Miércoles, 09 Enero 2019 14:18

Vivir unidos para convivir hermanados

Artículo | Algo Más Que Palabras

“La idea que dirige el progreso humano es ese soplo armónico de verso y palabra, de arte y vida, de concepción verdadera y fecunda”.
  
    Nuestra historia de seres pensantes, con corazón y cuerpo, con raciocinio y voluntad, lo que pone en evidencia es que estamos llamados a vivir unidos, preocupándonos los unos de los otros, haciendo familia y renaciendo cada día, con las consecuencias que ello conlleva de perpetuarse en el tiempo, y de inmortalizar ese espíritu solidario, tan necesario como imprescindible, máxime en una época en el que muchas personas huyen para salvar sus  vidas, por un techo seguro y un lugar donde no tengan que vivir con miedo. Por tanto, es de agradecer  que a pesar del récord de desplazamiento forzado a nivel mundial, los servicios de salud para los refugiados y otras poblaciones desplazadas, sean capaces de resistir, según dice el último informe de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). De ahí la importancia de que ningún ser humano se sienta propiedad de nadie, sino servidor de todos. No olvidemos que el derecho de toda persona a no ser sometida a compraventa está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable; sin embargo, gracias al dios dinero que todo lo corrompe y a la impunidad de algunos privilegiados, resulta difícil mantener esa vinculación de encuentro, que es lo que verdaderamente nos abre al mundo, a un dilatado horizonte de esperanzas y consuelos.

Ciertamente, en ocasiones, nos quedamos sin aliento al ver tantas vidas truncadas, muertas por el dolor de la soledad, una plaga típica y reveladora de los desequilibrios y conflictos de este mundo globalizado. Bien es verdad que uno tiene que empezar por saber convivir con la luz del amor y de la mente, pues lo fundamental es alumbrarse el camino entre todos, para no tropezar siempre en la misma piedra, y dejar de verter energías en pozos que nos conducen a la destrucción. Sabemos que hoy la desesperación se acumula en muchas fronteras, en parte por esa frialdad humanística que llevamos consigo. Justamente, por ello, hemos de procurar cada uno el bien de los demás, que no es otra cosa que hacer respetar los derechos y los deberes con diligencia y eficacia crecientes. Por desgracia, no puede haber hermanamiento cuando fallamos hasta en el mismo respeto hacia nuestro análogo, cuando obviamos el deber de colaboración con nuestros semejantes, cuando somos unos irresponsables, y en lugar de sentirnos estimulados por ayudar, sólo pensamos en la razón del poder para dominar y de la fuerza para aplastar. Esto pasa cuando el orden moral no se considera, y la autoridad gobernante se endiosa en su ordeno y mando. Así, toda relación debe regirse por la verdad, pero también por la justicia y el principio de la solidaridad más activa.

Cada ser ha de reencontrarse conviviendo con su semejante, formando una unidad. Precisamente, la idea que dirige el progreso humano es ese soplo armónico de verso y palabra, de arte y vida, de concepción verdadera y fecunda. También las naciones deben encontrarse entre sí. No se necesitan fronteras para abrir más frentes. Se trata de fraternizarse, de edificarse como humanidad, asistiendo a los débiles, conciliando pensamientos e ideas colectivamente, estableciendo programas comunes entre culturas diversas, aprovechando la buena vecindad para organizar los intercambios, instaurando lenguajes más comprensivos que nos aviven el corazón. No hay otra, sólo manteniéndonos juntos podemos transmitir a las generaciones futuras un mundo más ecuánime, más social y más seguro. La cooperación, que ha de ser un hecho y un beneficio para toda la humanidad, es también un deber ético, que une a los espíritus entre sí y los hace pensar al unísono en favor de todas las gentes. 

Desde luego, cualquier signo de concurrencia vale la pena llevarlo a buen término. Se me ocurre aplaudir ese acuerdo reciente entre el Director General de la FAO y el Rector de la Universidad de Chile, con el fin de impulsar políticas de salud pública que ayuden a disminuir el sobrepeso y la obesidad en la región, fomentando el consumo de alimentos saludables y facilitando la participación de los mercados locales. Está visto que cualquier unión, como muchos Estados han firmado, por abordar el uso sostenible de los recursos naturales, la adaptación al cambio climático y la gestión del riesgo de desastre, contribuye a ese avance humano del que estamos tan necesitados el linaje. También la Organización Internacional del Trabajo, al cumplir un centenario de su funcionamiento en 2019, ha lanzado una campaña mundial para conectar con las gentes, con la vida cotidiana de la ciudadanía, desde la igualdad de género y el empleo juvenil hasta el cambio climático y la inteligencia artificial, a través de un conjunto de imágenes y animaciones dinámicas. Al fin y al cabo, son estos signos de alianzas entre humanos los que contribuyen a ilusionarnos, a concebir todas las cosas de la vida, a ser personas que saben vislumbrar los problemas humanos, absolver, estar y auxiliar en el momento exacto. Pensemos, pues, que tras el abrazo del alma se reorganiza mejor una sociedad llamada a ser familia y, además, humana. Esto es humanidad; a tenor de un ritmo, aquel que refleja justicia y bienestar para todos los mortales.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Miércoles, 11 Octubre 2017 18:41

Todo lo que vive se complementa

Artículo | Algo Más Que Palabras

    A poco que reflexionemos cada cual consigo mismo, nos daremos cuenta de que todo lo que vive se complementa. En efecto, esta complementariedad que está en la base de todo, debiéramos aprender a valorarla, cuando menos para adquirir otros lenguajes más armónicos y poder vivir unidos. Por desgracia, las atmósferas no son nada propicias, comenzando por las propias familias que, en ocasiones, son verdaderos focos de tensión. Cada vez es más evidente que la decadencia humana se asocia a una cultura que disocia en lugar de unir, que reduce en vez de integrar, lo que injerta una serie de problemas sociales que azota de forma desproporcionada a las personas más débiles. Por otra parte, sabemos que en la actualidad el 76 por ciento de las personas en pobreza extrema sobreviven en áreas rurales. Los datos ahí están para interpelarnos. El Estado Mundial de la Agricultura y la Alimentación 2017, revela que entre 2015 y 2030 el número de personas entre 15 y 24 años aumentará unos 100 millones, principalmente en África subsahariana. Sin embargo, en muchos países en desarrollo, el crecimiento de los sectores industriales y de servicios se ha quedado rezagado, y éstos serán incapaces de absorber a los nuevos demandantes de empleo que van a incorporarse al mercado laboral. Indudablemente, todos somos necesarios para cualquier avance armónico; y, en este sentido, hemos de reconocer que hasta las distintivas culturales más que oponerse, han de tender a mejorarse desde esa complementariedad para la plena comunión de diálogos, que es lo que en realidad nos enriquece y fraterniza.

    Partiendo de esa complementación de todos los seres humanos con todos, no tiene sentido el comercio de personas. Con demasiada frecuencia los traficantes de vidas operan con impunidad y esto no es bueno para nadie. Por tanto, tenemos que edificar una sociedad más cooperante entre sus miembros, y para iniciar esta buena orientación, espero que en el mundo, la familia se convierta en una prioridad y sea reconocida como sujeto integrador con derechos y deberes específicos. Por eso, algo tan básico como tener derecho a una familia, con un padre y una madre, a veces injustamente se pone en entredicho y esto es nefasto para todos. Olvidamos que las carencias de unos cuando son completadas con la generosidad de otros, acaban enriqueciéndonos. De modos y formas diversas, la complementariedad pertenece a la naturaleza misma de todo ser vivo. De ahí, que sea vital interrogarse en un momento en el que tantas ideologías pretenden dirigirnos, como auténticos dioses individualistas; obviando, inexcusablemente, ese horizonte hacia el que todos nos movemos y que pone en evidencia la concordia entre las diversas culturas en las que vive el ser humano. Dejémonos perfeccionar por el asombro de vernos en nuestros análogos, de tomar el impulso con la prudencia necesaria, pues de  lo contrario, existe la posibilidad de que continuemos apropiándonos de seres indefensos como monedas de cambio, en vez de considerarlos como parte de nuestro fundamento existencial.

    Al igual que no hay lugar para la pena de muerte en el siglo XXI, tampoco debe haber espacio para la exclusión de vidas que nos complementan. Así de claro y así de sencillo. La marginalidad, junto a los ambientes laborales negativos y la inseguridad, no pueden continuar por más tiempo, ya que es el causante de multitud de problemas físicos y psíquicos que padecemos buena parte de la humanidad. Hay que tomar conciencia de la gravedad de los hechos y dar fundamento a una cultura de valores que active la necesaria complementariedad de todo ser vivo. Es importante, para ello, evaluar la relación de la familia  y de la escuela como entornos privilegiados de transmisión de estilos de vida más humanos, como también que los dirigentes políticos y los diversos poderes de los Estados pongan estos principios bajo el imperio de la ley y en el marco de los derechos humanos. A mi juicio, si hay algo que movilizar es esa complementariedad de formas de entender la vida hacia ese bien colectivo. Ciertamente, no podemos esperar soluciones prodigiosas, ya que es el trabajo continuo e intergeneracional el que ha de despertarnos, para dejar de ser espectadores de un drama que nos envilece y quiebra los lazos de pertenencia que todos nos merecemos cultivar  y cautivar. No podemos continuar siendo extraños en un mundo globalizado. Sea como fuere, tenemos la oportunidad de complementarnos y de crear un mundo para todos, verdaderamente amistoso y solidario.
   
Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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