Domingo, 09 Julio 2017 21:48

Todos a la obra para organizar el mundo

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    Hasta ahora no hemos sabido organizar el mundo para toda la especie humana. A lo sumo, lo hemos creado al antojo de los poderosos y lo hemos izado por doquier de frondosas fronteras, a fin de hacer espacios para una determinada cultura, no para la universalidad de todas ellas. Con la globalización, ya no tiene sentido este sistema organizativo. Se ha vuelto arcaico. Desde aquí, por tanto, hago un llamamiento para que todos nos pongamos manos a la obra para conseguir el bienestar de todo el linaje. Personalmente, hace tiempo que lo vengo exponiendo a través de diversos artículos, en los que suelo injertar los valores humanos que nos han de mover a trabajar por un futuro más esperanzador, más de todos y de nadie en particular; y, por ello, hemos de cambiar la educación, que ha de enseñarnos sobre todo lo demás a convivir. Aún no hemos aprendido el sencillo arte de cohabitar. Encima la necedad nos puede, aborregándonos. Para empezar, hemos perdido algo tan básico, como la conciencia de justicia y la capacidad de amar. De lo contrario, seriamos más comprensivos con nuestros análogos, también más justos y, por ende, más libres y responsables, siendo cada uno dueño de su propia existencia. No es fácil, hay muchas vidas que todavía no lo son.

Algunos creerán utópicas mis palabras. Yo les pediría que reflexionasen más y, luego, cultivasen el gozo de vivir más fraternalmente, o si quieren, más humanamente. Por si acaso, dejo la idea Aristotélica de que “la excelencia moral es resultado del hábito”, pensamiento que puede ayudarnos a leer mejor nuestros caminos y acciones. En cualquier caso, nunca es tarde para despertar y hacer familia en conjunto, antes de que nos llevemos egoístamente, cada uno para sí, parte del territorio. Al fin y al cabo, todo depende de nosotros, porque está dentro de cada cual ese espíritu conciliador o guerrero, demócrata o dictatorial. Sólo hay que ahondar en nuestra historia para ver que apenas hemos avanzado en unidad y en actitudes. Seguimos adheridos a los peligros armados, aunque ya sabemos que las guerras son todas destructivas, jamás construyen ni solventan nada, pero hacemos bien poco o mejor dicho nada, para poner fin a todas estas matanzas inútiles. En consecuencia, tampoco me gusta este actual sistema organizativo planetario que alza muros y que escatima fondos para la educación de millones de niños atrapados en conflictos o desastres. Urge, indudablemente, invertir más y mejor en el futuro de los niños que viven en situación de emergencia. Son el mañana nuestro, conviene tenerlo presente.

Sumado a este caos, que nos impide un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades, los jóvenes de todo el orbe también tienen casi el triple de probabilidades que los adultos de estar desempleados  y de realizar trabajos más precarios. Por eso, la educación y la capacitación son cruciales para triunfar en el mercado laboral. Por desgracia, los sistemas de formación y organizativos tampoco responden a las necesidades de aprendizaje de muchos jóvenes. Nos alegra, pues, que el quince de julio se reafirme el Día Mundial de las Habilidades de la Juventud y activemos nuevos anhelos sobre el tema, propuesto por Naciones Unidas: “Desarrollo de las habilidades para mejorar el empleo juvenil”. Naturalmente, conocer qué es lo apropiado para apoyar a los jóvenes en el mercado laboral actual y en el futuro, a través del intelecto y del desarrollo de habilidades, será imprescindible para el éxito de la Agenda 2030 y ha de ser el asunto central en cualquier reunión de alto nivel mundial.

Frente a este desbarajuste del planeta, están las persistentes acciones de los sembradores del terror, que siempre hallan formas de burlar los dispositivos de seguridad, pongamos por caso los ataques a la aviación civil internacional como una manera efectiva de causar numerosas muertes y daños económicos y, al mismo tiempo, perturbar a la población en general. Por si fuera poco esta inseguridad, hay que añadirle la interconexión de otros problemas mundiales, como la crisis migratoria, inherente al problema de la exclusión y a los peligros armamentísticos. En definitiva, que la tensión es manifiesta, lo que requiere una actuación contundente de todos los líderes, respetando los tratados internacionales y promoviendo una visión multilateral para que las soluciones puedan ser verdaderamente efectivas, duraderas y globales. Sea como fuere, no podemos continuar con esta atmósfera de divisiones, ambiente avivado por nuestro propio orgullo, puesto que lo único que hace este proceder es alimentar la inestabilidad y los enfrentamientos sectarios. Ojalá el reino de la verdad se imponga y retorne el raciocinio a fortalecer sustancialmente los sistemas de gobernanza mundial, a fin de garantizar otros ambientes más armónicos y hermanados.

Ya sé que organizar el mundo no es empresa fácil, máxime cuando los Jefes de Estado y de Gobierno son tan diversos como horizontes a abrazar tenemos; no en vano, ese universo que construimos entre todos, hoy requiere escuchar todas las voces, por muy estridentes que nos parezcan o estén fuera de lugar. Por otra parte, hay un déficit de ética que requiere con urgencia la cooperación de todos para promover un desarrollo humano e integral. Está visto que cuando el juicio moral falla, todo camina hacia el derrumbe total. Sin duda, el verdadero instrumento organizativo de avance radica en el factor decente. Lo que es una verdadera indecencia son los desequilibrios actuales y las desigualdades. Al respecto, nos llena de esperanza que haya un consenso cada vez mayor, entre los diversos países del mundo, de que el crecimiento económico no es suficiente para reducir la brecha de la pobreza si este no es inclusivo ni tiene en cuenta las tres dimensiones del desarrollo sostenible: económica, social y ambiental. Es público y notorio, que hay que prestar una mayor atención a las necesidades de las poblaciones desfavorecidas y marginadas. Priorizar el desarrollo social y humano es un deber de justicia.

Dicho lo cual, la situación es tan grave que hay que darse prisa si queremos organizar otro mundo más habitable, con mayor conciencia humana, porque en el momento presente tenemos situaciones tan injustas que claman al cielo. Nadie se puede quedar en el camino. Cada uno ha de aceptar generosamente su papel y participar en la acción de manera responsable. El progreso de unos no puede activar el estancamiento de otros o el retroceso de algunos. Se requiere de auténticas reformas del ser humano dentro de sí. No basta con repartir la riqueza del mundo equitativamente. Es preciso que cada ciudadano se convierta en ejecutor de su progreso, ya que todos tenemos algo que aportar en favor de la colectividad, dando cognición de servidores antes que productores, porque somos lo que somos, no por nuestra autosuficiencia, sino por nuestra donación social, donde la familia tiene una función trascendente. En todo caso, no podemos organizar el mundo de la manera que lo venimos haciendo, con tanta tentación materialista, y nulo espíritu humano. Hace falta retornar al hermanamiento solidario de la humanidad, reencontrándose el hombre consigo mismo, en su hábitat y con su especie, en esa comprensión y amistad mutuas, en esa comunión versátil, donde nadie es más que nadie, y todos somos únicos y precisos, ante una misma hoguera de acogida, de hospitalidad, de lógica social y de alma poética.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 17 Mayo 2017 21:10

Toca ensanchar el corazón

Artículo | Algo Más Que Palabras
 
    El mundo necesita unirse y reunirse para solucionar los muchos trances que nos acorralan. Todo ello, hemos de hacerlo de manera conjunta y dialogada. Ciertamente, acortadas las distancias entre nosotros, nos falta fusionar culturas hasta hermanarse; porque, si en verdad queremos prevenir inútiles contiendas y preservar lo armónico, hay que reorganizarse, rehacerse y renacerse como humanidad reconciliada. Sea como fuere, debemos pasar página y reforzar la confianza entre nosotros. En consecuencia, alistamos una necesidad de que la ciudadanía se halle así misma y todo se ponga a su servicio, mediante el activo de una cultura inclusiva y de justicia, igualitaria, que dignifique a todo ser humano, cualquiera que sea su creencia, raza, sexo, posición económica u otra condición. Ya está bien de tantos desprecios discriminatorios hacia nuestros análogos. Ha llegado el momento de cobijar y auxiliarse, de enfundar las espadas de los unos contra los otros,  de establecer el lenguaje del respeto ante todo y sobre todo y en todas partes, de recuperar la gratuidad como abecedario de una globalizada civilización del encuentro, y no del encontronazo, ni de la venganza. Sin duda, toca ensanchar el corazón para poder vivir una vida más profunda; y, de este modo, reencontrarse con el vínculo de la amistad y la apertura hacia nuestros semejantes, desde la más genuina libertad y en un ambiente seguro de su persona.

    También se requiere de otro mundo más activo con la vida de todo ser humano. Ninguna energía puede eclipsarse a nuestros ojos. Aquí también nos falta agrandar el alma, pues corrompida la civilización humana, nada tiene sentido, ni armoniza. Desde luego, tenemos que entender la vida de otro modo más condescendiente, incluidas nuestras propias relaciones, pues han de tener otro espíritu más generoso. La guerra de los poderosos contra los débiles es algo absurdo y arcaico. Debemos de superarlo de una vez por todas. Somos una generación pensante. Pues humanicemos ese pensamiento. Por desgracia, si la eliminación de la vida naciente o terminal suele enmascararse de falsedades y egoísmos, los que viven en pleno desarrollo de sus potencialidades, tampoco lo tienen fácil bajo esta degradante atmósfera, de tenebrosa ceguera moral. Hace falta, como el comer, el injerto de una ética que ponga en valor la vida en todas sus etapas. Me niego a que la cultura de la muerte nos gobierne. Somos un ser viviente en movimiento, de ascendientes y descendientes, con el convencimiento de que nadie es un despojo. Aún hay muchos países que desconocen las causas de enfermedad y muerte de su población. Indudablemente, esto constituye un problema a la hora de evaluar el impacto de las políticas sanitarias y de asistencia. 

    Los moradores de este mundo, y más sus líderes, no pueden cruzarse de brazos y permanecer indiferentes ante situaciones verdaderamente bochornosas para una civilización que nos decimos humana, ofreciendo estampas verdaderamente salvajes. A los datos me remito. Más de un millón de adolescentes mueren cada año por causas que se podrían paralizar. La Organización Mundial de la Salud, acaba de vociferarlo: "que podrían evitarse a través de mayores inversiones en servicios de salud, educación y apoyo social". A este calvario de muertes hay que sumarle el número de abortos o de prácticas de suicidio asistido, cuestión verdaderamente escandalizadora. Al fin y al cabo, todos deseamos vivir, y las peticiones abortistas o de muerte, suelen suceder por falta de humanidad, de apoyo psicológico y afectivo. En demasiadas ocasiones, olvidamos que son las asistencias a los que sufren, lo que nos humaniza y nos hace ser mejores personas. Ahí tenemos este clima de deshumanización, viciándonos como jamás, en parte debido a nuestra pasividad. Con otro corazón  más fraterno, se disipa y vence cualquier ambiente de soledad, o la tentación de desesperación que cualquiera de nosotros podemos sufrir mañana mismo. A veces, nos falta esa mirada de amor y nos sobra esa otra visión de altanería, que nos ciega e impide formar parte de una existencia realmente asistencial y coexistida, estimando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que todo ser humano, por ínfimo que nos parezca, no se vea constreñido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 10 Mayo 2017 16:24

Necesitamos cambiar de verdad

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    No podemos seguir en el caos. El mundo necesita de otra estética, más equitativa, con una agenda común de servicio, sobre todo de asistencia alimentaria, de ayuda a los refugiados y a los niños. Por tanto, es tiempo de unirse hacia un objetivo de menos armas y más alma. También de reunirse para hacerle frente a tantos relatos envenenados. Para desgracia nuestra, estamos retrocediendo en humanidad y esto es diabólico en un mundo globalizado. Precisamos cambiar con urgencia. Toda la humanidad está llamada a interrogarse, con el claro objetivo de traducir nuestros propios valores innatos, en respuestas concretas que nos encaminen hacia otras atmósferas más justas y sinceras. La fragmentación tampoco nos conduce a buen puerto. En consecuencia, es hora de construir puentes auténticos y de derribar muros inútiles, ayudándonos unos a otros. No hay otra manera de avanzar, sino es en familia, cimentando mansedumbre en lugar de barbarie y bravura.

    La versión del alto desempleo y la desigualdad social, el enorme reto de reintegrarnos y comprendernos más, requiere menos enfrentamientos y más comprensión. Incitamos a otro orden más poético que poderoso, más de bienvenida unos a otros y no de tanto vasallaje, para poder hacer piña, con el fin de avanzar unidos y cooperantes. Cada ciudadano, habite donde habite, es un líder, ha de serlo, máxime en lo que concierne a la lucha por los derechos humanos y los valores fundamentales. Hay que olvidar rivalidades y sentirse ciudadano del mundo, más allá de las letras y de las buenas intenciones, con lo que esto conlleva de transformación, en un planeta que es de todos y de nadie en particular, lo que exige la responsabilidad de otros estilos de vida más solidarios, más proteccionistas, sin tantas migajas, pues la dignidad de la vida de cada ser humano, aún no figura en ningún plan de globalización. Todavía seguimos sembrando leyes injustas por doquier rincón de nuestra realidad, algunas verdaderamente deshumanizadoras, que nos coartan la libertad y nos aborregan, obstaculizando el diálogo en lugar de avivarlo.

    Reivindico, por tanto, luchar con la palabra y no con el ordeno y mando. Ya está bien de privilegios. Pongamos en valor la valía ciudadana, sin exclusiones, y respetemos toda opinión, comenzando por considerar el esfuerzo de todo ser. Demandamos corregir los muchos desconciertos sembrados. No es casualidad que el periodo más largo de paz en la historia escrita en Europa haya comenzado con la formación de las Comunidades Europeas. ¡Pues hagamos comunidad!. Esto es un buen referente para mundializarnos, y ver que juntos podemos armonizar otro mundo más habitable. No caigamos en las estúpidas divisiones que no conducen jamás a buen puerto. Podemos estar unidos a pesar de que seamos diferentes. Es cuestión de cultivarse en conciencia, o en rectitud si quieren. Con este coherente espíritu de renovación, la Comisión de la Unión Europea acaba de proponer la creación de un Cuerpo Europeo de Solidaridad. Lo mismo han de hacer los otros continentes, ensamblarse y adherirse voluntariamente, para tejer otro orbe más fraterno. Está visto que si dialogar es un manjar saludable, escuchar no lo es menos, ya que también es el mejor remedio para luego responder serenamente.

    Durante décadas, la inestabilidad y la guerra han devastado la República Centroafricana. Pero en la pequeña localidad de Bouar, en la zona oeste del país, el modelo de algunos excombatientes de entregar el armamento para dedicarse a trabajar en proyectos comunitarios, merece el mayor de los aplausos. De verdad, necesitamos modificar actitudes, para que todos los pueblos del mundo puedan ser ellos mismos, y así enhebrar otros ambientes más pacíficos. No hay otra manera de defenderse de los sembradores del terror, que hacernos apreciar como una auténtica sociedad democrática, plural, abierta y tolerante. De igual modo, se debería propiciar el cierre de los paraísos fiscales, que favorecen la corrupción, el soborno, el fraude en materia de impuestos y el lavado de dinero. La corrupción hoy puede ser exportada con mayor facilidad que en otro tiempo, pero también se puede combatir mejor, a través de una colaboración internacional más coordinada. Indudablemente, frente a una cultura de ilegalidad y miedo, hace falta promover  un código ético intolerante con los comportamientos corruptos. Sin duda, más de uno de los humanos, solicitamos desesperadamente otras historias que nos hermanen, las apremiamos tanto como el comer, porque nos ayudan a vivir la vida con otro sentido, al menos con mayor conciencia de saber que existo para los demás, siendo un don nadie.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 29 Marzo 2017 13:50

La apuesta por un diálogo sincero

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Hoy el mundo necesita resolver el campo de los conflictos por la vía del diálogo y la comprensión, puesto que la violencia jamás resuelve contienda alguna, ni siquiera aminora sus consecuencias catastróficas. A poco que nos adentremos en nuestra historia veremos que el recurso a las armas lo único que ha generado es más dolor, más derrota de la razón, más fracaso de la humanidad. Es hora, pues, que aprendamos a dirimir las controversias por la vía del entendimiento, de la racionalidad y del consenso.  De lo contrario, activaremos un mundo salvaje en el que todos estamos amenazados por la globalización del terror.  Frente a estos sembradores de la locura del caos, se requiere serenidad, sosiego y mucha calma, para tomar el valor preciso y la valentía necesaria, a fin de poder detener a estos lobos destructores de vida. No podemos perder más tiempo en discursos vacíos, la especie humana corre peligro de extinción en batallas inútiles. Con el camino recorrido hasta ahora, y totalmente globalizados, solicitamos armonizar diferencias, establecer pautas de concordia, abrir fronteras y detener a los sembradores del miedo.

    Mirando nuestra realidad actual, toca hacer justicia más allá de las palabras de la ley, dignificando a todo ser humano; y, sobre todo, escuchando más. La base sobre la cual construir la paz, algo verdaderamente necesario para acrecentar una convivencia más humana, demanda en primer término un silencioso diálogo del alma consigo mismo entorno al ser, y después poner oído para comprender lo que se piensa. A renglón seguido, es fundamental que la moral y la ética estén presentes en todas nuestras transacciones. Si los líderes del mundo no contribuyen a ejemplarizar los mercados, así como a socorrer a toda persona, sólo se estará ayudando a que se acreciente la corrupción y a aquellos que, como el ISIS y Al Qaeda, usan estos argumentos para reclutar a más gente para poner en riesgo la seguridad planetaria. Hemos de ser solidarios, ya no solo con los refugiados, también con los pobres y los excluidos. Tenemos que superar egoísmos, intereses de grupos, individualismos. Ya no podemos tolerar tantas desigualdades, tantas injusticias sembradas. El tiempo se agota para multitud de seres indefensos, en este caso para más de un millón de niños en el noroeste de Nigeria, Sudán del Sur, Somalia y Yemen, acaba de advertirlo el Fondo de la ONU para la Infancia, UNICEF.

    En el corazón de todo diálogo sincero está siempre la deferencia por el otro, la consideración y el afecto por nuestro análogo. Algo que hay que propiciar desde la misma familia (para hacer familia), y desde la escuela (para sentar conciencia), ya que es algo más que un intercambio de ideas, es una manera de acercarse para confrontar diversos puntos de vista, y así poder examinar aquello que nos une y aquello que nos separa. Desde luego, los derechos humanos han de ser el abecedario de todas las políticas. Lo acaba de subrayar la presidenta de Chile, Michelle Bachelet ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU: "para alcanzar la paz y la seguridad, así como el desarrollo sostenible se debe poner la dignidad y los derechos de las personas al centro de las políticas y las decisiones de los gobiernos". Sin duda, esto exige poner más atención, mayor sintonía ante las quejas de los ciudadanos, mayor deseo de tender la mano hasta el fondo del que nos necesite, pues la comunión surge del diálogo fraterno. No lo olvidemos. Si en verdad queremos llegar a la plena armonía, hemos de avivar en nosotros el espíritu más intercesor.

    Bajo esta perspectiva conciliadora que nace del auténtico diálogo, toda la comunidad mundial está llamada a adoptar lenguajes  de confluencia. No hay otro modo de humanizarse que el respeto a una convivencia en el que todo está conectado; y, para esta conexión, lo que menos falta hacen son las armas, y sí la confianza entre todos y la cooperación (colaboración) como acción recíproca. Quiero pensar en la gran formación de las generaciones venideras para reconducirnos ( y no destruirnos), a otra atmósfera de menos intereses y de más donación entre los humanos. Para empezar, es hora de poner fin en el mundo a las armas nucleares. No tienen sentido en un planeta, con una ciudadanía, dispuesta a la construcción de un mundo hermanado por el diálogo. Hagamos borrón y cuenta nueva.  Reconciliémonos, ¡pero ya!. Sabemos que la guerra es la negación de todos los derechos y un asalto dramático a toda vida. Sin embargo, el diálogo es la afirmación de nosotros mismos y un pulso al verso, que sostenemos en forma de latido al respirar, para acrecentar el poema de la existencia. La opción está clara, ¿o no?

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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