Domingo, 28 Enero 2024 20:09

La caída

Como Saturno, todo movimiento político radical termina devorando a sus hijos.

Lo hizo el breve mandato a la sombra de Savonarola en Florencia, la revolución francesa, la rusa, la cubana. El líder amado un día, o prevalece o desaparece.

La historia mexicana lo confirma. Los liberales arrasan a sus enemigos conservadores. Díaz transita a la dictadura bajo la máxima de que a quien se le oponga le da encierro, destierro o entierro. La revolución mexicana mata todo: incluidos a sus líderes, de Madero a Obregón.

Calles instala un Maximato que es desbaratado por el cardenismo. Ahí reside el primer caso de un presidente que ocupa todo su poder para aplastar a su antecesor y para fundar un nuevo régimen: el de la república monárquica sexenal priista.

Pero Cárdenas es una excepción. La regla del poder dicta la vigencia de la ley de Newton: a toda acción corresponde una reacción de la misma magnitud en sentido contrario.

Dicho de otro modo: quien utiliza todo el poder está condenado a pagar las facturas que ha expedido en su ilusión de que su poder será eterno.

Los presidentes que más usaron el poder fueron los más castigados al dejarlo. Echeverría y López Portillo terminaron con el desarrollo estabilizador, tocaron intereses, rompieron reglas, y terminaron exiliados, humillados. Salinas fue un caso igual.

Estamos viendo, hoy, el lento pero inexorable derrumbe del obradorismo.

Su agonía será terrible. Quizá larga. Plausiblemente destructiva. Seguramente sangrienta.

El derrumbe se dará bajo los signos de la violencia, la ineptitud y la corrupción.

Como hongos, los hechos de violencia se multiplican y aterrorizan al país: cada día, cada hora. Hasta De la Madrid, el crimen estaba subordinado al Estado. Pagaba por protección. Salinas los hizo socios. López Obrador, socios mayoritarios.

La ineptitud causa estragos en la población. La más patente es la carencia de medicinas, pero se extiende a una educación que imparte ignorancia, a la falta de obra, excepción hecha de los proyectos faraónicos.  Si un estado no cuida, no cura y no educa, ¿para qué sirve?

El cerco de la corrupción alrededor de la familia presidencial se estrecha. Lo visto con los hijos —tráfico de influencias para ganar miles de millones de pesos—es el inicio del final del obradorato. Vendrá más, mucho más: inocultable la podredumbre por su cinismo y su descuido.

A esta descomposición —que intuye, pero también a la que teme— el presidente reacciona con un golpe doble. Echará su resto para imponer a su sucesora. Al mismo tiempo envía el mensaje de lo que vendrá.

Imponer a Sheinbaum no es una apuesta: es una obligación. Las pruebas de la corrupción de la corte son abrumadoras y obran en tres expedientes: uno en poder de la sucesora designada, otro en manos del Fiscal General y el último en el exterior desde donde se abreva a un medio de comunicación.

Perder en junio no es opción para el mandatario actual. Extender su poder de manera transexenal, es demasiado riesgoso. Aquí nadie llega para quedarse. Un coletazo de Sheinbaum sería brutal.

Pero desde Palacio vendrá la advertencia el 5 de febrero: las reformas tocarán la flexibilización de las consultas y la revocación presidencial. El Presidente confía también en sus camisas pardas: los servidores de la nación. Tiene una base popular y, quizá, grupos de violencia. El mensaje es: si rompes, tengo con qué responder y, quizá, quitarte.

Así, lo más sensato para él, es tratar de evitar el desplome que se avizora en la gobernabilidad, ganar la elección y pactar su retiro dorado.

Dijo que no será Cárdenas, en el sentido de no heredar su poder a alguien moderado. Ya optó por Sheinbaum: su Mújica. Pero sí será Cárdenas tratando de que su sucesor no le cobre las cuentas ni le aplique la ley.

Ese debería ser su plan. Pero primero debe ganar la elección.

Hacerlo implica convencer, amedrentar o comprar a una sociedad que está harta, temerosa, de luto, enferma.

X | @fvazquezrig



Publicado en COLUMNAS
Lunes, 18 Noviembre 2019 06:27

La Caída

Llegó la caída. López Obrador dilapida su popularidad por dos motivos: incapacidad y arrogancia.

No es una caída menor: ha perdido 21 puntos en 9 meses, de los cuales 10 fueron en las últimas 4 semanas.

En términos claros, ya López Obrador se encuentra en el nivel que tuvo Fox, y por debajo de Calderón, en el mismo mes de su primer año de gobierno.

Se perdió la magia.

Sigue superando a Peña Nieto, que en esta etapa tenía algo así como 10 puntos menos, pero la magnitud real de la baja se explica por el siguiente dato: Peña Nieto perdió algo más de 8 puntos con los impactos de Ayotzinapa y la Casa Blanca.

De ese grado es la caída de López Obrador y Morena.

La soberbia del presidente le hizo pensar que era intocable. Por eso no leyó los números de la realidad: las encuestas le daban aprobación, pero su piso se había venido reblandeciendo mes con mes. En los temas concretos de su gestión (obras públicas, salud, economía, seguridad) el respaldo ciudadano no hacía sino bajar mes con mes.

La arrogancia le impidió corregir y enderezar el rumbo.

Luego vinieron los impactos terribles: Aguililla, el culiacanazo, y el horror de la muerte de los LeBarón.

La incompetencia de un gabinete mediocre emergió con toda su fuerza, pero también las limitaciones de preparación, temple y altura de miras del presidente.

A las banalidades de slogans que han perdido su gracia -abrazos, no balazos; fúchila, guácala; pórtense bien- siguió un comportamiento errático que abre dudas sobre si el compartimiento oficial es simple torpeza o inaceptable complicidad.

Bajo la ola de indignación se comienza a percibir el golpe brutal de una onda telúrica devastadora: la de una economía detenida. 10 mil millones de pesos retirados de sus Afores por personas que perdieron su empleo. 19 estados en recesión. Déficit en la generación de puestos de trabajo.

Como era de esperarse, la corrección no sólo no llegó: el régimen se radicalizó: canceló el seguro popular, reprimió a ex policías federales, jugó la carta racial en perjuicio de una mayoría aplastante de adultos mayores y orquestó un fraude para apoderarse de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

La arrogancia y la incompetencia terminarán de hundir al presidente, a su gobierno y al país.

Hoy, el 60% de los mexicanos piensan que López Obrador perdió el control de los asuntos del país.

No se ha dado cuenta, pero una lectura sosegada de los números debería alertarle que el descrédito ya golpeó -y seguirá- al único activo que tenía su lamentable administración: su credibilidad personal.

Pese a que mantiene un bono de apoyo popular, no hará sino continuarlo desgastando.

El presidente no escucha. No atiende a las señales de los mercados. Desestima los signos de irritación en Estados Unidos. Estira la liga con las fuerzas armadas. Minimiza los signos de descontento aún dentro de Morena.

Nuevas mediciones que están en curso confirmarán que el desplome continúa.

La caída ha comenzado. Y no se ve cuándo vaya a terminar.

Twitter | @fvazquezrig

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