Reflexión Poética | Compartiendo Diálogos Conmigo Mismo

(Cada uno puede decir con gozosa esperanza:
¡Él ha venido para mí, también para ti, para nosotros…!
¡Que su venida no sea en vano, postrémonos con humidad!)

I.-  MOMENTO DE INTENSA MEDITACIÓN

La oscuridad de la noche se hace luz para el espíritu,
proviene del nacimiento de Cristo Jesús en el mundo,
toma vida e injerta aliento en cada una de las almas,
nos renace y renueva hasta ensimismarnos en el gozo
de volvernos niños y de envolvernos en la emoción.

Retorne el sueño a nuestra existencia contemplativa,
germine la inspiración del hallazgo consigo  mismo,
hágase pensamiento, compendio de todos los tesoros,
meditación continua hasta el fin de nuestras andanzas,  
sentimiento de fe, amor, alegría y anhelo por siempre.

El verbo de Dios hecho carne nos interroga cada día,
su visión nueva nos hace meditar sobre lo que somos,
un quid que ha de unirse con la ciencia del conocerse
y el arte de reconocerse en el amar, para poder vivir
junto a quien absorbe el pasado y alumbra el futuro.

II.- LA POTENCIA DEL NIÑO SOBRE NOSOTROS

Un recién nacido llega para reconducirnos los pasos.
Viene para encauzarnos, nunca para desorientarnos,
aparece para asistirnos, en absoluto para desertarnos,
comparece para todos, tampoco se ausenta de ninguno,
se manifiesta en todo instante y hacia toda perspectiva.

Los poderosos de la tierra no consiguen entenderlo;
su reino tampoco es de este mundo, sino de una esfera
culminante que nos transfiere a la ardiente esperanza
del encuentro y reencuentro con el Padre, a través
del Hijo, y con la pujanza del soplo de la energía divina.

En aquella frágil criatura, aquellos pastores de Belén
reconocieron a Dios, alegres se apresuraron en legarse,
le ofrecieron sus indigentes dotes, celebrando una vida
que se entrega y que se establece como guía del ser,
aunque los ojos sólo viesen la flaqueza del infante.

III.-  LA MATERIA DEL SUBLIME POEMA

Un especial encanto místico cautiva nuestra atención,
es la unión entre el verbo de Dios y el verso humano,
que nos enciende y trasciende entre el cielo y la tierra,
entre el orden de la naturaleza y de la gracia divina,
transfigurándonos en puro verso, en níveo glorificar.

Todo surge y resurge de la perpetua escena de Belén,
ante la bondadosa mirada y la infusión de lo genuino,
bajo el silencio de la noche y la compañía de soledad,
haciendo el corazón y forjando los mil latidos celestes,  
que un corto recogimiento transfiere un dulce retorno.

Permaneciendo en la verdad es como nos realzamos,
porque ella nos amansa y vivifica hasta renovarnos
y renacernos, puesto que quien continua la enseñanza
de la Palabra rechaza de su horizonte la oscuridad
e incorpora a su andar el aura del sol que le irradia.

Víctor CORCOBA HERRERO
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Publicado en COLUMNAS

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