Miércoles, 25 Abril 2018 15:41

Un mundo para todos

Artículo | Algo Más Que Palabras
       
    Hay muchas culturas, pero únicamente una forma de culto de la voluntad, el de la confluencia de un universo habitable para todos, a pesar de los muchos rostros en camino y de la multitud de rastros generados. Con razón se dice, que cada persona es un mundo. Así es. Esto implica ser coherente con la vida, entender y atender a todas las expresiones del corazón humano, convivir y cohabitar. Si los diversos Estados son los que tienen que promover atmósferas de sosiego, también cada ciudadano, está llamado a transformarse, con la apertura comprensiva necesaria para que el ropaje sea universal, y todos acabemos reencontrándonos en esa unidad que requerimos para poder subsistir. Persona a persona vamos avanzando, pues nos necesitamos indivisos para darnos aliento, pero también para sumar espíritus creativos que nos pongan en el pasaje de la concordia. El presidente de Colombia lo indicaba hace unos días, de modo conciliador pero firme: es posible finalizar los conflictos más complicados y obtener resultados. Indudablemente, querer es poder, y la paz nos alcanza a poco que nos dejemos acompañar unos en otros por la verdad, lo que conlleva trabajar por la justicia, poniendo el propio intelecto que todos llevamos consigo al servicio del semejante.

    Sea como fuere, necesitamos este mundo armónico para poder sentir nuestro propio abecedario de encuentros. La mediación en el camino siempre es la palabra, que ha de ser auténtica y en crecimiento, con una actitud de compañía. Al fin y al cabo, todos somos seres en permanente búsqueda, deseosos de hallar esa dimensión que nos mundialice el alma. Sin derechos  humanos no puede haber alianza alguna. Necesitamos reunificarnos como familia. El anuncio del líder norcoreano, Kim jong-un, de detener los ensayos nucleares y el lanzamiento de misiles balísticos intercontinentales es una buena noticia. Ojalá ratifique más pronto que tarde su compromiso. Por otra parte, ya me gustaría, igualmente, que todos los moradores del planeta tuviesen un talante similar en cuestión de derechos humanos, sobre todo a la hora de dignificarnos y de luchar por ese bien colectivo de bondades que todos nos merecemos, para instaurar un orbe más poético que poderoso. Por ello, es menester situarse enfrente del conflicto, no pasar ni lavarse las manos, sufrirlo en unión con los demás, tratando de resolverlo. En efecto, todo puede ser mejorable, pero la suma de fuerzas humanas es superior siempre a cualquier problema por duro que nos parezca.

    Se ha dicho que el todo es superior a la parte, y, en verdad, hace falta prestar más atención a ese mundo global si no queremos caer en una mezquindad permanente de retrocesos, en parte debido al aumento de batallas y violencias inútiles, que debiéramos desterrar de la faz de la tierra. Está visto que tan importante como la ayuda humanitaria es la prevención de contiendas en un mundo que ha de hermanarse. A propósito, el Secretario General no hace mucho resaltó que la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible representa el proyecto universal de las Naciones Unidas para logar una sociedad más pacífica y estable. “Invertir en una paz significa invertir en servicios básicos, aunar a los organismos humanitarios y de desarrollo, crear instituciones eficaces y responsables, proteger los derechos humanos, promover la cohesión social y la diversidad y avanzar hacia la energía sostenible”. Asimismo, subrayó la importancia de otros factores como la educación y el empleo de calidad, máxime en un momento en el que hace falta activar la lucha contra el trabajo infantil.

    En consecuencia, un elemento de vital importancia para la construcción de ese mundo para todos, sería pues el respeto inscrito en esa gramática natural que todos llevamos impresa en la conciencia. Por tanto, más allá de las gravísimas carencias que sufren los pueblos en diversos continentes, hacen falta tácticas responsables que nos acerquen. Por esto, una convivencia mundializada requiere, ya no solo que se reconozcan y se respeten mutuamente los derechos y las obligaciones, sino también de una estima y consideración innata hacia todo ser, sustentando por la clemencia y, a la vez, engrandecido bajo los auspicios de la libertad.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Domingo, 19 Noviembre 2017 21:37

En un mundo de fugitivos

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Vivimos unos tiempos en los que cada vez es más preciso sentir la necesidad de crecer en la compresión mutua y en el respeto, como miembros de un linaje predestinados a entendernos. Esto nos confirma que, aglutinados bajo las alas de este espíritu conciliador, todo es más fácil para el encuentro. No podemos permitir que nos arruinemos por nuestra propia irresponsabilidad. Es hora de nuevos entusiasmos, de querer y poder  hacerlo, puesto que hemos de trabajar más unidos que nunca, con la confianza de tender puentes. Dicho lo cual, pienso que debemos romper los patrones existentes de impunidad, apoyando incondicionalmente aquellas causas que creemos justas.

Para empezar, ojalá aprendamos a convivir y a estar a favor de la verdad, la diga quien la diga. Es una desgracia, como otra cualquiera, que aún no hayamos aprendido el sencillo arte de querernos y de amarnos. Sea como fuere, en un mundo de fugitivos como el presente, todos parecemos huir hasta de nosotros mismos. Deberíamos, pues, recapacitar mucho más, cuando menos para ver la manera de emprender un nuevo itinerario de discernimiento, con más horizontes y menos muros, con más generosidad y menos competitividad entre nosotros, con otra misión más humanista injertada a esa innata sabiduría que todos llevamos consigo¸ en vez de sembrar tantas contiendas inútiles, que tanto nos degrada y nos hace unos desgraciados.

En cualquier caso, resulta asombroso observar que esta humanidad globalizada todavía no sepa vivir armónicamente. Está visto que cada uno de nosotros sólo será equitativo en la medida en que haga lo que le corresponde hacer, en esta permanente corrida de huidos, que tampoco nos lleva a buen puerto. Desde luego, hemos de perseverar en otros finales más bienhechores. Por eso, nos hará bien reflexionar continuamente, máxime cuando las ciudades son casi siempre ruidosas, ahondar en nuestras raíces, compartir vivencias y preocupaciones, vencer y superar las desigualdades sociales, la indiferencia egoísta, la prepotencia estúpida y altanera, así como  esta desbordante intolerancia que nos aniquila permanentemente.

También me lastima ver esa condición de fugitivo de un mundo que a todos nos pertenece. Quizás esto suceda porque nos falte esa actitud de disponibilidad constante, de arroparnos, de comunión entre unos y otros, de esfuerzo por combatir el orgullo que  nos encierra, por cierto tantas veces en divisiones absurdas e inútiles. De igual forma, me mata ver a esos humanos que escapan de la pobreza o de la persecución en sus países. Nadie se merece tanta crueldad. Deberíamos ser más solidarios, o si quieren más devotos de lo fraterno. La falta de lo necesario para vivir humilla a todo ser humano, es una catástrofe ante el cual la conciencia de quien tiene la responsabilidad de intervenir no puede (ni debe) quedar impasible.

    Ante esta temible y terrible realidad, sumémosle el fenómeno de la intolerancia racial, étnica o religiosa, que nos está llevando a un orbe de salvajismos sin precedentes en nuestra historia humana. Todos tenemos derecho a mejorar nuestra vida, a liberarnos del miedo que nos acorrala, a sentirnos realizados dignamente. De ahí la necesidad de transformarnos, en el sentido de mantenernos abiertos a la esperanza del cambio. Una sociedad que no está con los que sufren, que no es capaz de aminorar su dolor, difícilmente avanza. Conscientes de que la unión y la unidad de otra existencia más hermanada es lo que verdaderamente nos hace florecer hacia un estilo de vida más justo, propongo que aquel que no sepa gobernarse a sí mismo, por ética no quiera gobernar a los demás, aparte de que sus bolsillos sean transparentes.

Gobernemos gracias al amor a ese pueblo y no gracias al poder que me otorga. Considero, por tanto, que tenemos que poner la mirada en las cosas más esenciales, como puede ser el de un desprendimiento que va contra la lógica del poseer, y de la búsqueda incesante del lucro que, por otra parte, jamás nos sacia. Pensemos que vuelve a crecer el hambre en el mundo impulsada por los conflictos y el cambio climático, mientras otro sector del mundo derrocha sin cesar, y hasta se jacta de forjarlo. En efecto, son estas contradicciones las que nos deshumanizan. Estoy convencido, en consecuencia, de que si pusiéramos en valor nuestra capacidad de amar, no con palabras sino con hechos, el mundo sería otro, al menos dentro de nosotros tendría otra influencia más compasiva. No olvidemos que la compasión, eternamente un pulcro ser, es casi siempre la celeste precursora de una alegórica mujer con los ojos vendados, con una balanza en una mano y una espada en la otra.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Miércoles, 26 Julio 2017 20:34

Purificar el pasado para hermanarse

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    A veces nos desvela el mañana, y apenas hacemos nada por vivir el presente, o por aprender del pasado.  Quizás deberíamos hacer memoria, al menos para entusiasmarnos y rescatar sabiduría, pues son las vivencias las que nos hacen recobrar los referentes y las referencias. En efecto, no se puede caminar sin reconocerse cada día, con los gozos y las cruces, haciendo historia tanto de los buenos momentos como de aquellos más difíciles, con los que hemos crecido interiormente. Ojalá lleguemos a reencontrarnos todos con todos, a no discriminarnos, y a mirar el futuro con la esperanza del deber cumplido, el de un mundo más hermanado.

Por desgracia, somos una sociedad de contrastes, por una parte todo se universaliza y se fusiona, mientras cada vez más los actos de barbarie se incrementan. A propósito, el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de Naciones Unidas (CERD), órgano de expertos independientes cuya misión es la de examinar el uso de la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial por los Estados partes, comienza sus sesiones en estos días en Ginebra. Estaremos atentos a sus comunicaciones. Ecuador será el único país de América Latina examinado durante este periodo, los días 8 y 9 de agosto. Canadá, Rusia, Kuwait, Djibouti, Nueva Zelanda, Tayikistán y los Emiratos Árabes Unidos serán los otros países evaluados.

Me da la sensación que los moradores de muchos pueblos autóctonos aún sufren mucho a causa de las segregaciones. Ahora bien, mientras la solidaridad no se teja entre los Estados, pero también entre las familias, la deshumanización, los rechazos, las conductas racistas y xenófobas, tampoco van a cesar, puesto que en lugar de mirar al pasado con retentiva purificadora para afrontar serenamente otro porvenir más armónico, solemos hacerlo con lenguaje interesado y poco reparador, más bien con rencor y revancha. Una sociedad como la nuestra, tan globalizada por una parte y por otra tan cerrada, requiere reeducarse en la serenidad, pero con otra visión más auténtica y tolerante.

La falsedad en todo y hacia todo, la proliferación de pedestales corruptos que se creen vencedores, la manipulación ideológica o política llevada a extremos que nos dejan sin alma, la deslealtad para con uno mismo, hacen imposible que germinen relaciones sociales reposadas. De ahí, lo necesario que es hoy en día hablar claro y profundo, de verdad y con la verdad por delante, aunque nos cueste la misma existencia. Al fin y al cabo, únicamente el espíritu libre, que se somete a esta atmósfera verdadera, es capaz de conducirnos y de reconducirnos hacia el horizonte de bien y de la bondad que anhelamos, cuando menos para sentirnos en paz con nosotros mismos.

En consecuencia, hemos de mirar hacia atrás siempre, no para volvernos, sino para tomar ese impulso que todos nos merecemos, el de la luz, o si quieren el de la ilusión. Si la voz de los líderes religiosos es vital para prevenir los genocidios, también la voz de esa ciudadanía generosa, implicada en temas sociales, es fundamental, ya que con su acción reconciliadora, mengua cualquier forma de resentimiento que la herencia del pasado nos hubiese dejado. Es público y notorio, por tanto, que la lucha contra la discriminación demanda de una transformación personal interna; sí, del corazón. Urge prevenir la curación de los recuerdos, ese perdón por el que el Papa Juan Pablo II llamó en su último Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, cuando dijo: "No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón: no me cansaré de repetir esta advertencia a aquellos que, por una razón u otra, nutren sentimientos de odio, deseo de venganza o voluntad de destruir”.

Dicho lo anterior, pienso que no debemos perder de vista la necesidad de retomar el camino del diálogo, y así poder restaurar otros ambientes más propicios para las negociaciones de acuerdos, ante la multitud de conflictos que nos acorralan. Tenemos que evitar provocaciones, actuar con mesura; y, sobre todo, con tesón y paciencia intentar aminorar confrontaciones. Sé que no es fácil en un mundo tan convulso como el presente, con una sociedad tan polarizada y presionada por liderazgos que no entienden de comprensión, sólo de armas, pero hemos de recordar, haciendo memoria de nuestra existencia, que estamos en el mundo para vivir, no para matarnos unos a otros. Pensemos que si la justicia se defiende con la gnosis, también la paz llega abrazándonos, sabiendo que son los sentimientos los que nos hacen dejar de ser piedras. ¡Apostamos por esta expectativa de cambio!

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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