Miércoles, 21 Marzo 2018 14:11

Hacer mundo es importante

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
     Hoy más que nunca necesitamos activar los pactos entre culturas, acrecentar la cooperación entre unos y otros,  mediante alianzas que nos insten a repensar conjuntamente. No podemos retroceder, hay que dar pasos hacia delante, pero sin obviar nuestras raíces, la cátedra de nuestros antecesores. Lo saludable es reintegrarnos activamente, con una mentalidad colaboradora, dispuestos siempre a tener en cuenta la naturaleza de cada ser humano y la mutua conexión que nos une. Por ello, hacer mundo es importante. Yo diría que vital. Siempre desde el respeto y la consideración hacia ese orbe natural del que todos, sin exclusión alguna, formamos parte.

    Señalemos en este sentido, del buen obrar, el liderazgo de Europa en la transición de la energía limpia y su compromiso en esta búsqueda para salvar nuestro planeta y para brindar a nuestros ciudadanos un entorno más saludable, empleos más ecológicos y una mejor calidad de vida. En consecuencia, ese pacto global de Alcaldes por el Clima y la Energía que definitivamente abre la sede en Bruselas, será sin duda una verdadera historia de éxito en cuanto a referencias y referentes. Como también florece como una verdadera semblanza de desarrollo armónico de la especie humana el que utilicemos el acatamiento a los derechos humanos. Indudablemente, será la mejor estrategia para prevenir los conflictos. Nos hace falta, desde luego que sí, someternos y tomar conciencia de ello.

En algunos países la violencia es insostenible. Por tanto, hemos de propiciar otros lenguajes más aglutinadores, pues ya está bien de tanta doctrina injusta de superioridad, siempre condenable, y que impide la autorrealización del individuo. Necesitamos ser escuchados por ese todo universal y eliminar cualquier forma excluyente de racismo e intolerancia que todavía persiste alrededor de cada uno, o en uno mismo. Ha llegado el momento de decir ¡basta ya! No nos podemos seguir engañando. Es hora de la acción. Reeduquémonos. La educación es el abecedario más fructífero para juntar corazones. Sepamos que para ese mundo habitable y feliz, todo depende de nosotros. Porque todo está en nosotros. Y en nosotros, también está la vida que queremos darnos, con su cielo o infierno a conquistar.

 Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Lunes, 06 Marzo 2017 05:10

Ya estamos hartos de tantas derrotas

Artículo | Algo Más Que Palabras
   
    A veces pienso que, hoy el ser humano, vive en una permanente sensación de derrota; a juzgar por los diversos ambientes desilusionantes y egocéntricos que nos sacan de quicio. El aluvión de enojados es tan fuerte, que no hay esquina del mundo, donde los moradores muestren un semblante de satisfacción. Todo el mundo parece quejoso, resentido, sin horizontes, con ganas de armarse y de rearmarse para imponer sus doctrinas más populistas, o sea, más interesadas. Aprovechando este caos de cambio de época, con lo que esto conlleva de desorientación, hay líderes que no vacilan en sacrificar al pueblo, a la ciudadanía de la que presumen y aglutinan como encantadores de serpientes, con tal de injertar un futuro tan efímero como inhumano. Sea como fuere, de un tiempo a esta parte, la propaganda y la mentira nos desbordan y la población anda confundida, sin criterio, para poder formarse su distintiva opinión y poder así discernir. No es de recibo regresar a otros tiempos cargados de sufrimiento, deberíamos despertar y propiciar otros entendimientos más de donación que de fortuna. Ojalá avivemos una moral comprensiva, respetuosa, que pueda producir lazos que nos unan. Por desgracia, hay demasiados gobernantes asentados en el poder, no en el servicio, conducidos por la avaricia del beneficio y guiados por una conciencia totalmente corrupta. El caso del corrupto que, por su endiosado hacer, ya se cree un ganador, no importándole dejar perdedores a su paso, es el prototipo de ferocidad más salvaje que una especie puede desarrollar.

    Humanamente ya estamos hartos de tantas dominadores, que han hecho del poder el mayor negocio de su vida. Para empezar cuesta creer este desmembramiento de la familia, de los hijos con los padres, del amor entre los cónyuges, donde todo se confunde y se hace ideología, con lo que esto conlleva de disgregación  y de preocupante carencia, algo que pesará posteriormente durante toda la existencia. Por mucho que quieran adoctrinarnos los del pedestal, lo innato forma parte de nuestro propio medio, y todo ha de hacerse y rehacerse en linaje. Es lo natural de una civilización nacida para crecer en el amor, no en las discordias, como ahora pretenden muchos gobernantes trasladarnos, sin respetar la genealogía de la persona, la entrega sincera de sí mismo. Efectivamente, ante el referente de tantas familias desunidas, el desconcierto está servido en bandeja mundana. Junto a esta deshumanización todo se torna más individual y personal. Qué lejos queda aquel "nosotros", representación de una familia apiñada, donde el padre y la madre eran uno, indivisibles y para toda la eternidad. Cuando falta esa comunión de personas difícilmente se puede construir algo. Todo se enferma, y lo que era una alianza entre generaciones, llega a convertirse en una batalla de miserias.

    Así, volvemos una y mil veces a rivalizar entre culturas, creencias o etnias, lo que es una derrota para todos. Dejamos en el tintero aquello que es una realidad, que a través de la familia discurre nuestra propia historia. El amor nos vincula a todos. Por eso, tampoco es de recibo la aplicación de la pena de muerte, por muy fuerte que sea el quebrantamiento. Estamos llamados a querernos. Este método de ejecución, por si mismo, es una violación a nuestra existencia humana, debido al dolor y sufrimiento que causa y no repara. De un plumazo destruye toda una vida, cuestión caprichosa y discriminatoria, o incluso la misma cadena perpetua, que es una pena de muerte oculta, tiene bien poco sentido humano. Lo suyo sería rehabilitar comportamientos, interiorizar éticas, disuadir conductas irracionales, revivir  humanidad y no incitar a la venganza que jamás nos va a conducir a buen puerto. Es verdad que los tiempos presentes ayudan bien poco a generar sosiego. Lo armónico apenas se considera. Por otra parte, aún pensamos que los males sociales se curan con la penalización, como era típico en las sociedades primitivas. El populismo penal le importa nada la inclusión social, al igual que al populismo político le importa tampoco nada, el mundo de la marginalidad. La legión de oportunistas del momento se están haciendo de oro a cuenta de los pobres. Y lo peor de esta situación, es que se creen unos triunfadores, cuando en realidad son unos auténticos corruptos, que no se casan con nadie, tan solo con las apariencias, con las complicidades más insociables.

    Todas estas bochornosas situaciones, que se vienen repitiendo a lo largo de nuestro caminar por la tierra, lo que subrayan es el poco avance hacia el encuentro del ser humano consigo mismo, y la confrontación que perennemente nos echa abajo como seres dignificados y pensantes. Cuántas veces hemos repetido ¡nunca más la guerra!, y han brotado mil contiendas, fruto de nuestro fracaso de autenticidad. ¡Qué se acabe el lenguaje de la mentira!. Toca interceder, no avivar el odio. Ya en su tiempo lo decía el inolvidable filósofo y escritor francés, Jean Paul Sartre (1905-1980): "Basta con que un hombre odie a otro para que el odio vaya corriendo hasta la humanidad entera". Lo saludable es cultivar el diálogo con humildad, incluso -como ha recordado el Papa Francisco- " a costa de tragar quina, porque es necesario evitar que en nuestro corazón se levanten muros de resentimiento y rencor". Ciertamente, hay que aplaudir cualquier ronda de negociación que contribuya a conversar sobre algo tan primordial como la concordia. En este sentido, debemos aplaudir aquellos escenarios que instan a trabajar juntos.

    Los referentes y referencias pueden ayudarnos a tomar aliento. Al respecto, me viene a la memoria, que hace sesenta años, inspirado en un sueño de un futuro pacífico, común, los miembros fundadores de la UE se embarcaron en un viaje ambicioso de la integración europea, con la firma de los esperanzadores Tratados de Roma. Se pusieron de acuerdo para resolver sus conflictos en torno a una mesa, en lugar de hacerlo en los campos de batalla. Como resultado de ello, la experiencia dolorosa del pasado turbulento de Europa, ha dado paso a una paz que abarca siete décadas y a una alianza de 500 millones de ciudadanos que viven en libertad, con la oportunidad de poder realizarse en una de las economías más florecientes del mundo.

    A propósito, pienso que el sesenta aniversario de los Tratados de Roma, el 25 de marzo 2017, puede ser una ocasión propicia para que los líderes de la UE-27 reflexionen sobre la situación actual del proyecto europeísta, para considerar sus logros y fortalezas, así como para activar las áreas para una mejora adicional, y poder dar forma a un porvenir más humano para todos, sin tantas desigualdades. Desde luego, si en verdad queremos salir vencedores como especie, tal vez debiéramos rejuvenecer nuestra dimensión social con la fortaleza más humana, profundizando en aquello que nos hermana, con el aprovechamiento de la globalización, sabedores de que dialogar no es fácil, es muy difícil entre tantas diversidades. De todos modos, sólo con la tenacidad y la pasión pueden construirse vías de comprensión y no murallas que nos alejan. En cualquier caso, una derrota peleada tiene más eco que un triunfo casual. Además, lo importante  es vencerse a sí mismo y convencerse de que todos ganamos cuando nos amamos y de que todos perdemos cuando mutuamente nos aborrecemos. De ahí, que la reconciliación sea la más auténtica hazaña de progreso. Aproximarse al análogo, por consiguiente, es el más bello laurel. Cooperemos y colaboremos para que así sea.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Artículo | Algo Más Que Palabras

    Vivimos una época de continuas dictaduras, donde todo se supedita a las reglas de mercado, que imponen sus propios referentes, sin importar para nada los valores morales. Por desgracia, muchos líderes no ven más allá del mero lucro, alimentan la usura, y olvidan la satisfacción de una vida austera, entregada a los débiles, sencilla, de incondicional servicio y entrega. Continuar con esta cultura de intereses, de búsquedas absurdas, de negocios mundanos, nos lleva a una opresión verdaderamente preocupante. Por lo tanto, cuanto más nos alejamos de aquellos cultivos esenciales y auténticos, respetuosos con toda vida humana, más nos exponemos al fracaso, a la destrucción de la especie, al caos en definitiva. Sólo abriéndose a un proceder de asistencia, y fraternizándose con nuestros análogos, podemos caminar, vivir y dejar vivir. Para empezar deberíamos poner en orden a nuestra mente e indagar sobre la verdad, que hoy tanto se enmaraña de falsedades, para que podamos perdurar en el tiempo y dar consistencia a un horizonte de respeto y a un camino en el que puedan coexistir todos los pensamientos. Nadie puede quedar aislado por mucho poder que aglutine. Tampoco se puede actuar unilateralmente, puesto que el planeta no ha germinado como un privilegio para algunos, sino como un lugar de convivencia para todas las civilizaciones.

    No podemos ignorar que una mentalidad dictatorial todo lo oscurece. Los horrores de esta cultura manipuladora, que despoja al indefenso de los derechos humanos, y esclaviza la realidad de la persona, hemos de pararla, por muy difundida que esté en los medios de comunicación social. Los nuevos signos de los tiempos han de liberar al ciudadano, considerando siempre su propia identidad humana y la libertad de conciencia. El culto al dios dinero no puede cohabitar por más tiempo, en este siglo de avances tecnológicos y de pensamiento; orientémonos hacia una madurez más afectiva, de mayor diálogo entre culturas, sin etiquetar a nadie, pero con la contundencia requerida para la realización de un camino común. Sabemos que, hoy las necesidades de los refugiados e inmigrantes en todo el mundo son mayores que nunca, por lo que han de recibir en términos de protección, asistencia y oportunidades de reasentamiento el cobijo de toda la humanidad, independientemente de su religión, nacionalidad o raza. Por consiguiente, la suspensión de aperturas o el levantar muros o alambradas, es una señal de deshumanización que nos deja sin palabras. Olvidamos que, a veces, para defenderse hay que salir corriendo, otras quedarse y hacerse valer, pelear si es necesario, pero siempre hay que tener ternura. Cuando el ser humano deja de enternecerse también pierde la fuerza de la bondad, ésta sí que es la única inversión que jamás quiebra, lo que exige protección absoluta.

    En consecuencia, y ante esta atmósfera de divinización de los caudales monetarios, debemos estar vigilantes e invertir mucho más en una educación verdadera, que nos haga mejores personas, mejores ciudadanos, mejores seres humanos. A propósito, quiero recordar, que en la reciente ceremonia conmemorativa anual de Naciones Unidas en memoria de las víctimas del holocausto, António Guterres advirtió que se ven repuntes de antisemitismo, racismo, xenofobia, odio hacia los musulmanes y otras formas de intolerancia, promovidos por el populismo y figuras políticas que utilizan el miedo para alcanzar votos. Cuidado, con estos cultivos dictatoriales del ordeno y mando, incapaces de consensuar posturas y de generar un clima armónico, como si el mundo fuera exclusivamente del poder, pues no, detengamos a ese poder discriminatorio, insensible,  cuando su principal deber es auxiliar a todo el linaje, sin excepción alguna, habite donde habite y sea como sea. No podemos normalizar lo anormal, prender los sentimientos de odio y venganza, dar rienda suelta a los prejuicios. Sin duda, es el momento de recapacitar,  de repensar sobre nosotros, fortaleciendo el espíritu democrático, más compatible con la dignidad y con la libertad de los ciudadanos, frente a los monopolios de dictadores, que lo único que hacen es dividirnos, para ellos (los endiosados por el poder) seguir cosechando caudillajes.

    Desde luego, quien quiera trabajar por una cultura que avive la unión y la unidad entre todos, no puede prescindir de nadie. El abecedario de la marginación ha de estar ausente en todos sus proyectos de trabajo. Por otra parte, ante este cúmulo de amargas experiencias que se vienen sucediendo, sin escrúpulo alguno, donde nadie respeta a nadie, es preciso reaccionar, no cruzarse de brazos, reafirmando un nuevo humanismo que active el mundo de las ideas junto al de las actitudes. La falta de sentido humano, de conciencia democrática de algunos dirigentes, genera unos frutos de intolerancia y despotismo como jamás. Estoy convencido, de que si algunos políticos tuviesen otro corazón, los conflictos se resolverían mucho antes. Aquí se pone en evidencia la falta de humanidad de muchos gobernantes que, indudablemente, son un obstáculo para la reconciliación. El mundo, a mi juicio, tiene una gran epidemia, la de dejarse adoctrinar, la de vivir en la ignorancia, la de no aprender a quererse asimismo. Ojalá despertemos, y lo que hoy nos parece corriente, como es la no consideración de los derechos humanos para algunas gentes, deje de serlo, y así poder construir un mejor orbe para todos, donde la intolerancia, el racismo y la segregación no tengan cabida. También cuesta entender esa impunidad que en algunos países, que se dicen democráticos y de derecho, ostentan algunas gentes poderosas, realmente desestabilizadoras de lo armónico. No hace mucho leíamos que expertos de Naciones Unidas instaban a apoyar a los defensores de los derechos humanos como México, Brasil, y tantos otros lugares. Para desgracia nuestra, todavía proseguimos amedrentando a los que luchan por algo tan prioritario como el pan de cada jornada, y que es la paz de cada día.

    En efecto, deberíamos volver la vista atrás. La humanidad en su conjunto tiene que aprender de su propia historia. Ya no puede perder más tiempo. Andamos al borde del precipicio. Hace falta que todos los continentes se dejen cautivar por la propia naturaleza de la vida. Estamos, mal que nos pese, en un momento muy crítico. Las culturas dictatoriales injertan poderes que abusan hasta el extremo de volvernos juguetes para su necio divertimento. Sería una estupidez, igualmente, plegarse a los vientos del populismo. Debemos construir un mundo que proteja y humanice. Tal vez sería saludable tomar tres palabras claves: ilusión, fortaleza y esperanza. Hay que salir de la decepción, ilusionarse con otro espíritu que no sea el del dinero, sino la fortaleza que da impulsar otras búsquedas, con otros horizontes más humanitarios, en el sentido más profundo y esperanzador del término.

    Estamos hartos de dejarnos llevar por las modas, de leer la realidad acorde con el poder, sin apenas tiempo para nosotros, para poder vivir nuestra existencia sin miedos, ni complejos, ya que hasta ahora únicamente nos han tratado como materia de producción. Me niego a seguir con esta cadena. Reivindico la otra dimensión, la espiritual, o si quieren la trascendente, aquella que me facilita otros regocijos más internos, más de cercanía, más del alma. De ahí, lo fundamental, de sentirnos libres para poder transformarnos y, a la vez, justos más allá de las palabras de la ley, bajo la sublime perspectiva de la concordia; pues son las relaciones entre culturas lo que da sentido a la vida, sobre todo, sabiendo que cohabito, en gran medida, para los demás y por los demás.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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