Volver al pueblo, añorando el regreso

Domingo, 20 Enero 2019 20:32 Escrito por Silvestre Hernando Alconedo*
A mi nieta; por valiente; una guerrera. A mi nieta; por valiente; una guerrera.

Salí de Chiautla de Tapia a principios de los años 1970, fue al concluir la educación secundaria; pocos nos aventuramos a continuar nuestros estudios, en la UNAM o en el Politécnico, la mayoría de mis compañeros se inscribieron en la escuela Normal por Cooperación “Luis Casarrubias Ibarra”,  institución dirigida por el profesor Manuel González Romero, quien era el director de la escuela Secundaria Mariano Antonio Tapia.

Jóvenes ansiosos de concluir una carrera profesional que ya algunos la estaban logrando, Pedro Sosa, Federico López Huerta y Albertina Domínguez, en la ciudad de Puebla; y Abel Domínguez, Jaime San Martín, Raymundo Sánchez y Antonia Torres en el entonces Distrito Federal. Sin duda jóvenes afortunados para ser emulados por las siguientes generaciones. Dejamos nuestro pueblo aun con camino de terracería que después de cruzar el rio nexapa en Tlancualpicán a través del vado, atrás quedaba familia, vecinos, amigos y recuerdos, todo,  para emprender la aventura de conquistar un título universitario. 
 
Pero después, algo sucedió en nuestra ausencia, ya que a partir de la segunda mitad de la década de los setentas paisanos nuestros y conocidos empezaron a migrar hacia los Estados Unidos de Norteamérica, pasaron a ser mano de obra muy cotizada y en condiciones de ejecutar trabajos pesados, todo a cambio de un sueldo que los trabajadores gringos no aceptaban. No así nuestros paisanos; los dólares –divisas- que enviaban cambio la vida para las familias que dejaron; pero a la postre esa dolarización atrajo a los demás miembros de la familia, dejando su lugar de origen solo a las personas mayores.

Han pasado los años. Nuestras calles, casas y lugares que nos vieron crecer aún se recuerdan. Volver al pueblo como estudiantes fueron muy regulares, sin en cambio para los que dejaron el país tuvieron que pasar años para volver. Los que salimos de Chiautla a estudiar logramos con mucho esfuerzo concluir nuestro cometido, cambiando nuestro lugar de residencia; y los que migraron al país vecino con su familia, se han quedado a residir en varios lugares de la Unión Americana, esperando alcanzar su anhelada jubilación. Y son los recuerdos que nos permiten volver a los tiempos pasados, aquellos tiempos que añoramos.

Aún tengo grabadas sus palabras de mi padrino y vecino: “ahijadito, ya pronto me jubilo, vendré más seguido al pueblo”. Escuchar la forma en que me confesó su pronta jubilación: un rostro ya con huellas que dejan los años, ese  rostro ya cansado no pudo ocultar la emoción de sus palabras. Mi padre Victorino Hernando ya me tenía escogido un padrino para que me acompañara a mi primera comunión, pero por causas fortuitas pasó el tiempo, y fui yo quien le pidió a mi madre Gabina Alconedo ya viuda, para que en mi primera comunión me acompañará mi vecino Enrique Lucero.

A nuestra casa de la 8 poniente llegamos la familia a pocos días de que nací, a principios del año 1955. Don Guadalupe Lucero, su esposa Fernanda Espítia y sus hijos, llegaron a la  Villa de Chiautla de Tapia en el año de 1957, venían procedentes de la ranchería denominada Agua dorada, perteneciente al municipio de Chiautla. Nuestra calle con su llegada se sumaron a mi familia Hernando, los Miranda, Arista, Domínguez y García; recuerdo cada familia que más que una relación de vecindad, la calle parecía estar habitada por sólo una familia, en esos años, durante el día las puertas de cada casa, las trancas, permanecían abiertas: prevalecía la confianza y la solidaridad por encima de todo. 

Mi niñez y parte de mi adolescencia se desarrolló conviviendo con dichas familias. Con la familia de don Lupe por vivir frente a nuestra casa y haber niños con edades similares , Guadalupe, Francisco y Salomón, fueron las personas con los que compartía los juegos, mientras que los mayores, hermanos de mi padrino Enrique, jóvenes todos ellos, dedicados a la agricultura, en aquellos años de buenos temporales, siempre puntuales preparaban aquellas tierras que les arrendaban los Domínguez en un lugar conocido como Amayuxtla, desde su llegada a la población siempre sembraron dichas tierras y lo que si mantengo viva en mi memoria es, el amor y la tenacidad, su entrega – que rayaba en devoción- al campo, a la siembra. Que no existe actividad más pesadas y exhaustas que las que se desarrollan en la siembra agrícola. Recuerdo a don Lupe y sus hijos regresar al hogar después de cada jornada, sus rostros no reflejaban cansancio alguno, sus rostros reflejaban alegría, seguramente por saber que todo su esfuerzo seria recompensado al concluir en periodo de las cosechas.

Su pasión por el campo nunca desaparecía, atentos a las cabañuelas y a ese conocimiento de la tierra que año con año preparaban siempre atendiendo los tiempos. De mayo a septiembre, la siembra y madurez de los cultivos; y los meses siguientes levantar las cosechas: desgranar las mazorcas de maíz, la despegada del cacahuete, el ajonjolí y la jamaica, productos que la tierra fue siempre benigna para su producción.

Si bien el programa bracero -1942-1964- beneficio a buen número de mexicanos, en el caso de la mixteca terminó llevándose una fuerza de trabajo de capital importancia: nuestros hombres del campo. Después, el perfil va cambiando para que los que emigran además de los hijos de campesinos ahora se suman sectores del medio urbano que van a arriesgar su vida al cruzar el Rio Bravo y el desierto de Arizona para llegar a ciudades de los Estados Unidos a ofrecer su fuerza de trabajo, no solo en los trabajos agrícolas, sino también a sectores como la costura y la servidumbre, hablamos de los años setentas y ochentas. Fueron muchos paisanos los que emigraron, dejando solo a los adultos para cuidar su patrimonio. Es esa condición de poseer poco o nada lo que los alentó a la aventura del sueño americano.

Mi calle lo vivió. Familias que gozaban de reconocimiento por su dedicación y carriño al campo como los hijos de don Lupe Lucero o familias como los Miranda, García y la mía misma los Hernando. Todos ellos en plenitud de vida dejaron su país y sin proponérselo fueron un fuerte sostén económico para sus familias e incluso para la economía de México. Fueron y siguen siendo héroes desconocidos.

Qué los motivo dejar su país ¿Fue falta de trabajo? ¿el salario?. Parece ser que no fue esto, sino más bien, que lo obtenido no bastaba para poder cumplir las expectativas de tener lo indispensable: un hogar y el sustento para la familia. Ello me recuerda a mi primo José Reynoso Hernando que en los años setenta, en mi época de estudiante lo acompañaba en ocasiones a realizar instalaciones y lo veía desarrollar su trabajo de plomería en el Distrito Federal, lo visitaba a él y a su familia en la colonia Alfonso XIII por Mixcoac, vivía en casa del viejo general ya jubilado Liborio Quiroz, primo del profesor Gilberto Bosques, revolucionarios ambos. No obstante a dichas comodidades terminó llevándose a su familia a los Estados Unidos. Los hijos de don Lupe y como la gran mayoría de nuestros paisanos, sus hijos se hicieron adultos en el país del norte y, se casaron y terminaron quedándose.

Qué familia no recuerda aquellas noticias de los migrantes que las hacían llegar por correo; cartas a veces extensas con mensajes llenos de nostalgia: “Queridos papás les escribo la presente…trabajo en una factoría…” “les mando unos dólares para liquidar…, en caso necesario tomen para los gastos…”.Terminando con los saludos correspondientes a los familiares más cercanos, y despidiéndose, no sin antes anunciarles que se encontraban bien. Al correr de los años muchos lograron obtener la tan ansiada “Mica” que les permitía salir sin problemas de los Estados Unidos. La vida cambio, no solo para ellos en su bienestar; su familia lo vivió participando en  eventos familiares y las fiestas del pueblo cambiaron con sus aportaciones. Los eventos familiares pasaron de ser amenizados con aparatos electrónicos de la casa, a la contratación de grupos musicales de moda; de realizar las fiestas en los patios, se contrataban salones amplios dispuestos para la ocasión.  Y qué decir de los menús, del tradicional mole y la barbacoa de res,  a los más sofisticados servidos en loza y en tiempos. Todo acompañado ya no de agua prepara tradicional, ahora abundaban las sodas y las bebidas de moda. 

Pasaron los años y aquel pueblo que dejamos por motivos de estudio se le recuerda a la distancia, igual como aquellos que se anclaron en el sueño americano y se quedaron; hemos visto pasar los años con la satisfacción de haber cumplido en lo laboral, En muchos casos alcanzando la jubilación y ver crecer nuestros hijos. Muchos mantenemos el sueño  de volver al pueblo como muchas veces lo hicimos y disfrutamos. Mantenemos todavía ese sueño de volver, para despertar en nuestro  pueblo, ese pueblo que jamás olvidamos; ahí donde dejamos al partir, una familia, vecinos, amigos y recuerdos.

*Miembro fundador de Alianza Ciudadana Mixteca de Chiautla de Tapia, A.C,

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