Domingo, 08 Diciembre 2019 22:26

Confrontación

El país se desangra por una herida que no cierra: la división.

La energía de México se drena por la confrontación cotidiana, por la sistematización del lenguaje del rencor.

Por las grietas que la polarización ha generado en la piel de la República gotea el discurso de odio, de la guerra de clases, del racismo infame.

Alineada en dos bandos irreconciliables, la sociedad extravía el respeto, la solidaridad, el sentido de pertenencia y la visión de futuro que hacen de un país, más que un espacio físico, un imaginario colectivo.

En la arena del coliseo público cotidiano que son las redes sociales, los medios, y ahora las calles, se extravía la mirada y se desaprovechan las oportunidades que la propia sociedad ha generado.

Por esa fuga de energía positiva, en medio de la cólera contra el otro, se fermenta el triunfo del crimen, de la informalidad, de la misoginia, del abuso.

Los desafíos que enfrentaremos el próximo año no son pocos ni menores. La economía estancada echará por tierra las mejores intenciones del gobierno: los programas sociales tendrán que ser financiados por deuda o recortados; sin la confianza necesaria, el sector privado no invertirá y con ello se pierde el gran motor de la prosperidad nacional.

Cada municipio del país atestigua el fracaso de nuestra vida común: calles destrozadas, aceras oscuras, parques abandonados. Gente que vive con miedo. Que miente. Que abusa. Territorios colonizados por criminales, organizados o no.

A México lo está consumiendo no la calamidad de la bancarrota económica sino la moral. No sólo la violencia de las balas sino también de los verbos.

Mientras no hagamos un empeño mayúsculo para construir ciudadanía la posibilidad de un quiebre social mayúsculo seguirá incrementándose. La responsabilidad central de hacerlo está en cada hogar y en cada aula. En cada empresa. En cada organización.

La gran lección del último medio siglo es que la gran transformación nacional no provendrá de los poderes públicos.  De Tlatelolco a la desobediencia civil, de los terremotos a las alternancias, lo que se ha demostrado es que el motor de cambio es la sociedad y no los gobiernos.

Por cada historia vergonzosa de políticos que defraudan hay también la historia de personas que se esfuerzan y triunfan por construir un país mejor. De científicos que son los mejores del mundo. De atletas que ganan pese al olvido oficial. De cineastas que nos instalan en la segunda época de oro del cine mexicano.

El tiempo de la verticalidad terminó hace tiempo. El gran desafío será de los mexicanos en el futuro para organizarse horizontalmente. En reconectar nuestros sueños. En abrazar la cultura de la legalidad como norma de vida y la educación vitalicia como propósito de existencia.

Los peores momentos de la nación sucedieron cuando los mexicanos nos convertimos en enemigos de nosotros mismos.

Fue cuando el territorio se desgajó. Cuando la Primera Guerra Civil nos desangró. Cuando los ejércitos revolucionarios triunfaron en su aspiración inmediata de desterrar a Huerta pero fracasaron en conciliar un país común.

En esas perdimos la mitad del territorio, millones de vidas y tiempo. Mucho tiempo: más de un siglo.

Las ruinas que quedaron tras esa confrontación podrían tener un epitafio: aquí yace la mitad de México. Murió de la otra mitad.

Ojalá lo entendamos a tiempo.

Twitter | @fvazquezrig

Publicado en COLUMNAS

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