Artículo | Algo Más Que Palabras 

“Lo importante es afrontarlo todo con humildad y arrepentimiento, a la espera de que la cultura del abrazo, sea algo tan real, como nuestros andares”. 

Ponerse en camino es propio de quien busca la orientación debida y rebusca el sentido existencial. Los tiempos actuales nos instan a bucear por todos los rincones, a detenernos y a contemplar lo que nos circunda, para llenar los corazones de entusiasmo. Observar los latidos de la vida, beber de su armónica sintonía natural, estoy seguro que nos transforma las conciencias y nos motivan al bien. La frase de: Renovarse o morir, que siempre se ha dicho como recordatorio o receta, debe animarnos a reconstruir un mundo nuevo, con la savia renovada. Así, de hecho, ha de volver a encenderse el calor de hogar para calentar la frialdad de los corazones, dentro de los más endurecidos, inclusive nuestra particular sangre genealógica. ¡Explorémonos mar adentro!

Activar el hermanamiento entre análogos es fundamental, en un orbe globalizado como el vigente, que suele ponerse en acción, obviando vínculos para adoquinar senderos e impedir la madurez poética, punto de llegada de un camino interior, que necesitamos rastrear por aquí abajo, para reconocernos en él y embellecernos de su sabiduría. En efecto nada somos, sino compartimos admiración y partimos del verso soy; para injertar ese universo de bondades, en el propio verbo viviente y evidente, del que formo parte. Por tanto, no sólo hay que levantar la vista, también se requiere despojarse de las miserias de uno mismo, encender la esperanza como aire de subsistencia, para no hacer de los problemas y de las dificultades el centro de nuestro caminar. 

Esta mirada que fraterniza, sobre todo hace que se sobrelleven mejor las vicisitudes de la vida; puesto que, permanece confiada, en el espíritu cooperante de la gratuidad y de la gratitud filial. Cuando esto sucede, los latidos conjuntos se fusionan, tanto para atendernos como para entendernos mutuamente. Por el contrario, cuando fijamos la atención exclusivamente en el poder, o en el afán posesivo, el miedo invade nuestro interior y lo desorienta, dando lugar al desconcierto, a la angustia y a la depresión. Bajo estas temidas y tremendas atmósferas, todo se corrompe, pero no permitamos que estos aires sean dominadores y nos empujen al desaliento. Lo importante es afrontarlo todo con humildad y arrepentimiento, a la espera de que la cultura del abrazo sea algo tan real como nuestros andares.

Téngase en cuenta que, con la evolución de la tecnología y las nuevas herramientas, el potencial para recopilar, analizar y visualizar datos sigue ensanchándose, ofreciendo nuevas oportunidades para promover el desarrollo sostenible y la equidad social en todo el planeta. Lo cardinal es que toda la ciudadanía se incorpore a políticas sociales públicas, reforzando un mejor cohabitar y una rendición de cuentas objetivas. Desde luego, no hay información más tangible, que aquellos estudios estadísticos que convierten los datos abstractos, en revelación del momento, para que el poder de decisiones se sustente en fundamentos reales y concretos. Indudablemente, este es un modo de advertir lo que muchas veces no se deja oír, ni tampoco reparar. 

Hacer camino, por consiguiente, es fundamental en todo instante vivido. La realidad a veces nos enferma el alma, porque está cuajada de obscenos detalles que nos dejan sin vocablo. De ahí, la trascendencia de activar la comunión de pulsos y la unión de pausas reflexivas, para poder avanzar en humanidad, antes de que el contexto inhumano y amoral que padecemos en este inseguro hábitat, nos deshumanice por completo. Quizás tengamos que comenzar por revolvernos, para regresar a ese estado níveo que añoramos, pero que no cultivamos, ni lo estamos poniendo en nuestros pasos; y todo, porque nadie en el fondo ama a nadie. Ojalá, pues, la mística conjugación del verbo amar fuese certeza viva, y no una mera correlación de sentimientos vacíos.

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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Artículo | Algo Más Que Palabras 

“Ojalá cultivemos de manera abierta y responsable, redes de apoyo, para salvar vidas. No olvidemos que, quitarse la vida o ayudar a quitársela, es una tragedia y un desamor considerable”. 

Vivir no es únicamente batallar, sino persistir e innovar con los sueños, estar fuerte en el sufrimiento y alegre al despertar; porque la vida nos ha sido ofrecida para desvivirse por ella y no abandonarse jamás, lo que requiere un cambio humanístico en la forma con la que valoramos y respetamos las emociones. Jamás olvidemos ese innato afán, de creer en lo invisible, tampoco dejemos que esa esperanza muera. Edifiquemos unidos un mundo donde cada turbación, por dolorosa que sea, encuentre un espacio para ser escuchada, validada y sanada. Quizás, por ello, tengamos que tomar conciencia sobre la magnitud del suicidio como problema de salud pública mundial, haciendo saber a las personas que están pasando por momentos difíciles que no están solos. 

Sentirse protegido es ya un gran avance, frente a la resignación que es una inmolación cotidiana. Igual sucede con toda violación de lo auténtico, no es tan sólo una especie de trastorno del patrañero, sino también una puñalada en la salud de la sociedad humana. Bajo esta atmósfera enfermiza a más no poder, que no respeta edades, cada suicidio es una tragedia a una familia, a una comunidad o a todo un país, teniendo consecuencias duraderas en las personas cercanas a la víctima. En consecuencia, identificar, evaluar, manejar y dar seguimiento de manera temprana a cualquier persona afectada por pensamientos y conductas desesperantes, es fundamental para tomarnos en serio lo de hallarse vivo y con fuerzas para alentar caminos de luz.

La resistencia pasa por negarse a llevar un contexto lamentable; por ello es trascendente intentar el cambio, desafiar, persistir, perseverar, ser fiel a sí mismo, pelear a brazo partido con el destino, hasta dejarnos el último aliento por existir. Revelarse contra uno hasta quedar sin fuerzas, plantar cara a las vicisitudes sin miedo, nos ayudará a redescubrirnos, involucrando a toda la sociedad en la elaboración de estrategias efectivas, máxime en un momento cuando se tiene recelo a la pluralidad, resultando complicado hacer familia, porque esa misma sociedad psicológica y culturalmente se suicida, porque no se entiende, cuestión vital para asistir y existir en gozosa comunión.  Con el tiempo, yo incluso aprendí a reprenderme, a caminar hacia adelante sin tristeza.

Ojalá cultivemos de manera abierta y responsable, redes de apoyo, para salvar vidas. No olvidemos que, quitarse la vida o ayudar a quitársela, es una tragedia y un desamor considerable. Uno tiene que quererse para poder amarse y amar a los demás, sin tener aprensión a ser un ser de acción y reacción mística, pues nuestra fuente viviente radica en el corazón. Todas estas situaciones suicidas son prevenibles, es un grave problema mundial de salud pública que debe abordarse imperativamente; puesto que, la vida es un derecho, no la muerte, que debe ser acogida, nunca suministrada. A propósito, recuerdo que se debe privilegiar siempre la obligación al cuidado, la custodia sin exclusiones, para que los más débiles, en particular los ancianos y enfermos, nunca sean descartados. 

Conseguida la cátedra viviente, con el natural equilibrio mental, el juicio recto y la moral como abecedario de subsistencia, percibiremos la audacia y la firmeza debida, para sacar el mayor bien a los contratiempos, comenzando por ser más clementes con nuestros análogos. De ahí, la importancia de dejarnos acompañar y no ser piedras en el camino, más bien un soplo de buenos deseos fusionado con mil caricias en la mirada, salvaguardándonos de toda soledad y desolación. No depongamos la lucha. Que el hábitat de la crueldad cese o lo compartamos; y, al menos, nos quite el silencio ensordecedor de la indiferencia, recargándonos de enérgica entereza. En la debilidad, es más fácil sucumbir, que soportar sin tregua una crónica cargada de dolores, saturada de amarguras.  

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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Artículo | Algo más que palabras 

“La regeneración comienza por respetarse uno así mismo, por quererse, admirando todo lo que nos rodea, que hemos de custodiarlo con generosidad”. 

Nuestra privativa existencia, que ha de ser un místico poema, se ha convertido en un hospital donde cada mortal, agobiado por un bravo oleaje de penas, está poseído por el deseo de cambio. Hoy más que nunca, es preciso el sosiego de unos moradores enfermizos, que tienen que reencontrarse en su mar de rutas, tanto para trabajar unidos, como para tomar conciencia de que hay que hacer inmensidad poética y no romper su métrica vinculante. Utilizar la sinergia del corazón es el mejor brebaje para volvernos poesía y revolvernos como poetas en guardia. Lo mundano requiere de una acción vivificante, que no es otra, que el cultivo de amar a nuestro prójimo, hasta tornarlo próximo a nosotros, a escala global, sin confinar las diferencias, sino más bien abrazando la diversidad de pulsos.

En esta inconfundible vida humana, nos acompañan una marea de sensaciones diversas que hemos de afrontarlas en comunión y en comunidad, en familia y haciendo hogar; o sea, laborando la realidad del amor. Ciertamente, aunque este mundo enfermizo nos traslada su abecedario de malestares y padecimientos, no debemos perder la confianza en la humanidad. No importa navegar a golpes por el piélago viviente, todo tiene remedio, es cuestión de enmendarse y de tomar la vía del propósito auténtico, limpiando los fluidos indecentes que nos ahogan. Por ello, cualquier océano por el que transitemos, aparte de ser una fuente de empleo y alimento para millones de gentes, es también una morada para innumerables especies marinas y un regulador de la templanza del planeta.

Respetémonos, pues, entre sí. En este caminar por aquí abajo, todo tiene su misión curativa, comenzando por las masas de agua, que mitigan los impactos del cambio climático; y, finalizando por nuestro especial latir de servicio al bien común. Unos y otros, hemos de trabajar en alianza, codo con codo para brindar alivio y esperanza a los más necesitados. En consecuencia, extendamos el charco de la verdad, con el espíritu de la bondad, por todos los rincones del orbe, al que se accede a través del piadoso sentimiento de cariño. Sin embargo, cada día estamos más atrapados por la mentira y hemos olvidado querernos. Por desgracia, nuestras típicas deficiencias de descuido e idiotez es un sufrimiento contagioso, que no sólo lo soporta el propio interesado, sino igualmente los demás. 

La regeneración comienza por respetarse uno así mismo, por quererse, admirando todo lo que nos rodea, que hemos de custodiarlo con generosidad. No podemos dejar de lado lo débil que somos y, aún menos, el cometido encomendado, que ha de brotar en unión y en unidad, con la libertad necesaria, pero con la compasión debida. Si así actuamos, demos tiempo al tiempo, que no hay poder que no venga de las alturas, pero es menester adentrarse mar adentro, que es donde habita el verso que soy. Quédate, si acaso, con la receta de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor”. Bajo este procedimiento anímico, el restablecimiento está asegurado, lo recomiendo.

En efecto, que corra la voz por la autopista del deseo y pueda hacerse realidad el fruto de la concordia, que es el que nos armoniza existencialmente, con el vigor y la fuerza necesaria de la recuperación. Cumplamos con las responsabilidades congénitas, con el compromiso de regresar a la poesía y no al poder, que todo lo tritura con maldades. Elevémonos a la inspiración lírica y reconstruyamos espacios níveos, ya que donde no hay espíritu cooperante, tampoco puede haber justicia.  La ociosidad terrícola es la gran dominadora, hace falta salir de este vacío que desprenden los vicios, para dejar de estar contaminado de peligros. Estos abundan tanto en el mar, como en la tierra, también en el aire y, además, en los falsos hermanos. No sigamos, por tanto, ahogándonos en el error.

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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Artículo | Algo Más Que Palabras 

“Cohabitar con una fraternidad efectiva y afectiva entre nosotros, es cultivar el corazón a corazón, para sentirnos cercanos en un mundo global, sabiendo que todos nos necesitamos entre sí”. 

Hoy más que nunca, es indispensable custodiar el espíritu anímico de la concordia y perseverar en el diálogo, reforzar el soplo cooperante, haciendo de la diplomacia la predilecta ruta para prevenir y resolver los conflictos. Sin duda, nuestro primer deber moral es la sanación de nuestra propia existencia, en un momento en el que apenas tenemos tiempo para repensar actuaciones, a causa de una bulimia de conexiones en las redes sociales, que realmente nos dominan y nos dejan en la cuneta de los despropósitos, bombardeados por imágenes de todo tipo, a veces incluso falsas o distorsionadas, que suscitan en nosotros una tormenta de emociones contradictorias. Por ello, es menester despertar, no encerrarnos en el silencio y activar nuestra presencia, tanto física como virtual.

El reencuentro es otra de las atmósferas necesarias para una subsistencia global y hogareña. Sin duda, la victoria más complicada la tenemos con nosotros mismos. Para empezar, hemos de conocernos y de reconocernos como caminantes libres, honestos y justos. El buen hacer y mejor vivir pasa por comprenderse, no sólo para ser más humanitarios, sino también para evitar herir a los demás con nuestros vocablos. Ojalá aprendamos a reprendernos, a relacionarnos con honestidad y prudencia, máxime en una época de reducción del espacio cívico, con su creciente desinformación al respecto. En consecuencia, nos urge batallar en la toma de decisiones compartidas y conjuntas, con brío auténtico, para fomentar la confianza y la interlocución entre culturas y cultos diversos.

Cohabitar con una fraternidad efectiva y afectiva entre nosotros, es cultivar el corazón a corazón, para sentirnos cercanos, sabiendo que todos nos necesitamos entre sí. Otra de nuestras tareas, por consiguiente, ha de ser la de vencer el individualismo y el afán de superar a los que nos rodean, pues nadie debe ser competidor de nadie, sino compañero de fatigas, que nos las vertemos unos a otros, aunque luego pidamos la paz. Quizás tengamos, por ello, que tomar en serio nuestros gritos, lo que también nos demanda responsabilidad y razón; comenzando por la comunidad internacional que tiene la obligación moral de detener la tragedia de la guerra, pero también nosotros, desde nuestro acontecer, estamos forzados a ejemplarizar acciones, abandonando egoísmos. 

Los célebres egoístas son el origen de los ilustres malvados; y, aunque, ninguna generación ha tenido jamás acceso tan rápido a la cantidad de información que ahora está disponible gracias a la inteligencia artificial; al final, los caminos se encauzan no desde el intelecto, sino desde la cátedra vivencial. En efecto, es la sabiduría que se alcanza con los años de itinerario recorrido, quien nos muestra el verdadero sentido de la vida que, con la disponibilidad de datos y bajo un contexto intergeneracional, del que todos formamos parte, estoy convencido que influirá en decisiones que nos abran el camino hacia un orbe de mayor solidaridad y unión. Una vez más, la tarea de entenderse no es fácil, pero es de vital importancia. 

De hecho, nosotros los pueblos, como moradores pensantes, debemos ahondar en la palabra, haciéndolo sinceramente, para la configuración acústica de las ideas y la armonización de pulsos. Evidentemente, pedimos juntarnos, volvernos servidores, afirmarnos y reafirmarnos demócratas; y, así, desde la inclusión de latidos, trabajar unidos para garantizar un mundo hermanado, totalmente renovado, que promueve derechos y obligaciones a todo mortal, previo impulsar el motor de la dignidad y de la escucha, sin cerrar bocas. Por desgracia, la democracia se ve amenazada, el populismo y la desigualdad crecen y el planeta está más enfermo y más contagiado, a causa de multitud de golpes. Aún así, luchar contra molinos de viento, tiene su esperanza.

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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Artículo | Algo Más Que Palabras 

“Desarmemos tanto las acciones como la voz, de cualquier prejuicio, rencor, fanatismo y odio; salgamos de la provocación y entremos en acuerdo”. 

Recogerse y acogerse es un níveo concentrado de bondad y pasión que precisamos como jamás, poner en acción, con reposición contemplativa. Sus efectos benignos y sus afectos generosos, es lo que verdaderamente nos alienta como sociedad y nos alimenta como espíritu andante, en este planeta por el que nos movemos y cohabitamos, hasta que la muerte nos abrace. Indudablemente, para transformar el mundo, hay que hacerlo desde dentro, partiendo de nuestro propio latir cotidiano. No interesan los pedestales, tampoco la ración monetaria, únicamente la ruta de servicio y el compartir. Nada es nuestro, todo es de todos. De ahí, la importancia de verificar actuaciones, desde la clemencia de uno mismo y por la mansedumbre social.

Observarse es un modo de quererse, de amarse mar adentro para reconocerse junto a los demás y no mirar hacia otro lado, porque al fin todos tenemos que rendirnos cuentas, de nuestro quehacer. Los sistemas suelen fallar. Es vital renovarse para rehacerse y no morir sin dejar huella donante. Si no protegemos la savia, la nuestra y la de nuestros análogos; si permitimos que la falsedad nos gobierne, corremos el riesgo de perder nuestro sentido afable y de olvidar que nada somos por sí mismos. Hemos de movilizarnos de manera solidaria e incorporarnos globalmente, en conformidad con la propia sensatez de cada uno. Desarmemos tanto las acciones como la voz, de cualquier prejuicio, rencor, fanatismo y odio; salgamos de la provocación y entremos en acuerdo. 

Hay que armonizarse, volver a esa mirada que acaricia, a esos labios que se mueven a golpe de corazón, a esa escucha que sabe entender y atender al que nos suplica, antes de juzgar acciones y de actuar incoherente con nuestro decoro sensible. Lo que no es de recibo, es que millones de personas necesitan ayuda humanitaria a causa de los bestiales conflictos, el cambio climático y otros factores, y no la encuentren. El estado de pasividad, en un mundo global como el presente, es la inhumanidad más enfermiza y monstruosa de un ser pensante y, encima, con alma. Las culturas y sus diversos caudales de caminos naturales, suelen sernos antagonistas, en parte porque nos les extendemos el abrazo de la concordia; sus crueldades representan la venganza contra nuestra indiferencia. 

La consideración es esencial para saber alojarse y vivir. Tanto es así, que la atención a la crónica es sostén de cualquier otra entereza, incluida nuestra propia liberación. En demasiadas ocasiones, la única cuestión que respeta el poder es el poder. Por desgracia, el aluvión de crisis políticas, con las consabidas perturbaciones económicas, juegan un papel central en el empeoramiento existencial, dificultando además la ayuda humanitaria, negando así el derecho a llevar una digna historia viviente, llena de oportunidades. Sea como fuere, el diálogo es primordial, ya no sólo para comprenderse, también para actuar de forma mancomunada. De lleno nos fundimos, pues, en esta apuesta por la vida; y, como tal, debe ser protegida de manera absoluta desde el instante de la concepción.

En consecuencia,  proteger a esas gentes que se lanzan al abismo por el bien colectivo, deseosas de salvar existencias, arriesgando la suya, es un deber y una obligación universal, para garantizar que la supervivencia y la esperanza llegue a los oprimidos. Puede que su imaginativa sea un deseo que no conoce fronteras, pero su acción es una necesidad, una exigencia moral y benefactora. Por desgracia, los ataques contra estos pulsos bienhechores están batiendo records; en parte, porque no se acata el derecho internacional humanitario y los responsables de esta nefasta realidad quedan impunes. Por ello, también a todos nos corresponde la tarea de restablecer un nuevo sistema de relaciones de convivencia basadas en la justicia y en el amor de amar amor. ¡Propongámoslo como labor!, pues. 

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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Miércoles, 22 Julio 2020 18:45

Inventemos otra realidad

Artículo | Algo Más Que Palabras

“Nada puede destruir a la humanidad, excepto ella misma”

Somos un mundo de contrastes. Hay una incongruencia entre los moradores, sobre todo entre su decir y su hacer. Luego está la desproporción de los caudales entre países pobres y ricos. Nos falta compromiso y nos sobra endiosamiento. Fallamos en todo o en casi todo. De ahí, lo importante que es reconocer nuestra inconfundible debilidad para poder enmendar ciertas relaciones, ya sean entre nosotros y nuestros análogos y también con el hábitat natural. Todas estas divergencias podrían ser erradicadas si tuviésemos otro talante, o si quieren un espíritu más poético que poderoso, para poder forjar otra realidad menos abusiva y más justa. Hay una manera de contribuir a la protección armónica, y es no resignarse jamás, por muy desbordante que sea la aglomeración de discordancias.

Tampoco podemos continuar con este ánimo desolador. La mayor tristeza es no saber hacer frente a este huracán de oposiciones, a este ciclón de contrariedades, derrumbarse y no resistir para renacer a un nuevo pasaje viviente, mucho más agradecidos. Ojalá aprendamos la lección, y al menos nos dejemos conquistar por el humilde, aunque no tenga pedestal alguno, pues rechazando la arrogancia del orgulloso, cuando menos habremos despertado de esta actual degradación que venimos soportando. Lo importante es renacer a un pensamiento nuevo, evadirse de este espíritu deshumanizante, con la solidaridad necesaria y la sencillez deseada. Ciertamente, todos somos frágiles, tan solo latiendo unidos podremos abrirnos a una sabiduría distinta, a una realización del ser humano diferente, a un espíritu constructor renacentista en principios y en acciones conjuntas.

El hechizo del encumbramiento nos aborrega, hasta el punto de volvernos despreciativos, restándonos horizontes y empujándonos a nuestra particular decadencia como seres pensantes. Desde luego, estamos perdiendo el afán de superación, la lucha constante por sobrevivir, el desvelo por crecer humanamente. ¡Cuántas vidas podrían enmendarse, cuántas  tristezas podrían sonreír, cuánto dolor se evitaría a poco que nos esforzáramos en la mano tendida! Nada somos por sí mismos. Nuestra interconexión es un hecho. Sin embargo, la auxiliadora cadena humana permanece impasible, dejando a semejantes olvidados en el camino. Continuamos siendo nuestro peor enemigo. Nada puede destruir a la humanidad, excepto ella misma, a través del vacío moral, el egoísmo y la avaricia, o el individualismo consumista; atmósferas, todas ellas, que nos están dejando sin entrañas y sin conciencia alguna.

Por eso, es vital la cooperación conjunta entre los moradores. Esto requiere un compromiso real de cambio de actitudes, en tono humilde; y, el poner en valor, una consciente ética como timbre comunicante. Justamente, con la implicación de todos, como un deber, tanto de los países ricos a pagar el precio requerido por el llamado a la supervivencia de los pobres y la sostenibilidad de todo el planeta, como también de los países pobres a querer salir de esa pobreza, poniendo la fuerza necesaria y el tesón en ello, podremos conquistar una existencia que nos renazca humanizándonos, asentando un proyecto de convivencia que permita un futuro mejor para todos y cada uno de nosotros. No desaprovechemos entonces el diálogo, el gran instrumento y el lazo común de la sociedad. Tampoco la escucha.

Siempre se ha dicho que del oír procede la sabiduría y del auténtico diálogo los avances. A propósito, se me ocurre pensar en la exhortación apostólica postsinodal “Querida Amazonia” del Papa Francisco, que podría convertirse en un sueño universal. Sí, en una visión para todo el planeta que integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un buen vivir, cohabitando hermanados en la batalla por los derechos de los más descartados, para que su voz sea escuchada y su dignidad sea promovida. No olvidemos que nuestra propia vida es un camino comunitario, donde las tareas y las responsabilidades se comparten y han de dividirse, según la misión encomendada y en función del bien colectivo, que parece encontrarse hoy en día más que erosionado.

Naturalmente, en esa nueva realidad necesitamos que surja un nuevo anhelo capaz de reequilibrar las profundas desigualdades que prevalecen en todas las sociedades. Tal vez, debamos considerar seriamente la posibilidad de aplicar una Renta Básica Universal bien diseñada, de modo que las crisis puedan golpear, pero no demoler vidas humanas. ¡Pongámoslas en valor!    ¡Protejámoslas!

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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Miércoles, 30 Noviembre 2016 14:13

La referencia de europa en el mundo

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Hoy más que nunca se requiere la referencia de una Europa fuerte y unida, que pueda defender y proteger a sus ciudadanos de las muchas incertidumbres del mundo. Por desgracia, las políticas populistas han debilitado ese proceso integrador de los padres fundadores, que no era otro que reconstruir un continente con un espíritu conciliador y de servicio mutuo. Por ello, la Comisión Europea acaba de proponer un Fondo Europeo de Defensa y otras acciones, a mi juicio muy acertadamente,  para apoyar el gasto más eficiente en las capacidades de defensa conjuntas; fortaleciendo, así, a los ciudadanos europeos de los Estados miembros, al fomentar la seguridad de una base industrial competitiva e innovadora. En este sentido, ya se han propuesto veinticinco millones de euros para la investigación de defensa como parte del presupuesto 2017, y se espera que esta asignación presupuestaria crezca hasta un total de noventa millones de euros hasta el año 2020. Es evidente que si este espacio geográfico mínimo, de máxima diversidad cultural, no se ocupa de salvaguardarse así mismo, nadie más lo hará, teniendo en cuenta que las capacidades deben ser acordadas por los Estados miembros, para justamente poder reforzar el mercado único de defensa.

    Personalmente, pienso, que ha llegado el momento de trabajar coordinados desde la fortaleza, máxime cuando se trata de asuntos de seguridad y defensa. Tengámoslo en cuenta, únicamente avanzaremos hacia una mayor integración si se lucha en la misma dirección y hay confianza entre los países .  Por otra parte, la Unión Europea tiene que favorecer mucho más el interés general común, y no el concreto de algunos socios en particular. A propósito, hace tiempo que el Presidente del BCE, Mario Draghi, viene alertando sobre la necesidad de acabar con el paro estructural y de aumentar el porcentaje de personas que están trabajando. La alta tasa de paro juvenil, sin duda, no sólo va a comprometernos a la baja productividad, también a una frustración social sin precedentes en nuestra historia. Quizás tengamos que recapacitar y volver a ese referente europeísta en favor de la paz, el pleno empleo, la libertad y la dignidad humana. Desde luego, creo que hay que generar un nuevo dinamismo social, donde la ciudadanía en su conjunto pueda comprometerse e involucrarse, en favor de un proceso constante de humanización, o sea de promoción de los derechos humanos, que enlazan con el desarrollo de la democracia y el estado de derecho.

    Europa tiene que volver a tomar aliento, a entusiasmarse, a hacerse valer con la energía del pasado. A veces me da la sensación de que estamos un poco cansados, tal vez pesimistas, a pesar de que tengamos las mimbres de la innovación, de un inmenso patrimonio histórico que ahí está y que ahora, con un nuevo coraje, ha de tomar las riendas de edificar un nuevo territorio más prospero, igualitario y seguro para todos. La ciudadanía, en su conjunto, tiene la última palabra. No es de recibo, en un continente que tanto propicia la cohesión social, lleve consigo la losa de ciertos grupos de población que están quedándose atrás o son excluidos. De ahí la importancia de llevar a la realidad las políticas sociales de acceso universal, además de modificar las normas sociales, culturales y políticas excluyentes, así como las actitudes que perpetúan la marginación. Ha llegado el momento, pues, de que la dimensión social de la integración europea tome raíces y se expanda. No olvidemos que constituye un aspecto clave de la Estrategia Europea 2020, que tiene por objeto asegurar un "crecimiento integrador" con elevados niveles de empleo y una reducción del número de personas que viven en la pobreza o que están expuestas al riesgo de exclusión social. Cumplamos, en consecuencia, con la palabra dada.

    Si en verdad queremos construir una Unión Europea humana y creíble, no podemos  dejar de ahondar en la cooperación de todos, haciendo pleno uso de todos los instrumentos, combinando para ello, todos los activos de manera coherente, de modo que toda la ciudadanía se sienta protagonista y parte de esa edificación de valores europeístas. Hoy los ciudadanos quieren también respuestas contundentes a la inmigración, a la defensa y protección de las fronteras, lo que nos exige nuevamente réplicas globales. Seguramente sea una manera de hacer más Europa, el convivir y escuchar, el intervenir en términos de mediación, por ejemplo con Irán, Arabia Saudí y otros actores regionales, sin el cual Europa corre el riesgo de perder ese espíritu humanista que, en su historia, tanto ha amado y defendido.

 Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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