Sábado, 25 Abril 2020 11:13

Nuestra señora del buen consejo

Reflexión Poética | Compartiendo Diálogos Conmigo Mismo

(Ella, la obra mística del Verso,
nos llena de entusiasmo y nos llama a ser poesía)

I.- LA ETERNA INSPIRACIÓN


Obra sublime para ese instante que nos nace cada día,
poniéndonos en camino, situándonos en la compasión,
disponiéndose a donarnos la gracia de su exhortación,
pues sí Dios la eligió para ser Madre de su divino Hijo,
también la iluminó para ser faro en el verbo y en verso.

No hay mejor tutora para llegar a ser poesía en tierra,
que hablar con su silencio e inspirarse en su soledad,
que conversar de corazón con el versar de sus labios,
que callar bajo su espíritu para crecernos y recrearnos,
sólo así podremos abrirnos a la luz y descubrir su decir.

Su señal nos llena de savia a través del buen consejo,
es sombra de todos los dones y de todas las gracias,
nitidez que nos glorifica y claridad que nos trasciende,
para guardar el gran tesoro de ser cántico del bien,
ante todo el mal que nos amortaja las ganas de vivir.

II.- EL DON DEL CONSEJO


Andamos necesitados de esa donación del buen reparo,
de esa fortaleza interna para escoger y hacer lo mejor
para complacencia del alma y agrado a nuestra Señora,
guía de esa celestial poética que tanto nos conmueve
y nos mueve hacia horizontes verdaderamente puros.

De la entereza de su obrar que vive en todo el universo,
hallaremos el consuelo, enmendaremos nuestras miserias,
inspirando otras sendas, sugiriendo humildes andares,
advirtiendo que en esas melódicas melodías angelicales,
se nos muestra que la vida no está aquí sino en el cielo.

La Santa Madre de Dios, nuestra universal consejera,
perpetuamente en guardia, dispuesta para socorrernos,
calma nuestros mil ahogos y los colma en desahogos,
pues su regocijo mayor está en auxiliar al desvalido,
y en volvernos amigos a todos, también a los enemigos.

III.- VOLVER A LA MADRE

Volver a la Madre es dejarse aconsejar por quien es fuente
de vida, comunión con todo a través de la bondad de su alas,
es aproximarse al hermano más allá de sus mundanidades,
es mirar con los ojos de la ilusión a pesar de las flaquezas,
es superar la indiferencia que nos envuelve y volver a Dios.

No podemos entender nuestra propia existencia sin su esencia,
necesitamos sentir el afecto de quien es Reina de lo creado,
su gesta nos pone remos, su gesto nos alienta océano adentro,
guarda en su interior toda la vida de Jesús, que nos ofrece
como luz, para comprender el verdadero sentido de las cosas.

Ella, regazo de quietud, para un buen enseñar y reconducir,
ascendida al cielo, ha de ayudarnos a mirar y ver esta tierra,
con la ternura materna de la espera, que aguanta y permanece,
junto a los pies de la cruz, signo de nuestro calvario y rescate,
hacia la mansa omnipotencia de la piedad divina de su manto.

Víctor CORCOBA HERRERO
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Publicado en COLUMNAS

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