Desde la infancia, el movimiento es nuestra primera forma de interactuar con el mundo. Antes de hablar, gateamos, caminamos, tocamos, exploramos. Lo que quizá no siempre reconocemos es que este constante ir y venir no solo moldea nuestras habilidades motoras, sino que también transforma nuestro cerebro, influye en el aprendizaje y contribuye a nuestro bienestar a lo largo de la vida.

Los avances en neurociencia han demostrado que el cerebro no es un órgano estático, sino que se moldea con la experiencia. Y dentro de esas experiencias, el movimiento juega un papel fundamental. Al movernos, activamos procesos en el cerebro que fortalecen la memoria, la atención y la capacidad de resolver problemas. De hecho, estudios han encontrado que la actividad física en la niñez y la adolescencia está directamente relacionada con un mejor desempeño académico, ya que mejora la precisión de respuestas y optimiza la actividad neuronal.

Pero sus beneficios no terminan ahí. Mantenerse físicamente activo desde edades tempranas puede retrasar el deterioro cognitivo en la adultez e incluso reducir el riesgo de enfermedades como la demencia. Además, se ha descubierto que el movimiento constante contribuye al desarrollo del hipocampo, una estructura clave para la memoria, ralentizando su desgaste con el paso de los años.

Más allá de lo biológico, el movimiento es también un acto simbólico y social. A través de él expresamos emociones, establecemos vínculos y damos sentido a nuestro entorno. Desde un simple saludo hasta la danza, cada gesto encierra significados que nos conectan con quienes nos rodean.

Por ello, es necesario replantearnos la importancia del movimiento en la educación y en nuestra vida cotidiana. En un mundo cada vez más digitalizado, donde pasamos horas sentados frente a pantallas, es clave recordar que movernos no solo fortalece nuestro cuerpo, sino que también impulsa nuestro desarrollo cognitivo y emocional. Incorporar el movimiento en el aula, en el trabajo y en nuestras rutinas diarias es una inversión en nuestra salud mental y en nuestra capacidad de aprender.

El desafío está en reconocer que mente y cuerpo no son entidades separadas. Somos seres en constante adaptación y, como bien ha señalado la neurociencia, el aprendizaje no ocurre solo con libros y pantallas, sino también en cada paso, en cada gesto, en cada movimiento que nos permite comprender y transformar el mundo que habitamos.

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Publicado en EDUCACIÓN

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