Domingo, 28 Mayo 2017 13:03

Conectar y cohesionar para custodiar

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    En un mundo globalizado como el actual, hay que transformar muchas cosas. Tal vez necesitemos inspirarnos con la palabra, establecer vínculos de unión a través de ella, ya sea fomentando el deporte, cultivando el arte o la ciencia, propiciando encuentros con la misma naturaleza de la que todos formamos parte. De aquí surge esa estética del intelecto, ese diálogo preciso para conectar y cohesionar ideas y sentimientos, lo que nos permite ser personas de acción permanente, siempre que uno sea dueño de sí mismo y se posea como tal. La libertad, en consecuencia, supone sentirse responsable de esa búsqueda por lo verídico. Quizás, por ello, la mayor parte de los seres humanos prefieran hallarse sumisos a un poder dominador, que suele dejarse encadenar el corazón por el dinero, en lugar de activar dicha potestad en servicio, en donación desinteresada hacia nuestros análogos. Sea como fuere, a estas alturas de nuestro caminar, hemos de tomar conciencia de que sólo quien auxilia con autenticidad sabe custodiar, o lo que es lo mismo, vigilar nuestras andanzas, nuestras pasiones y sentimientos, ya que unas serán constructoras, pero también otras serán destructivas. La cuestión, por tanto, está en el discernimiento, en la compasión y en el empeño que pongamos, para que fructifique el amor y no el odio, la luz y no las sombras, la clemencia  y nunca la maldad.

    En este sentido, y por estas fechas cada año, el Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio) se organiza alrededor de un tema y sirve para agrupar la atención en una cuestión particular apremiante. El tema de 2017, precisamente, se centra en la conexión de las personas con el medio ambiente, animándonos a que salgamos de nosotros mismos para adentrarnos en esa naturaleza, tan nuestra y tan de todos. Miles de millones de habitantes de zonas rurales en todo el mundo pasan su jornada diaria en convivencia con el campo y son plenamente conscientes de que dependen del suministro de agua natural y de que el cielo les provea de su modo de subsistencia gracias a la fertilidad del suelo. Estas personas son quienes sufren primero las amenazas que los ecosistemas afrontan, ya se trate de la contaminación, del cambio climático o de la sobreexplotación. También, otros moradores de las grandes urbes del mundo, sufren una gran profanación de lo originario que podría subsanarse, puesto que la mayor parte de esta situación irrespirable es ocasionada por el ser humano. Para desgracia de todos, no solemos apreciar lo que tenemos hasta que lo perdemos o empieza a escasear. Ahí está el valor de un aire limpio, la valía de un cauce transparente de agua, la cotización de un bosque protegido como fuente de energía y futura economía verde mundial, así como otros servicios de los ecosistemas, que abarcan desde la actividad de los insectos cuando polinizan los árboles frutales, hasta los beneficios psíquicos, para la salud o recreativos que aporta practicar senderismo.

    Hoy sabemos que los océanos, bosques y suelos del planeta, actúan a modo de enormes reservas de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono y el metano; que los agricultores y pescadores aprovechan los recursos naturales de la superficie terrestre y submarina para suministrarnos alimentos; y que los científicos desarrollan medicamentos a partir del material genético derivado de la multitud de especies que componen la impresionante diversidad biológica de la Tierra. Pero de nada sirve esta sabiduría a juzgar por nuestras acciones. Está visto que necesitamos una mayor conexión entre todos. Sin embargo, los Estados Unidos de América ahora están reevaluando su política sobre el cambio climático y el Acuerdo de París y, por lo tanto, no han sido capaces de llegar a un consenso en la última cumbre del G7. De pena. Aún así, hemos de tener esperanza de que el Presidente, Donald Trump,  recapacite  y recuerde las palabras del Papa Francisco, en su última reunión en el Vaticano, donde la ecología y la paz han estado muy presentes a través de los regalos que se han intercambiado. Desde luego, hoy más que nunca es fundamental entroncar posiciones, en la medida en que todos generamos pequeños daños ecológicos, y si en verdad queremos custodiar nuestro hábitat, hemos de trabajar unidos, jamás divididos.

    Los gobernantes han de saber, por mucho poder que aglutinen, que hay un unánime consenso científico a la hora de asegurar que nos hallamos ante un preocupante calentamiento del sistema climático. Ante estas circunstancias, resulta verdaderamente frustrante la falta de conciencia y de sentido común, por permanecer pasivos, ante los cambios de estilo de vida, de producción y de consumo, que han de llevarse a buen término sin más demora, teniendo en cuenta la globalidad del problema. Sin duda, hemos de ser más responsables todos, y el referente de los líderes, cuando menos debe ser más puente que muro, y ha de estar en mejor disposición a sacrificarlo todo por el bien colectivo, por la libertad de su pueblo. Dicho esto, no podemos dejar de reconocer la intolerancia de muchos dirigentes, que en vez de promover actitudes de respeto y diálogo constructivo, injertan sectarismos y venganzas. Olvidan que lo que nos une es el camino de la vida, nuestra propia naturaleza humana, sin traicionar la propia identidad de cada cual.

    Para dolor de la humanidad, nos cohabitan verdaderos depredadores. De un tiempo a esta parte, es tan descarada nuestra actitud devastadora que miles de especies vegetales y animales ya no las podremos conocer más, ni podrán comunicarnos su propio abecedario inspirador. No tenemos misericordia. La inhumanidad nos ha degradado tanto, que apenas ni vertemos una lágrima por nadie, es la cultura de las piedras de unos contra otros, quienes nos están ganando la batalla productiva de nuestro deterioro como jamás. Lo cierto es que pensamos que lo sabemos todo; y, lo más importante, lo espiritual, apenas cuenta en nuestra existencia. El efecto de esta pérdida, es que nada nos mueve a ser solo una familia humana. Todo se ha devaluado, hasta el extremo de vivir en territorios en los que nadie considera a nadie; y, lo que es aún peor, no respondemos a la llamada de la naturaleza, como poetas en guardia que hemos de ser y convivir.

    Tampoco el deber de colaborar con los demás parece interesarnos, ni la degradación social parece importarnos. Egoístamente, cada día son más los que buscan su guarida ecológica, su playa azul, su monte verde, privatizando espacios que debieran ser públicos. El mundo de los privilegiados continua siendo excluyente, enviando a polígonos menos cuidados y visibles, a los marginados de la sociedad.  A pesar de estos desordenes contra nuestra específica custodia natural, quiero creer que nunca es tarde para rectificar, aunque a poco que reflexionemos, nos damos cuenta de que somos una generación alocada, que se defrauda así misma, superando la realidad al universo creativo.

    Este año, el Día Mundial del Medio Ambiente es una ocasión ideal para salir y disfrutar de la silvestre poética que nos circunda. Puede que las autoridades responsables de la gestión de los parques en algunos países sigan el ejemplo del Canadá y eliminen o reduzcan el precio de la entrada el día 5 de junio o durante un período más largo. Ojalá que lo hagan. Y con la naturaleza de cerca, la humanidad en su conjunto, sueñe con ese otro mundo posible, en el que todo era poesía, música y silencio, soledad y compañía. Este es el anhelo del soñador que suscribe.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Domingo, 01 Enero 2017 17:47

Custodiar y esperanzarnos

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    A veces pienso que somos una generación muy adoctrinada, pero poco pensante. Los instantes que vivimos, tan alocados, indudablemente no ayudan a tener esa reflexión calmada y tranquila de encuentros y reencuentros consigo mismo. Siempre será bueno descubrir el fondo de lo que nos acontece. Servidor, con el inicio del nuevo año, se ha hecho el propósito de ganar tiempo para sí, para explorarme y meditar libremente. Se lo aconsejo al lector también. Todavía no sabemos apreciar el camino de nuestros predecesores, y aún mucho menos custodiar su gran sabiduría, los principios y valores que nos han hecho grandes en otras fechas. Sólo hay que detenerse en los cultivadores del arte y la palabra, en sus genialidades. Desde siempre la belleza ha tomado auténtico cuerpo por sí misma, y se ha manifestado como un periodo de ánimo asombroso, como una manera de avanzar por la vida, mediante un motivado temple armónico del cielo con la tierra, de lo visible con lo invisible, de la luz con las sombras. Lo mismo ha sucedido con aquellos que cultivan la ciencia y la tecnología, marcados justamente  por un verdadero desvelo y por un amor sincero a la verdad, ellos igualmente han contribuido a tranquilizarnos en esa aproximación a la mística gnosis del ser humano a través de la estética del intelecto. Unos y otros, en definitiva, nos han esperanzado, sin grandes discursos ni protagonismos, con una labor persistente y callada. Lo fundamental de todo esto, es la gran enseñanza que nos queda, de que todos somos necesarios y de que no hace falta ensombrecer a nadie para sentirnos significativos. Es la unión, y la unidad, la que nos engrandece como especie.

    Naturalmente, tenemos que custodiar lo vivido y esperanzarnos en aquello que aún nos queda por vivir. Nuestras historias son raíces básicas para no perder la orientación. Al final, si en efecto queremos la paz, hemos de ser una familia y hemos de fraternizarnos como tal. Una sociedad que divide sin piedad alguna, que no se vincula entre sus moradores, más pronto que tarde, dejará de existir. Ese desamparo que vivimos cuando se nos separa y se nos excluye de una tierra, de un pueblo o una ciudad, de una familia, aparte de dejarnos sin horizonte, además nos deja decaídos hasta morirnos en el dolor. Ya lo decía en su época el inolvidable novelista francés, Víctor Hugo, allá por el siglo XIX: "el infierno está todo en esta palabra: soledad"; y cuánta razón hay en ello, puesto que todos tenemos una necesidad humana de compartir cosas, de vivir en comunidad, de ser para el grupo la gran compañía, el gran sustento más allá de cualquier egoísmo. Desde luego, no es fácil donarse en este mundo de intereses que vivimos, quizás como los Magos de Oriente tengamos que cambiar de ruta, y no conformarnos con la mentalidad  reinante, sabiendo que cada momento, igual que cada uno de nosotros, es único e irrepetible. Hoy el mundo requiere de verídicos humanistas para renovar la humanidad. Nos sobran encantadores de verbos y nos faltan gentes de verbo claro y cierto. En otros periodos históricos de nuestra existencia, San Alberto Magno y  Santa Teresa Benedicta de la Cruz, buscaron la certeza por todos los rincones del orbe. También otros intelectuales, pusieron sus capacidades al servicio de sus análogos, testimoniando de este modo que la cognición y la voluntad están encadenadas y que se complementan. Precisamente, es en esta complementación de realidades, cómo descubrimos que son las relaciones entre las personas lo que da sentido a nuestra existencia.

    De veras, en la vocación de vivir está implícita la custodia de cada ser humano por sí mismo y por todo lo que le rodea, por la hermosura de la creación, como se nos indica en el libro ya del Génesis y como se nos muestra en San Francisco de Asís, con la consideración por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. O más próxima a nosotros, la escritora francesa, Françoise Sagan (1935-2004), que decía: "Deseo tanto que respeten mi libertad que soy incapaz de no respetar a la de los demás". En ocasiones, tenemos más necesidad de sentirnos amados que de pan, de aliento que de alimento; pues hasta el mismo acatamiento a la vida, que debiera ser fundamento de cualquier otro derecho, se pone en entredicho con demasiada frecuencia. Recordemos que algo tan estúpido como la venganza, las barbaries que todo lo destruyen porque sus simientes son de rencor,  la soberbia o la misma envidia, nos aniquilan como gentes de pensamiento. Basta con que un ser humano active el terror para que el miedo se propague por todos los continentes. En este sentido, nos llena de gozo que António Guterres haya iniciado su mandato como Secretario General de Naciones Unidas, reivindicando un mundo en armonía. No es un sueño, ha de ser nuestra esperanza más viva. Como bien dijo "la paz depende de nosotros", únicamente demanda el compromiso de querer vivir en el diálogo, en la deferencia hacia todo ser vivo. Que hablen las gentes, no las armas. Para desgracia de todos, son muchas las personas atrapadas en conflictos, donde todos perdemos, no hay triunfantes, si personas arruinadas de por vida, muertas, sin ilusión alguna por superar las diferencias y alcanzar la concordia. Renacer es humano. Propiciémoslo. Miremos a Colombia que consiguió un acuerdo de paz histórico para poner fin a cincuenta años de inútiles contiendas. Ha llegado el turno, por consiguiente, de forjar consensos, de fraguar más abrazos que disparos, de inventar nacientes lenguajes; con abecedarios de equidad, justicia, solidaridad y sinceridad.

    Madre Teresa de Calcuta, siempre en terreno de misión, solía decir que "la paz comienza con una sonrisa"; sin duda, con un cambio de actitud. Con el tiempo, yo también he aprendido, que el signo más evidente de que habita la poesía en mí, es haber hallado esa paz interior, tan libre como genuina, a través de la observación, de mirar y ver, o simplemente de dejarme cautivar por el silencio. Custodiémonos, efectivamente, el intelecto al servicio del amor. Ésta es la más esperanzada receta. No nos confundamos. El que ama todo lo comprende, también todo lo entiende, hasta los defectos de la persona a quien se entrega. Unamuno siempre tenía en boca esta fórmula de sanación: "El amor compadece, y compadece más cuanto más ama". El referente es ese Niño que nos acaba de nacer, que nos da continuidad y esperanza, pues todo ser humano, ya no es que viva de recuerdos, sino que también camina entre la memoria y el anhelo por abrazar cada cual su propia historia. Por ello, es importante que salgamos de esa ficción que nos mata, que juega con nosotros a su antojo, a su poderío. Las gentes han de volver a ser sencillas de corazón, a sentir la emoción por la pureza, por ese culto a una cultura nívea que nos concilie. Tenemos demasiada cultura putrefacta que nos atormenta. Precisamos sentirnos dueños, artífices de uno mismo en alianza con los demás, algo que es tan necesario como urgente. Ahora bien, nos merecemos salir erguidos y con la cabeza alzada, con la mano tendida, pero con la mirada firme. Hemos de despertar sin abatimiento, sabiendo que por muy desconsolado que el pueblo camine, la esperanza de rehacernos de nuevo volverá a estar presente, como en el caso de las gentes positivas, que ven siempre el vaso medio lleno y nunca medio vacío. Venga, en consecuencia, a nosotros ese estimulante vital muy superior a la buena estrella. Al fin y al cabo, todo hay que trabajarlo. O sea, ¡ganárselo!.
 
Víctor Corcoba Herrero /  Escritor
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