Profr. Agustín Fiz Urbina, fundador de escuelas

Domingo, 02 Octubre 2016 19:30 Escrito por AGUSTíN FIZ ABARCA.
Profr. Agustín Fiz Urbina, fundador de escuelas Fotografía: ddp

-¡Aquí hay otro muerto!- -¡Aquí tenemos otro cuerpo!- Una voz chillona y aún más aguardentosa, proveniente de la boca desdentada de un humilde pepenador lo volvió a la realidad. Atrevió apenas a  moverse, tirado como estaba, levantando con dificultad su mano derecha y crispada por el dolor, viendo entre brumas un hilillo de sangre que corría por el antebrazo para después llevarla a la altura del pecho. Todo esto, cuando sintió las manos huesudas del hombre que lo esculcaban, en un claro acto de rapiña. Lacónico, como siempre, alcanzó a duras penas balbucir: -no estoy muerto, solo adolorido.- El pobre cristiano abrió desmesuradamente sus legañosos párpados y salió corriendo como alma que lleva el diablo. Con un marcado estremecimiento, como si fuera una descarga eléctrica, acompañado de un hiriente flashazo en las retinas recordó, con una angustia creciente y sofocante, lo que acababa de suceder hace cosa de unos instantes (nunca pudo deducir cuanto tiempo exactamente) y vió, en una escena que no olvidaría nunca y le daría pesadillas recurrentes por mucho tiempo, el desbarrancarse del camión en el que, como todos los días del ciclo escolar, venía a estudiar su instrucción secundaria a la capital del estado por que en su pueblito, aun cuando había sido, por su desarrollo, la primera Capital de la entidad federativa aun no existía una escuela de educación Secundaria.

Venía degustando una rica chirimoya, que le acababa de obsequiar el huacal más cercano cuando, intempestivamente, se percata que el camión de la línea que lo llevaba en alto como trofeo y que tenía como lema: “primero muertos que llegar tarde” se encarreraba desde la punta de la colina y, sin poder frenar la marcha, haciendo un arco, se echaba un clavado a la barranca de Almanalco entre los gritos de pasajeros, -¡Bájale que no traes ganado!- “bruto, cafre” gritaban para sus adentros las damas azoradas que el recato ancestral heredado por generaciones, no les permitía exclamar con voces altisonantes y el llanto irritado, angustiante, agudo de los niños; el chofer solo alcanzó a decir antes de desbarrancarse hasta el fondo tenebroso que lo invitaba a sumergirse en sus aguas –se chorreaaaaaaaaaron los frenos.-    Años más tarde, cuando el corazón* y la edad madura te obliga a traer, sin querer, a la memoria los momentos más significativos de tu vida, al pasar por el mismo lugar, vislumbrando ambos, a lontananza el Palacio de Cortés, teniendo a la derecha la iglesia franciscana de Chipitlán y empezando el último descenso de la calle Cuauhtémoc, me relató su odisea. Misma, que les relato porque ella me obligó a hacer una seria reflexión: ¿Qué hubiese pasado si, después de lo vivido, se hubiera rendido a los consejos de las almas acomedidas que recomendaban no salir más a buscar el conocimiento en otros lares y se hubiese quedado en la molicie a la que invita la vida bucólica de los pueblos?

Su hermano Emilio, mi tío, qepd., me contó que fue él quien recibió sus primeras impresiones de lo acontecido en el accidente que casi le cuesta la vida y sucedió así: que en la loca carrera de la “estrella roja” hacia el abismo, su corta vida pasó por sus ojos como una película y ahí encontró las mismas voces que años antes habían recomendado a la tía Julita, quien se hiciera cargo de él al haber quedado completamente huérfano, con un sinfín de argumentos, dejara ir al muchacho al Vaticano, a Roma, tras la beca bien ganada por que según éstas, de ahí regresaban “de perdis”, de obispos. Él ante las presiones de las almas caritativas, se negó de rotundo por que resolvió: ¿De qué servía mandar almas al cielo si en gran número iban por haberse muerto de hambre?

(Aunque la versión oficial aduce que fue su bendita benefactora quien se negó mandarlo a Europa por no ver desaparecer el apellido Fiz y él, por modestia, asentía.) Obviamente el clero, por ver perdida una dote similar a la del minero Don José De la Borda, constructor de la magnífica iglesia de Santa Prisca en Taxco, ese desacato le trajo graves consecuencias. Dejó de ser invitado a la mesa del Sr. Obispo y sus preceptores lo intentaron de convencer con amenazas tanto veladas como directas:    -La obediencia es el primer mandato de la ley de Dios- le decían, a lo que él contestaba: -¿Qué no es “amarás a Dios por sobre todas las cosas”?-     Finalmente, renunció a abrevar en las bien surtidas bibliotecas del clero y también a vender lotes en un cielo que nadie, que yo sepa de cierto, ha visto. Pidió su baja del seminario conciliar de “San José” y vino a su tierra para ganarse, mediante concurso, el derecho de visitar los Pinos y estrechar la mano del Presidente de la República de aquel entonces, Don Manuel Ávila Camacho.  Hasta el último día de su vida creyó, firmemente, que salvó la vida por tener la feliz ocurrencia de viajar, aun cuando lo tenía prohibido por su tía abuela quien lo recogió al quedar huérfano de padre y madre después de la pulmonía que se había pescado en la pasada temporada de lluvias, en la canastilla del camión que lo transportaba y saltar en el último momento. Viaje de 3 horas, en caminos de terracería de aquella época  y que partía por la madrugada desde el zócalo de su natal Yautepec de Zaragoza, Morelos, hasta el palacio de Cortés en Cuernavaca y actual capital del Estado. Y era común de que, antes de que se detuviera en su totalidad, se apeara para salir corriendo hasta el Miraval donde se encontraba su amada escuela. Costumbre que, por cierto, le ganó buena fama de cazar conejos atrapándolos solo con las manos. Prescindiendo, obviamente, de las armas de fuego que nunca fueron de su agrado.  Su hambre de saber lo impelía a estudiar, a prepararse, a ser alguien para ser útil a sí mismo y a la sociedad. Solía repetir: -Quien no vive para servir, no sirve para vivir.- Su profunda sensibilidad de hombre inteligente sería herida intermitentemente cada vez que veía en su tierra a gente con talento que, por no contar con lo necesario, se rendía ante la evidencia que les mostraba el hambre, dedicándose a llevar una vida servil, estéril, de inútiles sacrificios y de mansedumbre.    Para completar la anécdota de su segundo nacimiento me contó, con lujo de detalles, muchos años después y forzado por mis preguntas al respecto; la difícil labor de salvamento. El haber sufrido la impotencia de no poder ayudar en el rescate por las condiciones en que se encontraba y ver que los buenos samaritanos, rescatistas improvisados, haciendo gala del sentimiento de solidaridad que le caracteriza y le afama al pueblo de México, amarraban reatas alrededor de los árboles que se encontraban en lo alto y las tendían hasta abajo para arrastrar a los heridos por las axilas y los que habían sucumbido en la desgracia, por los pies.
Una vez medianamente repuesto, tomó la determinación de regresar por sus fueros. No le importaba volver a sufrir una y mil peripecias hasta alcanzar su meta y que era la de prepararse para llevar a su entrañable pueblo la luz de la ciencia.  Salvando así de la miseria a la gente que, por no contar con dinero suficiente,  no eran atendidos por los médicos alópatas con lo último del conocimiento y farmacopea. Y se medio atendían con hierberas, brujos, hueseros, etc.

Mi tía Anita, qepd., me enseñó, con una sonrisa bailando en la comisura de sus labios, el significado de la siguiente frase: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Y que mejor didáctica que la  experiencia del hombre en comento, al rememorar que él se encontraba a la mitad de la carrera de medicina, con las mejores notas de su clase, cuando tuvo que abandonar su querida facultad para ponerse a trabajar “de lo que fuera” y así poder llevar el pan a la casa por tener, ahora, 3 bocas que alimentar.     No obstante, todos los cientos de avatares que tuvo que enfrentar, nunca abandonó sus planes de llevar progreso a su comunidad y, años más tarde, con muchos sacrificios, terminó la carrera en la especialidad de Matemáticas en la Escuela Normal Superior, ENS en la ciudad de México.     Con entusiasmo y honradez, tal como reza el juramento que hacemos al obtener un título, se dedicó en cuerpo y alma a sacar brillantes generaciones de profesionistas en distintas disciplinas e incluso, todavía 15 días antes de su deceso y sintiendo la mano fría de la muerte rondarlo, estuvo preparando jóvenes para presentar exámenes en La Marina Armada de México, la UNAM, el IPN, el Colegio Militar, la UAEM, el ITZ, etc.

Les hablo de un hombre que se le conoce como el fundador de escuelas por haber planeado, construido desde sus cimientos e inaugurado 4 escuelas secundarias en su pueblo natal: “Virginia Fábregas”, “Moisés Sáenz”, “Ignacio Manuel Altamirano” y “Juan Rulfo”;  2 preparatorias: la de Cuautla y la de Yautepec, “Alberta Rojas Andrade” y la primera institución con que inició su ministerio, la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, UAEM. Su nombre completo:       

Profr. Agustín Fiz Urbina, mi señor padre.

*Corazón porque recordar viene del latín “recordi”, que significa: volver al corazón.

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