Columna | P U L S O   P O L I T I C O

             Falta más de un año (serán en octubre del 2021) para el inicio de las campañas para las elecciones intermedias en las que serán electos, más de una decena de gobernadores, 500 diputados federales, los diputados de los congresos locales y más de 2 mil ayuntamientos municipales y todos los partidos se encuentran en un estado de extrema debilidad. La pérdida de su ideología, la carencia de estructura y consecuentemente de organización y la mediocridad de la mayor parte de sus líderes, no les garantizan nada.

             La mayor parte de ellos, no tienen ni siquiera prospectos para las candidaturas de los puestos de elección popular en juego.

             Se ha dicho que el neoliberalismo impuesto a nuestro país durante el gobierno de Carlos Salinas, es el culpable del aumento de la pobreza y la desigualdad entre los mexicanos. Pues también el neoliberalismo acabó con los partidos políticos a los que el gobierno federal y los gobiernos estatales, otorgaron millonarios subsidios que desaparecieron misteriosamente sin que esos partidos se fortalecieran estructuralmente o crecieran en número de militantes. Ninguno de ellos cuenta con un medio de información impreso, para mantener el contacto con la militancia, pese a que todo militante político requiere ser alimentado con análisis de la realidad nacional y mundial, con la exposición constante de la ideología de sus respectivos partidos y con las consignas para ser militantes verdaderos, emitidas por sus líderes.

             La corrupción generalizada en el país, alcanzó a muchos de los líderes partidistas, que se enriquecieron impunemente, sin siquiera intentar realizar un trabajo serio en época de elecciones. Encontraron el camino para no perder su registros, en las alianzas. Partidos que no lo son, habiéndose quedado solo en membretes, se alquilaron para formar parte de esas alianzas, alcanzar algunas posiciones en los congresos locales y el federal, en ayuntamientos, es decir migajas y sobre todo, obtener el porcentaja necesario en la votación, ahora del 3 por ciento, para no perder su registro.

            El que fuera partido representante de la izquierda mexicana, el PRD, que en sus épocas de gloria, estuvo a punto de alcanzar la Presidencia de la República, con Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador; que obtuvo el gobierno del Distrito Federal, hoy ciudad de México y varias gubernaturas, aceptó aliarse con el enemigo histórico del liberalismo y super-enemigo del izquierdismo, el Partido Acción Nacional, heredero del conservadurismo más atrasado de nuestro país, y se derrumbo hasta ser ahora una organización en vías de extinción.

              El PAN, fundado en 1939 por uno de los intelectuales mexicanos más brillantes del siglo XX y con líderes católicos reconocidos internacionalmente, tuvo años de luchas heroicas en defensa del voto popular. Puebla fue una de las plazas que ganó a pulso, con el trabajo y tesón de sus militantes, que eran pocos pero convencidos de la validez de su lucha, habiendo ganado las dos diputaciones federales que entonces tenía la capital del Estado, con dos jóvenes contadores que vencieron en toda la línea por mayoría de votos, a dos viejos militantes del movimiento obrero mexicano, CTM y FROC y que lograron que los simpatizantes del PAN se percataran de que con esfuerzo y trabajo, sí se podía vencer al partido hegemónico entonces existente, el PRI.

               Pero los panistas de “arriba” perdieron la cabeza, después de la nacionalización de la banca y aceptaron vender su franquicia a grupos empresariales de derecha, que se separaron del PRI, enojados por esa nacionalización hecha por José López Portillo. Los nuevos franquicitarios llegaron como nuevos patrones de una empresa y corrieron a los viejos militantes, muchos de los cuales habían dedicado gran parte de su vida a la lucha por los ideales del panismo.

             Hubo una desbandada de panistas por esa decisión de sus dirigentes, como la hubo en el PRD por su alianza con el PAN y ahí empezó la debacle de ese partido, que llegó al colmo en Puebla, de aceptar postular a un priísta como Rafael Moreno Valle Rosas, que creó dentro del partido blanquiazul una corriente que llevaba su nombre, “morenovallista” que se apoderó del partido, a tal grado, que los neopanistas de la primer oleada, salieron corriendo y no se supo más de ellos, hasta la trágica muerte del ex gobernante.

            Derivado del PRD, se formó “Morena” al que se pasaron miles de militantes perredistas, hasta dejar al partido del “sol azteca” como un cascarón vacío.

            El nuevo partido creado por el actual presidente Andrés Manuel López Obrador, ganó las pasadas elecciones federales con una votación nunca antes vista: más de 30 millones de votos.

            Alcanzado el triunfo, los “morenistas” entraron en un proceso de descomposición interna, que ni siquiera les ha permitido defender al Presidente, surgido de sus filas, de los ataques constantes de la derecha, de los conservadores de antaño, ataques constantes que quieran o no, están causando efecto nocivo en varios sectores de la población, principalmente de clase media.

            Pero además, “Morena” ni siquiera se ha preocupado por constituirse en un verdadero partido político, con una línea ideológica común (en sus filas hay ex priístas, experredistas, ex panistas, etc.) con una estructura fuerte en todo el país, con organización y disciplina. Hay pleitos internos, divisones, incongruencias, etc., los mismo defectos que tienen los viejos partidos políticos de nuestro país, incluyendo al PRI, que de haber sido el rey por 80 años, está convertido en un viejito achacoso del que ya casi no se habla.

Publicado en COLUMNAS

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