Columna | P U L S O    P O L I T I C O

                Luis Echeverría Álvarez, cumplió el pasado viernes 17 de enero, 98 años de vida, lo que lo convierte en el ex presidente de la república, más longevo de la historia de México.

               La celebración fue muy a su estilo y al estilo de quién fuera su esposa, doña María Esther Zuno Arce, fallecida a los 75 años, en 1999.

                Fue una alegre fiesta familiar y de amigos cercanos en la casa del ex mandatario, en San Jerónimo Lídice, del Distrito Federal, propiedad que conserva como residencia familiar desde  años antes de ocupar la Presidencia: hubo aguas frescas, dulces típicos, sobre todo los que son del gusto del ex mandatario, globos de colores, adornos de papel de china y se comió mole poblano y otros plastillos típicos de la cocina mexicana, según relata Juan Arvizu, en su crónica del hecho, publicada en el diario El Universal.

               Una familia poblana, la del general Rodolfo Sánchez Taboada, primer presidente nacional del PRI, ex secretario de Marina, mentor político del ex presidente, ha guardado siempre, cercanía con la del licenciado Echeverría.

               Afecto y cariño para la esposa y los descendientes del general nacido en una pequeña población de los rumbos de Acatzingo, siempre ha mostrado el ex mandatario, que mantiene en su residencia particular, un busto del general poblano.

              A esta fiesta no pudo faltar una representación de dicha familia, la integraron la señora Maty Sánchez Cruz, quien estuvo acompañada se su hijo el ex senador poblano Germán Sierra Sánchez. Hace dos años falleció el ingeniero Rodolfo Sánchez Cruz, también hijo de quien influyó mucho en la formación política de Echeverría.

              Según informaron los integrantes del equipo que trabaja y cuida al ex presidente, éste goza de buena salud y se mantiene activo, lo que no es extraño, pues todo mundo recuerda la energía que siempre mostró cuando fue presidente y era un hombre cincuentón.

              Este columnista recuerda cuando siendo reportero del extinto diario Novedades de Puebla, en los años 70, acompañó a una comisión integrada por unas 200 personas de todos los sectores y encabezadas por el entonces gobernador don Alfredo Toxqui: iban a solicitar a Los Pinos, que el Presidente autorizara el traslado de los restos del general Ignacio Zaragoza, que estaban en el panteón de San Fernando, en el Distrito Federal, a esta capital, donde alcanzó su mayor gloria.

               Todos estábamos, en silencio, como en una iglesia, sentados en “equipales”, cómodos asientos de cuero que gustaban al presidente, en el salón “Venustiano Carranza”, cuando se abrió discretamente una puerta lateral y por ella entró el Secretario de Gobernación Mario Moya Palencia y un acompañante: El alto funcionario dijo en voz alta: “Buenas tardes señores. En un momento el señor presidente estará con ustedes” y fue a sentarse al lado del gobernador.

               El silencio que había se relajó un poco y de repente, esa misma puerta lateral, se abrió como por un ventarrón Se escucharon taconazos de militares y el presidente entró dando zacadas fuertes, enérgicas y saludando con un “Buenas tardes señores”, frase pronunciada como dando órdenes y en forma espontánea, los doscientos que estábamos, puestos de pié, empezamos a aplaudir. Fue una sensación bonita, según los comentarios que escuchamos entre los asistentes, como si el presidente nos contagiara de su energía, de su reciedumbre.

             Pues ese mismo hombre que ahora casi centenario, recibió en su casa a amigos, ex colaboradores y respondió llamadas telefónicas de felicitación por su cumpleaños rodeado de sus hijos, de sus nietos y bisnietos, fue durante seis años presidente de este país, cuando los presidentes tenían un poder absoluto.

             Tuvimos oportunidad, hace unos días, de conocer y platicar con el Secretario de Administración del Ayuntamiento de Puebla, Leobardo Rodríguez Juárez y pudimos darnos cuenta, que “no todo está podrido en Dinamarca”.

                Nos pareció un hombre además de capaz en su ramo, amable y cordial, con quien se puede dialogar, que nos dijo que los rumores, la percepción de que hubo incapacidad para ejercer el gasto público y de que millones de pesos destinados  Puebla se iban a perder por no haberlos ejercido en tiempo y forma, es falso.

                Cree que esa percepción, y así lo creemos nosotros, si no es de mala fe, se debe a una falta de comunicación. Ya nos explicará él en otra ocasión, lo concerniente a este problema.

                En diciembre, concretamente el 22 del mes pasado, falleció en Tepoztlán Morelos, donde vivía, el escritor y dramaturgo de fama internacional, Juan Tovar, nacido en Puebla en 1941.

               En el año 2000 la periodista Silvia Pelaez. Le hizo una entrevista que se publicó en Oficio de Dramaturgo y que fue repetida ayer en La Jornada Semanal, como un homenaje a su memoria.

               Vamos a reproducir aquí solo un párrafo de esa entrevista en lo que se refiera a Puebla: “Cuando era chico, el cine era mi lugar favorito. Llegue a faltar tres meses a la escuela para irme al cine. Hacía muchos trucos para que no me descubrieran. Me descubrieron, pero no dejé de escaparme. En Puebla había matinés. Y de miércoles a sábado, había función corrida. Esto lo conté en mi novela El mar bajo tierra. Además no me gustaba el Colegio Alemán. Me sentía como extranjero y muy acosado. En sexto año, yo, que siempre había tenido el primer lugar en mi escuelita de barrio, el primer mes tuve el sitio 54. Entonces las escapadas al cine empezaron. Dije: “Al diablo. No tengo por qué volver a este lugar que no me gusta. “Esa fue mi aventura épica”.

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