Columna | Sin Límites

*Son tiempos de poesía, asegura el tehuacanero Abel Pérez Rojas

El famoso dramaturgo, cuentista, ensayista, guionista y traductor Juan Tovar, nacido en Puebla el 23 de octubre de 1941 y fallecido el 22 de diciembre de 2019, quien ha sido uno de los muchos poblanos destacados que han ignoran desde hace tiempo las autoridades culturales en el estado, en una entrevista realizada el año 2000 por Silvia Peláez en el diario La Jornada, mencionó varias facetas de su niñez y juventud en Puebla.

Murió y fue velado en su casa en Tepoztlán, Morelos. Tovar es considerado uno de los autores más destacados de la literatura contemporánea mexicana, su teatro articula un vasto cuerpo dramatúrgico, el cual integra desde obras históricas, farsas sobre la actualidad política, metáforas sobre el arte y los sueños y comedias amorosas.

Le otorgaron la Medalla Bellas Artes por más de 40 años de trayectoria, en julio de 2018, por contribuir a replantear la dramaturgia mexicana moderna de la década de los 70 y 80. Tuvo como maestros a figuras como Juan José Arreola, Luisa Josefina Hernández y Emilio Carballido.

Fue miembro del Teatro Universitario de la BUAP, creado en 1948 por Ignacio Ibarra Mazari y Jefe de Redacción del famoso suplemento cultural Diorama de la Cultura del diario Excélsior.

Su creatividad enriqueció la escena nacional con obras que mantienen su vigencia como Las adoraciones, Manga de Clavo, La Madrugada, El Destierro y Horas de Gracia.

Las descripciones poblanas en la entrevista de La Jornada Semanal, suplemento cultural dominical del 18 de enero pasado, corresponden a los años 1950 y 1960 a través de las respuestas.

Esta es la entrevista donde destacan las preguntas y respuestas sobre la Puebla de antaño.

- ¿Cómo te recuerdas cuando eras niño?

-Tenía alrededor de diez años. Pensaba en cómo pasa el tiempo, y en cómo sería yo en el futuro. Que lograría un trabajo y me casaría y tendría hijos, y me moriría. Me quedé pensando y dije: “me gustaría llegar al año 2000”. Y eso ya se cumplió. Pensaba en el año 2000 como algo muy especial porque iba a ser otro mundo.

- ¿Qué lugar es entrañable para ti?

-Cuando era chico, el cine era mi lugar favorito. Llegué a faltar tres meses a la escuela para irme al cine. Como me iba en un camión urbano, me era muy fácil desviarme al cine. Hacía muchos trucos para que no me descubrieran. Me descubrieron, pero no dejé de escaparme. En Puebla había matinés. Y de miércoles a sábado había función corrida.

Esto lo conté en mi novela El Mar Bajo Tierra. Además, no me gustaba el Colegio Alemán. Me sentía como extranjero y muy acosado. En sexto año, yo, que siempre había tenido el primer lugar en mi escuelita de barrio, el primer mes tuve el sitio 54. Entonces, las escapadas al cine empezaron. Dije: “Al diablo. No tengo por qué volver a este lugar que no me gusta”. Esa fue mi aventura épica.

- ¿Cómo era para ti el teatro en esa época?

-No había mucho teatro en Puebla. En sexto año actué en El Violín Mágico. Yo era el violinista. Fue la primera vez que pisé un escenario. Y luego hasta la universidad. Ahí dirigía un grupo el maestro Ignacio Ibarra. Me incorporé a la primera oportunidad. Aquí surgieron mis ganas de escribir teatro. De niño me daba por escribir porque me daba por leer y uno tiende a leer lo que le gusta.

Pero yo no era buen dibujante para las historietas. Entonces escribí cuentos policíacos. Logré terminar un cuento después de mucho trabajo y de pasarlo a máquina en un escritorio público. Y lo mandé al concurso mensual de la revista Aventura y misterio de Editorial Novaro. No gané ninguno de los tres premios, pero años después el cuento se publicó y me pagaron cien de aquellos pesos.

Orgulloso, le llevé el cheque a mi papá. Él dijo: Bueno, ¿entonces, se gana dinero con esto? Mi papá era un técnico textil, tenía una fábrica y no le interesaba la escritura. Y cuando le dije que me iba a México a estudiar Letras me dijo: “No, para eso no te financio. Estudia una carrera técnica aquí en Puebla”. Y me quedé a estudiar ingeniería química, aunque trabajé más en el teatro.

Hasta aquí, los pasajes relativos a la vida poblana, en las décadas 50 y 60 del pasado siglo, mencionada a grandes rasgos del dramaturgo poblano Juan Tovar.

DEFENSA DE LA POESIA: ABEL PÉREZ ROJAS

Un artículo del poeta tehuacanero Abel Pérez Rojas, publicado en su portal Sabersinfin.com, sobre la poesía y su necesidad en tiempos convulsos como los actuales, vale la pena reproducirlo en sus partes medulares:

“La poesía no necesita ser defendida para preservar su pertinencia en tiempos convulsos como los del Covid-19, pero salir a dar la cara por la poesía y los poetas es una forma de ampararse a sí mismo y encontrar mucho sentido a lo que para algunos -entre ellos, yo-, es una pasión.

“La poesía, al igual que todas las artes, siempre está siendo enjuiciada por su poca o nula utilidad en sociedades que todo lo miden en dólares y ganancias. Los pragmáticos de las sociedades argumentan que la poesía sólo es entretenimiento y decoración.

 “La poesía no cura de enfermedades, pero sí alivia almas, intelectos, vidas.

“La poesía no arenga, pero sí inspira, motiva, anima.

“La poesía orienta en forma de canción y es mordaz en Twitter.

“La poesía es íntima, nace -muy frecuentemente- en la soledad del poeta, pero es de todos, para todos, por ello a veces culmina en himno nacional, en oración, en proclama.

“La poesía es libertad, por eso el confinamiento voluntario es nada para un corazón imbuido en alegorías y metáforas.

“La poesía abona a la contención de los actos bárbaros y salvajes que brotan en la desesperación, en el pánico, en el río revuelto.

“La poesía es terapia ante la depresión, angustia y quebranto emocional.

“Por la sustancia poética podemos ver el sol cubierto por los nubarrones.

“Te invito para que leas, compartas o escuches poesía todos los días a las 20:00 horas mientras dure la contingencia sanitaria, hazlo con el hashtag #poesíaalasocho. Juntos podemos gozar y hacer visible el valor social de la poesía”.

En fin, como escribió Abel Pérez Rojas (Puebla, 1970) en su poema Nada Quedará:

Tarde o temprano te irás
y nada de eso a lo que
tanto te aferraste quedará;
ni las sonrisas forzadas,
ni los libros de poemas,
ni los títulos académicos,
ni los rencores y perdones,
ni las vanas discusiones,
ni los consejos sinceros,
ni las viandas exquisitas,
ni los amores de verdad,
nada quedará... ¡nada!

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