Reflexión Poética | Compartiendo Diálogos Conmigo Mismo

(Estamos convocados a ser imagen viva, a vivir en la pasión con la nítida mirada de la palabra y a desvivirnos con el néctar vital del manifiesto. Cada cual, debe injertar su propia asistencia en la edificación del nuevo reino, bajo el gobierno del ánimo ecuánime y la concordia como vínculo vivencial).

I.- LA PRIMACÍA DE DIOS SOBRE EL YO

Somos de Dios y a Dios hemos de volver,
que nos ha transmitido todo lo que somos,
y nos ha entregado la misión de custodia,
para vivir la vida tangible con integridad,
y corresponder con audacia a sus desafíos.

Jesús es el camino que nos lleva al Padre,
es la gran certeza que nos reconduce a Él;
es la propia savia que nos alienta siempre,
a tomar una experiencia de aproximación,
y a entrar en la aureola que nos esclarece.

Lo esencial está en elevarse mar adentro,
no con la fuerza del mundo que angustia,
sino con la fibra de la verdad que sosiega,
desde la sencillez fijada por la luz divina,
inspirada por la redentora cruz de Cristo.

II.-LA PRIMACÍA DEL ESPÍRITU SOBRE LA CARNE

Dejemos que el hálito adentre las venas,
pongámonos en disposición de alojarlo,
para que more el anhelo de su voluntad,
y florezca en nuestro caminar cada día,
el afán y el desvelo por alcanzar a Jesús.

Necesitamos sentirnos parte de su feudo,
colaborar y cooperar a tiempo completo,
ser el poeta que crea y se recrea gozoso,
al sentirse parte de la obra contemplativa
del verso, en relación con su vivo verbo.

Transitar unidos es hacerse y rehacerse,
es hallarse en camino y colmar andares,
es reparar y amparar las heridas abiertas,
es reponer el cuidado a los desatendidos,
poniendo la fe en el Señor sin endiosarse.

III.- LA PRIMACÍA DE LA GRACIA SOBRE LAS OBRAS

El amor que recibimos del Ser supremo,
es la fibra que transforma nuestro andar;
nos engrandece el soplo de benevolencia,
nos predispone y nos pone en comunión,
pues en el afecto reside el efecto del don.

Así como yo soy querido, puedo querer;
recompensado puedo darme y donarme;
ser poema antes que pena y refundirme;   
formarme, conformarme y convertirme;
establecer la calma y restablecer el alma.

No hay mejor restauración que revivirse,
que levantar cabeza y ofrecer el corazón,
que load la grandeza y el mando celeste,
que desprenderse de tierra y reprenderse:
¡espigados de bien, el mal nos abandona!

Víctor CORCOBA HERRERO
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Publicado en COLUMNAS

Artículo | Algo Más Que Palabras

“Es una verdadera desgracia no saber amar, por no haber amado jamás”
   
Hace tiempo que hemos enfermado, por la ausencia de amor, entre análogos. Esa es nuestra principal crisis, la que nos golpea en cualquier instante y por doquier. Únicamente nos movemos al dictado de los intereses del mercado, hasta el extremo de ser una pieza más del entramado de los negocios insaciables y corruptos. El dicho  de “según lo que tienes así vales”, es la materialidad palpable. No se puede caer más bajo. Apenas nadie acompaña a nadie en los sufrimientos. ¡Qué difícil resulta soltar una lágrima por alguien! Se acrecientan los devotos del egoísmo y aumentan las divisiones. Los corazones son más piedra que latido y asistimos a una contienda de absurdos entre semejantes. Todo se compra y se vende, nada se dona, ni una mano tendida ni  tampoco una caricia de perdón. Florecemos así de estúpidos. No hay nada en el astro más peligroso, que desmembrarnos de lo que somos y cultivar la maldad entre nosotros.

Olvidamos que, es la autenticidad de lo que entregamos a los demás, lo que verdaderamente nos sana o nos aniquila. Cierto, amar hasta volver amigo al enemigo, no deja de ser el punto más alto de ese poema gozoso, pletórico en salud, que es lo que en realidad nos trasciende y enciende las pupilas del alma, para concluir en un armónico oleaje de dichas que nos abracen y cautiven. Por tanto, es ese mundo de los afectos verdaderos los que nos dan subsistencia, y energía en abundancia expansiva e inclusiva, lo que incluye las relaciones con la naturaleza de la que formamos parte. Sin esta inspiración de apegos y simpatías en bloque, nada se sostiene, mientras la indiferencia toma posiciones ventajosas que nos deshumanizan por completo. Precisamente, el coronavirus nos está dando su gran lección, al mostrarnos que el efectivo bien, para cada uno, viene de la mano de un don colectivo; y, viceversa, esa ofrenda común con la que tanto se nos llena la boca, también es un verídico acorde para el individuo.

La apuesta por una sociedad saludable, esa que por sí misma nos merecemos, es la que cuida de la salud mental y física de lleno. Desde luego, el ser humano se hace más humanitario en suma, en la medida que el propio bienestar lo abre a todos, lo comparte, y hace la existencia más fácil para sí y para los que caminan a su lado. Dejemos, por consiguiente, que el verdadero amor nos enraíce, más allá de nuestras fronteras y de los frentes suscitados. Activemos, en todo momento, la cultura del abrazo. Regresemos a lo que obramos, al cultivo de la palabra y del entusiasmo. Orientemos, además, nuestros desvelos diarios hacia esa entrega generosa; será una forma de crecerse, de recrearse y de vivirse. En consecuencia, no podemos continuar vendiendo nuestro propio sustento existencial, a un ejercicio de desamor permanente, de irresponsabilidad de derechos y obligaciones, de ineptitud incesante a gobernarse en paz.

Consumados estos desajustes que comienzan en el mismo hogar, refugio pesaroso como en ningún otro tiempo, al quebrantarse cada tipo de vínculos naturales, abandonados a las miserias de los deseos y las circunstancias. Verdaderamente, nos llama la atención, que las rupturas se produzcan muchas veces entre gentes mayores que buscan una especie de absurda emancipación o segunda juventud y repelen, sin embargo, el ideal de envejecer juntos sustentándose y sosteniéndose recíprocamente. Por desgracia, las crisis matrimoniales frecuentemente se afrontan sin diálogo sincero, sin la valentía de la paciencia necesaria, de la reconciliación y del perdón, porque en realidad no hubo amor del de verdad. De igual forma, cuesta entender que a muchos jóvenes, esta misma sociedad incoherente, les prive de formar una familia, negándoles oportunidades de futuro. Bajo esta mentalidad contradictoria, que todo lo confunde, llegando a difundir el propio malestar como algo natural, la inhumanidad se nos sirve en bandeja.

Sea como fuere, es una verdadera desgracia no saber amar, por no haber amado jamás. Resulta inquietante que realmente no se ponga de relieve la importancia de esa comunión de amor certero, entre la población humana, al menos como inicio de sanación de savia. Al fin y al cabo, lo importante no es padecer, sino compadecer; aceptarnos y ponernos en actitud de servicio, curando la envidia, sin hacer ostentación ni ensancharse como dominador, sino con sentimientos de humildad, tornarse amable y desprendido. Desde luego, pertenecemos a una historia colectiva que ha de fraternizarse pulso a pulso. Por ello, todas las raíces son necesarias, no podemos destronarlas de nosotros. Unidos haremos esa balada conjunta de interminable luz y enternecida eternidad. De lo contrario, el virus de la muerte nos destruirá poco a poco y no conseguiremos renacer ni transformar el mundo; porque la señera fuerza y la única evidencia que nos transfigura, es el amar en su conjugación más poética. Justamente, queriendo de veras, dejaremos de utilizarnos unos a otros; encontrando en la placidez del similar, nuestra propia tranquilidad.

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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