Reflexión Poética | Compartiendo Diálogos Conmigo Mismo

(Es el momento preciso de corregirse, de llamarse al arrepentimiento cada cual consigo mismo y con los demás, de prepararse para hospedar al Hijo del Ser Supremo, que viene a nosotros para allanarnos el camino. En el atardecer de nuestros días, también nosotros seremos juzgados según nuestra similitud o disparidad con el Niño, que está a punto de germinar en la desamparada cueva de Belén, puesto que Él es la pauta de medida que el Poder Celestial ha dado a la humanidad).

 
I.- TIEMPO DE PROMOCIÓN CON EL FUTURO CELESTIAL
 
Resuena un encargo en este tiempo,
que nos rebosa de luz y de pasiones,
y que nos rebasa de sueños cada día;
que nos mueve a levantar la mirada,
y a sentir la paz de Dios en el alma.

Ver los signos divinos con nosotros,
reconocerlos a nuestro lado es vida;
porque vivir es coger la naturalidad,
recogerla para sí y ofrecerla a todos,
para despertar junto al Niño que soy.

Primicia de esta nueva humanidad,
es Jesús que llega y nos llena de fe,
de familiaridad en la recuperación;
tan sólo hay que poner en práctica,
la compasiva semilla de su Palabra.

II.- PROCESO DE PREPARACIÓN CON EL GERMEN DIVINO

Estamos vivos en reparar los aires,
nos movemos en esta disposición,
en el desvelo de conversión firme,
en el afán persistente de la poesía,
en las mismas huellas del Salvador.

El amor nos amonesta el querernos,
al querernos nos quieren de verdad,
y la verdad nos busca en la bondad,
y la bondad nos ruega a ser buenos,
sensibles con las durezas terrenales.

El despuntar glorioso nos alecciona,
a reencontrarnos de modo laborioso,
como la alborada alegre del cambio,
pues el renuevo del vocablo celeste:
viene a quedarse, a ser parte nuestra.

III.- ÉPOCA DE INICIACIÓN CON EL MAÑANA ETERNO

Ahora envejece lo pasado del hoy,
mientras rejuvenece la esperanza,
se renueva el sentido de la espera,
porque la expectativa está en ser,
el ser para un perene efluvio vital.

El mismo Mesías es la señal viva,
el que se hizo carne en la cavidad
pulcra de María y nos lo dio todo,
para enderezar nuestros senderos,
y para concertar nuestros andares.

Sea nuestra consoladora, la Madre;
la que nos aliente y nos alimente,
la que nos eleve al hogar inmortal,
que es anuncio de amor perpetuo,
locución y alocución de ascetismo.  

Víctor CORCOBA HERRERO
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Publicado en COLUMNAS

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