Domingo, 17 Diciembre 2023 18:41

La vida

Se van los días, los meses, los años. La vida no.

Termina un año: un ciclo. Se lleva consigo afectos, latidos, sueños. Pero aquí, con nosotros, queda la memoria, el empeño y, ojalá siempre, la esperanza.

La vida queda. El tiempo, no.

La vida persiste en los que nos quedamos. En nuestros hijos, nuestros amores, nuestras labores por cumplir.

La vida: esa que amputa y que implanta. Que demuele y reconstruye. Que, como Penélope, teje la ilusión al mismo tiempo que desteje con el dolor del desengaño.

Sobrevivimos a la pandemia, un breve reinado de la muerte, para volver a ser los mismos. Para asegurarnos que paliara el virus, pero no el distanciamiento social. Para que la avaricia levantara, otra vez, su puño de hierro. Para que el rencor hacia el otro se inflame. Para romper el diálogo e instalar millones de monólogos.

Para que gobierne el ruido.

La vida queda. En los que permanecemos. En los que no nos rendimos. El tiempo, no. Cada instante, irrepetible, brilla para, un segundo después, apagarse.

Las y los amigos que partieron quedarán mientras los nombremos, los recordemos. Mientras su vida agotada nos haga sonreír y su marcha nos enjuague el lagrimal.

Los muertos, de pronto, nos convidan mucha vida.

Estamos aquí, agotando un año más. Aquí, en este sitio lleno de heridas. De fosas. De desaparecidos que desaparecen dos veces, por decretos idénticos: el de quien no los quiere vivos ni muertos y el de quien no quiere reconocer que ya no están. Le dan “borrar” a la cifra, pero no al dolor, a la ausencia, a ese luto terrible que es no tener a quien velar, a quien cremar.

No, el dolor, no se va por decreto.

Seguimos aquí, en este lugar que va perdiendo a sus hijos. A los hijos de nuestros amigos que no tienen un lugar en estos confines, en esta tierra que no les ofrece oportunidades, empleo, porvenir. Se van, como un día se fueron los abuelos, a buscar, a intentar, a fundar.

Aquí está, en fin, la vida. Hermosa pese a todo. Bella, aunque duela. Gigante cuando nos hace triunfar.

Vida que florece en la mano del amigo, en el beso de quien amamos, en el vino con el que brindamos.

Vida que te regala el momento más feliz: cuando te entregan por vez primera en tus brazos a tus hijos y, sí quieres llorar —por ternura, por felicidad, por responsabilidad—. Porque en ese, el instante más bello, la vida te susurra:

—Ya nada será lo de antes.

No. No lo será nunca más.

La vida, tan generosa, que hace que seamos felices en estos duros momentos.

La vida, tan brava que nos hace ser valientes en medio de esta oscuridad.

La vida que queda después de tantos que se fueron.

La vida, que nunca deja de maravillar. Que queremos que se prolongue más allá de la vida misma y que, al final, se convierte en una palabra mayor a la de su propio significado.

Milagro.

X | @fvazquezrig

P.D. Feliz navidad. Nos leemos en 2025. Si la vida lo permite.

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Domingo, 21 Abril 2019 17:14

Lo armónico es lo que nos da vida

Artículo | Algo Más Que Palabras

“En la cercanía de unos y de otros está el triunfo de lo armónico”.

    Necesitamos atmósferas solidarias para poder vivir en buena vecindad y experimentar esa sensación de savia apetecible, a través del respeto natural entre lo que somos (cuerpo y espíritu) y aquello que nos rodea. Esa consideración entre análogos, no se consigue con luchas, sino a través de un mismo lenguaje, el del amor. Porque realmente amar es donarse y vivir en aquellos que nos buscan, no para utilizarnos, sino para compartir vivencias, ya sean envueltas en lágrimas o en risas. No hay otra expresión más certera. Sólo hay que dejarse mirar y ver a nuestro alrededor esas discordias conyugales, surgidas en ocasiones por esa falta mutua de familiaridad, tolerancia y clemencia. Justamente, las contiendas empiezan así, con las ganas de venganza, envueltas en la amargura del resentimiento. Todo esto es destructivo para cualquier parentesco didáctico que quiera propagarse.

Creo que hoy más que nunca necesitamos la llamada a la responsabilidad colectiva, a la ayuda para poder vivir de manera armoniosa entre semejantes. Algo que se adquiere en comunidad. Por desgracia, lo que prolifera es una mentalidad que reduce nuestra inconfundible existencia a un camino de proyectos individuales, francamente amargos y crueles. Se han abierto tantas fisuras entre familia y sociedad, entre familia y escuela, entre  diversidades que han de entenderse, que no es nada fácil acrecentar y profundizar en aquellos vínculos innatos que nos unen. Téngase en cuenta que la conciliación nunca viene dada porque sí, sino que debe conquistarse a diario, con el trabajo permanente de hacer humanidad; con el consiguiente, fomento de unidad, bajo esa inherente pluralidad, de la estirpe humanitaria.

Indudablemente, cuando el ser humano piensa sólo en sí mismo, en sus oportunos negocios y se endiosa, cuando se deja fascinar por los ídolos del egoísmo y del dominio, cuando se coloca en el pedestal para engrandecerse mundanamente, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la  insensibilidad, al combate; cuando, hay que dejar a un lado las discordias, si en verdad queremos ganar tranquilidad y concordia, poniendo en valor otro espíritu más comprensivo y generoso en una sociedad de tantas desigualdades y con multitud de necesitados. Por ello, hemos de entrar en diálogo siempre, en primer lugar con nosotros mismos, luego con nuestro entorno, incluida además la distintiva naturaleza. La propia mirada por si misma ya es un coloquio. O el conveniente abrazo del alma, también es el mejor concierto para entenderse. Sea como fuere, tenemos que reinsertarnos hacia otros modos de vivir más inclusivos y sociales, sin obviar ese orbe natural, que forma parte igualmente de nuestro hogar. En efecto, la acertada expresión de la “Madre Tierra”,  lo que nos demuestra es esa interdependencia existente entre los seres humanos, las demás especies vivas y el planeta que todos habitamos.

Sin duda, es el instante preciso de la acción conjunta, de poner en práctica ideas cooperantes verdaderamente innovadoras y creativas que pueden cambiar nuestro mundo. Se me ocurre pensar en ese barco construido completamente con sandalias de plástico para combatir contra la basura marina, o en esa nueva plataforma de cooperación a nivel comunitario sobre el manejo de la tierra y los recursos, o en el uso de aviones no tripulados para luchar contra enfermedades transmitidas por mosquitos que, sin duda, abarata los costes frente a los métodos tradicionales, o en esas empresas que también se han sumado al movimiento para cambiar la industria del vestido e implementar un modelo de negocios sostenibles…Podríamos seguir relatando cantidad de hechos que nos esperanzan, que están ahí en el trabajo del día a día, modificando comportamientos, para alcanzar ese ansiado justo equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones presentes y futuras.

En la cercanía de unos y de otros está el triunfo de lo armónico. Tiene que desaparecer el odio que es lo que en realidad nos rechaza entre sí. A propósito, yo me quedo con el ideal más querido por el inolvidable Nelson Mandela (1918-2013), “el de una sociedad libre y democrática en la que todos podamos vivir en armonía y con iguales posibilidades”; esto ha de hacernos resaltar los valores de libertad y respeto de los derechos humanos, así como repensar sobre otras voluntades más mancomunadas, al menos para poder abordar los diversos problemas actuales, siendo más innovadores en las respuestas a los desafíos emergentes tales como la migración y el cambio climático. Al fin y al cabo, todos marchamos en camino, ¡ojalá vayamos con el corazón en la mano! Continuamente hacia adelante, sin nostalgias del pasado, creando relaciones y creciendo humanamente. Prestando oído a todas horas, que no estamos aislados, dispuestos siempre por si alguien nos pide auxilio. No olvidemos que ensamblarse es un buen comienzo, que trabajar juntos es también un gran avance, y que ponerse en movimiento amando mucho, es el mejor propósito para cimentar una colectividad humanística, dejando tras de sí la más nívea huella de hermanamiento de luz y vida como herencia.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Domingo, 10 Septiembre 2017 14:39

Custodiemos la vida y dejemos vivirla

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    La vida no se ha hecho para malgastarla, sino para administrarla y protegerla. Ha llegado el momento de que gestionemos juntos  aquello que nos pertenece por igual.  Y en este sentido, debido a las potestades que le confieren la Carta y su singular carácter internacional, las Naciones Unidas, han de tomar medidas sobre los problemas que enfrenta la humanidad en el siglo actual, tales como la paz y la seguridad, el cambio climático, el desarrollo sostenible, los derechos humanos, el desarme, el terrorismo, las emergencias humanitarias y de salud, la igualdad de género, la gobernanza democrática, la producción de alimentos, entre otros asuntos. Ténganse en cuenta que también facilita el diálogo tan necesario para que los gobiernos puedan hallar puntos de encuentros y ámbitos de acuerdo, a través de sus foros  en la Asamblea General, el Consejo de Seguridad, el Consejo Económico y Social, u otros órganos y comisiones. Por otra parte, confiemos en que la Agenda 2030 se acerque a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ya que considero vital que el mundo se hermane, y no puede hacerlo si no es con una globalización del mundo más justa. Sabemos que cualquier adelanto que se evalúe de ser progreso, lo será en la medida que sea inclusivo y sostenible. De lo contrario, seguirá cohabitando la desigualdad entre conflictos, de una parte los moradores privilegiados frente a otros que permanecerán ignorados.

Está visto, que el recurso a las armas para dirimir las controversias ya no sirve, la custodia de toda vida requiere de otros lenguajes más puros, más del alma y de la donación, ya que comienza con la autosatisfacción de cada ser humano. Igualmente, la Unión Europea o la misma Unión Africana, son esenciales para hacer frente a los impresionantes retos que hoy nos amenazan a todo el planeta. Lo mismo sucede con América Latina, el Caribe y la Zona Euro. Lo importante de todas estas organizaciones internacionales es que permitan a los países unirse y reunirse, reflexionar conjuntamente, sobre algo tan vital e histórico, como vivir y dejar vivir. Lo verdaderamente cruel es que en lugar de construir sociedades cohesionadas, edifiquemos familias divididas. Solo haciéndonos piña podremos aminorar las tensiones entre nosotros y recobrar esa unidad que todos nos merecemos. Sentirnos acogidos es lo que realmente nos inspira ese espíritu conciliador, de ponernos en acción todos a una, para caminar reagrupados, sin exclusión alguna.

Pensemos en esa juventud que no tiene trabajo, los hemos dejado inservibles. Nuestra sociedad tecnológica los entretiene con mil inventos para mantenerlos distraídos, multiplicando al infinito las ocasiones del disfrute, que luego resulta que no son gozosas. El placer se disipa en nada. Muchas cosas, muchas comodidades, ¿pero dónde está la realización de la persona como colectivo? Lo decía hace unos días el Secretario General de la ONU, António Guterres: “El desempleo juvenil en algunas partes del mundo es uno de los problemas más graves y facilita el trabajo de las organizaciones terroristas para reclutar a personas que no tienen un futuro”. A los hechos me remito. En base a entrevistas con 495 reclutas voluntarios de organizaciones extremistas como Al-Shabaab y Boko Haram, el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrolla (PNUD) asegura además que la violencia y el abuso de poder son los motivos claves para que los jóvenes tomen la decisión final de ensamblarse a estos grupos extremistas. Necesitamos, por consiguiente, ser capaces de mirar con otros ojos a nuestros análogos, y con esta mirada renovada, que nace del reencuentro de culturas con el entorno, iniciar un cambio real de actitudes, incluso mudando de aires para que mejoren nuestros latidos de acercamiento con nuestros semejantes.

En cualquier caso, no podemos permanecer tan fríos en esta marcha hacia la locura, con el veneno de la mentira en los labios, puesto que el desafío mayor que hoy tiene la humanidad precisamente radica en ese endiosamiento individual que nos impide hacer comunidad, hacer mundo, hacer universo en definitiva. Tenemos que abajarnos y pensar que juntos somos más fuertes. La vicesecretaria general de la ONU, Amina Mohammed, nos acaba de advertir que lo tenemos todo para poder avanzar todos a una, subrayando que “la Agenda 2030 es la mejor herramienta que tiene la comunidad internacional para lograr un mundo más próspero y pacífico”.  A propósito, apuntó: “Es relevante para todos los países, todas las personas y le pertenece a todos. Su éxito depende de la participación activa de todos y lo que quiero pedirles es que permanezcan involucrados con este proceso para mantener la ambición alta, y que trabajen con nosotros para hacer de este planeta un lugar mejor”. Sin duda, hoy más que nunca nos hacen falta guías, referentes y referencias, que pongan en valor los valores de libertad y respeto por los derechos humanos, para que al fin se consideren en todo lugar. La creación de sociedades dispuestas a sobreponerse antes situaciones límites, pueden ayudarnos a mantener tanto el Estado de derecho, como el curso de la vida, mediante acuerdos armónicos que nos reintegren a una existencia más dignificada, empezando por la eliminación de toda bravura y la reducción del uso de sustancias que agotan el ozono, contribuyendo de este modo a preservar la vida en el planeta.

    En ese custodiar existencial, nada de este mundo ha de resultarnos despreciativo. Todo tiene su misión. También la gestión sostenible del medio ambiente y de los recursos naturales es fundamental, tanto para el crecimiento humanístico  como para el bienestar humano. Por ello, está bien eso de trazar estrategias, como la activada por el Grupo del Banco Mundial (2012-2022),  que establece una ambiciosa agenda para apoyar los caminos  “verdes, limpios y resistentes” para los países en desarrollo, a medida que persiguen la reducción de la pobreza y del desarrollo en un entorno cada vez más frágil. "Verde" se refiere a un mundo en el que los recursos naturales, incluidos los océanos, las tierras y los bosques, se gestionan y conservan de manera sostenible para mejorar los medios de subsistencia y garantizar la seguridad alimentaria. "Limpio" se describe un planeta de baja contaminación y bajo nivel de emisiones en el cual un aire, agua y océanos más limpios permiten a las personas llevar vidas saludables y productivas. "Resistente" significa estar preparado para los choques y adaptarse eficazmente al cambio climático. En consecuencia, si los efectos de la degradación ambiental nos están dejando sin fuerzas,  también el derecho a vivir y a ser feliz se nos pone en entredicho por nuestras maneras absurdas de coexistir.

    Sea como fuere, hay que repensar en un mundo diferente, con gobiernos auténticos al servicio de toda la humanidad, para que nos alienten al cambio, ante la multitud de vicios autodestructivos. Hace falta reorientar el rumbo en un mundo interconectado. Esto requiere de una voluntad de acción permanente y de un constante compromiso para proteger la vida, dejándola vivir entrelazados, pues hasta el mismo destino universal de los bienes, nos instan a no privilegiar a nadie. Por ello, es suficiente ver la realidad para comprender que es esencial activar la exigencia moral del principio del bien colectivo. De ahí, la importancia de asegurarnos de que todos los países se comprometen con lo que firman. La irresponsabilidad de algunos líderes es manifiesta y esto no se puede consentir, máxime cuando ponemos  en cuestión la calidad de vida de una población en la cual nos necesitamos unos a otros; sin obviar que son las relaciones con las personas lo que nos da sentido a vivir y a desvivirnos por los demás.  Hagamos, por tanto, recuento de lo vivido. Por algo se empieza a tomar conciencia. Además, si nuestra meta es hallarse y donarnos para qué tanta avaricia que nos excluye del sosiego. Desde luego, resulta detestable este despilfarro de necedad. La estupidez nos aborrega. Lo refrendo.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    A poco que nos adentremos en la vida, observaremos que toda ella rebosa variedad, y esto es lo que verdaderamente nos entusiasma; el conocer, el explorar otros horizontes. Únicamente, la muerte es quien nos injerta uniformidad. De ahí, lo importante de superar divisiones, de comprender y de dejarnos entender por toda existencia. Globalizado el mundo, sabemos que las tres cuartas partes de los conflictos tienen una dimensión cultural. Está visto que todos tenemos algo que aportar. La exclusión no es de recibo. No me cansaré de vociferarlo, nadie sobra, todos somos necesarios y precisos. La cohesión de los moradores, aparte de ser algo vital para encauzarnos en lo armónico, también nos enriquece intelectualmente, moralmente y espiritualmente. La sabiduría, fruto de lo vivido, no se alcanza recluido en los centros de pensamiento, sino compartiendo vivencias y convivencias, que es lo que nos ayuda a vivir, reconociendo nuestra propia ignorancia. Porque sí, en efecto; uno es nada, sin alguien que le aliente. Al fin y al cabo, todos nos alimentamos de todos. En consecuencia, este sinfín de entretelas, con sus pulsos y sus pausas, o si quieren de andantes poemas, son el efectivo motor del desarrollo de la especie pensante, que deshumanizada será un infierno para sí misma.

    Hay que retomar esa complejidad y armonizarla. La tarea no es fácil, pero tampoco es imposible. Ya en 2001 se produjo la Declaración Universal de la UNESCO sobre la riqueza cultural y, posteriormente, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 21 de mayo como el Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo, a través de su resolución 57/249 de diciembre de 2002. También en 2011 la UNESCO y la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas lanzaron la campaña: "Haz un gesto por la Diversidad y la Inclusión", con el firme propósito de animar a las gentes y a las organizaciones de todo el mundo a que tomen medidas concretas de apoyo a la multiplicidad. Desde luego, aquí todos estamos llamados a aceptarnos mediante gestos reales en nuestro día a día y a combatir la polarización y los estereotipos para mejorar el entendimiento y la cooperación entre las gentes de diferentes ritmos y rimas. Precisamente, un informe reciente, publicado en enero de 2017, sobre Intolerancia Religiosa en Brasil, nos indica que el planeta vegeta una ola creciente de intolerancia y de restricciones al ejercicio del derecho a la libertad religiosa y de credo. Ojalá aprendiésemos la lección desde uno mismo, puesto que si cada cual es imperfecto y requiere de la bondad de los demás, también nosotros tenemos que tolerar los defectos de los otros, quizás hasta lograr ser ese poema interminable y perfecto, con el que todos soñamos.

    Situar la poética del hermanamiento en el núcleo del avance constituye una revolución básica en el porvenir de la naturaleza humana. Hasta ahora nos hemos rejuntado, pero no hemos aprendido a dejarnos resucitar por la lírica que nos circunda, hemos preferido tomar cadenas y no abrirnos al orbe, para dejarnos abrazar por él. Todo esto llegará en el momento que dialoguemos auténticamente, con la verdad por delante. No desperdiciemos esa red de cátedras vivientes que nos entran por los sentidos y van directas al corazón. Sólo así podemos fundirnos en ese culto de culturas, o lo que es igual de realidades poéticas, que tantas veces se nos pasan desapercibidas y son el alma de nuestra existencia, en su doble dimensión de proceso evolutivo y fuente de expresión, creación e innovación. Hasta ahora nos hemos mundializado, pero no fraternizado. Requerimos de otro ambiente más cooperante y solidario en la conciencia del género humano. El arte, como la poesía, o la ciencia, pueden ayudarnos a interpretar este pluralismo con coherencia y a luchar contra las desigualdades reinantes en este mundo frío, encorsetado en las tecnologías y que cada amanecer siente menos ante el sufrimiento del prójimo. De aquí la necesidad de unir, ya no solo la justicia y el bien común, también otro espíritu más trascendente que nos devuelva nuestra capacidad de asombro, de reconocer el orden natural, o sea, de la poesía a la que se llega por la senda de lo auténtico, del reír a mandíbula abierta y del llorar a lágrima viva.

    Nuestra historia, por consiguiente, no sólo se verifica en esa multitud de versos, sino que, gracias a ellos, se concentra una fuente de renovación de las ideas, adquiere sentido nuestro caminar al vernos y sentirnos iluminados por la veracidad, que es lo que realmente nos permite abrirnos y concebir nuevos modos de pensar. Para empezar, tenemos que desligarnos de este afán mercantilista que mueve al mundo, propiciando un desarrollo sustentado en los latidos y sostenible con el diálogo, siempre sincero y siempre liberador.  A mi juicio, además, hemos de estimular mucho más la creatividad conjunta, pues de nada sirve desarrollar en las nuevas generaciones ese afán aperturista de nuestras lenguas, culturas y religiones, si luego actuamos contrariamente a lo que predicamos. Para desgracia nuestra, lo prioritario siempre es el dinero, no la cultura vivencial, aquella que va impresa en las vísceras humanas. La llaneza está en el reconocimiento, la comprensión y la tolerancia de la disparidad de linajes, sobre la base de una ética global, confluencia basada en valores universales y en el respeto recíproco de todas las mentes humanas.
 
    No olvidemos que cada caminante necesita hallarse con su pulsación, y rehacerse junto a los suyos. La cuestión no es sentirse cercano junto a los otros, sino acompañado por esa percusión del alma, que nos ayudará a poseer una convivencia cívica, pero también a hermanarnos, en la medida que confluyan nuestras níveas  emociones, sabiendo que el interés mercantilista jamás ha forjado uniones duraderas. Por tanto, pienso, que ha llegado el momento de revisarnos, de injertarnos nuevos compromisos, apoyándonos en las experiencias positivas de nuestros predecesores. Sin duda, necesitamos proyectar una renovada métrica a esta vida, tan sufrida para unos y tan privilegiada para otros. ¿Dónde están los poetas, para entonar otros abecedarios que nos lleguen más y mejor, al oratorio interior de nuestro vergel, y nos despierten?. Ante el boom de injusticias, nos conviene una fuerza dinámica de cambio, que nos lleve por otros horizontes y otras sendas de menos iniquidad y perdición. Naturalmente, la inspiración ha de llenarse de imágenes originales, sorprendentes y placenteras.

    Tras el derrumbe de nuestro endiosamiento actual, no hablaremos tanto de desarrollo y si de generosidad, puesto que vivimos en un estado al borde de todos los límites, de recursos limitados, junto al proceder de algunos que lo acaparan todo. Frente a esas gentes que piensan que necesitamos un nuevo humanismo para el siglo XXI, a fin de renovar las aspiraciones fundamentales a la justicia, el entendimiento mutuo y la dignidad; yo estimo también, un dejar de adoctrinarnos para poder entrar más en el discernimiento, cuando menos para volver hacia nuestras posadas interiores, hacia la placidez que somos, más allá de la conjugación de verbos y de la correlación de espíritus, conscientes de que, si cultivamos más poemas que penas, podremos tejer un destino más tranquilizador para todos. Por otra parte, está muy bien eso de ser distintos y de considerarse análogos, pero de nada sirven los dichos, si el corazón no es el que habla. Esta es la cuestión de fondo. Tampoco somos hijos de la monotonía. La experiencia de la infinidad de aires está en la comunicación y en la comunión de todos, y como tal, pertenece a toda existencia humana, que será más perfecta, en la medida en que cada cual se entregue a esa búsqueda de la verdad y el bien, haciendo un uso adecuado de los múltiples patrimonios del planeta, entre ellos la disparidad de tonos y timbres cohabitando.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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