Miércoles, 02 Mayo 2018 15:14

Una generación despreocupada

Artículo | Algo Más Que Palabras
   
    Somos un pozo de contrariedades. Nos importa nada tener comportamientos desastrosos. Andamos escasos de humanidad y de conciencia. Sabemos que la contaminación del aire provoca siete millones de fallecimientos cada año, y apenas mostramos preocupación alguna efectiva. Hemos entrado en el estado de la pasividad. En lugar de unirnos para aminorar que los seres humanos dejen de degradar su propio hábitat, no sigan desnudando la tierra de sus mantos verdes, o continúen activando los agentes contaminantes por los suelos, el aire o las aguas, mostramos divisiones, enfrentándonos con actitudes irresponsables. Por tanto, urge una voluntad de compromiso que ha de globalizarse para que todos los continentes activen otro espíritu más respetuoso con el entorno, empezando por otros modelos de producción y de consumo más éticos.

Sin duda, hoy más que nunca es menester alcanzar acuerdos conjuntos sobre la adopción de medidas para abordar problemas medioambientales urgentes. Ahí están los millones de toneladas de basura que acaban cada año en nuestros océanos, convirtiéndolos en gigantescos vertederos. Este fenómeno destructor es algo muy serio, pues no solo resulta anti-estético, sino que también provoca inconvenientes en temas de salud, aparte de otras cuestiones adyacentes como las económicas.

    La despreocupación es tan evidente que la misma naturaleza, en ocasiones,  nos responde de manera catastrófica. Por cierto, el inolvidable médico español, Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), solía decir al respecto, que: “sus crueldades representan la venganza contra nuestra indiferencia”. La cuestión es tan grave, que en los centros de enseñanza y en las familias, concienciadas estas últimas a través de las escuelas de padres o mediante campañas en medios de comunicación, es donde hay que aprender a reutilizar y a reciclar, para contrarrestar esta cultura actual que derrocha y contamina sin miramientos, porque no entiende de moderar el dispendio, y aún lo que es peor, de activar otras energías más limpias y renovables.

Para desgracia nuestra, no solemos pasar de las palabras. Es lo más fácil, lo difícil es entrar en acción, con un estilo de vida diferente al actual. Lo mismo sucede con la cuestión del agua potable (un derecho natural básico), que puede llegar a convertirse en una de las principales guerras de este siglo, pues mientras en unas regiones hay abundante líquido en otras escasea, en parte por nuestros agentes contaminantes. Olvidamos, con demasiada frecuencia, que los recursos del planeta son escasos y están para compartirlos.

En consecuencia, es hora de preocuparse mucho más por lo que nos rodea. A propósito, tenemos constancia que más del 90% de las muertes relacionadas con la contaminación atmosférica se producen en países de ingresos bajos y medios, especialmente en Asia y África, seguidos por los de la región del Mediterráneo oriental, Europa y las Américas, lo que nos exige, para empezar, otro espíritu más cooperante, puesto que todo está interconectado y correlacionado. Me parece oportuno, luego, incentivar la educación y el conocimiento hacia ese mundo natural, que a todos nos pertenece por igual, y que ha de estar orientado sobre todo a sensibilizarnos sobre la necesidad de proteger el medio ambiente; nuestra propia casa común, lo que nos requiere de una solidaridad universal renovada, si en verdad queremos que no prosiga deteriorándose la calidad de la vida humana. 

Pensemos que la vida no puede privatizarse, está con todos los seres vivos, tampoco el medio ambiente, es patrimonio de todos y responsabilidad de la especie pensante, y más pronto que tarde debe reconducirse hacia unos lazos de integración y respeto, algo que irá en beneficio de todo el linaje. Ojalá aprendamos a vivir para dar savia, no para negar existencias; sin obviar que somos energía y voluntad, pero también confluencia de naturaleza armónica con los espacios.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Domingo, 22 Octubre 2017 11:48

Mayor toma de conciencia

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Hay que educar para el respeto. Solo así podremos convivir. Estamos llamados a entendernos, a restaurar el orden y la legalidad, allá donde se violen las leyes que nos hemos dado entre todos. Tanto la necedad independentista como aquellos nacionalismos que nos aíslan han de pasar página. No tienen sentido en un mundo como el actual. Con esto no quiero decir que aquellos pueblos de singular cultura no protejan su legado histórico. Pero estos legítimos sentimientos han de ser respetuosos también con las reglas de juego democrático, que nos engloba a todos los miembros de una nación. Hablo, naturalmente, del caso español de una comunidad autónoma como la catalana, verdaderamente protegida por los poderes del estado democrático, que vienen actuando a mi modo de ver de manera ejemplarizante, en cuanto a la proporcionalidad de actuaciones y la mano tendida siempre, aunque la paciencia y la prudencia han de tener un límite, para que las instituciones retornen a sus obligaciones constitucionales, recogidas en la norma más importante que tenemos todos los ciudadanos españoles, la Constitución de 1978.

    Confieso que es muy dolorosa esta situación catalana, pero la Constitución es norma de normas y como tal hemos de tomar conciencia de ello, pues es lo que garantiza la concordia entre todos, mediante la indisoluble unidad de la Nación, patria común e indivisible de todos los españoles; sin obviar, que se reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran así como el activo solidario entre todas las comunidades. En consecuencia, el gobierno de una Comunidad Autónoma y su parlamento, no pueden ni deben actuar fuera del Estado de derecho. No nos dejemos atrapar por la mentira permanente. Los diversos poderes del Estado (legislativo, ejecutiva y judicial) están obligados a intervenir y a actuar con todo el peso de la ley. El Presidente del Gobierno, ha logrado forjar un consenso, tanto dentro del país como fuera de nuestras fronteras, de mayoría cualificada para actuar. Precisamente, es la Constitución de 1978, la que nos garantiza la convivencia democrática y el autogobierno. Asimismo, el poder judicial continúa con sus actuaciones, advirtiendo que es obligado cumplir las sentencias y demás resoluciones firmes de los jueces y Tribunales, así como prestar la colaboración requerida. Todo el Estado, en suma, nos ampara a todos para corregir los abusos de poder o las desviaciones de los diversos gobernantes.

    Ciertamente, los españoles somos un país de fuerte calado democrático, colaborando en todo momento en el fortalecimiento de unas relaciones armónicas, que, además ha colaborado en ello el espíritu constitucionalista de 1978, nuestra ley fundamental, que también cuenta con un título para su reforma. Lo que no se puede permitir, bajo ningún concepto, se ignore y cada cual la modernice como le venga en gana. El procedimiento es claro y ahora toca salir de esta grave crisis que nos fractura, aplicando, como no puede ser de otra manera, la ley para volver a la unidad de España, a través del artículo 155, instrumento esencial para garantizar la soberanía nacional. Está claro que el gobierno y el parlamento catalán no cumplen con las obligaciones que la Constitución y el Estatuto le imponen, actuando de forma sectaria y extremista, lo que atenta gravemente contra el interés general de España, por lo que es de justicia garantizar la supervivencia democrática. Ojalá, más pronto que tarde, despierten los dirigentes de esa Comunidad Autónoma, retornen a la legalidad, y ese deber de hospitalidad que siempre ha tenido la ciudadanía catalana se acreciente hermanándonos todos. En suma, que los cambios son necesarios, las reformas indispensables, pero no al margen de la ley. Para empezar, tal vez los sistemas educativos deberían reeducar más y mejor en ese vínculo de unión y unidad que todos requerimos para cultivar el sencillo arte de vivir como ciudadanos solidarios dentro de un reino 

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Artículo | Algo Más Que Palabras

    Si trabajar unidos es fundamental, máxime bajo una atmósfera tantas veces desilusionante, también confluir los sentimientos como memoria, o si quieren como conciencia colectiva de nuestra propia continuidad histórica, ha de ayudarnos a buscar caminos de esperanza y, así, poder abrir espacios nuevos a nuestra sociedad. Y, en esto es básico, el papel del culto a la cultura, el cultivo de la sabiduría en el sentido más profundo del término, de educación integral del ser humano. Sólo así podremos reconocernos, en esa vertiente integradora, en un momento en el que todo cambia y muy rápido.

    No son variaciones de épocas superficiales, son tan inmensas como penetrantes, lo que nos exige avivar los pensamientos, discernir las ideas, fomentar una cultura de escucha y diálogo, de concurrencia permanente y no de confrontación, pues; cualquier modo de pensar y de vivir, debe ser considerado y respetado por toda la humanidad. Tampoco es cuestión de volvernos inhumanitarios, o de deshumanizarnos, sino de comprender y valorar la riqueza de nuestro análogo, se halle donde se halle, ya que todos, sin excepción alguna, mientras vivimos somos un factor de crecimiento.

    Indudablemente las culturas, sean rurales o urbanas, son lo que son, ventanas al conocimiento de nuestra propia existencia. Quizás tengamos que renacer con un nuevo código ético, con un proceder más auténtico y racional, o tal vez, de conciencia colectiva, ya que todos necesitamos de todos. Cada uno tenemos nuestro puesto en la vida, y en esto, si que somos imprescindibles. De ahí la necesidad del encuentro y no del aislamiento. Asimismo, es indispensable remontarse al pasado para comprender, bajo su vivencial luz, la realidad presente y vislumbrar el mañana, que ya es hoy. La UNESCO acaba de destacar el papel vital de la cultura en las ciudades. De igual modo, ha de destacarse en cualquier rincón que aglutine vidas humanas, puesto que es desde esa sapiencia reconstructora como realmente se construye la convivencia humana. Porque convivir, al fin y al cabo, es hermanarse con la heterogeneidad de los lenguajes y de los sentimientos. Por otra parte, es una buena manera de ascender  como ciudadanos vinculados entre sí, no olvidemos que son las relaciones con las personas lo que da sentido a nuestra propia existencia.

    Pero la realidad nos desmiembra. Cuando todo parece desorientarnos, una verdadera apuesta por la conciencia colectiva, aparte de ser el mejor libro de moral, nos ha de infundir un nuevo espíritu conciliador que siempre viene bien ante la multitud de conflictos que nos acorralan. La cooperación entre culturas es primordial. En un mundo tan ahorcado por la falsedad, llegar a la verdad en base a las evidencias de las que se dispone, debiera ser abecedario universal para activar esa conciencia colectiva humanista, de toda la especie humana. Por consiguiente, no basta con tener que defenderse contra cualquier injusticia, además hemos de hacer lo posible como linaje, ya no solo para tranquilizarnos, también para dar seguridad y protección a toda vida humana. En esto reside la fuente de la verdadera conciencia colectiva humana, en poder activar la cultura del respeto y de la dignificación de toda existencia humana. Es cierto que las tecnologías de la información y las comunicaciones pueden ayudarnos a comunicarnos, pero va a ser el activo de la conciencia de cada uno el que hace que nos descubramos como somos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, y de esta manera propiciemos otro mundo más humano, más de todos y de nadie, como vengo reivindicando desde hace tiempo.
 
     Fallando la conciencia colectiva viene al caos, todo parece estar contra nosotros, nada vale y todo entra en proceso de desorden  y desconcierto, como al momento presente, donde nadie se compadece por nadie, como si todo fuera una responsabilidad ajena que para nada nos concierne. La misma familia atraviesa una crisis cultural profunda. Apenas los vínculos nos dicen nada. Perdida toda sensibilidad humana, ganamos indiferencia, lo que dificulta enormemente un acuerdo para vivir armónicamente, en unión con el gusto espiritual de ser estirpe y bajo la acción coordinada de un mundo con muchos rostros, que ha de ser más habitable en comunión. Esta es la gran tarea que tenemos pendiente, sin duda. Pongamos un oído en el pueblo y el alma en el camino. No hay mejor recurso pedagógico.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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