Miércoles, 28 Febrero 2018 14:50

Desde la diversidad a la unión

Articulo | Algo Más Que Palabras
   
    Jamás pongamos condiciones para nada. Todo se puede superar por muy catastrófica que sea la situación. La unidad es más grande que el conflicto. Eso siempre. Sólo hace falta poner nobleza en el ánimo, tesón en el buen hacer de las propias actitudes y generosidad en el perdón. Precisamente, aquello que nos ennoblece, radica en nuestra capacidad de sufrir por los demás y en no permitir que los demás sufran por nuestras mezquindades. En cualquier caso, todos los Estados han de tener por objetivo que el pueblo se fraternice y no se desespere, ni camine en el descontento. Aprendan los gobiernos de todo el mundo. Dejen de ser el problema. La naturaleza, por sí misma, nos acompaña. El encanto está en la diversidad de sentirnos libres y responsables, en la confluencia de ese incalculable paraíso silvestre que nos armoniza y nos engrandece la existencia, puesto que nada somos sin esa embellecedora estampa de latidos en busca de otros abecedarios más sublimes, capaces de hacernos tan eternos como tiernos.

Vuelva, pues a nosotros, la ternura, el reposo del caminante, la alegría que brota del encuentro. Ya está bien de agredir y de despreciar a los seres más débiles e indefensos. Olvidamos que nos necesitamos todos, aunque únicamente sea para compartir caminos y darnos compañía. Ojalá aprendamos a vencer la crueldad destructora ó destructiva, que tanto nos asalta en estos instantes de endiosamientos y podredumbres. En general, las poblaciones disminuyen a un ritmo alarmante debido a la desaparición de su hábitat y sus presas, las interacciones con humanos, la caza furtiva y el comercio ilícito. Por ejemplo, la población de tigres ha disminuido un 95 por ciento en los últimos cien años, y la de leones africanos un 40 por ciento en los últimos 20 años, tal y como reconoce una reciente estadística difundida por Naciones Unidas. Esto debiera hacernos reflexionar. Si fundamental es saber quiénes somos y por qué vivimos, hemos de no pecar de ignorancia y valorar también lo que se nos ha donado, primordialmente para participarlo. No malgastemos entonces nuestros pasos en dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante, no revueltos, pero siempre juntos.

Ciertamente, tenemos una necesidad de combatir los delitos contra el medio ambiente y la disminución de especies causada por la actividad humana, pero igualmente hemos de fortalecernos los corazones para no caer en la dejadez. Quizás sea el momento de despertar, de abrir las puertas de uno mismo, de dejarse sorprender por la realidad que nos circunda y de analizar situaciones tan bochornosas, como las vividas por esas mujeres sirias que ahora denuncian haber recibido ayuda humanitaria a cambio de favores sexuales. Realmente estos comportamientos salvajes, tan despreciables como deshumanizadores,  nos dejan sin palabras, pero no podemos dejarnos absorber por esta hélice de maldades, debemos aglutinar fuerzas conjuntas y pensar que, entre todos, podemos hacer más por nuestros análogos, cada cual desde su posición. Para empezar, tenemos la mejor estrategia para prevenir esta atmósfera intimidatoria, la del respeto a los derechos humanos. Su protección y promoción ha de ser un deber esencial de toda autoridad que gobierna desde la ética de las responsabilidades.

    Posiblemente tengamos que aprender a gobernarnos antes a nosotros mismos. Nadie da lo que no posee. En ocasiones, somos nuestro peor enemigo. Solemos derrotarnos unos a otros. Por esa ausencia educativa de conjunto que impera en el mundo, resulta complicado hasta obtener lo mejor de sí. Nos hace falta reeducarnos, de continuo y persistentemente. A mi juicio, el primer paso radica en humanizarnos desde la pluralidad de cultos y culturas, algo que siempre nos enriquece, haciéndonos más solidarios y menos egoístas. Deberíamos pensar en esto. Por otra parte, me viene a la memoria algo que Mahatma Gandhi (1869-1948) ya se interrogó en su época: “¿Qué otro libro se puede estudiar mejor que el de la humanidad?” Así es, máxime en estos reinados donde nada de lo que ocurre en el planeta nos resulta ajeno. Por si fuera poco, pensemos además en que todos respiramos el mismo aire, y con él, las mismas lágrimas vertidas, con las que luego a continuación nos bañamos.

En efecto, está visto que cuando el poder quebranta horizontes, en lugar de asistir para traspasarlos, al final se corrompe y, después de enviciado el vicio, todo resulta necio, hasta presentar las cosas como si fueran buenas, cuando en realidad son nefastas. Por eso, es importante poner en el centro de nuestras vidas la fuerza del alma, no el poderío del mercado, al menos para poder acoger existencias dejadas en el abandono más cruel. En consecuencia, ha llegado el momento de la comunión de ánimos, todos ellos siempre necesarios e imprescindibles, para acrecentar esa unidad acorde con la vida, desde la docilidad mística de cada cual. De ahí, la precisión de aprender a sobrellevarnos, pero también a sobrecogernos, ante nuestras propias miserias humanas.

Víctor Corcoba Herrero /  Escritor
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Artículo | Algo Más Que Palabras

    Desde que Machado dijese aquello de: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”; multitud de seres humanos solemos evocarlo, no así viviéndolo, con la asiduidad que hemos de hacerlo. La situación es bien palpable, a poco que nos miremos y veamos. El hambre de amor es debido, precisamente, a ese espíritu que únicamente lo injerta la lengua del alma. Buceamos por los exteriores, pero sin adentrarnos en las causas y motivos por las que suceden las cosas. Somos gente de palabra fácil, aunque  el compromiso fiel lo solemos dejar en el tintero.

Las últimas estadísticas nos dicen, que más de veinticuatro millones de personas en todo el mundo, se ven desplazadas a causa de los desastres. En realidad todos somos transeúntes, es por eso que tenemos que trabajar con más amor, cuando menos para sentirnos acompañados y acompasados, todos con todos. Esta debe ser la primera lección que hemos de aprender. Necesitamos el aliento cooperante y coordinado para que nadie se sienta sin hogar. El cauce de un río siempre necesita el agua para seguir siendo cauce. No lo olvidemos. Por tanto, tan importante como redoblar los esfuerzos en asegurar mejores condiciones de vida, será también la de movernos corazón a corazón. El éxito de la humanidad no viene de unas políticas aplicadas, sino de esos pulsos conciliadores en los que ningún andar se queda en la zanja.    

    Naciones Unidas de manera continua suele llamarnos para fortalecer esa respuesta humanitaria, porque imperecederamente hemos de hacer camino y hemos de estar en ese andar de auxilio permanente. Chile es uno de los últimos países en recibir refugiados sirios. Treinta y dos niños, dieciséis mujeres y dieciocho hombres llegaron hace pocos días desde Líbano, en el marco del Programa de Reasentamiento de Refugiados, liderado por el gobierno con el apoyo de la agencia de la ONU para este menester. Verdaderamente, cuando se producen estos escenarios, de extender una mano solidaria, como fue el caso de la sociedad chilena, uno no puede por menos que esperanzarse y crecer como ser humano, poniéndolos de referente y como referencia. Ojalá prosiga este ejemplo y dejemos de ser piedras en el camino.

El amor cuando es de verdad todo lo resuelve. Bien lo sabemos, pues pongámoslo en práctica. Hay que volver a las entrañas de uno mismo y ver que los moradores tenemos que cambiar. No podemos seguir en este escándalo moral en la que millones de personas aún vivan en la extrema pobreza, máxime en una tierra caracterizada por un nivel sin precedentes de desarrollo económico, medios tecnológicos y recursos financieros. La marginalidad de algunas gentes debemos dejar de observarla exclusivamente como una falta de ingresos. Se trata de ver el fondo de la cuestión. Mientras unos lo tienen todo, otros no tienen nada. Sin duda, la indigencia es más un problema de alma que de cuerpo, si quieren de derechos humanos, pero siempre de ausencia de amor hacia el otro, hacia nuestro análogo en la senda del tiempo.

    Por desgracia, vivimos en la necedad y en el engaño, en lo políticamente correcto como es el arte de agradar, en vez de descubrir la multitud de estafas indecentes y proponernos hacer justicia. Ya está bien de taparle el rostro a tanto rastro de mentiras para que parezcan verdad. No se pueden disfrazar los horizontes. Tenemos lo que tenemos para transitar y no podemos seguir segando existencias porque sí. Volvamos al ser humano responsable, despojado de intereses mundanos, para acrecentar otros andares menos trepa y más solidarios, más en familia  y mucho más en comunidad.

Déjennos hablar de estos problemas. No levanten muros. Ni nos mantengan entretenidos con falsedades. Gobiernen los que han de gobernar pero con ética. No nos desorienten, ni nos mercantilicen, y lo que es peor, no nos enfrenten por favor. Pongan humildad y mucha ración de amor en todo aquello que predican, y si no lo hacen, porque no quieren o no pueden, ¡váyanse!, dejen el camino abierto a otros.

El planeta está llamado a ser un corazón, o si desean, una morada en la que se puedan cobijar todos los caminantes, sin distinción alguna. Llegado a este punto, yo siempre me digo, cuando al anochecer me invade el desaliento: retornemos a lo de siempre, a lo que no cuesta y cuesta la vida muchas veces, a la autenticidad del amor para poder superar las injusticias e incomprensiones. Convencido de que sólo así se puede construir un orbe más cielo que infierno, más de todos que de nadie en particular, más de la poesía que de la política. Está visto que la mayor penuria que tenemos ya no es la material, sino el egoísmo, que nos absorbe el corazón y nos dificulta a la hora de custodiar y conducir a las personas, a las familias y comunidades. Nunca es tarde para ponerse en el camino, de un legítimo movernos todos a una, para poder hermanarnos y reconstruirnos desde lo armónico, a través de un espacio que a todos nos abrace y a ninguno nos abrase.
 
Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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