Martes, 08 Octubre 2019 20:07

Se inician los intentos de resucitar al PRI

Columna | P U L S O    P O L I T I C O

            El Partido Revolucionario Institucional, que durante más de ochenta años, fue el amo y señor del ruedo en nuestro país, inició su decadencia en los sexenios de Luis Echevarría  y José López Portillo, gobiernos que fueron calificados de populistas.

            Los gobiernos anteriores, principalmente el de Lázaro Cárdenas, están considerados como los representantes de la etapa constructiva de la Revolución: se crearon sólidas instituciones, se atendieron bien o mal las necesidades del campo, se impulsó la educación en todos sus grados, se atendieron los problemas de salud y se brindó atención básica sanitaria a todos los sectores de la sociedad; se creó el organismo encargado de impulsar la vivienda popular digna. La clase obrera gozó de las garantías que le otorgaba la ley de la materia y pudo avanzar económica y socialmente. El país se mantenía tranquilo y en paz y la movilidad social se aceleró surgiendo una clase media fuerte y dinámica.

           Había corrupción, pero se mantenía lo que se dice, en límites tolerables. Los ex presidentes concluían su mandato con dinero suficiente para mantener una vida, para ellos y sus familias, tranquila, sin angustias de ningún tipo, por el resto de su existencia y los altos funcionarios igual. Entonces, ¿qué pasó?

              Que llegó el remolino del neoliberalismo y nos “alevantó”.

               Los tecnócratas, con grados de doctorado obtenidos en prestigiosas universidades estadounidenses, principalmente Harvard, asumieron el poder, pues muchos de ellos eran hijos de quienes fueron altos personajes de la política mexicana en la época post-revolucionaria. Eran los nuevos “cachorros de la revolución” a quienes el país, que ya no conocían, les parecía atrasado, feo y mal administrado y se dieron a la tarea de destruirlo todo para que surgiera algo nuevo, algo que nos llevara a ser una potencia mundial.

             Y pues solo lograron realizar la parte destructiva de su proyecto; acabaron lo bueno que había y creció la corrupción, la pobreza se hizo endémica, el campo del que dependemos todos, se desplomó; los obreros fueron perdiendo sus conquistas; la educación cayó en la mediocridad total; hicieron de México uno de los países más endeudados del mundo; la industria petrolera, rescatada por Lázaro Cárdenas en 1938 de manos extranjeras, quedó hecha trizas, al grado de vender petróleo y comprar gasolina al extranjero; ahora importamos maíz, frijol, arroz, soya, carne, leche y nuestros campesinos emigraron a los Estados Unidos en busca de trabajo.

              Todo lo anterior fue causa de que en el país creciera la delincuencia, la inseguridad, la irritación social, el narcotráfico, el consumo de drogas entre la juventud. Los gobiernos estatales se dedicaron en su gran mayoría, a hacer obras de relumbrón costosas pero sin ninguna repercusión social.

             Para combatir a la inseguridad, al narcotráfico, a la delincuencia organizada, se sacó al Ejército y a la Marina a las calles, pues no había en todo el país, un solo cuerpo de policía confiable.

             Los pobres en México, casi llegan a la mitad de la población que se calcula en 120 millones de personas.

             Ese es el México real, el que tenemos y al que hay que salvar. El hecho de que el actual presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, haya logrado captar más de 30 millones de votos, no es casual. Es producto de todo el deterioro que a lo largo de 30 años o un poco más, ha sufrido México en manos de gobiernos priístas y panistas, que ahora se rasgan las vestiduras y se preparan para “darle en la madre a la Cuarta Transformación” como dijo el panista Vicente Fox, uno de los peores presidentes que ha tenido este país.

             Los priístas, con su nuevo dirigente nacional, el gobernador con licencia de Campeche, Alejandro Moreno Cárdenas, “Alito”, se proponen rescatar al PRI del abismo en que ha caído. ¿Podrán?

              “Alito” dice que sí, que el PRI volverá al poder y cuando lo dice parece convencido, pero algunos de sus correligionarios lo dudan. Ven a su partido, como López Obrador ve al país: como un elefante cansado, echado y reumático.

               El presidente ya logró poner de pié al elefante, pero ahora hay que empujarlo para que camine y los priístas siguen teniendo echado al elefante de su partido. Los priístas poblanos ya empezaron a tratar de parar al elefante. Ya convocaron a un desayuno para acordar la estrategia que seguirán para la rehabilitación del partido. Alito, ya ha dicho que los priístas demostrarán de lo que están hechos, y un bromista que escuchó esa frase dijo: “de demagogia y corrupción”.

              No hay que ser pesimistas, hay que darle tiempo al tiempo: el derrumbe del PRI no fue de la noche a la mañana. Estamos diciendo que se dice que la caída empezó con los gobiernos de Echeverría y López Portillo.

               Eso sería ponerse como los adversarios de López Obrador o del gobernante poblano Luis Miguel Barbosa, que pretenden que en el corto tiempo de diez meses o de dos meses, respectivamente, resuelvan los problemas de inseguridad y violencia que vive el país.

               Mañana les hablaremos de lo dicho en una plática sobre este tema, por un priísta reconocido y siempre crítico de su partido, el licenciado César Musalem.

Publicado en COLUMNAS

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