interna (ya la está provocando) y no hay nada que afecte tanto a un partido político, ya lo estamos viendo con el PRI, con el PAN y el PRD, que una división entre sus filas.
Pero hay más: las imprudencias de sus diputados federales y locales, que parecen niños con juguete nuevo, que parece que su propósito, al llegar al poder a través del partido de Andrés Manuel, es el de tomar venganza contra políticos de sus partidos de origen, por agravios o supuestos agravios recibidos en el pasado reciente.
Venganzas, declaraciones fuera de lugar, luchas internas por acaparar posiciones, nada de eso ayuda a consolidar a un partido en el poder. Y a esto hay que agregar, la gran cantidad de gente de todos los demás partidos, que pretende entrar a Morena, no con el afán de contribuir a la solución de los problemas del país, sino para ver que logran en el nuevo gobierno. El triunfo de la oposición, el cambio de régimen, propicia el surgimiento del oportunismo que es el peor enemigo de las instituciones públicas.
Nos informan que en Tehuacán se vive una situación de inseguridad, que tiene espantada a la población: nos dicen que hay cuatro bandas delincuenciales que se disputan el control del segundo municipio más importante del estado.
Le informamos de las dos balaceras suscitadas en pleno día en una gasolinera ubicada frente a la escuela primaria Josefa Ortiz de Domínguez y que en una de ellas, la de la semana pasada, murieron dos personas, que ahora se sabe, uno era chofer de Ernestina Fernández de Alatriste, presidenta municipal y la otra, chofer del síndico municipal Miguel Romero Calderón y culpan a una banda surgida en Huauchinango, pero ya avecindada en Tehuacán, denominada “Las Bigotonas”.
Se habla de alguna relación de miembros de esa banda, con Alvaro Alatriste, ex presidente municipal y esposo de la actual presidenta.
Dos tiendas de abarrotes, propiedad de hermanos de don Alvaro, fueron intervenidas por las autoridades hace unos días por haberse encontrado en ellas, mercancías robadas posiblemente en los trenes que son asaltados en la zona.
Y ayer en esta capital, balaceraron también en pleno día balacearon a dos jóvenes, en un negocio de comida rápida cerca de la Universidad Iberoamericana. Uno de los jóvenes murió y el otro resultó herido. Parece que el muerto era dueño del negocio de comida rápida donde ocurrieron los hechos.
Urge la acción rápida y eficaz de las autoridades de seguridad y judiciales, para evitar que hechos como éstos vuelvan a repetirse, porque no hay nada que ponga tan nerviosa a la gente de las ciudades y de los pueblos, como la proliferación de los hechos violentos y sobre todo, que éstos queden impunes.
La alegría desbordada, se convierte en preocupación
Lunes, 08 Octubre 2018 18:31 Escrito por Gabriel Sánchez AndracaDeja un comentario
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