Columna | Desde el portal

 El tercer informe presidencial se caracterizó por el ideal de país al que aspiran los mexicanos  y la realidad de millones de mexicanos en momentos de zozobra que se vive a nivel mundial por la pandemia que recorre el mundo, y si bien las cifras nos ubican entre los países con un amplio portafolio de vacunas –cuando menos siete marcas-, lo cierto es que miles no la tienen.

 Y no sólo no se tiene las vacunas, sino que no hay acceso a otros medicamentos que escasean o que se niegan por la falta de existencia en el mercado, o por los problemas burocráticos o de corrupción para adquirirlos, pero de una u otra manera, se vive en condiciones precarias por las enfermedades y su agudización por la falta de atención médica.

 Y si en Palacio Nacional se dio cuenta de los avances en las obras faraónicas, la realidad del magisterio es diferente: se les niega el acceso a las cuentas sobre el manejo de sus recursos y se les escamotea el salario y sus prestaciones; las marchas, plantones y bloqueos que incluyen la caravana presidencial, resultan insuficientes para tocar al poder y que se les resuelva sus demandas.

 En la ciudad de México la disputa por el poder llega a los golpes y a la cerrazón en el diálogo exactamente frente al Congreso Local, donde el diálogo civilizado y la discusión de los problemas debe dar origen a la existencia de normas que regulen la convivencia en la sociedad, mediante acuerdos y respeto a la Ley, pero resulta todo lo contrario: no hay diálogo, hay golpes.

 Y se trata de la disputa por la sede de los Tres Poderes de la Unión, por la capital de la República, una de las ciudades con mayor concentración de habitantes, pero también por la concentración de problemas propias del crecimiento desordenado de las urbes, por la excesiva demanda de servicios, y por la llegada cotidiana de miles de migrantes de todas partes del mundo.

 El arribo de ciudadanos del interior del país y de otros confines de la tierra a territorio mexicano tampoco es motivo de cordial bienvenida, como lo demuestra el hecho de que altos oficiales del Instituto de Migración arremeten a patadas contra ciudadanos inermes “que sólo buscan un mejor nivel de vida y que sólo vamos de paso”, a decir de los afectados, y que exhibe a nuestras autoridades que no han superado el síndrome de la represión y el autoritarismo.

 Migrantes y autoridades electas en la ciudad de México reciben el mismo trato: violencia cintra sus demandas de acceso a mejoras en su vida personal y familiar. Esto es la realidad, por lo demás  las cifras de avances ay las estadísticas sobre obras faraónicas quedan en simples datos cuando la realidad demuestra que no hemos llegado a la justicia social, ni siquiera vamos encaminados a ella cuando los inconformes son sometidos al látigo opresor.

 Lamentable la violencia en pleno centro de la República y en nuestras fronteras, ni nacionales ni extranjeros quedan a salvo de la opresión, del flagelo de la enfermedad y de la ausencia de satisfactores para resolver los problemas cotidianos. Hace falta un buen equilibrio entre lo que se dice dentro de Palacio Nacional y lo que dicen las pancartas de protestas que se exhiben en la Plaza de la Constitución, para creer que en realidad nos encaminados hacia la IV Transformación.

 De lo contrario, habrá “otros datos”, los de las estadísticas oficiales y los ciudadanos de afuera, que siguen en sus marchas, plantones y bloqueos en demanda de ser atendidos.

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