El miércoles 17 de enero Francisco viajó a primeras horas de la mañana desde Santiago de Chile hasta Temuco, para celebrar la Santa Misa en el aeródromo de Maquehue. Se trató de una celebración Eucarística por el progreso de los pueblos, en la que participaron numerosos representantes de las poblaciones originarias de la Araucanía y que animaron la celebración con elementos tradicionales de su cultura

“Doy gracias a Dios por permitirme visitar esta linda parte de nuestro continente, la Araucanía: Tierra bendecida por el Creador con la fertilidad de inmensos campos verdes, con bosques cuajados de imponentes araucarias – el quinto elogio realizado por Gabriela Mistral a esta tierra chilena – sus majestuosos volcanes nevados, sus lagos y ríos llenos de vida. Este paisaje nos eleva a Dios y es fácil ver su mano en cada criatura. Multitud de generaciones de hombres y mujeres han amado y aman este suelo con celosa gratitud. Y quiero detenerme y saludar de manera especial a los miembros del pueblo Mapuche, así como también a los demás pueblos originarios que viven en estas tierras australes: rapanui (Isla de Pascua), aymara, quechua y atacameños, y tantos otros”.

Graves violaciones de los derechos humanos

Con estas palabras el Papa Francisco comenzó su homilía de la Misa celebrada en Temuco por el progreso de los pueblos. Y añadió que celebraba esta Eucaristía en un contexto de acción de gracias por esta tierra y por su gente, pero también de pena y dolor. Sí, porque como recordó el Santo Padre, en ese lugar hubo “graves violaciones de derechos humanos”. De manera que – como dijo el Papa – “esta celebración la ofrecemos por todos los que sufrieron y murieron, y por los que cada día llevan sobre sus espaldas el peso de tantas injusticias. La entrega de Jesús en la cruz carga con todo el pecado y el dolor de nuestros pueblos, un dolor para ser redimido”.

Aludiendo a la unidad clamada por Jesús, el Pontífice afirmó que se trata de “un don que hay que pedir con insistencia por el bien de nuestra tierra y de sus hijos”. Y es necesario estar atentos a posibles tentaciones que pueden aparecer y “contaminar desde la raíz” este don que Dios nos quiere regalar y con el que nos invita a ser auténticos protagonistas de la historia.

Los falsos sinónimos

“Una de las principales tentaciones a enfrentar es confundir unidad con uniformidad. Jesús no le pide a su Padre que todos sean iguales, idénticos; ya que la unidad no nace ni nacerá de neutralizar o silenciar las diferencias. La unidad no es un simulacro ni de integración forzada ni de marginación armonizadora”.

De ahí que Francisco haya afirmado que la riqueza de una tierra nace precisamente de que cada parte se anime a compartir su sabiduría con los demás. “No es ni será una uniformidad asfixiante que nace normalmente del predominio y la fuerza del más fuerte, ni tampoco una separación que no reconozca la bondad de los demás. La unidad pedida y ofrecida por Jesús reconoce lo que cada pueblo, cada cultura está invitada a aportar en esta bendita tierra”.

    “ La unidad no tolera que en su nombre se legitimen injusticias personales o comunitarias ”

Sí porque como dijo el Santo Padre “la unidad es una diversidad reconciliada porque no tolera que en su nombre se legitimen las injusticias personales o comunitarias”. Necesitamos de la riqueza que cada pueblo tenga – añadió el Obispo de Roma – para aportar, y dejar de lado la lógica de creer que existen culturas superiores o inferiores”.

Arte de la escucha y del reconocimiento

También afirmó que “el arte de la unidad necesita y reclama auténticos artesanos que sepan armonizar las diferencias en los ‘talleres’ de los poblados, de los caminos, de las plazas y paisajes”. Y explicó  que no es un arte de escritorio, ni de documentos, sino que se trata de un arte de la escucha y del reconocimiento. En eso radica su belleza y también su resistencia al paso del tiempo y de las inclemencias que tendrá que enfrentar.

“La unidad que nuestros pueblos necesitan reclama que nos escuchemos, pero principalmente que nos reconozcamos, que no significa tan sólo recibir información sobre los demás… sino de recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros. Esto nos introduce en el camino de la solidaridad como forma de tejer la unidad, como forma de construir la historia; esa solidaridad que nos lleva a decir: nos necesitamos desde nuestras diferencias para que esta tierra siga siendo bella. Es la única arma que tenemos contra la ‘deforestación’ de la esperanza. Por eso pedimos: Señor, haznos artesanos de unidad.

Las armas de la unidad

Tras afirmar que la unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin, el Papa dijo: “Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de unidad y reconciliación terminan amenazándolos. En primer lugar, debemos estar atentos a la elaboración de ‘bellos’ acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados, sí – y necesarios – pero que al no volverse concretos terminan ‘borrando con el codo, lo escrito con la mano’. Esto también es violencia, porque frustra la esperanza”.

Y en segundo lugar – prosiguió explicando el Santo Padre – es imprescindible defender que una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y destrucción que termina cobrándose vidas humanas. “No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta es mayor violencia y división. La violencia llama a la violencia, la destrucción aumenta la fractura y separación. La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos ‘no a la violencia que destruye’, en ninguna de sus dos formas”.

El Sucesor de Pedro dijo también que estas actitudes son como lava de volcán que todo lo arrasa y lo quema, dejando a su paso sólo esterilidad y desolación. “Busquemos, en cambio, el camino de la no violencia activa, ‘como un estilo de política para la paz’. Busquemos, y no nos cansemos de buscar el diálogo para la unidad. Por eso decimos con fuerza: Señor, haznos artesanos de unidad”.

Francisco concluyó su homilía afirmando que todos nosotros – que en cierta medida somos pueblo de la tierra – estamos llamados “al Buen vivir” como lo recuerda la sabiduría ancestral del pueblo Mapuche. “Y si bien hay mucho camino por recorrer y aprender”, el Papa invitó a pedir con Jesús al Padre por los hijos de esta tierra, y por los hijos de sus hijos, que también nosotros seamos uno”.  “Señor – dijo – haznos artesanos de unidad”.
Homilía del Papa de la Misa celebrada en

Publicado en RELIGIÓN

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