Domingo, 04 Junio 2017 14:50

Tenemos que movilizarnos con el alma

Artículo | Algo Más Que Palabras
   
    No hay mejor manera de acrecentar los pilares de la vida que con la unidad de todos. En efecto, la unión es una condición indispensable para la fecundidad  de toda existencia humana. Si los océanos, que conforman los dos tercios de la superficie terrestre, son los que generan la mayor parte del oxígeno que respiramos, los moradores del planeta han de ser también más cooperadores y colaboradores entre sí. Por desgracia, son muchos los pueblos divididos, con heridas profundas, que aún no han cicatrizado. A lo mejor hay que seguir echando lágrimas para satisfacer el dolor con el llanto. Sea como fuere, hoy más que nunca necesitamos conciliar otros lenguajes más verdaderos para poder aproximarnos. La reconciliación siempre es una batalla pendiente, y lleva consigo la más bella victoria que nadie debemos perdernos. Vale la pena saborear nuestras andanzas con un latido armonizado. Las cosas se ven de otra manera, y lo más importante, se sienten diferente.

    Sin ánimo catastrofista, pero con unas situaciones que no se pueden omitir, toca ¡despertar!. En un mundo, en vías de destruirse, es necesario injertar a las nuevas generaciones una visión auténtica de lo que somos, hablando claro y profundo, pues si las contiendas es un modo de arruinar nuestro propio espíritu constructor, la política también se ha convertido en un vocero del engaño permanente. Sálvese el que pueda. Bajo estas mimbres absurdas de sobreexplotación de todo en todo, resulta imposible continuar con una vida de relaciones. Somos las personas lo que da sentido a esa fraternización humana que, aparte de permitirnos crecer como ciudadanos sin fronteras, de igual forma precisamos alimentarnos de ese espíritu de comunidad, donde nadie sea desecho y todos seamos necesarios.

    Tengo la sensación de que ha llegado el momento de las grandes acciones, de poner en marcha movimientos mundiales ciudadanos, para salir del caos y ser más respetuosos con nuestros análogos. Sin duda, hay que unir a la población en su conjunto entorno al objetivo de la gestión sostenible de los océanos, ya que son una fuente importante de alimentos y medicinas, y una parte esencial de la biosfera, pero también hay que adentrarse en la tierra y ver que nuestra actividad humana son más fuente de presiones que cauces de realización personal. Desde luego, la confirmación del abandono americano del pacto climático es un retroceso sin precedente ante un problema que es de todos, lo que exige otros modelos de vida que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, lo que supone moderar el consumo, reutilizar y reciclar más y mejor, propagar la eficiencia del aprovechamiento, limitando al máximo el uso de los recursos no renovables. Abordar todas estas cuestiones, conlleva más coherencia y más responsabilidad con nuestra modo de actuar. Si en verdad queremos celebrar aquello que nos ensambla y que es nuestra propia presencia de caminantes, hemos de ser más solidarios. Por ello, los que tienen corazón y lo cultivan, se distinguen de los que no lo hacen, por el hecho mismo de vivir. Tengámoslo en cuenta.

    Destruir la belleza que nos circunda es demolernos a nosotros mismos. Hoy sabemos que la salud de la masa de agua que conforma los océanos está en estado crítico y, por ende, también nuestra salud corre peligro. En la actualidad, nos consta que la presión sobre los ecosistemas costeros y marinos sigue creciendo, debido al aumento de las comunidades que viven en las costas, poniendo un mayor estrés en sus recursos. Esta tendencia continuará dado el previsible aumento de población. Lo mismo sucede con la contaminación atmosférica urbana, que aumenta el riesgo de padecer enfermedades respiratorias agudas, como la neumonía, y crónicas como el cáncer de pulmón y las enfermedades cardiovasculares. La situación no puede ser más preocupante, de ahí esta apuesta por la movilización de las gentes, ante tanta inhumanidad y desvalorización de la vida. La sintonía debe ser distinta, puesto que la realidad radica en la esencia de las cosas. En consecuencia, nuestros ojos han de saber mirar y ver más allá de las apariencias, también los oídos han de estar alerta para escuchar tanto los gritos como los susurros y los silencios. Por consiguiente, estamos llamados a ser personas de nervio y verdad, lo que demanda ser interiorizado un estilo de cohabitar muy diferente al actual, con un talante de apertura, privilegiando a los grupos más débiles y olvidados.

    El mundo no nace con nosotros y, por muy importantes que nos creamos, tampoco termina con nosotros. Nuestra identidad humana hemos de reencontrarla en esa capacidad de servicio y donación a los demás, dentro de nuestra historia de caminantes con alma, que es aquello por lo que existimos, concebimos y recapacitamos. A propósito, ya en su tiempo, San Agustín, decía que: "un espíritu desordenado lleva en su culpa la pena". Y ciertamente, así es, el cambio climático es un hecho "innegable" y representa, -como ha dicho recientemente el Secretario General de la ONU-,una de las mayores amenazas actuales y futuras del planeta. Ante estas desconsoladas circunstancias no podemos permanecer pasivos y hay que detener esta bochornosa contaminación que nos deja sin aliento. De seguir así, para el año 2050, se dice que habrá más plástico que peces en los océanos. Realmente, estas previsiones debieran hacernos reflexionar. No podemos continuar ciegos, con espíritu alocado, pues son nuestras mezquinas acciones las que nos están llevando a una atmósfera sin corazón alguno, donde las tensiones son permanentes. En este sentido, nos alegra, que una vez más el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas haya ratificado la decisión por la cual Corea del Norte debe abandonar las armas y programas nucleares actuales “de manera completa, verificable e irreversible” y renunciar a efectuar nuevos lanzamientos que usen tecnología de misiles balísticos o ensayos nucleares entre otras prohibiciones.

    Evidentemente, hay cuestiones que hemos de actuar con contundencia y en conjunción universal, por muy diversos que seamos, para recomponer ese espíritu embellecedor que nos entusiasma por sí mismo a la unidad, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos en nuestro diario de vida, corrompido en ocasiones, tanto social como familiarmente. Está visto que, en cada época, el ser humano intenta humanizarse un poco más, desea comprenderse y aspira a expresarse mejor a sí mismo. Ojalá sea así, porque será volver al amor y huir del odio. ¡Qué bueno que se activen los sembradores de vida!. No olvidemos, que nuestro interior es un volcán de entusiasmo igual que el de las olas del mar ante el viento. Esto es lo que nos sostiene cada día, la ilusión de desvivirse por vivir. Quien lo descubre, abandona la indiferencia.

    Y en todo caso, en una sociedad globalizada como la nuestra, el bien común y el esfuerzo por él, han de abarcar a toda la familia humana. No han de caber exclusiones. Por cierto, lo expresó bien sereno y templado, el fallecido intelectual español Juan Goytisolo (3 de junio de 2017), al recibir el Premio Cervantes 2014: "Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos evadimos de la realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia". Ciertamente, su llamada bien vale un recordatorio. Abrir el camino a todas las injustas inmoralidades es una esquizofrenia, con tremendos resultados. No cabe el conformismo. Ahora bien, hemos de tener presente, que para juzgar cosas magnas y honrosas, es menester igualmente poseer un espíritu igual de grande y noble. Dicho queda.
   
Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Sábado, 25 Marzo 2017 09:32

Plegarias de un alma a un cuerpo

Reflexión Poética | Compartiendo Diálogos Conmigo Mismo

Toda vida es un nervio activo del verso vivo.
Y todo verso, es un níveo camino del alma.
Y toda alma, una senda donde Cristo vive.

Abramos los ojos del espíritu al mundo.
Tranquilicemos el carruaje que llevamos.
Clareemos horizontes, aclaremos el cielo.

La bondad es el bien primario y primero.
Es el inicio de lo armónico y el fin del dolor.
El equilibrio entre lo que soy y he de ser.

Mientras el cuerpo necesita muchas cosas,
la voluntad apenas requiere nada, querer,
sólo amor del que no cuesta ni un centavo.

Indivisa ha de ser la donación a cualquier pulso.
Que el fruto del latido son las pausas y absolver.
Y el fruto del perdón es la paz consigo mismo.

Tras esta mística los besos nacen porque sí.
Es un misterio suspirar por el otro y con el otro.
Pero que bien sienta amarse, amar y ser amado.

Que uno para quererse ha de quererlo íntegro,
hasta el extremo de sentirse poesía y pecho,
para alzar y realzar las formas humildes.

Que en la humildad anida la fuerza del ser
y la mansedumbre, la ternura de lo que soy,
el niño del que nunca he de desprenderme.

No hagamos culto a un objeto que no es,
sino a un aliento hondo por el que sentimos,
adorar al Creador nuestro y servir a los demás.

Ojalá nuestra acción no sea destructiva,
sino constructiva con el designio de Dios,
por ello hemos de ser tan poesía como poeta.

Víctor Corcoba Herrero
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Domingo, 05 Febrero 2017 16:49

Nos puede la tristeza del alma

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    A unos más, a otros menos, la tristeza del alma se contagia y es más cruel que cualquier nueva enfermedad. No la podemos esconder. Sólo hay que mirar y ver. El momento actual, crecido de dificultades y desconciertos como nunca, propicia esta atmósfera que por sí misma no nos deja vivir; y, aunque siempre se ha dicho, que después de la noche siempre llega el día, o que tras la oscuridad brota el sol, lo cierto es que todo parece agonizar en el absurdo, en la indiferencia, en la falta de consideración por el ser humano y su entorno. Lo real es que los moradores del planeta, prácticamente por todos los rincones del mundo, andan decaídos, sin fuerzas hasta para hacer ejercicio, lo que propicia estados depresivos que nos dejan sin ganas de movernos.  Puede que sean cosas humanas, que nos exigen cuando menos profundizar en los motivos, en mi vida, en cómo camino, si encauzado o despistado.

    La vigilancia de nuestros interiores nos exige siempre estar alerta, en servicio permanente, en guardia. Por desgracia, mucha gente se pasa la vida vegetando, con multitudes de angustias, desorientado. Le falta coraje y le sobra miedo, mientras el gentío se sigue burlando de los débiles. Desde luego, con tesón y una buena dosis de paciencia, deberíamos concienciarnos de salir adelante, de no vivir bajo la anestesia de los poderosos, de actuar siempre en favor de lo justo, de no resignarnos, implicándonos en nuestras propias historias de luz. Quizás tengamos que aprender a amarnos de otra manera, más de gratuidad que de interés, más de hondura que de superficialidad, pues cuando resplandece lo verdadero, todo toma otro espíritu más alentador, más de esperanza, más de compartir. Yo creo que todavía no es demasiado tarde para reconstruir otros modos de vida, más de donación que de egoísmos, y así poder disfrutar de ambientes más saludables internamente.

    Un corazón querido puede con todo, ve una celebración en todos los lugares. Sin duda, no hay nada mejor que sentirse acompañado. Tenemos que quitar de nuestros horizontes aquello que nos desborda y atosiga. Al fin y al cabo, nada es eterno en este mundo de corruptos enviciados por el ordeno y mando. Ojalá fuésemos más servidores unos de otros. En el alma está nuestra propia realidad, nuestros más profundos deseos de transformación, la vida misma purificada. Esto es lo que hay que saborear, regresar al universo de las virtudes, despojarse de mundanidad, reproduciendo la imagen gozosa del caminante abrazado a un horizonte de paz. Por ello, a mi manera de ver, tenemos que estimular nuestras raíces, nuestra verdadera humanidad, adaptar nuestros pasos a la liturgia de los bondades, adoptar otras actitudes también de familiaridad con nuestro hermanamiento.

    Ciertamente, las atrocidades son un diario cruel en nuestra existencia. Las salvajadas sufridas por la minoría rohingya en Myanmar, el  asesinato a cuchillazos de un bebé de ocho meses y los de dos niños de 5 y 6 años, así como el de una niña de 5 años que intentaba impedir la violación de su madre. O en mi misma patria, donde ayer mismo, un hombre murió junto a su hija (bebé) tras lanzarse con ella desde una ventana del Hospital Universitario de La Paz de Madrid. Es la locura del ser que ya no lleva consigo compasión alguna, que se siente destronado y destruido. Se mata asimismo y a los suyos, como si fuera una piltrafa. Son tantas las paranoias que, la actual perversión humana, verdaderamente nos degrada como especie pensante, sepultándonos en las miserias más profundas. Por consiguiente, tenemos que salir de ellas con urgencia. En otro tiempo, en Egipto se llamaban las bibliotecas el tesoro de los remedios del alma. En efecto, dice Jacques Benigne Bossuet (1627-1704), clérigo católico francés y escritor, curábase en ellas de la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás. Tal vez tengamos que buscar curación en el sosiego, en la reflexión, en el pensar; pues quien no quiere hacerlo, aparte de ser un fanático y un idiota, es un cobarde.

    La cobardía es la madre de la barbarie muchas veces. Ahora es el turno de la acción. De no traicionarse así mismo. Tenemos que sanar nuestras entrañas, vivir más hacia dentro, ser mejores personas, sobre todo para sentirnos bien y hacer más humana la convivencia. Tiremos todos los muros, los de nuestras casas también, y volvamos a hacer piña, verán como en seguida todas las almas despertarán felices. No hay mayor consuelo que sentirse en el corazón de alguien, que esperanzarse con alguien; puesto que por muchas espinas que hallemos en el camino, en comunidad todo se sobrelleva mejor. Se aminoran los desgarros y se acrecientan las esperanzas. Ya me gustaría que Naciones Unidas se sintiera acompañada (o acompasada) por todos los Estados del mundo, para que la solidaridad de la comunidad internacional fuese más efectiva, pero sobre todo, para que fuese referente de concordia entre todos los pueblos, para que nadie se sintiese excluido por nadie, ni estigmatizado por sus creencias o culturas. A veces nos cuesta creer que la irracionalidad y la intolerancia hayan vuelto a nuestro orbe, con la consabida desolación que esto supone para todo ser humano. Es verdad que un alma abatida lleva en su historial siempre la pena; pero este correctivo, será más llevadero en la medida en que la reconciliación del ser con su vida misma, germine de la autenticidad del cambio. También se dice, renovarse o morir. Y yo mismo pienso, que puede ser una buen injerto de ilusión para el mañana.

    Indudablemente, la mayor alegría que podemos darnos es volver a tomar conciencia de lo que somos y de lo que deseamos aceptar. Si en verdad queremos ser personas de quietud, nos conviene avivar un buen entendimiento y más reposo en las decisiones. En su época, algo semejante lo decía el inolvidable científico Albert Einstein, "la alegría de ver y entender es el más perfecto don de la naturaleza". Tal vez tengamos que ahondar en el fondo de nuestro corazón (alguna secreta pena continuamente llevamos), para enhebrar un nuevo gozo en favor de lo armónico. Siempre será posible concertar alianzas, incluso en medio de las tribulaciones. Cuando se posee un verdadero pulso de amor, aquel que da sentido a nuestra mirada, también se produce unidad de bienes y de talentos. El día que dejemos de unirnos por materialismos y hagamos comunión espiritual de corazones, disminuirá también nuestra tristeza.

    Nos urge, en consecuencia, cambiar de cultos, activar otras ganancias menos mercantilistas, para tener regocijo en abundancia. Lo acaba de apuntar el propio Papa Francisco a los participantes en la economía de comunión: "el primer regalo del empresario es su propia persona: su dinero, aunque importante, no es suficiente. El dinero no se guarda si no va acompañado por el don de la persona. La economía de hoy, los pobres, los jóvenes, necesitan en primer lugar de tu alma, de tu fraternidad respetuosa y humilde, de su voluntad de vivir, y sólo después de su dinero". Hay que donarse, en todo caso y siempre. Es la manera de ser feliz, de engendrar bienestar, de despojarse de la tristeza del alma que hoy en día nos corrompe. De lo contrario, toda existencia interesada es baldía. Carece de lo básico; de la alegría de vivir, por no saber vivir. Acá radica la ciencia (con su conciencia) y el avance de especie: en menos decir y en más obrar.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Lunes, 12 Diciembre 2016 10:41

Me quedo con los sentimientos del alma

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Hay momentos en el que las palabras se quedan vacías para describir los profundos sentimientos del alma; ese movimiento del corazón siempre sorprendente y sorpresivo, que nos enternece y nos deja sin verbo para mover los labios. Son, entonces, las elocuentes lágrimas vertidas, las que nos suscitan vivencias y recuerdos, las que nos reviven encuentros y soledades, silencios y místicas; abecedarios, en suma, inolvidables; pues cada lamento, al igual que cada gozo volcado, enseña a los mortales una evidencia. Para desgracia nuestra, todos sin excepción, andamos hambrientos de certezas. La incertidumbre del mundo actual, antes que ser una crisis financiera, económica y social, es una inestabilidad de espíritu, de falta de discernimiento interior, o sea, de búsqueda de esa estrella para que nos ilumine en tantos valores perdidos, el principal el del amor de amar amor. Tenemos demasiados resentimientos metidos en nuestro interior que nos impiden mirar y ver, llorar y reír, ser nosotros mismos con nuestros llantos y alegrías. Es fundamental, a mi manera de ver, que el ser humano vuelva a reencontrarse consigo mismo, liberado de tantas cadenas que nos acorralan y atrofian como seres pensantes.

    Dejémonos mover, en efecto, por  la poética preocupación de la benevolencia. No quedemos encerrados en nosotros mismos. Sin inquietud somos estériles. Salgamos a navegar con el deseo de hallarnos familia. Jamás nos acomodemos en nuestro yo. Nos debemos a los demás de manera directa, más allá de las meras palabras. No de modo abstracto. Riamos y lloremos juntos. Tampoco importa el parentesco. Venimos de un mismo tronco. Requerimos de lo armónico para crecer. Por ello, como decía el inolvidable filósofo y escritor español, Miguel de Unamuno, allá por el siglo pasado: "hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento". ¡Cuánta razón hay en ello!. Pensar es mucho más interesante que hacer carrera; y, al complementarlo con buenos sentimientos, es más fructífero que tener poder. Ya está bien de que el ser humano se incline por costumbre o adoctrinamiento, a ir en pos del dinero o del dominio. Avancemos hacia dentro, despertemos a la vida, que no es otra cosa, que donarse y perdonarse, lo que verdaderamente nos da aliento y buen ánimo.

    Nuestra acción deja de tener sentido en la medida que dejamos de sentir por los demás, de servir a los demás. Por ello, la gran enfermedad del siglo actual es el egoísmo. Así surge la gran crisis de la familia, como yo no siento, corto el vínculo que me une y me olvido de la promesa de unión y unidad. Nada es definitivo, todo lo hemos vuelto provisional. Ahora me apetece una cosa, la lleva a cabo; mañana no me apetece, la abandono. Me deshago de ella. Nos hemos convertido en auténticas piedras inservibles, en parte por esa ausencia de principios morales. Ellos son los que verdaderamente nos sustentan. Sólo, de este modo, con esa comprensión profunda por el ser humano, podremos trabajar con eficacia para que esta sociedad pueda cambiarse, pueda reconstruirse respetando la dignidad, la libertad, el derecho de toda persona. Lástima de aquel ser que se deja dominar por el aislamiento, la ingratitud, empobrece sus horizontes de vida, rebaja sus energías internas, arruina su presencia e impide el adecuado crecimiento de su personalidad. De ahí, lo difícil que es hoy en día hallarnos con semejantes en un estado de completo bienestar físico, mental y social.

    A poco que salgamos de nuestro ser, ciertamente, veremos a gente sola, con la tristeza en la mirada, ausente, sin ganas de vivir; y es que, la depresión hoy en día, afecta a nacidos de todas las edades y condiciones sociales y de todos los países. Provoca angustia mental y afecta a la capacidad de cualquiera para llevar a cabo incluso las tareas cotidianas más simples, lo que tiene en ocasiones efectos nefastos sobre las relaciones con la familia y los amigos y sobre la capacidad de ganarse la vida. En el peor de los casos, este hundimiento del individuo puede provocar el suicidio, que actualmente es la segunda causa de muerte entre los de 15 a 29 años de edad. Si en verdad fuésemos más solidarios, acompañaríamos a estas existencias, pues el amor es el significado último de todo cuanto nos rodea, y, por ende, la receta más liberadora del ser humano.

    Sentir y pensar, considerándolo bien, son palabras que se complementan, ya que ambas se requieren mutuamente para experimentar, percibir sensaciones, o estados de ánimo, que sin duda se encuentran en estrecha  vinculación con la actividad intelectual. Desde luego, el mundo no puede cambiar sin la renovación de su gente. Quizás, por ello, la gran asignatura pendiente de nuestra época sea la de dejar de vivir para sí mismo y por sí mismo. El centro no puede ser uno mismo sino los acompañantes. Todos somos parte de un todo y, seguramente, aparte de aprender a pensar más profundamente, tengamos que poner todo nuestro conocimiento en el quehacer de los puros sentimientos, que son los que nacen en nuestras entrañas. En este sentido, a la hora de ahondar en los sentimientos más níveos, no podemos perder la esperanza. Sin duda, tenemos que perseverar y preservar en la ilusión por vivir y dejar vivir, por ser y dejar ser, por amar y dejar amar, por muy frágil que sea nuestra naturaleza humana.

    Junto a esta frialdad de espíritu, Naciones Unidas acaba de advertir al mundo, sobre una corriente peligrosa que está cobrando fuerza en los últimos tiempos, y es la falta de respeto hacia todo, hacia los mismos derechos humanos. Zeid Ra’ad Al Hussein, del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, se refirió a los movimientos populistas que invocan el nacionalismo y tradicionalismo para justificar el racismo, la xenofobia, el sexismo, la homofobia y otras formas flagrantes de discriminación, aprovechando un clima de crisis económica. También denunció que los discursos de odio que apuntan a incitar a la violencia están aumentando drásticamente, al igual que la intimidación o el crimen contra las mujeres, los niños, los grupos étnicos, religiosos y las personas con discapacidades. Además de ataques a las minorías sexuales y los migrantes. Deberíamos, en consecuencia, mantenernos firmes en tan noble sentimiento de proteger los logros activados desde 1948, para seguir avanzado, en el pensamiento libre, pero respetuoso con el bienestar de la ciudadanía, habite donde habite,  la estabilidad de las sociedades y la concordia de un mundo interconectado.

    Tal vez tengamos que dejarnos reconducir por los sublimes sentimientos de nuestra propia esencia humana; será el modo de que nada de este mundo nos resulte frío e insensible, de que permanezcamos unidos siempre a pesar de nuestras diferencias e indiferencias, ya que lo que está pasando en cualquier país forma parte de nosotros, forma parte de un planeta que es casa común de todos. Con estos pensamientos, generados desde el hondo sentir de mi camino, pido al lector que activemos el consuelo para emprender un conciliador y reconciliador sentimiento que nos fraternice, humanizándonos, en la confianza de ser para los demás, la inspiración de la verdad al servicio del inocente, ¡del Niño que va con nosotros!. Que su pujanza inocente transforme las armas en latidos, la destrucción en reconstrucción, el rencor en ternura. Así podremos decir con alegría: ¡el hombre ya no es un lobo para el hombre!.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 02 Noviembre 2016 21:37

Hemos enfermado el alma (hay que reeducarse)

Artículo | Algo Más Que Palabras

     El mundo tiene que reeducarse, lo que conlleva una regeneración de modos y maneras de vivir. Las culturas han de abrirse a originales cultivos, las civilizaciones a nuevas convivencias, con el lenguaje de la comprensión y compasión como tarea a asimilar, como principio y norma de vida. Ciertamente, hemos progresado en muchas cosas, todavía nos falta propiciar un entendimiento, quizás tengamos que cambiar de mentalidad, volvernos más sensibles, más auténticos, más interiores que exteriores, más humanos en definitiva. Para ello, nos hace falta activar con urgencia una educación más trascendente, más de actitudes para con los demás y conmigo mismo, más de abrir la puerta a los valores humanos desde la entrega generosa. En efecto, hemos de actuar más con el espíritu. No cerremos horizontes. Tampoco nos encerremos en nuestras ideas, escuchemos otras, compartamos experiencias, proyectos y vivencias. La heterogeneidad de la especie humana, sin duda, nos ha de motivar a confluir en la búsqueda permanente, pues el enriquecimiento será mutuo, en la medida  en que nos dignifiquemos unos a otros.

    Con frecuencia, nos han reeducado para la competitividad, para el encontronazo de unos hacia otros, como si la vida necesitase de una lucha salvaje entre moradores de un mismo linaje. Maldita deshumanización. Esta frialdad de entrañas nos avergüenzan como seres pensantes. No es cuestión de volvernos selectivos, y menos máquinas productivas que cuando no sirven se les abandona, de discriminar y dividir. Por eso, hoy en día tenemos que empezar de nuevo, a reponer voluntades, a sentirnos libres de ideologías, a distanciarnos menos y a convivir mejor. Los resultados son verdaderamente desastrosos. Podemos tenerlo todo y no tener nada. Muchas personas han dejado de tener familia, malviven en la dictadura del endiosamiento, y se atiborran de cosas que tampoco les colman ni les calman, porque no sienten, ni padecen, al faltarles ese soplo humano que acciona el entusiasmo y el cariño. Todas las escuelas del mundo tienen que volver a empezar a enseñar a amarnos desinteresadamente, a servirnos raciones de luz que nos retornen a la verdadera vida, que no es otra que la que se vive en relación con las conciencias.

    Nos hemos destrozado; y, lo peor, es que andamos desorientados. Necesitamos tomar nuevos rumbos, restablecer pactos en los que la donación tome vínculo de acción. Los caminos pueden ser diversos, pero hay que impulsar el lenguaje del corazón por encima del idioma de la cabeza. No es más feliz el que más sabe, sino el que menos necesita y más sirve. Los planes educativas, sálvese el país que pueda, más que enseñar a pensar, adoctrinan a competir, y en lugar de ayudar a sentirse uno bien, no le dejan ni respirar. Quizás tengamos que pararnos para recuperar el nervio y poder decir ¡basta!. La educación no ha de ser para unos pocos privilegiados, necesitamos sentirnos humanos todos, pues somos hijos del amor, no del mercado, ni de las finanzas. Tantas veces olvidamos que los seres humanos valemos todos igual, es cierto que cada cual ha de cumplir una misión, pero la posibilidad de recibir el sustento en valor humano no puede excluir a nadie. Ahora que la Declaración Universal de los Derechos Humanos es el documento más traducido en el planeta, alcanzando ya las quinientas traducciones en diferentes lenguas, debiéramos tomar cognición, templando el pecho, de lo mucho que representan este compromiso como fundamento de nuestro futuro común.

    La mejor carrera que hemos de darnos como especie, es el retorno a la familia, a la comunión de familias humanas; y, las escuelas, en este sentido, han de propiciar con sus enseñanzas un futuro más armónico. El porvenir está en esos maestros y en los  niños que acuden. De ahí la importancia de avivar una docencia que nos enseñe a convivir libremente, donde no haya distinción de clases, y si algo hemos de predicar que sea con el ejemplo. La educación actual no ha servido para nada, si acaso para dormirnos en la autosatisfacción de pensar que con lo que sabemos ya es bastante, cuando en realidad hemos de estar siempre despiertos para poder avanzar y sentirnos útiles para los demás. Además, esta educación que se ofrece, dista mucho de obtener lo mejor de uno mismo, que es lo que en realidad más importa para poder cohabitar. No es algo naciente, ya lo decía en su tiempo el filósofo griego Platón: "el objetivo de la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano". Convendrán conmigo que la realidad es bien distinta, y que hoy el mundo, tiene una ciudadanía cada vez más inhumana y salvaje. Por desgracia, no hemos ascendido apenas nada. En ocasiones, tengo la sensación de retroceder a las tinieblas; y, en todo caso, lo que ha enfermado sí que es el alma, aunque hayamos ido a la escuela. ¡De pena!.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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