Domingo, 26 Enero 2020 17:49

Prosperidad Para Todos

El mayor reto del país es generar una etapa sostenible de prosperidad compartida. Significa tener la perspectiva cierta de que, en un horizonte de mediano plazo, podríamos convertirnos en un país de clase media.

A partir del quiebre del proyecto nacionalista en la década de los setenta del siglo pasado, la República ha sido incapaz de mantener un crecimiento incluyente.

La definición de un proyecto de modernización trajo beneficios pero no los distribuyó. La bancarrota de 1995 fue no solo económica: también fue moral. En un mes, diciembre de ese año, la pobreza devoró a 69% de la población.

La clase media se consumió.

Desaprovechamos el impulso de la primera alternancia, la de Fox, para modificar a fondo al país. Lo que vimos a partir de ahí fue una sucesión repetitiva de la misma historia, solo que cada vez peor.

Los avances, que los hubo, no sumaron a una mayoría de mexicanos al progreso y al bienestar. Los rezagos son abrumadores y más: inaceptables.

La rabia de la desigualdad provocó la tercera alternancia del siglo.

Todo indica, con todo, que este será, nuevamente, un experimento fallido. Hay un recambio en las elites, pero no hay un esfuerzo de renovación nacional.

Se reinstauran las clientelas, el partido hegemónico, el centralismo, el presidencialismo. Los ultra ricos lo seguirán siendo. Viejas figuras de poder: políticas, sindicales, intelectuales, regresan a la vigencia.

No se vislumbra, en este marco, un proyecto sólido para darle un sentido de pertenencia en el porvenir a la sociedad, una idea clara de prosperidad y un horizonte de grandeza.

La máxima prioridad debería ser abrir un lapso dilatado de prosperidad compartida. Debería serlo no solo por un sentido de justicia y solidaridad, sino para evitar lo evidente: la inminencia de una ruptura mayúscula.

Generar prosperidad compartida implica instaurar el gobierno de la ley. Desde nuestros orígenes México responde a la autoridad, pero esta no se sujeta al derecho. Mientras no sometamos a la arbitrariedad, el reino de lo impune -que incluye la corrupción, el cochupo, el abuso- seguirá mandando.

Sobre ese piso, el de la ley, se debería emprender la tarea de sacar a millones de seres humanos de la pobreza y el atraso. Eso implica no solo un tema económico: se trata de hacerlos visibles. Atenderlos. Ofrecerles un espacio de decoro y dignidad.

Este esfuerzo tendría que comenzar con tres propulsores: educación, salud y crecimiento. 

Ni hablar: claramente los tres motores estás desbielados. Así nos irá.

Pensar que la CNTE, el INSABI y el Tren Maya serán los catalizadores del talento y el bienestar nacional es casi una broma perversa y peor: de mal gusto.

Este será, en lo económico, un sexenio perdido. En los primeros tres años se habrá registrado apenas un crecimiento de alrededor de 2%.

Seamos claros: la pobreza crecerá y la clase media desaparecerá.

Todos los esfuerzos del estado mexicano deberían enfocarse a hacer un gran esfuerzo nacional para invertir, hacer que la economía crezca, generar empleo y redistribuir el ingreso a las personas más humildes.

Dinero hay. En México y en el mundo. Lo que no hay es confianza. Restaurarla debería ser un primer paso. Identificar los sectores ganadores -automotriz, autopartes, aeronáutica, logística, turismo, agroindustria etc.-, debería ser otro. ¿A qué le apostamos? Querer ser buenos en todo nos lleva a la especialización en nada.

Falta, desde hace mucho, creatividad en el estado para acumular energía que haga que México crezca. Inversiones tripartitas, público privadas, integración productiva regional, infraestructura detonadora, clusters de innovación, energía limpia, mecatrónica, inteligencia artificial: las rutas ya las han recorrido otros y con éxito.

Un tema toral debería ser empujar con fuerza la inserción laboral de la mujer. Hace sentido: no sólo por equidad: también para reducir la dependencia que hace tolerable la violencia, para duplicar los ingresos de los hogares y para generar clase media.

Por último tendríamos que esforzarnos no por hacer a nuestros jóvenes empleables, sino emprendedores. Si logramos transformar la mentalidad para que se convenzan de que son tan buenos como el mejor del mundo, que pueden competir y ganar, multiplicaríamos las iniciativas empresariales y promoveríamos el surgimiento de una generación de innovadores.

La suma de todo esto derivaría en la clausura de cuatro brechas ominosas: la de la autoridad con los gobernados, la de los ricos con los pobres, la del norte con el sur y la de las mujeres con los hombres.

Es posible lograrlo. Falta un liderazgo creativo y unificador. Tenemos un liderazgo, pero ideológico y polarizante, que apuesta por la política del resentimiento.

Por eso, no nos engañemos: ese cambio hay que buscarlo afuera de la caja. La fuerza del cambio no vendrá de la clase política. Nadie resolverá nuestros problemas.

Depende de nosotros.

De nadie más.

Twtitter | @fvazquezrig

Publicado en COLUMNAS

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