Domingo, 13 Marzo 2022 21:34

Marcelo

Cosas de la política. A veces, la renuncia es el camino de la supervivencia; el aguante, el de la sepultura.

Charles de Gaulle ascendió a la presidencia de Francia al fin de la Segunda Guerra Mundial. Las pugnas partidarias lo atraparon e inmovilizaron. Renunció. Si querían que refundara Francia, sería en sus términos. Lo llamaron 8 años después, tras la crisis de Argelia: dio una nueva constitución al país y fundó la V República, que subsiste hasta hoy.

Adolfo Suárez fue el gran timonel de la transición democrática de España: disolvió al franquismo, hizo que la izquierda aceptara a la Corona, impulsó una nueva constitución y articuló los Pactos de la Moncloa. En 1981 confió a sus próximos: “se me agotaron las liebres de mi chistera”. En un mensaje televisivo, dimitió. Dijo: “no quiero que la democracia sea un paréntesis más en la historia de España”.

La renuncia es, en los grandes hombres, la forma de anteponer el interés público, los valores, las convicciones, al poder y al oropel del cargo.

Gilberto Valenzuela entregó su renuncia al presidente Plutarco Elías Calles a la Secretaría de Gobernación. El Jefe Máximo le increpó: “El Presidente de México no le ha perdido la confianza al Secretario”. Valenzuela reviró: “el Secretario se la ha perdido al Presidente”. Y se fue.

1964: Carlos Madrazo, presidente del PRI, impulsa una reforma democrática en el partido: elecciones internas, consultas a las bases, códigos de honor. Causó roña al presidente Gustavo Díaz Ordaz: no se le daba muy bien eso de ser demócrata. Madrazo renunció al cargo, pero no a su aspiración. Comenzó a recorrer el país promoviendo su agenda. El avión en el que viajaba de Monterrey se desplomó en 1969. Hay ideales que valen la vida.

Hugo B Margain optó por irse de Hacienda antes que quebrar al país. Le advirtió a Luis Echeverría: las finanzas tenían un límite y que ese, en 1973, había llegado. A Echeverría le cayó como anillo al dedo. Festejó: “La economía se maneja en los Pinos”. Tenía otros datos. Así nos fue.

Jesús Reyes Heroles era un liberal. Un laico y librepensador. Cuando José López Portillo violó la Constitución e invitó al país al papa Juan Pablo II, Reyes Heroles se opuso como secretario de Gobernación. Perdió. Entonces pronunció un discurso memorable en Acapulco. Reflexionó: el gobierno que trata de levantar todas las banderas, termina por izar ninguna. Gobernar no es quedar bien con todos. Es optar. Era más que un discurso: era su renuncia.

Javier García Paniagua era presidente del PRI y finalista en la sucesión presidencial de 1981. No fue el elegido. El candidato, Miguel de la Madrid, le pidió posiciones en el PRI: la Secretaría General, la Secretaría de Prensa y la dirección del IEPES. Le contestó: “mejor quédate con todo”. Renunció.

Carlos Urzúa y Germán Martínez anticiparon el desastre que venía. Dimitieron de la Secretaría de Hacienda y el IMSS. El primero supo, como Margain, que el país va a reventar económicamente. Martínez advirtió que venía un desastre en Salud. Se quedó corto.

Se ejerce el poder para servir o para servirse. Los cargos son, deberían ser, medios para llegar a fines superiores. Usarlos para estar vigente es un acto supremo de mezquindad.

Cuando el fin es mantenerse en el poder, se arriba a uno de dos destinos: tirano o cortesano.

La política demanda siempre respeto en dos sentidos. Hacia uno mismo —en eso que llamamos dignidad— pero también de la sociedad.

La ambición es letal: consume los principios y la dignidad.

Quienes tienen sueños febriles por un cargo superior, olvidan que la historia, a menudo, se escribe desde abajo y tiene sus propias reglas. No tiene atajos.

Al aguantarlo todo en ese afán, se termina por perder el cargo y la historia.

También la dignidad y, después, el respeto de los demás.

Twitter | @fvazquezrig

Publicado en COLUMNAS

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