• En la FCQ estudian las propiedades farmacológicas de moléculas obtenidas de la cabeza de negro, planta que posee gran capacidad anticancerígena

BUAP. 14 de agosto de 2017.- Uno de los retos de la ciencia moderna es desarrollar nuevos fármacos para tratar a los pacientes con cáncer, un padecimiento con alto índice de prevalencia y mortalidad a nivel mundial, debido a que estimula la proliferación sin control de células malignas y en algunos casos la invasión de órganos sanos. Al respecto, científicos de la BUAP han estudiado los efectos farmacológicos de moléculas obtenidas de una planta conocida como cabeza de negro y han encontrado que disminuye de forma significativa la división de células cancerosas.

Félix Luna Morales, investigador de la Facultad de Ciencias Químicas (FCQ) de la BUAP y titular del proyecto, explicó que el interés de estudiar los efectos farmacológicos de la diosgenina, molécula responsable de la disminución de la división celular, nació debido a la escasa información científica hasta ahora publicada sobre la molécula y a la gran diversidad de usos empíricos de la Discorea mexicana, mejor conocida como cabeza de negro, en el tratamiento de la diabetes, la inflamación, el dolor de articulaciones y tumores malignos.

Las plantas han sido fuente natural de muchos fármacos, entre ellas las del género Dioscorea, sobre todo la especie mexicana, mejor conocida como cabeza de negro, un tubérculo que crece en varios estados de la República, como Puebla, Guerrero, Veracruz y Oaxaca.

La cabeza de negro es fuente natural de saponinas y sapogeninas estoroideas, moléculas usadas como precursores hormonales en la industria farmacéutica mundial. Uno de estos compuestos biológicamente activos es la diosgenina, la protagonista de este proyecto de investigación.

En colaboración con el científico Jesús Sandoval Ramírez, también de la FCQ, en el Laboratorio de Neuroendocrinología evalúan sus propiedades farmacológicas sobre el desarrollo celular en ratas. Hasta ahora han visto que tanto la diosgenina como la (26R)-26-hidroxidosgenina –una de sus variaciones moleculares obtenida mediante modificación molecular- disminuyen la división de células en los ovarios y en el útero de las ratas de laboratorio y su invasión a zonas sanas (metástasis), e inducen apoptosis o “el suicidio celular”.

“Estos hallazgos apoyan la hipótesis de que la diosgenina y la (26R)-26-hidroxidosgenina son potenciales agentes para el tratamiento de enfermedades como el cáncer. Además, podrían funcionar como anticonceptivos, dado que inhiben el desarrollo del endometrio. Hay indicios de que estas moléculas pueden ser una alternativa terapéutica para disminuir el cáncer”, afirmó Luna Morales.

Actualmente, los científicos de la BUAP realizan otros ensayos para completar la caracterización farmacológica y toxicológica, además de verificar sus efectos como anticancerígenos. Adicionalmente, faltan estudios biofarmacéuticos (absorción, distribución, metabolismo y eliminación) en los individuos a quienes se les administró estas sustancias.

El largo camino del laboratorio a la dispensación en la farmacia

En México, el cáncer de ovario representa el 5.3 por ciento de los diagnósticos en todos los grupos de edad y el 21 por ciento de los cánceres ginecológicos. En todo el mundo constituye el 4 por ciento de los diagnósticos y el 5 por ciento de las muertes ocasionadas por la enfermedad. Un boletín de la Cámara de Diputados informó en 2014 que, con 4 mil casos nuevos al año, el país ocupa el segundo lugar mundial con mayor prevalencia de cáncer de ovario.

Por otro lado, la Secretaría de Salud dio a conocer que una de cada diez muertes por cáncer en mexicanas es debida al cáncer de cuello uterino. En 2014, según este comunicado, se registraron 3 mil 63 nuevos casos de tumores malignos en cuello uterino.

Estos datos dan cuenta de la urgencia de generar soluciones a este grave problema de salud que persiste en México, considera Luna Morales, especialista en estudios de desarrollo celular y ensayo preclínico de moléculas con actividad biológica, como la diosgenina, que de seguir arrojando buenos resultados en las posteriores etapas de investigación, podría ser un tratamiento efectivo.

“Estudiar los factores genéticos y ambientales que inducen cáncer en cualquiera de sus modalidades es un tema prioritario. La investigación científica ha avanzado en esta área. Sin embargo, los conocimientos para prevenir o curar el cáncer aún son insuficientes”, opinó el investigador.

Pese a la premura de generar soluciones, se debe considerar –explicó el científico- que el desarrollo de fármacos es un proceso largo y complejo, que incluye varias etapas, que van desde la obtención de los principios activos, su purificación, hasta las pruebas en animales de laboratorio –fase actual de su proyecto-, posteriormente en humanos sanos y en humanos enfermos.

Poner a la venta los fármacos implica también el diseño de las formulaciones, como tabletas, suspensiones o inyectables, por señalar algunos, y finalmente hacer un seguimiento de su uso durante años (generalmente de cinco a diez), con el propósito de revisar su seguridad a largo plazo.

“Aunque los hallazgos sobre la diosgenina y su derivado dejan ver la posibilidad de utilizarlos como tratamientos contra el cáncer -incluso podrían funcionar como anticonceptivos-, aún restan muchos estudios por hacer”, concluyó el científico universitario.

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• El estado de Puebla aumentó su diversidad biológica

BUAP. 4 de agosto de 2017.- Por su tamaño, entre 0.6 y 1.9 centímetros, según la especie, las hormigas pueden pasar desapercibidas. Sin embargo, estos insectos predominan en casi todo el planeta, el papel que desempeñan dentro de los ecosistemas permite valorar el grado de perturbación de los mismos. Estos insectos favorecen la aireación del suelo, incorporan materia orgánica a este y promueven la filtración del agua. Por ello, son elementos clave para la subsistencia de los ecosistemas en los que habitan.

Para estudiar su función en el sustento de los ecosistemas, la doctora Hortensia Carrillo Ruiz, investigadora de la Facultad de Ciencias Biológicas de la BUAP, desarrolla una línea de investigación en la cual pretende determinar el papel que desempeñan en un ambiente urbano, en especial en las zonas verdes.

En 2009, realizó un listado de las hormigas que habitan en el Jardín Botánico Ignacio Rodríguez de Alconedo de la Institución. En esta investigación se encontraron cuatro especies que representan nuevos registros para el estado de Puebla; es decir, tipos de hormigas que ya habían sido recolectadas en otras partes del país, pero es la primera vez que se detectan en la entidad.

La responsable del Cuerpo Académico Biología Comparada y Relaciones Ecológicas informó que de la familia Formicidae (hormigas), existen aproximadamente 21 mil 847 especies a nivel mundial, agrupadas en 574 géneros. Hasta el momento, en México se tienen identificadas 884 especies de hormigas. Para el Jardín Botánico Universitario se catalogaron 11 especies, de las cuales cuatro resultaron ser nuevos registros: Brachymyrmex heeri, Camponotus conspicuus zonatus, Camponotus curviscapus y Monomorium cyaneum.

En este análisis se llevó a cabo una revisión exhaustiva de los listados publicados para la República Mexicana y el estado de Puebla. Para ello, se capturaron los ejemplares a través de trampas de miel, bajo un muestreo sistemático a lo largo de un año. Las trampas se transportaron al laboratorio para lavar, procesar y montar estos insectos en seco. Después, bajo el microscopio se utilizaron claves para identificarlos, en cuanto a género y especie; las identificaciones se corroboraron comparándolos con ejemplares depositados en colecciones nacionales.

La información cotejada permitió determinar el aumento de especies de hormigas que habitan en el estado. “Estos nuevos registros se suman a la diversidad biológica que alberga nuestro estado”, indicó la también integrante del Padrón de Investigadores de la Vicerrectoría de Investigación y Estudios de Posgrado de la Institución.

Ciencia básica aplicada a la conservación

Existe una relación inversa entre la perturbación de un ecosistema y el número de especies de insectos en ese sistema, así como el número de individuos por especie; es decir, su presencia, ausencia y abundancia pueden ayudar a determinar una mala o buena salud. Por ejemplo, hay especies resistentes a la deforestación y estas aumentan en número ante una perturbación o eliminación de la vegetación; en contraste, otras no toleran los cambios y llegan a desaparecer. De ahí que algunos grupos de insectos sean considerados como indicadores biológicos de un hábitat.

Siguiendo este planteamiento y con el objetivo de analizar la degradación de las laderas de la región de Valsequillo, en otro estudio desarrollado en 2014 la doctora Hortensia Carrillo Ruiz, junto con su equipo de investigación, estudió esta zona y encontró 13 especies de hormigas, un buen indicador a pesar de ser una zona perturbada.

También examinó, junto con integrantes del Cuerpo Académico Biología Comparada y Relaciones Ecológicas, el Valle de Zapotitlán, en Tehuacán, donde se registraron 13 especies de hormigas, entre ellas las granívoras Pogonomyrmex barbatus, Pheidole tepicana y Pheidole skwarrae. Estos datos muestran que esta zona -dentro de la reserva de la biósfera Tehuacán-Cuicatlán- tiene un reservorio de diversidad donde existen estas especies indicadoras, ya que su presencia y abundancia revelan que aún no está alterada.

Pero, ¿para qué sirve esta información? “Al elaborar listados faunísticos, podemos hacer inferencias de cómo se estructuran las comunidades de este tipo de insectos, establecer qué especies y en qué número se encuentran y determinar el papel que desempeñan dentro de la comunidad. A la larga, con esta información podemos ayudar a plantear propuestas de protección ambiental. Se trata de ciencia básica aplicada a la conservación”, afirmó la doctora Carrillo Ruiz, responsable del Laboratorio de Entomología.

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