Domingo, 22 Abril 2018 16:54

El camino de la certeza

Artículo | Algo Más Que Palabras
      
    Las incertidumbres y los despropósitos vienen dejándonos sin alma. Ante esta realidad, es menester concentrar esfuerzos y ver la manera de reactivar, de una vez por todas, la certeza del encuentro. Nos hemos devaluado tanto, en ocasiones hasta dejarnos robar la propia voluntad, que apenas tenemos fuerza para ser coherentes con nosotros mismos. Muchas veces, a mi entender demasiadas, lo hemos dejado todo en manos del poder más necio, como son las ambiciones y el dinero, donde nadie conoce a nadie y nadie mira por nadie. Nefasta dejadez la de permanecer en las astas del toro. No olvidemos que abandonarse, por muy grande que sea el dolor o el bienestar,  es un modo de encaminarse al suicidio.

Por otra parte, la inhumanidad es tan palpable que tenemos que multiplicar los esfuerzos, y aún así, nos falta aliento para desterrar el veneno de tanta crueldad sembrada. Ya está bien de esparcir falsedades por doquier, mayormente acrecentadas por liderazgos irresponsables, que no han tenido ni un mínimo de decoro, enfrentándonos, en lugar de fortalecer uniones y armonizar ideas. Por ello, hace falta volver a esas misiones de autenticidad, donde se hable claro y profundo, para restaurar otras sendas más generosas, de gobernanza global, que sumen comprensión y nos dignifiquen. Por consiguiente, hemos de volver a ser gentes de palabra, gentes de bien y bondad, gentes con la evidencia de ser conductores de humanidad.

    Lógicamente, nos hace falta mantener la brújula orientada hacia lo armónico, con la convicción de que un mundo sin armas es un mundo más cerca de la paz. La apuesta no es fácil, pero es posible. Pongamos la herramienta del sentido común, de la mediación y de la diplomacia preventiva, para poder encauzarnos hacia otro destino más justo, pues no hay sosiego sin certidumbre, como tampoco hay certidumbre sin conciliación. En efecto, ha llegado el momento de conciliar, ya no solo la justicia con la libertad, también cada cual consigo mismo y con los demás, cuando menos para poder huir de este tumulto de fracasos que nos desbordan y aprisionan. Yo creo que al final despertaremos y tomaremos la disposición debida, con la certeza de que la mano tendida es la respuesta y que al final resplandecerá de nuevo la concordia, lo que exige una efectiva transformación de los corazones en camino.

    Está visto que necesitamos reconducirnos hacia un mundo más hermanado anímicamente, y también moralmente, puesto que no es de recibo que aquellos moradores afanados por destruirlo todo, permanezcan inmunes, sin saldar sus cuentas mortecinas que nos afectan a todos. En modo alguno puede propagarse la impunidad de crímenes y maldades. Pongamos por caso, el reciente comunicado que hizo público en España el diario Gara, en relación a la organización terrorista ETA, en el que no se vierte garantía alguna de que vayan a colaborar con la Justicia para arrojar luz sobre los cientos de asesinatos que aún permanecen sin resolver, y que alcanza el 34%. No podemos quedarnos en una calzada hipócrita, de falsos principios, que es lo que verdaderamente origina una intranquilidad manifiesta y la pérdida de todo espíritu armónico.

    El pasaje de la certeza, por tanto, es aquel que nos injerta esperanza y vida para que entre todos podamos construir un mundo menos salvaje. Hoy más que nunca requerimos de leyes justas centradas en la ciudadanía más débil, para defender sus derechos fundamentales, tantas veces pisoteados por los poderosos. Hay que controlar la aplicación correcta de estas normas, que no dejen espacio para actitudes corruptas o de supremacía, pues la justicia no se puede omitir, ya que para reconciliarse verdaderamente hay que estar dispuesto a sincerarse, donándose en favor de la víctima. No sirven en este caso las palabras, son demasiado fáciles, o si quieren superficiales, las cosas que salen del corazón son más profundas, más auténticas, más de conversión humanística, de ponerse en el lugar de la víctima y de caminar junto a él por siempre con su cruz, sin levantar voz alguna ni mirada, que no sea para acariciarle. 

    En consecuencia, estoy convencido de que toda cultura, tiene una gran necesidad de quietud, con lo que cual todos estamos llamados a consolarnos mutuamente. A veces nos hemos endiosado tanto, que hemos perdido los pasos del verso, no hemos escuchado nuestros latidos, para converger en esa poesía edénica que todos deseamos abrazar. Sin duda, estamos obligados a vernos más interiormente, a compartir experiencias y a repartir abrazos, porque al fin, hemos de ser más seres de acogida que de rechazo, de luz que de sombras. Al fin y al cabo, lo que necesitamos es mucho amor, tanto para entregar como para recibir.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Lunes, 15 Mayo 2017 13:41

El Camino

Al final de la última cena, los discípulos comienzan a intuir que Jesús ya no estará mucho tiempo con ellos. La salida precipitada de Judas, el anuncio de que Pedro le negará muy pronto, las palabras de Jesús hablando de su próxima partida, han dejado a todos desconcertados y abatidos. ¿Qué va a ser de ellos?

Jesús capta su tristeza y su turbación. Su corazón se conmueve. Olvidándose de sí mismo y de lo que le espera, Jesús trata de animarlos: «No os inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en mí». Más tarde, en el curso de la conversación, Jesús les hace esta confesión: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre sino por mí». No lo hemos de olvidar nunca.

«Yo soy el camino»

El problema de muchos no es que vivan extraviados o descaminados. Sencillamente viven sin camino, perdidos en una especie de laberinto: andando y desandando los mil caminos que, desde fuera, les van indicando las consignas y modas del momento.

¿Y qué puede hacer un hombre o una mujer cuando se encuentra sin camino? ¿A quién se puede dirigir? ¿Adónde puede acudir? El que camina tras los pasos de Jesús podrá seguir encontrándose con problemas y dificultades, pero está en el camino acertado que conduce al Padre. Esta es la promesa de Jesús.

«Yo soy la verdad»

Estas palabras encierran una invitación escandalosa a los oídos modernos. Y, sin embargo, también hoy hemos de escuchar a Jesús. No todo se reduce a la razón. El desarrollo de la ciencia no contiene toda la verdad. El misterio último de la realidad no se deja atrapar por los análisis más sofisticados. El ser humano ha de vivir ante el misterio último de su existencia.

Jesús se presenta como camino que conduce y acerca a ese Misterio último. Dios no se impone. No fuerza a nadie con pruebas ni evidencias. El Misterio último es silencio y atracción respetuosa. Jesús es el camino que nos puede conducir a confiar en su bondad.

«Yo soy la vida»

Jesús puede ir transformando nuestra vida. No como el maestro lejano que ha dejado un legado de sabiduría admirable a la humanidad, sino como alguien vivo que, desde lo más profundo de nuestro ser, infunde en nosotros un germen de vida nueva.

Esta acción de Jesús en nosotros se produce casi siempre de forma discreta y callada. El mismo creyente solo intuye una presencia imperceptible. A veces, sin embargo, nos invade la certeza, la alegría incontenible, la confianza total: Dios existe, nos ama, todo es posible, incluso la vida eterna. Nunca entenderemos la fe cristiana si no acogemos a Jesús como el camino, la verdad y la vida.

Publicado en RELIGIÓN