Martes, 21 Junio 2022 20:53

El alcoholismo: un peligro para México

Columna | P U L S O    P O L I T I C O

             Personas interesadas en la necesidad de combatir el alcoholismo entre nuestra población, afirman que este vicio, que tantos males causa a las personas aficionadas a las bebidas alcohólicas, como a sus familiares, está creciendo en nuestro país hasta en un 500 por ciento.

           Es una adicción que hace estragos en personas de todas las edades, pero sobre todo jóvenes, que pueden llegar a anular su futuro, bien porque queden inútiles para la vida productiva o porque el vicio los lleve tempranamente a la tumba.

           Se combate y se ve mal socialmente la afición por las drogas y socialmente no se ve mal el consumo de alcohol y de tabaco, pero ambos vicios son implacables con la salud de quienes los practican: Las instituciones de salud, gastan muchos millones, cientos o miles de millones de pesos, en el tratamiento de males provocados por el cigarro y las bebidas alcohólicas.

         Los medios de comunicación, televisión, cine y prensa en general, promueven el alcoholismo y el tabaquismo abiertamente. Se cree que poniendo leyendas en cajetillas de cigarros o en botellas de bebidas embriagantes  como: “El consumo de este producto puede ser perjudicial para su salud” o “el consumo de cigarro, puede provocar cáncer”, es suficiente para alejar del vicio a bebedores y fumadores, pero está comprobado que nadie hace caso de esos mensajes.

             ARMANDO MÉNDEZ, UN VIEJO CONOCIDO Y AMIGO nuestro, fue alcohólico en su juventud y estuvo al borde de la locura o de la muerte, según el mismo afirma. Estudiaba medicina en la Universidad Autónoma de Puebla y se propuso enfrentar su problema con decisión y coraje y con muchos trabajos lo logró y derivado de ello, se propuso ayudar a personas con ese problema y formó “la Fraternidad del Alto”.  De esto ya hace 37 años.

             El centro de rehabilitación de Alcohólicos Anónimos, que formalmente empezó a funcionar hace ya tres décadas y media, ha logrado que a lo largo de ese tiempo se hayan rehabilitado más de diez mil personas.

            Funciona en una casa rentada en el barrio de El Alto de esta capital y una de sus características, es que no emplea medios violentos para que los que llegan ahí en busca de alivio, no salgan con resentimientos, que muchas veces son la causa de su vicio.

             Nos dice que los jóvenes sin familia o rechazados por su familia, sin oficio ni beneficio, que no encuentran rumbo a su vida, que se creer rechazados por la sociedad, que se sienten solos en el mundo, que piensan que nadie los quiere, son presa fácil para el vicio, Creen que eso los hace olvidarse de su soledad, pero por el contrario, eso agrava sus males.

            En el Centro de la Fraternidad del Alto, se les arropa desde su llegada, se les muestra afecto, amistad y solidaridad y se les habla de Dios, no de ninguna religión, sino como Ser Supremo, que escucha y apoya a quienes se sienten solos, si se le habla con confianza, con la confianza con la que se le habla a un amigo muy cercano a quien se le puede pedir consejos, ayuda y a quien se le pueden contar cosas íntimas. Esta forma de concebir a la divinidad, es algo de lo que más ayuda a los que padecen alcoholismo, nos dice Armando.

            A LA REDACCIÓN DE CAMBIO, LLEGÓ UN DIA UN joven llamado Felipe López. Era Chiapaneco y quería trabajar como reportero. Le dimos cabida y resultó un buen trabajador, que incluso por su cuenta editaba una pequeña revista. Tenía un defecto: era alcohólico.

            Faltaba con frecuencia al trabajo o llegaba en estado inconveniente para pedir disculpas por no cumplir con sus obligaciones. Le teníamos aprecio.

            Le platicamos a nuestro amigo Armando Méndez el problema y él nos dijo que cuando llegara en estado de ebriedad, le habláramos por teléfono y mandaría por él.

             Antes hablamos con Felipe y le platicamos sobre ese centro de rehabilitación y nos dijo que sí estaba dispuesto a entrar, pero que ya vería cuando.

            Un día que llegó ebrio, llamamos a Armando y mandó a tres jóvenes para que se lo llevaran; el empezó a resistirse y tuve que hablarle con energía y le advertí que o se iba para su tratamiento o ya no habría trabajo. Accedió y se fue.

            A los tres meses de encierro regresó sumamente cambiado. Se veía más saludable y más dinámico en el trabajo. Por desgracia ya tenía el hígado afectado por una cirrosis: se sometió a un tratamiento en el Seguro Social, se levantaba temprano para ir a dar una plática a sus compañeros del Centro Fraternidad Analco. No faltaba a esa obligación que él mismo se impuso. Seguía su tratamiento en el Seguro, seguía publicando su revista y seguía reporteando para Cambio.

             La cirrosis no cedía, según me comentó un paisano suyo, abogado, con quien se veía con frecuencia.

             Un día, como a las 13 horas, entró al baño y cuando salió yo hablaba por teléfono y me hizo una seña indicando que luego regresaba. Ya no lo volví a ver. Había vomitado sangre y fue rápidamente al Seguro, donde lo internaron de inmediato y a la semana falleció. La cirrosis ya estaba avanzada cuando ingresó al centro de rehabilitación y no pudo hacerse nada para revertirla. Andaría en los 30 años de edad.

             Armando Méndez, que ha estado desde hace más de tres décadas al frente del Centro Antialcohólico que él mismo creó, consideró necesario que las autoridades municipales, estatales y federales, se preocuparan más por alejar del vicio del alcohol y del cigarro, a los miles de jóvenes que lo siguen adquiriendo. Lo que se necesita para ello, es interés por combatir un mal que tanto afecta al país y personas con sentido humanitario, algo sumamente importante para alcanzar el éxito en esa empresa.

          Instituciones burocráticas no llegarían a tener el impacto que se necesita para salvar a tanta gente que cae en el vicio del alcohol. Los empleados de esos centros, deben tener un gran amor por su prójimo, hacerles sentir a los internos, que se les aprecia, que se les quiere, porque la falta de comprensión y de afecto, es lo que más impulsa el vicio del alcoholismo.

Publicado en COLUMNAS

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