Miércoles, 15 Julio 2020 18:47

Nuestras continuas malas prácticas

Artículo | Algo Más Que Palabras

“La obsesión por un estilo de vida consumista nos ha devorado el corazón”
  
    Todo depende de todo, hasta nuestra propia energía está en manos de la salud del planeta; por cierto, bastante aquejado de nuestro modo de actuar. Lo nefasto es que aún no enmendemos la locura que nos demuele. Proseguimos destruyendo la diversidad biológica, echando abajo los bosques naturales, contaminando las aguas, el suelo y el aire, arruinando zonas húmedas, después de tantos años advirtiéndonoslo la propia naturaleza a través del cambio climático. Este proceder, es un signo de inhumanidad y de pérdida del sentido responsable por el entorno y por nuestros análogos sobre el cual se funda toda sociedad civil. El egoísmo humano nos desborda, nuestra casa común nos pide ayuda, y nos hacemos los sordos. La necedad y el interés nos han vuelto irracionales. Realmente, causa pavor observar en algunos dirigentes la aberración más arcaica, revestida de gestos violentos, que nos dejan sin palabras. Siembran continuamente engaños y se quedan tan impasibles como una piedra en el camino. Así se conjuga, una vez más, la pérdida del sentido de la convivencia a vivir y dejar vivir. Mal que nos pese esta es la triste realidad, que no es otra que una compleja crisis socio-humana-ambiental. La obsesión por un estilo de vida consumista nos ha devorado el corazón. Desde luego, hemos de apostar por otra continuidad viviente, tal vez la de un morar más en el verso y en la de un desvivirse por vivir haciendo familia.

En consecuencia, tenemos que despertar y salir de esta jaula de dominadores corruptos. No hay desarrollo con exclusión, ni espíritu democrático sin libertades; y, mucho menos aún, justicia con ausencia de equidad. De lo contrario, retrocederemos en el andar y nuestra obligación es ir siempre hacia adelante. Cada cual tiene el deber y también el derecho de hacer la solidaria contribución de su paso por la tierra. Nuestro referente está en aquellos progenitores que dedicaron sus vidas a enderezar caminos, con sus buenas prácticas al servicio de la humanidad.  Nadie puede vivir armónicamente, mientras cohabite en nosotros la pasividad ante la injusticia de un mundo tan desigual. No olvidemos que el futuro de la humanidad depende del encuentro entre las gentes, al menos para desenmascarar y rechazar esos poderes mundanos convertidos en el mayor negocio, en lugar de ser servidores y justos guías. Toda la sociedad, y de manera especial los gobiernos de los Estados, tienen la obligación de propiciar los caminos del diálogo, donde todas las voces cuenten lo mismo, y así podamos salir de la espiral autodestructiva en la que nos estamos ahogando.

Por consiguiente, hay que tomar otras prácticas, cuando menos más justas y humanas. Nos merecemos un cambio de mentalidad y de modos de obrar, un pequeño esfuerzo de todos trabajando juntos por hacernos respetar, ante el actual modelo de avance que privilegia a unos pocos y elimina a otros. Este ambiente humano, injusto a más no poder; así como el ambiente natural degradado como jamás, requiere con urgencia otros estímulos, en los que prevalezca el bien colectivo y el equilibrio originario, que es lo que verdaderamente nos armoniza. Creo que debemos ocuparnos y preocuparnos mucho más por defender la igual dignidad entre los seres humanos. Todo está conectado. Y no es de recibo que algunos ciudadanos no tengan posibilidades reales de superación, mientras otros como si realmente hubieran nacido con mayores derechos, ni siquiera saben qué hacer con lo que tienen.

Lo suyo es tender hacia una universalidad que nos aglutine a toda la especie hacia otras prácticas, y la dirección adecuada será que se invierta en salud, con especial hincapié en la capacidad de los seres humanos para adaptarse positivamente a las situaciones adversas, en educación, en protección social y servicios básicos como agua potable y saneamiento. Sea como fuere, la humanidad no puede sobrevivir descartando, deshumanizándose y degradando su propio hábitat, ha de tomar otro espíritu más veraz y responsable, de actuación siempre conjunta y con la consideración a todos los pueblos y a toda la vida del planeta. Acaso, sea saludable un mayor hacer de las culturas para reconstruir ese mundo cooperante, máxime en un momento de tantas dificultades con la pandemia del coronavirus, con la pérdida de millones de empleos, que se traducen en la mayor caída de los ingresos per cápita desde 1870. En todo caso, de continuar con las malas prácticas del instinto avasallador, con la perdida de toda ética, va a ser difícil utilizar lo conseguido hasta ahora con acierto, probablemente porque el inmenso crecimiento de estos años anteriores no estuvo acompañado de un avance de la ciudadanía en sensatez, valores y conciencia.

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Domingo, 11 Marzo 2018 19:41

Constatación de malas prácticas

Artículo | Algo Más Que Palabras
   
    Nos hemos acostumbrado a ver como normal el aluvión de malas prácticas, menospreciando actitudes honestas y favoreciendo las reglas de la selva, o sea, la del enriquecimiento a cualquier precio, con la consabida irresponsabilidad manifiesta, en la medida en que las desigualdades se acrecientan y la mentira se desparrama por doquier y se vende como progreso social. Por lo pronto, me niego a ser un mero objeto de consumo, pero también reniego de que los poderosos me consideren una mercancía de compraventa, sin apenas derecho alguno. Desde luego, el mayor tormento, la iniquidad más considerable es, precisamente, esa nefasta distribución de unos bienes y servicios mundializados, destinados originariamente a todos. Hay un sector que se lo sabe todo para el engaño. Sin duda, nos falta seriedad para los tiempos recientes, y en lugar de sentirnos dominadores, debiéramos ser más servidores con una viva conciencia reconciliadora, capaz de conciliar las muchas diversidades: individuo y sociedad, familia y persona, o mujer y varón.

    Son malas prácticas humanas pensar que la economía lo resuelve todo. Don dinero es poderoso, pero mezquino. Este tipo de desarrollo amoral también nos deja sin alma. De ahí, la necesidad de cosechar otro tipo de acciones más cooperantes hacia un bien colectivo, para mejorar toda vida humana, que es lo evidentemente significativo. Ojalá se aliente un cambio social más espiritual que productivo, más solidario que individualista, para que todos podamos sentirnos hermanados. Sea como fuere, necesitamos adoptar una actitud más colaboradora y vinculante en proyectos conjuntos, despojada de toda ideología que es la que ahonda las divisiones, las enemistades y la represión permanente. Indudablemente, urge otro aire por parte de todos más abierto a lo auténtico que busque construir y no destruir, unir y no fragmentar. Ahora bien, no basta con entregar migajas, hacen falta agentes activos que promuevan persistentemente valores que beneficien verdaderamente a toda la humanidad, sin exclusión alguna. No se nos pueden olvidar valores tan sublimes como la dignificación del ser humano. Pues no retrocedamos.

Ciertamente, la cultura de nuestro tiempo habla mucho de solidaridad, pero a menudo da la impresión que el egoísmo nos puede, empezando por los propios gobernantes, que muchos suelen anteponer su éxito personal o partidista, a su responsabilidad social. Seamos garantes de los derechos humanos.  De lo contrario, corremos un gran riesgo de desaparecer como linaje. Nos conciernen a todos nosotros cada día. La ciudadanía que compartimos, bajo esa bandera de la mundialización globalizada, nos exige enraizarnos en estos valores universales. Tenemos que hacernos próximos al prójimo, y para ello: la equidad, la justicia y la libertad, es lo que realmente nos armoniza. No hay otro horizonte que abrazar, pues todas las personas tienen el mismo valor e idéntica decencia. Será la mejor práctica humana, la de salvaguardarnos en esa comunión de latidos participados.

    Por desgracia, también ha habido malas prácticas a la hora de avivar los vínculos responsables que nos fraternizan, lo que ha contribuido a la quiebra de la familia como experiencia de comunión (de donarse y perdonarse), muchas veces al omitir prestar asistencia a los padres y representantes legales para el desempeño de sus compromisos de crianza para el interés superior del niño, otras veces por la indiferencia protectora del propio Estado y sus Instituciones, e igualmente, por la falta de política familiar en el fomento de la educación y el bienestar de sus miembros de muchos gobiernos del mundo; lo que ha dificultado crecer como familia, o si quieren, como sociedades inclusivas. Por tanto, una saludable pericia a potenciar por todo el planetario es la actitud de servicio, por el solo quehacer de entregarse y de asistir, sin hacer ostentación y ensancharse. Será una buena manera de sanar la envidia, el antagonista de los más privilegiados.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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