Domingo, 04 Agosto 2019 19:30

Llamados a un nuevo amanecer

Artículo | Algo Más Que Palabras

“Los gobiernos de todo el mundo han de poner en práctica el deber de la solidaridad, que tan bello lo vociferó con su viviente receta la inolvidable misionera Madre Teresa de Calcuta: “No deis sólo lo superfluo, dad vuestro corazón”.
   
    Si el esfuerzo por el diálogo y la cooperación ha de ser el sello distintivo de cada uno de nosotros, también desde esta suculenta diversidad cultural de nuestro mundo, hemos de trabajar con espíritu armónico, a fin de que se haga posible el entendimiento entre unos y otros. Esta vida no es para encerrarse en los nuestros, sino para compartir vivencias y caminar unidos, a pesar de las caídas, reforzando y reafirmando los espacios de continuidad cultural y lingüística, con nuestra comprensión y mano tendida siempre. Nuestra coexistencia nos reclama razonar, por muy complejos que sean los abecedarios, empezando por la propia lengua. Esto nos demanda a movilizar otros comportamientos más coherentes y asistenciales con cualquier vida, pues aparte de que estamos perdiendo tierra fértil y biodiversidad a un ritmo alarmante, considero primordial activar el respeto y la consideración hacia todo análogo. Hoy sabemos que la degradación de la tierra afecta a más de treinta mil millones de personas y que nos cuesta el diez por ciento de la producción de la economía mundial cada año, pero tampoco debemos olvidar la fuerte crisis de valores (degradación humanística) que sufrimos como especie pensante.

    Somos aquello en lo que pensamos y esta pérdida de talante humanístico, mundano y mediocre a más no poder, dificulta los cambios transformadores que el planeta requiere entre sus gentes y su hábitat, y también entre estos entre sí, precisamente porque cada vida posee un valor singular que ha de ser tratado con sumo cuidado, o sea, dignificado, como señala la Declaración Universal de Derechos humanos, en su articulado, al trasladarnos una realidad tan innata como luminosa, la de que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente”; primero considerándose uno mismo, autoestimándose, para luego conectar unos con otros, poniéndonos en su lugar. No talemos ilusiones, jamás discriminemos a nadie, pensemos que unidos ganamos amaneceres y cosechamos nuevos entusiasmos. Sin duda, estamos llamados a un nuevo despuntar como linaje, aunque buena parte de los caminantes duerman todavía. Indudablemente, hemos de animar a que ese vivo poema de esperanza, que todos nos merecemos sin distinción alguna por el simple hecho de ser personas, no permanezca por más tiempo aletargado. 

    Lo que no tiene sentido es recorrer los caminos del mundo enfrentados, divididos por contiendas inútiles, cuando lo verdaderamente trascendente es entrar en sintonía y poder afrontar los retos de vivir desde esa multiplicidad de cultos y culturas, de lenguajes y jergas, de expresiones y memorias. Por desgracia, no sólo estamos presenciando un récord de calentamiento global, también se están calentando los modos y maneras de movernos, de cohabitar, únicamente hay que adentrarse en las mil tensiones políticas que viven multitud de naciones, algo que podemos evitar entre todos. En todo caso, volvamos a nuestra historia, aprendamos de ella, para que de una vez por todas podamos deducir que nada justifica entrar en conflicto, que nos merecemos otro futuro más armónico y que para construirlo solo hace falta precipitar la vía de la amistad, el puente de la simpatía, el camino del encuentro. Lo importante es edificar espacios benéficos con quien habitar la casa común para toda la humanidad. Sobran todos los frentes, tal vez muchas fronteras. Se requiere un cambio. Quizás pensar menos en uno mismo. Los gobiernos de todo el mundo han de poner en práctica el deber de la solidaridad, que tan bello lo vociferó con su viviente receta la inolvidable misionera Madre Teresa de Calcuta: “No deis sólo lo superfluo, dad vuestro corazón”.

Por otra parte, hay que impulsar otra mentalidad más verídica y auténtica, no tanto la de poseer como la de dar, o  la de sentirse amado y poder amar, al menos para que nadie se sienta marginado, sino acompañado siempre; esta nueva concepción de vida, sin duda nos ayudará a fomentar otro tipo de avances más humanitarios. Ojalá dejemos de despreciarnos, de negar el derecho universal a la dignidad humana y a la seguridad de toda existencia, de que impere la fuerza moral a la fuerza bruta, y seamos capaces de afrontar esa nueva alborada, según un orden ejemplarizante, que refleje justicia y bienestar para todos. Al fin y el cabo, no bastan los conocimientos para ser feliz, se requiere la sabiduría del corazón para desprenderse de lo mundano y, entonces, podrá brotar una gran variedad de clemencias y claridades, que nos ayudarán a que ese despertar no sea un mero sueño, sino un vivir y un renacer hacia un mundo fraterno, que aún no conocemos realmente, porque solemos endiosarnos en las alturas y apenas arrepentirnos de nuestras usuras. ¡Qué pena!

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Miércoles, 13 Diciembre 2017 17:51

Llamados a ser tronco dignificado

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    El mundo necesita de gentes de compromisos verdaderos, para que puedan mejorar las condiciones existenciales de todos; también de otras políticas más transparentes que luchen contra las injusticias y la corrupción, así como de líderes que alberguen en sus corazones  la lucha por la dignificación de todo ser humano, máxime en un momento en el que abundan tantos sembradores de odio. Desde luego, la dignidad es un término clave en ese todos nosotros, en el que estamos llamados a colaborar y a cooperar como una prole de pueblos y ciudades. Precisamente, el repunte de la economía mundial de la que tanto se habla en los últimos tiempos, puede ser una gran oportunidad para invertir en ese ansiado desarrollo sostenible que todos nos merecemos. De lo contrario, ¿qué decencia podrá hallar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para poder vivir? Así sucede lo que sucede, un incremento de la migración como jamás, pues todos tenemos derecho a superar la adversidad y a buscar una vida mejor. Por otra parte, si no estamos dispuestos a arriesgarnos, ¿dónde está nuestro decoro? Al parecer, la dignificación de toda vida no está prevista aún en esta red global, más comercial que humana. A mi juicio este es el mayor desconsuelo posible.

    Indudablemente, estamos llamados a ser familia, o si quieren tronco dignificado. En este sentido, tenemos que felicitar a algunas asociaciones, instituciones, e inclusive a la misma Naciones Unidas, que están jugando de forma ejemplar y activa un rol catalizador en esta área, creando más parlamentos e interacciones entre países y regiones, e impulsando el intercambio de usanzas y las oportunidades de apoyo. No podemos continuar discriminando a nuestro antojo vidas humanas. Todos nos merecemos ser uno mismo y que prevalezca el sentido humano, la ley sobre la tiranía del poder, el respeto y la consideración sobre todo lo demás. Dicho lo cual, conviene recordar que en el año 2016, la Asamblea General de la ONU aprobó un conjunto de medidas durante la primera cumbre en la historia sobre los desplazamientos de migrantes y refugiados, donde se reafirma la importancia de la protección internacional de estas almas y se subraya la obligación de los Estados de mejorarla. Este documento allana el camino para la aprobación de nuevos acuerdos mundiales en 2018, que esperamos celebrar: uno sobre refugiados y otro sobre la migración organizada, regular y en condiciones de seguridad. Buena falta nos hace que esto se produzca. No es de recibo este sistema económico globalizado que nos daña tanto. Es hora de que en el centro de todo esté el ser humano, y  no el dinero.

    Algunos poderosos, no solo han traicionado al bien común por el que hemos de luchar todos, también desean robarnos la dignidad y hasta la esperanza de poder salir de las penurias. De ahí, que frente al asistencialismo, tengamos que impulsar la cultura del trabajo decente, con la eliminación de cualquier trabajo negro que nos esclavice. Aunque la protección social es asequible, incluso en la mayoría de los países de bajos ingresos, aún tenemos cuatro mil millones de personas en el mundo que carecen de ella. Por ello, es de justicia promover el empleo, que por sí mismo ya es proteger a la ciudadanía.  Es evidente que donde no hay actividad, suele faltar también el aprecio y el empuje para salir todos adelante. Sabemos que invertir en los trabajadores y en la innovación y estimular el comercio y el dialogo social es esencial para enfrentar el crecimiento del desempleo mundial, según la última edición del informe sobre tendencias del empleo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), pues pongámonos en el camino de la acción conjunta de todo ser humano, no tanto como mero sujeto de producción, sino en el ser como individuo dotado de una nobleza decisiva.

Ya está bien de que se nos trate como meros objetos lucrativos o de deseo,  y que después se nos deseche cuando no servimos, cuando estamos enfermos o somos ancianos. Es nuestra responsabilidad, la de todos, detener estas miserias humanas. Sin duda, debemos actuar urgentemente para proteger las garantías fundamentales y la dignidad, lo que significa llevar a los responsables ante la justicia. Realmente hoy existe una necesidad imperiosa de crear más oportunidades para la migración regular y la prevención de situaciones que propician la trata, como son la pobreza y la exclusión. Ojalá reflexionemos sobre ello, y aminoremos la explotación sexual o el mismo trabajo forzado. Hay que poner fin a tanta esclavitud, con la ayuda legal y la información compartida para el desmantelamiento de las redes criminales que se lucran con el sufrimiento y las carencias de las personas vulnerables debido a conflictos o indigencia. Perdamos el miedo, seamos dignos de nosotros mismos, y reivindiquémonos como estirpe meritoria y fraternizada, según nuestro espíritu libre y sin ninguna coacción mercantilista. ¡Dignifiquémonos!

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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