Domingo, 02 Septiembre 2018 16:31

De considerarnos autosuficientes a no ser nada

Artículo | Algo Más Que Palabras

“El amor acorta distancias, nos iguala;
y, hasta no quiere ser poseído, sino donado”
  
    Se necesitan vidas dispuestas a batallar con tesón, pues son tantas las crisis humanitarias que nos acorralan, que cada día es más complicado subsistir. No podemos generar sociedades inclusivas, mientras no aliviemos la carga existencial de muchos de nuestros análogos, que viven permanentemente en la exclusión. Aún no hemos aprendido la lección de que el amor acorta distancias, nos iguala; y, hasta no quiere ser poseído, sino donado. Por tanto, deberíamos concienciarnos sobre los derechos de los marginados y desfavorecidos más allá de una mera beneficencia. Dejemos de dar migajas y pongamos nuestro corazón junto al suyo. Son gentes que hemos de ayudar a levantarse a través de la acción comunitaria, impulsando de este modo labores  que nos hermanen, haciéndonos ver que tan importante como el capital social es el capital del entusiasmo humano, dispuesto a ejercer su responsabilidad de apoyo y auxilio. No olvidemos que el futuro es nuestro, pero también es de toda la humanidad, de ahí la necesidad de reorientarnos para lograr una mayor equidad y resolver las necesidades de los más indecentes, lo que exige un esfuerzo colectivo y un cambio de talante, para alcanzar el verdadero potencial humanístico, que será el que nos fraternice. 

    En consecuencia, modifiquemos actitudes, mundialicémonos en abecedarios que nos armonicen, construyamos un mundo con horizontes de verso, donde la libertad moral nos gobierne a cada cual consigo mismo, y podamos expresar nuestros pensamientos sin correr peligro alguno. No discriminemos. Ya está bien de privilegios para algunos. Despojémonos de ellos. No es justo, por ejemplo, que los afrodescendientes en América Latina continúen teniendo más probabilidades de vivir en pobreza crónica que los blancos o mestizos. Tampoco es ético que aún no seamos capaces de crear oportunidades para que todos los humanos puedan dignificarse y desarrollar sus capacidades.  Las brechas entre humanos tienen bien poco sentido. Por otra parte, el uso indiscriminado de la fuerza representa, además de una violación del derecho internacional humanitario y de la legislación internacional de derechos humanos, un retroceso a nuestro propio raciocinio. Las contiendas no son más que estupideces destructivas que nos aborregan. Ojalá surgiera con desvelo ese aire conciliador que a todos nos reconciliara consigo mismo. Esto sí que sería un verdadero progreso humanístico. Todo lo contrario a lo que se vive a nivel de gobernanza global, pues cada vez somos más conscientes de que existe una creciente fragmentación entre los Estados y las instituciones, en parte a ese endiosamiento mundano, que no acierta a servir, quizás por esa falta de generosidad hacia el semejante.

    Esta división suele surgir por esa falta de honestidad y de consideración hacia los más débiles. Ya en su tiempo el inolvidable Nelsón Mandela, nos remitía a erradicar la pobreza con actos de justicia. Desde luego, hay que clarificar las relaciones y, por ello, es vital salir al encuentro con lo equitativo, para avivar vínculos que nos reorienten hacia valores de profunda solidaridad, que tiendan al bien de todos y de cada uno, sirvan de consuelo a los afligidos, al tiempo que de amparo a esos caminantes atrapados por los combates. Hemos de reconocer que aún no hemos sabido coaligarnos, ya no solo para custodiar la creación con responsabilidad, sino también para renacer hacia un espíritu más cooperante, comprometido socialmente, cuando menos para garantizar un futuro de ocupación digno que ofrezca oportunidades de trabajo decente y sostenible para todos.

En 2019, precisamente  la OIT celebrará su centésimo aniversario, después de una guerra destructiva, basada en una visión según la cual una paz duradera y universal sólo puede ser alcanzada cuando está fundamentada en el trato respetuoso de los trabajadores. Sin duda, va a ser una oportunidad para reflexionar conjuntamente sobre los cien años de protección social y sobre cómo acelerar el logro de una cobertura universal en el futuro. Al fin y al cabo, de nada nos sirve el endiosamiento a la hora de considerarnos autosuficientes, puesto que a la hora de movernos también todos somos dependientes del mismo aire. Ciertamente urgen proyectos compartidos y gestos concretos, encaminados a hacer familia, puesto que es inaceptable cualquier privatización de la casa común, como puede ser el bien natural del agua, a la cual todos hemos de tener acceso a ella, como elemento vital y principio de las cosas. Con razón, siempre se ha dicho: Que a un ser humano sólo le puede salvar otro ser humano.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Domingo, 15 Julio 2018 19:36

La injusticia no es inmune

Artículo | Algo Más Que Palabras

“NOS CORRESPONDE HACER DEL MUNDO UN LUGAR PARA TODOS”
 
    Hay algo innato en nosotros que debemos fomentar mucho más, el espíritu de encuentro y unidad, sin temer las divergencias. Todo hay que cultivarlo armónicamente desde la escucha y el diálogo. Por eso, que los líderes se reúnan a construir puentes y a fortalecer vínculos para hacer frente a los desafíos globales,  es lo más sensato; y, en todo caso, un signo de expectativa que siempre vale la pena celebrarlo. Sin duda, la principal contienda que hemos de vencer, pasa por convencernos a nosotros mismos, que tenemos entre todos que erradicar la miseria y renunciar a la estupidez de los privilegios y la supremacía. Nadie puede quedar excluido porque todos somos necesarios, únicos e imprescindibles, para la construcción de ese astro habitable en el que ha de confluir la solidaridad intergeneracional, pero también la concurrencia de todas las culturas, interactuando para sostener valores e identidades que han de regenerarse, en esa conjunción de miradas y oídos, que necesitamos para salir adelante. La humanidad tiene que pensar que la injusticia no es invencible, y aún menos inmune, y lo que si requiere lo justo es ausencia de soberbia entre nosotros y talante comprensivo. De ahí que el compromiso ciudadano deba mundializarse, puesto que conlleva una lucha decidida contra la idolatría del dinero, o contra el mismo poder usurero, que es capaz de dejarnos sin aire con tal de impedir que respiremos.

    Ciertamente, cada día hay más carencia de ambientes níveos. Por eso, que no podemos fracasar, máxime cuando el laurel se lo llevan los fuertes y el desengaño los débiles. En consecuencia, es hora de conciliar otros afanes y desvelos en una escala global, cada uno desde su experiencia en la misión, que nos lleve a una línea de maduración más poética que política, más humana que deshumanizadora, más libre que esclava de ese universo de intereses que todo lo contamina de inmoralidades y vergüenzas. Bajo esta perspectiva de donarse, y hasta de perdonarse uno mismo de las andanzas pasadas, pienso que hemos llegado al instante preciso, de intentar promover estrategias conjuntas que nos dignifiquen a todos por igual.  Fruto de esa conjunción de entusiasmos es como surgen los ambiciosos proyectos. Se me ocurre pensar en el Plan de Apoyo de la ONU para el Sahel, cuyo objetivo es "acelerar la prosperidad compartida y la paz duradera" en diez países sahelianos. Rachel Kyte, representante especial para la Energía Sostenible, cree que el Sahel está en la "cúspide de una revolución" donde la potencia solar puede proporcionar electricidad a la red regional y energía a las comunidades locales. Verdaderamente, son estos avances ilusionantes, en  aproximación con todo lo que nos rodea, lo que nos hace converger en un cambio del corazón. El referente de santa Teresa de Lisieux, puede ayudarnos a reencontrar esa palabra justa, amable, capaz de acercamos ante la riada de egoísmos que nos circundan por todos los continentes.

    Sea como fuere, no podemos continuar por sendas de iniquidad, necesitamos vencer el aluvión de maldades que entre todos hemos cosechado, para no globalizar nuestra propia perdición como especie. Ciertamente, nadie se hace perverso de la noche a la mañana, es cuestión por tanto de repensar comportamientos y liderazgos. Y ante este cúmulo de atmosferas injustas tampoco se puede guardar silencio. Somos caminantes de sueños, gentes de hospitalidad y verbo, peregrinos con nervio y moradores dispuestos siempre a no callarse ante lo ilícito. Sigamos con este inherente proceder. Quizás, como poetas en guardia que somos por naturaleza, hemos de repudiar la multitud de escenas violentas e inhumanas que sufrimos a todas horas, y en cualquier sito. No podemos, sin duda, seguir con este abecedario de degradación humana, social y ambiental. Todos estamos perjudicados. Hay que asumir compromisos, y bajo este sentido de ética responsable, enmendar las mil injusticias sociales que padecemos, empezando por el desempleo y los déficits de trabajo decente que continúan elevadísimos, a tenor de las descomunales cifras en muchas regiones del planeta. Por nuestra historia sabemos que lo más fácil es dividir, romper, destruir, aniquilar…; ahora nos falta impulsar otro espíritu más constructor, tal vez sea el momento de hacerlo, precisamente ahora que la ONU invita a las personas de todo el orbe a celebrar el Día Internacional de Nelson Mandela  (18 de julio), contribuyendo con pequeñas cosas en sus propias comunidades. Indudablemente, cada persona tiene la capacidad y el encargo de forjar un mundo más equitativo y menos injusto. En cualquier caso, la batalla contra la indecencia debe ser perenne, pues no debemos permitir que nadie nos robe la esperanza por vivir con decencia. En el esfuerzo está el triunfo y, por ende, la honesta vida.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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