Jueves, 24 Octubre 2019 07:38

Reducir opresiones

Artículo | Algo Más Que Palabras

“Seamos agentes de concordia”.

    Los moradores de este mundo, con sus gobiernos y nuevas generaciones al frente, han de sosegarse y aminorar tensiones, que lo único que hacen es propiciar atmósferas ya vividas en otro tiempo, y esta es una época que ha de ser activada e instruida en la tolerancia. La necedad no es buena para nadie. Despertemos y despojémonos de tantas falsedades. Continuar oprimiéndonos unos a otros es la mayor simpleza a la que podíamos evolucionar, con la consecuencia de cerrarnos en nosotros mismos, engañándonos al pensar que hemos hallado mayor libertad y autonomía. Dejémonos de traicionar. Reconduzcámonos y reconciliémonos, que la vida es para vivirla en comunidad gozosamente, y no como una tortura, sino como un tiempo en predisposición armónica, reconociendo los derechos fundamentales de nuestros análogos, fomentando la solidaridad, la comprensión y la acogida entre todos. Es cuestión de hacerse familiar, de vivir en linaje, de donarse  mediante sentimientos de benevolencia y no  pertenecerse.

    Es fundamental que los actos violentos cesen, también las expresiones de los líderes han de optar por otros cauces más serenos; y, en todo caso, utilizar los medios legales para resolver cualquier disputa. Seamos agentes de concordia. Nos interesa salir cuanto antes de esta decadencia moral. Cortemos de raíz cualquier deseo de venganza. El mayor reparo que podemos hacernos a nosotros mismos parte de una actitud conciliadora. A propósito, recientemente un experto de la ONU en derechos humanos, lanzaba una petición a los Estados, y también a las grandes empresas de redes sociales, para que reforzasen y revisasen sus políticas para combatir el discurso de rencor, vertido en sus plataformas, puesto que su alcance y poder de transmisión, sin duda puede ocasionar grandes daños en la vida real. Agregaba, además, que las empresas tampoco están tomando en serio su responsabilidad de respetar los derechos humanos. Desde luego, hemos de tomar buena nota de ello, al menos para reducir opresiones que van en contra de la libertad de expresión y privacidad, incitando constantemente a la coacción y a la brutalidad.

    Este cultivo de hechos irracionales que proliferan por todo el planeta, es la explosión de una energía ciega que nos deshumaniza y nos degrada como seres pensantes. Hemos perdido el corazón y esto es grave. Ha nacido el ser antisocial; el inhumano ser violento que se siente como el rey de la selva, el salvaje sembrador de terror que todo lo contamina de muerte a su paso, con la espada resentida y la fuerza cruel de la pedrada. Observémonos. Jamás cerremos los ojos ante esta triste realidad que nos desborda por todo el orbe. Pongámonos en acción de entendernos, al menos para tener otros abecedarios más aglutinadores, inclusivos y pacíficos, que nos lleven a no actuar por interés egoísta, por despecho contra nadie,  nunca jamás por desagravio. Somos la generación del conocimiento. Seamos también la generación que vive y deja vivir, que ha dejado de ser un lobo para sí mismo, que busca compartir alientos y alimentos, que se afana por ser constructor de vida y que le desvela luchar por la justicia, resolviendo cuestiones con la generosidad de su dominio, de saber perdonar, avanzando con el genio del amor.

    Conocerse es transformarse, la gran asignatura pendiente. Hay que cambiar estas oscuras opresiones por otros horizontes de luz. Será buen inicio reencontrarse, revivirse, renacerse, para no ser esclavos de nosotros mismos. Sin duda, la genialidad del amar es nuestro sustento interno, nos aparta de la posesión y nos hace libres, nos reconstruye las relaciones que son de donación y no de interés, nos ayuda a sentirnos próximos del prójimo, y a salir de ese estado de soberbia e ingratitud que nos deja vacíos y sin alma. La desesperación está ahí, en toda la tribu humana, endiosada a más no poder.  Olvidamos que somos insignificantes, que todos necesitamos de todos, que entre los emigrantes, los refugiados ocupan un lugar destacado y merecen la máxima atención. Únicamente unidos podemos huir de este enjambre opresivo de miserias, con dimensiones catastróficas, que pueden hacernos desaparecer como estirpe. Por tanto, una vez más insisto en esa cultura del abrazo auténtico y en ese culto de humanidad que nos hermane y universalice en la sencillez, para comprendernos. Lo innato y natural puede enseñarnos a fomentar ese cambio de andanzas por el astro. Dejemos de confundirnos. Todo es muy complicado antes de ser franco. 
   
Víctor Corcoba Herrero / Escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Publicado en COLUMNAS
Miércoles, 05 Diciembre 2018 20:47

Adherirse al bien

Artículo | Algo Más Que Palabras

“¡Cuánto pan amargo se nos sirve a diario!”.
  
     Los moradores de este mundo actual han cerrado todos los horizontes, inclusive también los trascendentes del sentimiento poético del alma, para vivir un presente egoísta y alocado, con el olvido o la censura al pasado, y sin importarles la construcción de un futuro más hermanado. Los efectos de esta falta de sensibilidad, de comunión entre culturas, de apoyo a toda vida humana, hacen que la pasividad se haya instalado entre las gentes, y se les niegue los derechos sociales y económicos a las personas, sin apenas hacer nada por ellos. Ojalá cambiemos de actitud y aprendamos a cultivar el bien; sólo de este modo, nos nutrimos interiormente y esparcimos esa alegría que todos nos merecemos por vivir. Qué lástima de aquellas gentes que han pasado por la vida sin saber sonreír, porque la tristeza les ha robado el deleite del camino y no encuentran esa paz consigo mismo.

¡Cuánto pan amargo se nos sirve a diario! La desigualdad en los ingresos está en aumento, tal y como reconoce un grupo de expertos de la ONU, ya que el 10 por ciento más rico de la población mundial gana hasta el 40 por ciento del ingreso total. Algunos informes sugieren que el 82 por ciento de toda la riqueza creada en 2017 fue al 1 por ciento de la población más privilegiada económicamente, mientras que el 50 por ciento en los estratos sociales más bajos no vio ningún aumento en absoluto. Así no podemos seguir, discriminándonos unos a otros. Estamos llamados a ser una ecuménica unidad en la que nadie puede permanecer marginado. Cada cual, mal que nos pese, tiene una misión de colaboración y cooperación sobre una base justa y equitativa, de hacer camino y de activar la esperanza humana como parte inherente del caminar.

    En efecto, el  presente por tanto no puede despojarse del significado último del ser que somos, ni de las raíces de las que provenimos, pues tan importante como estar alimentados es estar satisfechos de la aportación de nuestra vida diaria al acontecer de los días. Hemos de saber que toda nuestra historia, precisamente, está irrumpida por una tremenda lucha de intereses, movidos a merced de la corrupción y que la hemos hecho un modo de relación. En consecuencia, es significativo, adherirse al bien; puesto que un espíritu corrompido, es capaz de destruirnos.

Por desgracia, para todos, multitud de esencias humanas andan hambrientas de dignidad.  Hemos caído tan bajo, que nos costará levantar cabeza y armonizar ese mundo en el que todos caben y nadie sobra. Los datos ahí están. Conviene que los tengamos en cuenta. Cada año se paga un billón de dólares en sobornos y se calcula que se roban 2,6 billones de dólares anuales mediante la corrupción, suma que equivale a más del 5% del producto interior bruto mundial. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, se calcula que en los países en crecimiento se pierde, debido a esta podredumbre, una cantidad de dinero diez veces mayor que la dedicada a la asistencia oficial para el bienestar.

Se nos olvida, que un ropaje de pensamiento bondadoso, alienta un proceder estético, porque todo se embellece en la autenticidad y en el servicio incondicional al análogo; al contrario, de ese espíritu ambicioso que suele hermanarse con la crueldad y la astucia, con el endiosamiento y el orgullo. Al final tenemos que encontrarnos todos juntos, pues somos de un mismo linaje pensante, y hemos de hallarnos haciendo familia, forjando humanidad con nuestro corazón inquieto, concibiendo el amor, como aquella Madre Inmaculada, siempre dispuesta a donarse porque sí, a ese bien que nos entusiasma y derroca a la ingrata soberbia que nos vierte tanta maldad. Pensemos que son estas realidades interiores de codicia, vanidad y arrogancia, las que nos impiden sanar el ánimo, teniendo que maquillar muchas veces hasta nuestra propia existencia. ¡No caigamos tan bajo!

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Publicado en COLUMNAS

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos