Reflexión Poética | Compartiendo Diálogos Conmigo Mismo

Los hijos del verbo han de volver al verso
y han de envolverse de celestes compases,
pues tras el sueño de andar sin horizonte,
llega esperanza que nos enciende y trasciende,
después de ir de acá para allá, despertando
al fin, conscientes de que la cruz de Cristo,
es el mayor latido de entrega versado,
un don valioso de la misericordia de Dios,
un camino que nos redime y nos salva,
que se reconoce en la poesía y nos vive.

Regresemos al espíritu de la nívea pureza,
dejémonos entusiasmar por su aliento,
contemplémonos y hagamos locución
con la fuerza creciente de la luna sideral,
con el aleluya del hermano sol naciente,
con la fortaleza del viento aireando
la lógica creativa de lo que soy y no soy,
un ser andante dispuesto a reencontrarse,
llamado a ser germen de simpatía,  ángel,
fuente de luz, astro para toda la eternidad.

Retornemos a ese universo de latidos,
reconciliémonos en la autenticidad del yo,
hagamos siempre propósito de rectificación,
encontremos tiempo también para nosotros,
para hallarse consigo, no olvidarnos de nadie,
para radiar la mística del abrazo por doquier,
la mesura en lo terrenal, y poder compartir
lo que es común a todos, y lo que permanece,
esa mirada limpia de Jesús que nos orienta,
que está ahí, para liberarnos de vanidades.

Una vez tomado este pasaje de amor puro
en nuestro diario, comprenderemos
que nada es para sí, que todo mana y emana
del desprendimiento de lo mundano,
de nuestra capacidad de ofrendar  y donar,
de nuestra vivencia por ser morada,
de nuestra convivencia con los demás,
pues un corazón cerrado, que no ofrece,
muere en la tristeza, se siente sin pulso,
le falta compañía para que acompase el alma.

Víctor Corcoba Herrero
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Publicado en COLUMNAS

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