Columna | SIN LÍMITES

*Cómo pasó sus últimos días el héroe de la Batalla del Cinco de Mayo

Este año, el 8 de septiembre se cumplen 158 años del fallecimiento del General Ignacio Zaragoza, cuando la República estaba preparándose para una nueva embestida de los invasores franceses y sus aliados mexicanos.

Zaragoza murió de tifo en la ciudad de Puebla a tan solo cuatro meses de la victoria alcanzada el 5 de Mayo de 1862.

De acuerdo a Raúl González Lezama, Investigador del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), así fueron sus últimos días:

-Desde la victoria, Zaragoza no tiene un momento de reposo. Recorre las posiciones de sus tropas y los campamentos que atienden a los heridos y los numerosos soldados azotados por una terrible epidemia de tifo.

-En El Palmar, cuando se dirige a Acatzingo, sufre un fuerte dolor de cabeza y temperatura elevada. Sin preocuparse, atribuye a la lluvia que lo empapa.

-No se recupera y la salud del General Zaragoza se deteriora. Su secretario y el Jefe del Estado Mayor, sospechan que tiene tifo y lo trasladan a Puebla. El general Jesús González Ortega recibe del enfermo el mando provisional del Ejército de Oriente.

-En un carruaje ligero de cuatro ruedas, al que le acondicionan un toldo, el General sale temprano de Acatzingo, un viaje lento por los fuertes aguaceros que retrasan su marcha, llega en la tarde del 4 de septiembre a Puebla.

-Al día siguiente, el 5 por la noche, el dolor de cabeza y la fiebre son insoportables. A las 11 de la mañana del otro día 6 es presa de delirios donde imagina que se desarrolla una batalla y pide sus botas de montar así como su caballo.

-Los médicos y ayudantes del General lo sujetan para evitar que abandone el lecho para salir a dirigir sus tropas. Al verse impedido, increpa a quienes trataban de auxiliarlo y los llama traidores, al imaginar ser entregado al enemigo.

-En la Ciudad de México la alarma empieza desde que la noticia de su traslado a Puebla. La madre de Zaragoza y una de sus hermanas, salen rumbo a Puebla acompañadas por el doctor Juan N. Navarro, que envía el Presidente Benito Juárez.

-El día 7, el mal va en aumento; con dificultad reconoce a su madre y a su hermana y es víctima de nuevas alucinaciones. El doctor Navarro lo examina, declara con desconsuelo que no hay nada que  hacer para salvarlo. Jefes, oficiales y amigos están cerca de su lecho, pues desean acompañarlo en sus últimas horas.

-Amanece del 8 de septiembre, Ignacio Zaragoza, en su mente se cree prisionero de los franceses. Al contemplaron a la nutrida audiencia que rodeaba su lecho pregunta: ¿Pues qué, también tienen prisionero a mi Estado Mayor? Pobres muchachos… ¿Por qué no los dejan libres? Pocos minutos después expira.

-El telegrama que se envía a la Ciudad de México dice: Línea telegráfica entre México y Veracruz. Puebla, septiembre 8 de 1862. Recibido en México a las 12 y 28 minutos de la mañana. “Excmo. Señor Ministro de Guerra. Son las 10 y 10 minutos. Acaba de morir el Gral. Zaragoza. Voy a proceder a inyectarlo. Juan N. Navarro”.

-El Ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación, Juan Antonio de la Fuente, comunica a los gobernadores de los estados la muerte del General y les comunica el decreto del Presidente Juárez donde ordena realizar honras fúnebres en su memoria.

-El 13 de septiembre de 1862 es el día de la inhumación de Zaragoza. Todos los establecimientos comerciales de la Ciudad de México permanecen cerrados y la mayoría de los habitantes de la capital viste de luto riguroso.

-A las once y media de la mañana, niños de las escuelas abren el cortejo, los sigue el un comandante con sus ayudantes, atrás de ellos, tres cuerpos de la Guardia Nacional, una batería de Artillería y un escuadrón de Lanceros, los caballos de batalla del fallecido, entre los que se encuentra el que montó durante la batalla de Puebla, un prieto correctamente ensillado.

-El ataúd del general se coloca en un carro fúnebre, en un costado llevaba una manta en la que se lee Cinco de Mayo. Detrás del carro, van los dolientes a pie, el primero es el Presidente de la República acompañado por sus ministros, tras ellos, numerosos carruajes. La procesión funeraria se extiende a lo largo de muchas cuadras.

-Las calles donde avanza el cortejo lucen adornos con cortinas blancas y lazos negros. Pocas casas no adornan las fachadas. Incluso la residencia del Ministro (Embajador) de Prusia se muestra enlutada.

-En la esquina de Plateros, hoy Francisco y Madero, se levanta un arco triunfal, en cuyo frente, escrito con hojas de laurel, se lee: Cinco de Mayo de 1862.

-En el Panteón de San Fernando, el cadáver es colocado en el enorme catafalco. Se recitan poemas en honor del fallecido. Los oradores ocupan su lugar en la tribuna; el primero en hablar es José María Iglesias, otros más hacen uso de la palabra, pero el más destacado es Guillermo Prieto, quien conmueve hasta las lágrimas a los presentes.

-A las tres de la tarde la ceremonia concluye. Francisco Zarco resume el sentimiento de la mayoría de los mexicanos: “Inmensa, dolorosísima, tal vez irreparable es la pérdida que acaba de sufrir la República. Zaragoza era su gloria, su tesoro, y era también su esperanza”. Y profetiza: “Su nombre no perecerá jamás, será transmitido a las más remotas generaciones y figurará al lado de los de Hidalgo y de los padres de nuestra Independencia”.

-Por decreto del entonces Presidente de México, Benito Juárez la Ciudad de Puebla lleva el nombre de Puebla de Zaragoza, así como el estado norteño fronterizo con Estados Unidos, Coahuila de Zaragoza.

-El 5 de mayo de 1976, en el gobierno del doctor Alfredo Toxqui, el General Ignacio Zaragoza fue declarado Benemérito de la Patria en grado heroico, sus restos fueron exhumados del Panteón de San Fernando en la Ciudad de México para ser trasladados a Puebla Capital para ser colocados en la Zona de los Fuertes, donde se construyó un mausoleo conmemorativo.

En fin, como lo describió Guillermo Prieto (México, 1818-1897),  en uno de sus Romances de la Guerra de Reforma:

Pero allí está Zaragoza
de mi pincel en espera;
aquel de cabello lacio.
Siempre en actitud modesta,
ni se escuchan sus palabras
ni ruido alguno le inquieta.
Es vulgar su continente,
mira con indiferencia
lo que en su torno acontece.
Y cuando menos se espera,
estalla firme y tronante
lo que quiere y lo que piensa.

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